Después de hora y media de
negociaciones con Anthony y su traductor, conseguimos venderle el seguro, y no
sólo eso, también conseguimos que prorrogue su estancia en el hotel por cuatro
días más. Teniendo en cuenta, que su habitación cuesta ochocientos euros el día,
y que, de esos, nos quedamos Sandra y yo el quince por ciento cada uno, más el cuarenta
por ciento del total del precio del seguro, el negocio nos ha salido redondo y
hemos decidido salir a celebrarlo, además, hoy es viernes, tenemos todo de cara
y mucho que celebrar. Después de dejarnos todo el trabajo adelantado para el
lunes, hemos hablado con nuestro jefe y nos ha dicho que nos podemos tomar el
resto del día libre, que hemos cumplido con creces nuestros objetivos.
Salimos del hotel
felices y bromeando por las caras que ponía el actor famoso al escuchar hablar
a Sandra, en perfecto inglés, sobre los lugares turísticos de la ciudad. Al
final el traductor personal del actor no hizo falta, se mantuvo en silencio
durante toda la reunión.
Álex, el
recepcionista, suelta otro de sus desafortunados comentarios al vernos salir.
—Qué bien viven algunos…
la una y media y ya se van a casita. ¡Ay!
—Haberte dedicado a
otra cosa, amigo, —le replica Sandra, que tampoco le hace mucho caso a ese
pesado.
Yo, sonrío y añado:
—No la pongas
furiosa, que te come, ¿eh? Es una fiera.
Aparta su mirada de
nosotros, avergonzado por la contestación que se ha llevado por parte de mi
compañera y agacha la cabeza.
—Eso, eso, trabaja
un poco y quizá puedas ascender, —le susurro a Sandra, que me mira sonriendo,
feliz, consciente de nuestro buen hacer hoy y de nuestro golpe de destino en
forma de amor.
Voy pensando que
iremos en su coche, ella nunca viene en metro, va a todas partes con su BMW
Serie 3 descapotable color rojo, o con su scooter
de ciento veinticinco centímetros cúbicos, color oro. No me equivoco demasiado
y andamos dos manzanas hasta llegar a su coche de Barbie perfecta. Montamos, huele
a ambientador de fresa. Es enero y hace bastante frío. Son casi las dos de la
tarde, hemos hablado de ir a comer. Antes de arrancar me pregunta:
—¿Qué te apetece
comer? ¿Dónde vamos?
—Pues, no sé.
Tampoco es que tenga demasiada hambre pero, ¿por qué no vamos al restaurante de
mi amigo Toni? Ya sabes las pizzas y pastas que hacen allí, y también sabes que
tienen buenos vinos. A mí me apetece. ¿Qué dices?
—Yo estaba pensando
en ir a un japonés. Pero tu idea me parece estupenda, nos beberemos un par de
botellas, ¿no? Estamos de fiesta. Tengo ganas de marearme.
Doy una carcajada
mientras la miro después de escuchar esa última frase. La última vez que la
escuché de su boca, terminamos haciendo el camasutra
en la habitación de su loft. Hace
tiempo que no mantengo relaciones y no estaría mal follármela, hacerlo con ella
es garantía de buen polvo.
—Como si queremos
bebernos tres, —respondo siguiéndole la fiesta y enfocando mis pensamientos en
apagar mi sed de sexo.
—Eres un cabronazo.
No esperaba otra respuesta viniendo de ti. Qué pena que no seamos del todo
compatibles, si no, ya tendríamos hijos, al menos.
—¡No jodas! Déjate
de hijos, por ahora. No sé si estaría preparado para ser padre.
—Yo sí, sólo me
falta el marido, —contesta seguida de una inmensa carcajada irónica, que
esconde las ganas que tiene de sentar su vida sentimental—. Y tú, seguro que
también, no seas tonto, mírate, lo tienes todo.
—Bueno, eso de
“todo”, es bastante relativo. Según los ojos que te miren. Está visto que tú me
miras bien.
—¿Y qué me dices de
todas esas niñas que llevas detrás, que no paran de enviarte mensajes ni de llamarte?
Tantas no podemos equivocarnos mucho, ¿eh?
—Bueno, quizá son
chicas a las que les gusta un tipo de hombre como yo, nada más.
—¿Y Sara? ¿Acaso
crees que ha sido casualidad, que de toda la gente que había en el metro, te
pidiera el favor a ti? ¡Venga, hombre! Que eres un partidazo y ya está,
reconócelo, por favor, déjate de tanta humildad, saca tu lado salvaje y oscuro
de una vez. Sé que lo tienes.
—Bueno, Sandra,
querida. Si tú piensas que soy todo eso, perfecto, me halagas mucho, pero yo
tengo un concepto diferente de mí mismo y de todas las cosas que engloban a la
atracción física y sexual.
—¡Ay! Ya estamos.
Cómo eres, ¿eh? Nunca lograré que te comportes como un auténtico cabronazo, no
lo eres. Desistiré en mi empeño por conseguirlo.
—No, no lo soy,
cariño. Y si lo sabes, ¿por qué vuelves a intentarlo una y otra vez?
—No sé, supongo que
será porque eres el único tío que he conocido en mi vida, que no es un cabrón
por naturaleza. Bueno, exceptuando a Carlos que, mira qué casualidad, ahora lo
tengo en mi lista de whats. ¿No es
increíble?
—Sí lo es, sí.
Quizá él no haya cambiado y siga sin ser un gilipollas, ¿quién sabe?
—Sí, no lo sé, pero
pronto lo iremos descubriendo. En cuanto lleguemos al restaurante pienso
escribirle algo. No sé por qué, pero hay algo que me empuja a querer verlo de
nuevo, bueno, eso sin contar el cuerpazo y la cara que tiene… ¡Dios, qué bueno
está!
—Claro, escríbele y
ponle que quieres follártelo, —contesto, bromeando, con una fuerte carcajada.
Ella me mira seriamente durante un instante y después ríe conmigo del mismo
modo.
—No serás un
crabrón, pero bromitas, te las sabes todas, idiota.
—Ya me conoces. Ahí
tenías un sitio para aparcar. Da la vuelta. El restaurante queda cercano.
Aparcamos y
entramos en el sitio. Una música relajada de violines ambienta la sala.
Cortinas rojas con borlas doradas cubren los ventanales y varios camareros
vigilan el local. Sólo tienen tres mesas ocupadas, está muy tranquilo y, al reconocerme,
nos llevan a una zona un poco más vanguardista que hay para clientes VIP. Nos sentamos y pedimos. Yo una
pizza especial “Toni” y ella, unos ñoqui con setas al pesto. Una botella de
rioja Montecillo, reserva del noventa y seis, y una tapa de quesos de cabra
combinados con mermeladas dulces cierran el pedido. La comida promete ser
deliciosa, como siempre. Cuando viene el camarero y nos sirve el vino, Sandra
me dice:
—Ostras, con el
hambre se me había olvidado escribir a Carlos, voy a ello, disculpa.
—Claro, mujer.
Saca su móvil del
bolso y cuando comienza a trastearlo, la melodía que tiene por tono de llamada
se activa. Sonríe y me muestra la pantalla, en la que pone:
Carlos Barrameda
CONTESTAR RECHAZAR
La miro haciendo un
gesto de “adelante, cógelo, la vida es así de sorprendente” y sonrío. Contesta
con un “¿sí?” en tono interesante. Yo, cojo la copa de vino y disfruto de lo
que voy a escuchar.
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José Lorente.
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