Una
luz dorada incidió en sus párpados, tentándole a descubrir sus ojos; al
abrirlos, pudo distinguir en el techo de esa habitación, el número trece,
grande, con letra nítida y elegante. La mencionada luz nacía del interior del
número. Esmeralda se quedó pasmada y aterrorizada. No sabía dónde ni por qué
estaba ahí. En su memoria comenzaron a florecer recuerdos de experiencias que,
desde hacía unos días, habían tenido lugar en su vida, con referencia a ese
número.
Todo
comenzó una bella mañana de otoño. Ella estaba regando las plantas de su
jardín, como era habitual cada mañana. El teléfono móvil sonó en el interior de
la casa y Esmeralda corrió a cogerlo. La llamada entrante era por parte de un
número sin identificar, al descolgar, silencio; un silencio vacío, inquietante.
La llamada se cortó poco después y en la pantalla del móvil sólo quedó la hora;
las 10:13. No le dio demasiada importancia, pero sí se le quedó grabada esa
hora en la mente; era muy supersticiosa y según la gente en general, ese
número, el trece, da mala suerte. Siguió con sus tareas habituales durante todo
el día, pero
no fue un día como los demás, la misma llamada se repitió otras dos veces; a
las 16:13 y a las 21:13 horas. A Esmeralda no le hacía ninguna gracia pensar en
el hecho de que alguien le estuviese gastando una broma pesada, sabiendo su
debilidad supersticiosa. Llamó a las personas que podían haber pensado en hacer
algo así y se dio cuenta de que nadie lo había hecho, entonces, ¿quién podía
estar llamándola desde un terminal con el número oculto y siempre a los trece
minutos de una determinada hora? No tenía ni idea, pero ese hecho le erizaba el
bello de todo su cuerpo cada vez que lo pensaba. Su marido, Jorge, conocedor
del gran temor que sentía ella por sus supersticiones, trató de consolarla
restando importancia a ese
hecho.
—No le des más vueltas,
querida. Es mera casualidad.
—Pero, cariño. ¿No
crees que es demasiada casualidad? Tres veces en el mismo día y siempre cuando
los minutos marcaban y trece.
—Ya, cielo. Pero quizá
se hayan equivocado. Venga, vamos a la cama. Yo estoy contigo, verás que no
vuelve a ocurrir, lo recordaremos como una anécdota.
—Sí, seguramente tienes
razón, amor. Siempre he pensado en esas cosas muy en serio, me dan escalofríos,
no lo puedo evitar. En fin, supongo que tendré que tomármelo de otro modo, o
terminaré loca de remate.
—Claro, amor. Esa es mi
chica. Buenas noches.
—Sí, buenas noches,
cariño.
Pasaron 6 días y
Esmeralda se olvidó por completo de aquel suceso misterioso pero, ese día,
cuando estaba en la cola del supermercado, pasó algo que no la dejó
indiferente. Miró la hora, observó que eran las 12:13. En ese momento, la voz
de la cajera llamó su atención diciendo:
—Son 42,13 euros.
Esmeralda se quedó
perpleja, el recuerdo de las tres llamadas de aquel día invadió su mente por un
instante. El móvil sonó, de nuevo número oculto y, silencio. La cajera la
miraba algo preocupada, la cara de Esmeralda había palidecido
considerablemente.
—¿Está usted bien,
señorita? —Le dijo ella tocándole el brazo levemente.
—S… sí, sí. —Contestó Esmeralda
tartamudeando mientras miraba como el número catorce, terminaba de hacer
aparición en el minutero del reloj de su móvil—. Estoy bien, gracias.
Llegó a casa y abrió el
buzón. Había una única carta, a su nombre. En el remite, una dirección escrita
a mano, con una letra que parecía de caligrafía antigua: Calle 13. Número 13. Puerta 13. Las bolsas de la compra cayeron al
suelo, rompiéndose las botellas de zumo en su interior. Su cara cambió y su
cuerpo se paralizó; eso no podía ser una simple casualidad. Abrió el sobre
lentamente, temblorosa. En su interior, un folio en blanco, nada más. Guardó el
sobre dentro del buzón, jamás metería algo así en su casa.
Jorge llegó por la
tarde, ella no tardó en contarle lo sucedido e indicarle que mirara en el
buzón, pero que después quemara todo lo que encontrara. Jorge hizo lo propio y
volvió al lado de su amada, que apenas había podido cenar.
—¿Lo has visto?
¿También es casualidad?
—No lo sé, cariño. Pero
esto no me gusta nada. ¿Estás segura que no ha sido ninguno de nuestros amigos?
