Siete mensajes de la guapa y
dulce Sara, ni siquiera me he dado cuenta que han llegado. <<Qué borracho vas,
el vino te ha cegado. Los mensajes han llegado a las cinco y cuarenta y tres y
ahora son las cinco y cincuenta y ocho. Bueno, tampoco es demasiado tiempo.
Contéstale ya>>, me digo, concentrado en la pantalla del móvil. Abro la
aplicación rápidamente:
Sara Robledo
últ. vez hoy a las 17:51
No te olvides de
tocar la
piedra siempre
ni de traerme un
regalo en
forma de
souvenir 08:46
Te mando muchos
besos,
preciosa 8:47
Hola, señor Valentín
17:41
Decirte que la
piedra que me has
regalado me
encanta, me gustan esos
pequeños detalles
en un hombre. La
llevaré siempre
conmigo.
Te lo aseguro. 17:41
No te preocupes que
te traeré algo,
quizá un amuleto de
la suerte 17:42
Así estaremos en
paz en cuanto a
regalos, te parece?
17:42
Un besazo enorme,
delincuente 17:43
Ah, y la foto que
tienes puesta
me encanta. Estás
sexy. 17:43
Muaaaaks 17:43
Preciosaaa 17:59
No me había
enterado de tus
mensajes 17:59
Eso, eso. Así me
gusta, que
me tengas en
cuenta durante
tu viaje 18:00
A mí también me
encanta tu
foto, me encantas
tú
entera 18:00
Cuando vuelvas te
veo,
no? 18:00
Pásalo genial,
bombón 18:00
Muaaaaa 18:01
Guardo el móvil y
la voz de Sandra vuelve a la escena.
—Oye. ¿Me estás
escuchando? ¿Qué era eso tan importante que tenías que hacer con el móvil, que
ni siquiera estabas haciéndome caso?
—Disculpa. ¿Qué
decías?
—Da igual. Vamos a
sentarnos.
—Sí. Me muero de
sed.
—Yo también.
Nos acomodamos en
los butacones. El músico acaba de terminar la canción y está diciendo unas
palabras para presentar la siguiente.
—El tema que
interpretaré a continuación, es muy especial para mí. Es un pequeño tributo a
uno de mis músicos referentes:
>>La vie en rose, de Louis Armstrong. Espero
que la disfruten y la sientan tanto como yo. Gracias, —dice el músico.
—Anda, qué
casualidad. Justamente esa canción. Veníamos escuchándola y ahora la tenemos
aquí, en directo, —me dice Sandra, con gran expresión de alegría en su rostro.
—Sí, cierto. Por
eso es mágico este local. Siempre hay algo que te sorprende, —contesto con
media cabeza puesta en Sara al haber recibido sus mensajes y pendiente de si el
móvil vuelve a vibrar.
—Qué lugar tan
bueno éste, —agrega ella, moviendo su pierna al compás de la canción que empieza
a sonar.
Se acerca otro
camarero, también negro, y vestido como el anterior.
—¿Qué desean los
señores? —Pregunta.
—Yo tomaré un gin tonic de Bombay Sapphire, —dice
Sandra.
—Yo otro, pero con Hendrick´s.
—Muy bien, señores.
¿Alguna cosa más? ¿Algo para picar?
—¿Tú quieres algo,
Sandra?
—No, todavía voy
hinchada de la comida.
—De acuerdo. Es
todo, muchas gracias, —le digo al camarero, que hace un gesto de asentimiento y
se retira a servir el pedido.
—No podemos hacer
nada hoy. Sandra, no creas que no me apetece pero, sería ir en contra de mis
principios si después de conocer a Sara, con todo lo que siento por ella, me
acostara contigo.
—¿Cómo? Pero,
bueno. ¿Qué mosca te ha picado con esa tía? Si no es nada tuyo, sólo es una
desconocida que te ha dado su número, nada más.
