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domingo, 30 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 38

Mis pensamientos se ven interrumpidos por las palabras de Paula.


—La llamaré cómo me venga en gana. No haberla metido en tu vida, te jodes, —su tono es seco, sereno.


—Llámala como quieras en tu cabeza, pero a mis oídos, se llama Sara, ¿entendido? —Mi tono es más dominante que el suyo, siempre ha sido así.


—Vale, vale, no te enfades. Esto debe estar de muerte… —cambia de tema, sacando la comida.


Disfrutamos de una buena cena a base de sushi; me encanta este manjar asiático, tiene todas las propiedades básicas que necesita el cuerpo humano para evolucionar sano, además, tiene un exquisito sabor.


Terminamos la comida, retiramos los platos, en realidad lo hace ella, se ha empeñado en hacerlo, alegando que está en mi casa, y en calidad de invitada, le toca hacerlo. No opongo demasiada resistencia y me acomodo en el sofá, mirando el océano coralino, que hoy, no sé por qué, luce increíblemente precioso. Quizá sea porque en el salón faltan algunos objetos decorativos, o quizá porque mis ojos lo perciben así, no lo sé, en cualquier caso, estoy atolondrado mirando el vaivén de los peces en la corriente.


Llega Paula, saca un paquete de cigarrillos y se dispone a encender uno.


—Muchacha, te he dicho un montón de veces que en mi casa no se fuma, no sé por qué sigues haciendo caso omiso. Además, esa mierda te está jodiendo.


—Lo sé, pero sigo insistiendo porque al final, siempre me permites encenderlos, me quieres demasiado, ya lo sé. Y sí, me está jodiendo, pero es mi problema, como el tuyo con esa putita, también te va a joder y te empeñas en no recibir consejo ni ayuda de nadie.


Me río por lo hábil que ha estado la niña en esta ocasión, es muy inteligente, aunque ante mí, su inteligencia se ve mermada por sus sentimientos emocionales amorosos. A veces puedes ser un maldito genio y parecer de lo más tonto cuando sientes cosas tan auténticas, que pareces volar entre un mar de dudas y reflexiones que no te llevan a ninguna parte excepto a sufrir mal de amor, es la realidad, sin embargo, no desistimos nunca en buscar esas sensaciones, como el que busca un tesoro escondido en el fondo marino con más de tres mil años de antigüedad. Al final, te das cuenta de que ese tesoro es mucho más vano y ridículo de lo que esperabas, suele ser así. Con todas y con esas le contesto:


—Vale, tus problemas son tuyos, y los míos… ya sabes… Debes irte en cuanto termines esa mierda que llevas entre los dedos, —sonrío con picardía.


—Mierda, Maxi. Siempre consigues lo que quieres, ¿eh?


—Ya lo sabes, no entiendo por qué insistes tanto.


—Está bien, está bien. Me iré en cuanto termine el pitillo. Pero, ¿y si te dijera que si haces que me vaya no te paso el número de teléfono de Howart? Me dejarías quedarme un rato más, ¿verdad? —la sonrisa pícara nace ahora entre sus labios.


—¡Joder! No harás eso, pásamelo, anda… no seas mala.


—Ya te he puesto mi condición, quien algo quiere, algo le cuesta.


—Ay… —suspiro, abatido—. ¿Qué voy a hacer contigo? Está bien, quédate, pero sólo un rato, necesito descansar, mañana tengo trabajo por hacer.


—Que sí… me fumo el cigarro y me voy, sólo quería saber si era tan importante para ti hablar con ese tipo.


—Lo es… ya lo sabes… ¿para qué haces ese tipo de pruebas? Eres masoquista, te gusta torturarte.


—No, soy mujer y me gusta tener la certeza de las intuiciones que tengo. Ahora te paso el número, —contesta, sacando su móvil del bolsillo.


Después de que lo trastee durante varios segundos, el mío vibra sobre la mesa.