—Estoy segura. Todos
tuvieron excusas creíbles para demostrar que no hicieron las llamadas aquel
día. ¿Qué es lo que ocurre? Tengo miedo. Quien quiera que sea, sabe mi maldito
nombre, dónde vivo y mi número de teléfono.
—Sí. Esto no es normal.
Mañana denunciaremos a la policía. No te preocupes. Haremos lo que hay que
hacer en estos casos. Darán con el culpable.
—Sí, cariño. Creo que
debemos hacerlo.
Al día siguiente fueron
a la comisaría más cercana y expusieron los hechos.
—Haremos lo que esté en
nuestra mano, esté segura de ello, señorita, —intentó tranquilizar el policía
de turno.
—Que así sea. Contestó
Jorge.
Esmeralda se limitó a
encogerse de hombros, porque no creía que la policía pudiese hacer algo al
respecto. Volvieron a casa e intentaron hacer vida normal.
Pasaron 4 días hasta
que otro suceso ocurrió en la tranquila vida de Esmeralda. Iba con su coche por
una de las avenidas más grandes de su ciudad, cuando se detuvo en un semáforo.
El coche de al lado llevaba un cartel de “se vende” en el cristal, bajo el
eslogan, el precio, 13.000 euros y más abajo el teléfono de contacto:
***413513. Apartó la vista, asustada, y se quedó mirando al frente fijamente,
sin querer, sus ojos rastrearon la matrícula del coche delantero: 1313. No lo
podía creer. Miró el reloj del salpicadero, las 19:13 horas. El teléfono sonó;
era otra vez el número oculto dichoso, no contestó pero, se asustó tanto que
aceleró sin pensar, arrollando al coche de delante y escapando, como huye un
ladrón de bancos después de cometer su crimen. Las demás personas que estaban
detenidas en el semáforo, quedaron estupefactas ante aquel acontecimiento tan
surrealista que acababan de contemplar. El dueño del coche delantero, salió
mirando indignado los destrozos que había provocado Esmeralda.
Llegó a casa, se
deshizo del móvil y se encerró en la habitación, a la espera de la llegada de
Jorge. Éste asomó por la puerta, la vio tumbada en la cama, en posición fetal,
con la cara desencajada y blanca como la leche. Por el suelo, piezas de su
móvil esparcidas; lo había destrozado.
—Cariño, pero, ¿qué te
pasa? ¿Qué haces ahí? ¿Por qué has destruido el móvil?
—Vienen a por mí. Ese
número. Lo puedo sentir dentro de mí. Lo tengo en mi cabeza. Algo quieren, no
me dejan pensar… —contestó Esmeralda rompiendo a llorar desesperadamente en la
última frase.
—Pero, ¿qué dices,
cielo? Tranquila, ya estoy aquí. Venga, no temas. ¿Qué ha pasado esta vez?
—Agregó Jorge acercándose y abrazándola.
Esmeralda, le contó lo
sucedido entre sollozos y espasmos.
—Volvamos a denunciar.
—¡No! He embestido el
maldito coche de la maldita matrícula y he huido como una delincuente,
¿recuerdas? ¿Quieres que me metan en la cárcel o qué?
—No, cariño. No digas
tonterías, por Dios. Sólo quiero lo mejor para ti. Quiero ayudarte.
—No puedes ayudarme,
nadie puede. Son ellos, me quieren a mí.
—¿Quién te quiere?
¿Quiénes son? ¿Por qué dices esas cosas?
—No lo sé, amor. Me
salen, sin más. Ni siquiera yo comprendo por qué pero, algo me empuja a decir
esas cosas.
—No me gusta nada esta
situación. Voy a hablar con tu madre.
—¿Con mi madre? ¿Para
qué?
—No te lo tomes a mal
pero, estoy preocupado por tu salud mental, cariño.
—Lo que me faltaba.
Crees que estoy loca, ¿no? ¿Acaso no eres testigo de lo que me está pasando con
ese número y esas llamadas?
—Sí, cariño. No digo que
estés loca. Sólo que, quizá, un poco de ayuda profesional no nos vendría mal.
—Bueno, si ir a un especialista
significa terminar con esto, estoy dispuesta.
—Claro, cielo. Algo
tendremos que hacer, no podemos quedarnos de brazos cruzados.
—De acuerdo pero, no te
separes de mí, amor. Te necesito.
—Debo ir al trabajo, ya
lo sabes. Me quedaría si pudiera pero, no puedo. Llamaré a tu madre y le pediré
que se quede aquí. ¿Te parece bien?
—Está bien. Mi madre
siempre me comprende. Dame tu móvil, yo llamaré.
—Claro, toma, —contestó
él sacándolo del bolsillo.
Esmeralda lo cogió y el
reloj marcaba las 20:13 horas.