—Sí, una
desconocida que, sabes perfectamente todo lo que ha despertado en mi interior
siendo eso, una desconocida. De sobra sabes lo difícil que es, que una mujer,
me haga sentir estas cosas y más sin conocerla de nada. Ya te he dicho que no
me gustaría cagarla con ella ni hacerle daño ni nada de nada, ¿entiendes?
—Sí, entiendo. Pero
también entiendo, que si te acuestas conmigo hoy, no va a pasar nada, porque
ella no está implicada en tu vida, todavía. Quizá más adelante lo esté, pero
ahora no. No la traicionarías ni le estarías haciendo daño, porque no es nada
tuyo, ¿entiendes eso tú? Y te lo digo desde la perspectiva de una mujer, ¿eh?
—Sí, seguramente
tienes razón pero, no me gusta actuar contrariamente a mis instintos. Mi conciencia
me dice que no haga nada contigo hoy, no sé. Quizá debería tomarme menos en
serio esas cosas.
—Pues claro, tonto.
Pareces otra persona desde que has estado trasteando el móvil. Era ella,
¿verdad? ¿Te ha contestado? No pienso entrometerme entre ella y tú pero,
acuérdate lo que me has dicho antes en el coche, sobre dejarnos llevar. ¿Crees
que puedes seguir esa regla todavía? —Se abalanza sobre mí, tentando mi
debilidad masculina.
—Mujer, viéndote
así, tan de cerca, pues… bueno… veremos que sucede, —contesto, dejándome
querer.
—Ese es mi Maxi.
Luego no dirás lo mismo, estoy segura. Mañana será otro día. Quizá yo tampoco
quiera o pueda volver a acostarme contigo. También está Carlos por ahí,
¿recuerdas? Según lo que dices tú, yo tampoco debería tener nada contigo hoy,
¿no? Tonterías, todavía somos libres, como siempre. No seas tonto y disfruta.
—Es verdad. Suena
muy convincente lo que dices, cualquiera se resiste a tus razonamientos, y a tu
belleza. Si es que…
—Claro, bobo.
Disfrutemos del momento. Ya vendrá lo que tenga que venir.
—Sí.
Me centro en la
música y trato de sacar a Sara de mi mente. El camarero nos sirve las copas y
deleitamos nuestro paladar con tan apetecibles bebidas.
Dos copas más tarde,
llega el momento de irnos. Hemos disfrutado de la actuación del músico que,
ahora sé que se llama, Charles Owen, quiero seguirle después, seguir su carrera
musical. Sus canciones me han llegado muy adentro. Sandra también ha quedado
impresionada por ese hombre negro, que parecía fundirse con su saxofón y que
tenía una voz ronca y carismática. Ella no deja que pague ni una copa siquiera
y yo acepto a regañadientes. Aunque yo le haya invitado a comer, no me gusta
mucho que me pague todas las copas; nos son baratas precisamente.
Caminamos hasta la
puerta de la entrada, donde está el recepcionista con nuestras americanas en la
mano, aguardando que las recojamos. Mientras me la pongo observo el local, la
gente que hay en las mesas; está lleno y entre la multitud parece que veo la
melena de Sara. Me quedo congelado ante la posibilidad de tenerla tan cerca. <<No puede ser ella,
debería estar en su clase de pilates,
o de danza, o en el gimnasio>>, me digo, confuso.
Miro la hora; son las ocho y treinta y cinco de la tarde. <<Sí, a estas horas
debe estar en alguno de esos sitios. pero>>… continúo
deliberando. La supuesta Sara gira un poco su cabeza, permitiéndome ver su cara
y sí, es ella, sin duda lo es y está con otro chico. <<¿Ha mentido? ¿Por
qué está aquí?>> Me pregunto. No lo sé, tampoco quiero comprobarlo, está con
otro tío y ahora nada me cuadra. Saco el móvil para ver si ha contestado a mis
mensajes, no hay mensajes nuevos. Abro el chat y compruebo que no se ha
conectado. Agarro a Sandra del brazo y provoco que salgamos rápidamente. Visto
lo visto, voy a acostarme con ella, sí o sí.
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José Lorente.
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