—Ahí lo tienes, pesado, —dice, ahogando el cigarrillo en el impoluto cenicero que tengo, (no sé por qué razón desde hace siglos), y levantándose, agarrando su bolso y esbozando una gran sonrisa. Después se abalanza sobre mí y me besa en la mejilla—. Gracias por todo, eres un cielo. Ya nos veremos. Espero que te vaya bien con la putita…


—No la llames así… —gruño—. Ten cuidado.


—Lo haré. Hasta la vista, —y desaparece del salón, dejándome en mi maravilloso mundo de soledad, en mis cavilaciones dispares y cómo no, con los mini Héctors golpeteando en las paredes de mi cráneo. Han aparecido conforme he escuchado que se cerraba la puerta de la entrada, como si no quisieran que me quedase solo, como si quisieran hacerme una compañía sobrenatural, a la que no estoy acostumbrado y no creo que llegue a estarlo. Esta vez me miran con seriedad, están ahí, delante, en el suelo del salón. De pronto, uno de ellos salta:


—Miradlo, tan solo como siempre. Tratando de eludir una pena tan grande que le corroe entero su ser, es lo que trae la soledad a veces.


Los miro y sonrío, parecen las palabras del mismo Héctor pero dichas desde un enano parlanchín con voz de ser diminuto. Y es que parece que, para mí, Héctor no ha llegado a morir del todo, muestra de ello son estas visiones tan extrañas a la par que reales.


—No le digas eso, hombre, míralo. Él nunca ha querido estar solo, pero la vida lo ha llevado a que sea así, —le contesta otro de sus clones.


—¿Qué queréis? ¿Por qué aparecéis en mi cabeza? —Pregunto, sin dejar de sonreír. Parece mentira pero la situación me resulta de lo más cómica, no como las veces anteriores, que pensaba que me estaba volviendo loco por el shock de la muerte de mi mejor amigo. Quizá, las aclaraciones de Joe, hacen que lo vea todo de otro modo. Sea como sea, sigo sonriendo al formular las preguntas.


Todos me miran, hay siete en total y cada uno de ellos muestra una expresión diferente. Después miran hacia arriba, y desparecen sin contestar, como si alguien les hubiera llamado con urgencia y llegasen tarde a algún sitio, en donde, por no ser puntual, te cae un gran castigo. Me quedo con cara de bobo, tratando de atar cabos que están más desordenados que el cajón de escritorio de un quinceañero fanático del coleccionismo de piezas estúpidas.


Vuelvo en mí, siendo consciente de que el cansancio está haciendo mella en mis ojos, me escuecen. Me levanto del sofá y voy directo a la habitación, a pasar la que puede ser, la noche de más descanso desde hace una semana, pero, con un desorden doloroso en la cabeza a la vez que desconcertante. <<Mañana será otro día>>, pienso.


Me desvisto, me embuto en el nórdico y no sé lo que es antes, apoyar la cabeza en la almohada o quedarme dormido…


Un sonido escandaloso resuena en mi mente y provoca que despierte, sobresaltado. Es la maldita alarma del despertador, que parece haber cobrado vida propia, pidiendo ser desconectada. Son la siete de la mañana y en mi cabeza ya rondan los números y características de los seguros del hotel, después, un rostro bonito amenizado por un bello cuerpo que tiene un nombre, Sandra. Le contaré todo lo que ha pasado y no creerá que mi fin de semana haya transcurrido así. Pensará que estoy bromeando, cómo suelo hacer, después se dará cuenta que hablo en serio y buscará la mejor forma de consolarme, cómo sólo ella sabe hacer. Sara aparece después de Sandra, pero su recuerdo es incierto, como de un sueño confuso, la desconfianza me está llevando a contraer mis sentimientos hacia ella, buena prueba de ello es, que es la primera vez en semanas, que su imagen no es la primera en aparecer en mi mente nada más despertar.


Me levanto, me aseo, me pongo el traje de batalla y salgo hacia el trabajo. Una nueva semana me espera, llena de labores y compromisos.





