Jueves, 5 de noviembre, 23:34 horas.
Ana
llegó a su baño, deshizo su moño. Frente al espejo, una cara amarga con caminos
de color negro que nacían de sus ojos, y un carmín rojo, arrastrándose desde
sus labios hacia una de sus mejillas. Cogió la toallita desmaquilladora y frotó
fuertemente, mientras las lágrimas, volvían a brotar sin poder llevarse con
ellas más rímel, debido a la carencia del mismo, provocada por las múltiples
lágrimas anteriores. Mientras se limpiaba, pensaba que no volvería a llorar por
el motivo que le producía tristeza en ese momento: la ruptura con su pareja,
después de 5 años de relación. —Ya son demasiadas veces, excesivas lágrimas
derramadas. No volveré. Que me espere cuánto quiera; pero no volveré, —se
repetía en su interior una y otra vez mientras frotaba su rostro con la esponja
hasta enrojecerlo—. Esta vez se ha pasado. Dice que me quiere, que no ha
querido ni se ha fijado en nadie más, que esa tal Julia, sólo es su amiga y compañera
de piso. Miente, dice mentiras todo el tiempo. Que se pudra, que se pudran los
dos. Desaparezco de su vida, —deliraba incansable en su
interior—.
Ana se acostó, con la
convicción propia que provoca la razón, no sabía por qué, pero su intuición le
decía que estaba en lo cierto, que Julia y su novio, mantenían una relación a
sus espaldas. Se durmió con tales pensamientos y soñó que sí, que todo era tal
y cómo lo imaginaba, a pesar de las múltiples explicaciones de Juan, su novio.
A la mañana siguiente,
el sonido del timbre del teléfono, que tenía en la mesilla de noche, la
despertó. En la pantalla, aparecía el número del teléfono fijo de Juan. Aunque
todavía estaba furiosa y cabreada con él por la grave discusión de la noche
anterior, que terminó por romper la relación, contestó la llamada sin dudar.
—¿Sí? ¡¿Qué quieres?!
Anoche quedó todo dicho. Déjame en paz, no me convencerás esta vez.
—Disculpa que te
moleste, Ana. Soy Julia. Tienes que saber algo de Juan, —dijo ésta con una voz
algo temblorosa.
—¡Increíble! Encima
tiene la poca vergüenza de hacer que llames tú, con todo lo que pasó anoche… No
quiero saber nada de ti ni de él. ¿Está claro? Ya podéis vivir tranquilos sin
mí. ¡Dejadme en paz!
—Comprendo tu malestar
conmigo, Ana. Sólo una cosa antes de que me cuelgues. Debes venir lo más pronto
que puedas, Juan…
Ana no dejó terminar la
frase a Julia. No quería saber nada de ellos y menos sabiendo que él, no había
tenido el valor de llamar y había mandado a Julia, para que lo hiciera por él,
sabiendo que la ruptura tenía que ver directamente con ella. Aun así, no se
quedó del todo tranquila con esa última frase, que le había dicho la supuesta
arpía, compañera de Juan. Aunque estaba decidida a olvidarse de su ahora, ex
novio, y todo lo que tenía que ver con él, todavía le quería y sentía interés
en lo que pudiese pensar sobre el asunto.
Se levantó, se aseó,
desayunó algo rápido, cogió el coche y se plantó en la finca donde vivía Juan.
Cogió el ascensor, marcó la quinta planta y subió. La puerta del piso de Juan,
estaba justo en frente del ascensor. Al abrirse las puertas del mismo, vio que
la puerta estaba abierta; dentro se escuchaba gente. Entró a tropezones y vio
que estaba la policía en el interior del piso; concretamente, dos parejas de
agentes, que estaban interrogando a Julia, que se encontraba sentada en el
sofá, con la cabeza gacha, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos
dispuestas sobre las mejillas.
—¿Qué pasa aquí? ¿Por
qué están estos agentes en el piso? ¿Dónde está Juan? —Preguntó Ana asustada.
—¡Ana! —Exclamó Julia
dando un respingo y plantando un fuerte abrazo a la novia de su compañero de
piso; un abrazo al que Ana, no supo si corresponder, por lo tanto, se quedó
medio helada. Ellas dos no eran amigas, sólo tenían relación cordial.
—¿Qué… qué pasa, Julia?
Me estás asustando. ¿Y Juan?
—Ana, Juan… Entra en la
habitación…
Se separó de la que era
su enemiga número uno, y fue a paso firme pero confuso hacia la habitación del
chaval. Una estampa grotesca y desalmada invadió sus pupilas, provocando un
corte de respiración momentáneo en los pulmones de Ana. Dos agentes más de la
policía estaban dentro; uno a cada lado de la cama. Tirado en el colchón estaba
Juan, con una pierna recta, la otra flexionada, una mano en el pecho, la otra
estirada y colgando fuera del camastro; su boca estaba abierta y de ella, había
salido una especie de espuma blanca. En el suelo, había un bote de pastillas
sin tapa. Un poco más allá del bote, había cuatro trozos de papel desparramados
y cerca, un sobre abierto de color rosa muy bonito, en el que se leía a la
perfección, el nombre “Ana”, escrito con tinta color plata brillante y un tipo
de letra, que sólo podía salir de una mente enamorada. Ella se quedó mirando
horrorizada la escena. A su cabeza vino rápidamente el nombre de la muerte, sí,
Juan se había matado, y lo había hecho a propósito. Sintió la culpa hondamente,
se tiró a por él llorando de impotencia y angustia.