—¿Lo ves, cielo? ¿Lo
ves? —Dijo ella asustada, soltándolo como quién suelta un bicho raro puesto por
sorpresa en su mano.
Jorge lo agarró y pudo
comprobar que eran y trece. Se quedó congelado también. El móvil comenzó a
sonar con número oculto.
—¡No lo cojas, cariño!
¡No!
—Tengo que hacerlo. Voy
a solucionar esto. Voy a amenazarles, —replicó Jorge presionando la tecla y
colocándoselo en la oreja—. ¡Ya está bien! ¡Quién quiera que seas, payaso!
¡Deja ya de molestarnos! La policía ya tiene constancia de tus actos, pronto
darán con tu ubicación y te caerá un paquete que te vas a enterar, sin
vergüenza. Dedícate a solucionar tu vida y deja a los demás en paz, —gritó
agresivamente Jorge.
El silencio aterrador
era lo único que pudo escuchar durante sus palabras pero, antes de que se
cortara la llamada escuchó algo:
—Despídete de ella para
siempre, cateto.
Lo había escuchado
claramente pero con una voz más cercana a las psicofonías, después de eso, la
llamada se cortó. Jorge miró a Esmeralda y no quiso decirle nada. Supo que el
trabajo debía esperar, que esto se estaba poniendo demasiado feo y que su
mujer, a la que tanto quería, estaba en serio peligro por algo que escapaba a
su entendimiento.
Pasaron tres días en
los que Jorge, y Mara, la madre de Esmeralda, no se separaron de ella en ningún
momento. Intentaban hacer vida normal pero las conversaciones siempre
terminaban encauzadas al peliagudo asunto. Nada parecía tranquilizar a la
joven. Cada día estaba peor. Sus delirios fueron en aumento y el color de su piel
no volvió a su tono habitual. Ese día, estaban los tres mirando la televisión
tranquilamente, cuando una luz infinitamente cegadora irrumpió en la casa. No
se podía ver nada. Aquello duró unos segundos, nada más. Al volver a la
normalidad, Esmeralda ya no estaba sentada en el sofá con ellos; había desaparecido.
La buscaron con desesperación, pero no estaba en ningún lugar de la casa.
Buscaron en las calles cercanas, pero ni rastro de ella. Denunciaron a la
policía los hechos, con incredulidad, se pusieron a buscarla también pero,
Esmeralda parecía haberse esfumado, como el humo de un cigarro se desvanece en
el aire. Los lloros de los familiares no cesaron en los días posteriores a la
desaparición.
Esmeralda,
inmóvil, miraba ese maldito número luminoso, que ahora tenía en ese maldito
techo, de algún lugar desconocido, al que había llegado sin saber cómo. No
podía moverse pero sentía todo su cuerpo; era como tener el alma viva y el
cuerpo inerte. Movió sus ojos hasta dónde éstos podían llegar y vio que la sala
era abovedada, de un color metálico pulido, casi espejo. Sus ojos no podían
alcanzar mucho más. Comenzó a sentir algo dentro, en su estómago. Ese algo se
movía lentamente, como si estuviese recorriendo sus intestinos. Notó como salía
por sus partes, pero sin el mínimo dolor. Miró como pudo hacia abajo y vio
emerger un bebé del tamaño de una pelota de tenis, levitando hasta llegar a su
regazo. El niño no lloraba, sólo la miraba fijamente, con expresión simpática y
alargando su mano hacia ella, su madre. En su cabeza, todo cobró sentido. Esos
a los que se refería cuando decía “ellos”, le estaban llenando la mente con
toda la información que necesitaba saber. Eran de otro planeta, seleccionaban
mujeres humanas y de otras razas, para engendrarlas y crear diversidad en su
especie. La gestación duraba trece días, los suficientes para poder dar a luz a
un nuevo híbrido medio alienígena medio humano. Las llamadas y los mensajes con
ese número, era la forma que tenían de distraer a la nueva madre, para que no
sintiera nada en su interior y que sus experimentos no fuesen descubiertos por
algún humano intrépido. La nueva raza estaba en marcha y Esmeralda podría vivir
feliz, junto a su nueva familia.
Vayaaaaaaaaaa!!!!!!!! No esperaba este final, no sabía qué podía ser, y mucho menos con lo que me ha despistado lo del número 13, pero en serio que por nada del mundo pensé que acabaría así porque no sospechaba que irías hacia esos lares... jejejejejejeje no digo cuales por no chafar la lectura de otros de tus seguidores mencionando el final.
ResponderEliminarMe ha gustado no, me ha ENCANTADO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Yo feliz sabiendo que mi trabajo te ha gustado. Mi imaginación vuela cuando me pongo a escribir, no lo puedo evitar. Muchísimas gracias por leer FG. Besoss.
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