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José Lorente.




domingo, 2 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 33


Corto la llamada, esta conversación me ha dejado mucho más tranquilo. Siempre que Joe me ha aconsejado, el tiempo le ha dado la razón, no ha fallado nunca. A partir de ahora tendré que vigilar las acciones de Sara, no he de confiar del todo, pero, me gusta tanto… Es tan buena conmigo. Nunca he sentido las sensaciones que ella me ha despertado, desde el primer día que la vi, que la olí. Fue como un torrente de agua que llega para refrescar una tierra que lleva demasiados meses sin empaparse. El amor toma un significado diferente cuando pienso en ella. <<¿Por qué se habrá ido? ¿Dónde estará? —Me pregunto—. Quiero llamarla, pero tampoco quiero que piense que la agobio, tengo tantas ganas de sentirla cerca, que saldría a buscarla a la calle, pero no lo voy a hacer. Mejor me quedo aquí, me meto en mi selva, con mis animales, ellos sí me entienden, o al menos eso parece>>, pienso.

Subo al piso de arriba, entro en la habitación tropical, Priscila y Rocco salen a saludarme.

—Max… Max… —Dice Rocco, posándose en mi hombro.

Le acaricio el cuello, remolonea con mi mano. Me siento en el suelo, pensando mis cosas. Una pequeña ardilla rayada sale de entre unos matojos, cargada con unas semillas, es la primera vez que la veo desde que metí la pareja de ardillas; se queda mirándome varios segundos, comiendo una de las semillas con sus movimientos veloces de mandíbula. La imagen me roba una sonrisa, la ardilla parece asustarse y se esconde de nuevo. Suena el timbre. No sé quién puede ser, quizá sea Sara. Bajo corriendo, esperando encontrármela detrás de la puerta. Abro y sí, es ella, cargada con una bandeja de lo que parecen ser pasteles.

—Hola, cariño, —dice, pasando y dándome un beso—. Me agobiaba aquí sola y he salido a dar una vuelta, a ver si veía una pastelería, me apetecía comer pasteles. No sabía cuáles te gustaban y he cogido un poco de todo, mira, —y destapa la bandeja, dejando asomar una variedad de dulces, que bien podrían acabar con el hambre mundial.

—Te he llamado, ¿por qué no me has avisado? No sabía si te habías ido o qué habías hecho.

—No quería molestarte, estabas en un funeral. Por cierto, ¿qué tal ha ido? ¿Cómo estaba la familia? Tienes mejor cara que esta mañana, —su expresión dulce y simpática me embriaga, me quedo embobado, mirándola.

—Bien… bueno… ya sabes cómo son estas cosas. Mucha tristeza y alguna cara indeseable, pero ya está, él ha pasado a ser un bonito recuerdo. Ahora tengo que apoyar a la familia todo lo que pueda. Debo relajarme hoy, lo merezco.

—Sí, debes estar tranquilo, yo estoy aquí. Vamos, te daré el masaje que no pude darte anoche. Verás qué manos tengo.

—Eso sería estupendo, ¿harás eso por mí?

—Ni lo dudes. Vamos, dejaré esto en la cocina y te lo hago, —se da la vuelta y se encamina a dejar los pasteles. La sigo como el que sigue al líder de los centinelas de una guerra sin fin.

Llegamos al salón. Los sofás parecen esperarme, ansiosos de notar el peso de mi cuerpo hundido en ellos. Sara está apartando los cojines, para que pueda tumbarme y estar más cómodo.

—Quítate la ropa, anda, —me dice. Lo hago, sin preguntar.

Me tumbo en el sofá, boca abajo. La comodidad me envuelve, sigo estando bastante cansado. Poco después, noto su presencia por detrás de mí, su calor corporal en mi cuerpo. Se sienta en mi trasero, sus manos frías comienzan a manosear mi espalda, lo hace francamente bien, yo diría que es una profesional. Me estoy relajando mucho, me entra sueño, noto la vigilia tocando a la puerta de mi mente en forma de imágenes distorsionadas de la realidad. <<Me voy a quedar dormido>>, pienso.

