miércoles, 26 de febrero de 2014

La niña que pensaba en marionetas

En el pequeño teatro, de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público, observando embebida aquel curioso espectáculo.


    Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca abierta.


    Después de la función, volvió a su casa, de la mano de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.


    —Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?


    —Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es posible.


    —Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?


    —Porque no están en el teatro.


    Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de su letargo y comenzaron a hablar con
ella.


    —Hola, Lucía. Al fin hemos podido cobrar vida, como tanto has anhelado, —dijo una.


    —Sí, Lucía, tu constancia y pasión por hacer esto posible, nos ha dado la vida. Siempre estaremos agradecidas, —añadió  otra.


    —Nuestro deseo es hacerte feliz, —alardeó otra, tocándose la melena con gesto errante.


    —Sólo he querido que cobrarais vida, para tener más amigas, ahora nunca nos separaremos. ¿A qué queréis jugar? Podríamos jugar a ser princesas, pero nos falta el príncipe, —respondió Lucía asaltada por una extensa felicidad difícilmente alcanzable.


    —No, nosotras conocemos a uno, —dijo la de la melena—. Adelante, Roger. Y un apuesto príncipe apareció en escena, en aquel improvisado, pero logrado, teatro.


    —Buenas tardes, princesas, —dijo el príncipe con voz grave.


    —Buenas tardes, príncipe, —respondieron todas a la vez.


    Jugaron y jugaron hasta bien entrada la tarde, hasta que el sonido de un teléfono móvil tronó en el escenario y todo cambió.


    —Un teléfono. ¿De quién es? —Preguntó el príncipe.


    —Es de Samanta, —dijo una de las muñecas, refiriéndose a otra de ellas.


    —Pues dile que lo apague, estamos jugando, —dijo Lucía.


    El teléfono dejó de sonar, dos de las muñecas cayeron al suelo, las telas de detrás del teatro se alzaron violentamente, asustando a Lucía, que veía cómo todo lo que había construido se venía abajo. El príncipe y la otra muñeca corrían alborotados y gritando: —¡Un monstruo, un monstruo! ¡Ha venido a por nosotros!


    De las telas del teatro apareció el padre de Lucía, contestando al teléfono:


    —¿Sí? Ah, disculpe que no le haya llamado, jefe. Estaba ocupado en unos asuntos…


    Lucía no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero no tardó demasiado en comprender que las muñecas no habían cobrado vida, sino que sus padres las manejaban desde la sombra, tapados por las telas del escenario. Lloró y lloró, días y días…


    En la actualidad, dirige la más grande y famosa empresa de marionetas, pero son marionetas avanzadas, que parecen tener vida propia, y todo en favor de la ilusión de los niños. La llaman, la mujer que da vida a las marionetas.




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José Lorente.



2 comentarios:

  1. La ilusión desilusionada, cuando aparece la realidad a veces no la comprendemos hasta que el tiempo todo lo pone en su lugar. Pero no podía ser de otra forma.

    Siempre geniales tus relatos!!!!!

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  2. Aquella niña le dio al coco hasta conseguir que nadie más sufriera la gran desilusión que se llevó aquel día... Como siempre, muchas gracias por leer y comentar, FG. Besotesss!

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