—Señorita, por favor.
No toque el cuerpo. ¿Es usted, Ana?
—¿Cómo no voy a tocar
su cuerpo? Sí, soy Ana, su novia. No me diga que no lo toque. ¡¿Por qué?! ¡¿Por
qué lo has hecho?! ¡Idiota! Te iba a perdonar, como siempre. Te iba a perdonar…
—gritaba Ana entre lágrimas al aire, achuchando el cuerpo inerte de Juan.
—Debería usted leer la
carta despedazada que está en el suelo, —dijo un agente—. Después debemos
dejarla donde estaba, para la investigación.
Ana lo miró, se separó
de Juan, se agachó muy despacio, recogió cada uno de los cuatro trozos de papel
que había en el suelo, los organizó como si fuese un puzzle y comenzó a leer:
Lunes,
26 de octubre, 18:36 horas.
Querida
Ana. He decidido escribirte esta carta, porque sabes que soy muy torpe a la
hora de decir cosas bonitas en directo; las tengo que pensar antes. Así que,
aquí tienes esto para que lo leas, pero intentando escuchar mi voz en cada una
de las palabras que vas leyendo.
Te
he traído a este restaurante a cenar, porque es muy especial para mí. Aquí es
donde se conocieron mis padres, y donde nos traían de pequeños a mí y a mi
hermano a cenar en ocasiones especiales. Bueno, ya sabes esa historia, cómo
también sabes que es mágico, porque aquí, fue dónde nos conocimos tú y yo,
¿recuerdas? Aquella noche que coincidimos en el cumpleaños de mi amigo y novio
de tu mejor amiga, Fernando. Él fue quién nos presentó. Todavía recuerdo como
si fuese ayer, la sonrisa que se te instaló en la cara cuando nos estaban
presentando; luego, al conocernos más, me dijiste que a mí me había pasado
igual, que también había dejado asomar una increíble sonrisa. Comenzó una relación
que, hasta hoy, seguimos manteniendo con la mayor de las lealtades. Hemos
tenido nuestro más y nuestro menos, pero siempre hemos sabido arreglar las
cosas mediante la comunicación. Mi falta de tacto para algunas cosas, o tus
celos, han sido y siguen siendo obstáculos para nosotros, pero los solventamos
y solventaremos, cómo hemos hecho siempre. Concluyo diciéndote que, a mis 32
años, jamás había conocido a una mujer tan impresionante cómo tú. Que has hecho
que este tonto, sea mejor persona, comprenda y conozca lo que es amar, y ser
amado de verdad. Que, desde aquel 6 de julio, de hace más de cinco años, me
debo a ti y a todo lo que te rodea. Que a día de hoy, no sabría que hacer sin
ti, y si me lo permites, quisiera pasar el resto de mis días junto a ti. Por
eso y por muchas cosas más, que seguramente ahora se me olvidan… ¿Quieres
casarte conmigo, Ana Garrido Fuentes?
Tu Juan, que te quiere con toda su
alma y su corazón.
PD: Busca dentro del sobre…
Ana
quiso morir en el preciso momento que cogió el sobre y encontró dentro otro más
pequeño, de color negro, en el que había una alianza de oro blanco, con una
frase grabada en su parte interior:
Ana, te quiero y siempre te querré.
Juan. 6 de julio de 1998.
Julia había estado
observando a Ana mientras ésta leía la carta.
—Quería llevarte este
sábado a cenar. Llevaba más de un mes diciéndomelo. Estaba tan ilusionado, y
ahora… —dijo la compañera de piso de Juan echándose a llorar.
Ana la miró con una
expresión, que ni su madre la reconocería si la viera; sus ojos vidriaban
lágrimas a cántaros y sus labios estaban encogidos de espanto y culpabilidad.
Se puso la alianza, besó la mejilla de Juan y abrazó a Julia con todas sus
fuerzas. A partir de entonces, y han pasado bastantes años, son las amigas más
unidas que este mundo ha podido ver.
Qué terrible situación nos relatas, eso sí, de una forma magnífica y atrapante por que desde la primera hasta la última línea no he podido dejar de leer y eso sí que es "enganchar" al lector.
ResponderEliminarFeliz finde!!!!
Muchas gracias FG. Me alegra muchísimo leer esta reseña. Es muy triste pero una cruda realidad de por qué el amor no debería tomarse como un juego... La gente muere por amor cada día y no nos damos cuenta. un beso y feliz fin de semana igualmente. Graciassss!!!
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