—¡Eh, tú! ¡Despierta! —dice Sara en tono alto mientras toca mi pelo, masajeando mi cabeza.

—Estoy despierto, —contesto.

—Y una mierda, tío, estabas roncando. Será cabrón…

—¿En serio?

—Sí, además parecía que hablabas algo que no he podido entender.

—¿Hablo en sueños?

—No sé, eso parece. Voy a parar ya, porque si no, te quedarás dormido de nuevo. No quiero que estés durmiendo, quiero disfrutar de ti, esta noche me iré y no tendremos este tiempo tan valioso para estar juntos.

—Me parece justo. Pero, al menos nos veremos en el metro por las mañanas, ¿no?

—Sí, supongo que sí, aunque en el trabajo se rumorea que quizá me cambien de zona esta semana. Ya te iré comentando según vaya enterándome.

—¿De zona? Pero, ¿no eres diseñadora de interiores?

—Sí.

—¿Y cambias de zona? Pensé que trabajabas en una oficina.

—Sí, pero muchas veces salgo de allí para ir a casa de los clientes. Me puedo pasar varios días, quizá semanas, con el proyecto de una casa, depende de lo que quieran los clientes. He estado en la zona de Benicalap las últimas semanas, decorando un conjunto de casas adosadas. Mi jefe me dijo que esta semana, era probable que terminara ahí y me fuera a otro lugar.

—Entiendo. Vaya… pues nos veremos por la tarde…

—Sí, espero sacar tiempo de no donde no hay para poder verte algún día. Aunque suelo ir bastante liada con las clases y demás.

—Ostras… bueno… siempre nos quedará el fin de semana.

—Sí, eso sí. Si no nos vemos esta semana, nos veremos el viernes, o el sábado. Eso seguro. Estaré contando los segundos que faltan para verte, te voy a echar de menos, Valentín, guapo, —una última presión con su mano en uno de mis músculos dorsales culmina el trabajo mientras dice esa última frase.

—¿Ya?

—Ya. No me digas que no te has quedado bien, ¿eh?

Me levanto, me estiro todo lo que puedo, comprobando que sí, que me ha dejado como nuevo. Vaya manos.

—Sí, ¿estás segura que eres diseñadora y no masajista?

Una sonrisa nace de sus labios.

—No, aunque vistas las opiniones de todas las personas a las que he hecho masajes, bien podría dedicarme a ello, sí. Oye, tengo hambre, ¿qué podemos comer?

—Es verdad, son casi las tres. ¿Qué te apetece?

—Me apetece que me cocines, a ver qué sabes hacer.

—No soy un gran cocinero, normalmente cocina Marisa. Los fines de semana suelo comprar algo por ahí, cuando no, salgo a comer fuera. Pero puedo hacer un esfuerzo. ¿Risotto con gambas y setas? Lo he hecho unas cuantas veces y no me sale mal del todo.

—¿Cómo puede ser?

—¿Qué?

—El risotto es mi arroz favorito, y ahora resulta que es lo que mejor sabes cocinar. Todo parecen señales del destino. Eres perfecto. Comamos risotto cocinado por mi amor, elaborado con todo su amor.

—Vaya… sé hacer otras cosas, pero vamos… eso es lo que mejor me ha salido. Manos a la obra entonces. Me gustaría que me hicieras compañía mientras cocino, abramos una botella de vino. ¿Te parece?

—Tú sí que sabes disfrutar de la buena vida, cielo. Vamos, de postre tenemos pastelitos.

—Sí, dulces como tú.

—Anda, galán. Me vas a sonrojar.

—Es que eres como la miel de dulce, —me lanzo a darle un bocadito en el cuello. Las risas suenan mientras nos acercamos a la cocina. Voy a hacer mi primera comida para compartirla con alguien en esta casa. Ella, sin duda, merece la ocasión.

Al entrar en la estancia, voy directo a mi vinoteca; ahí tengo una selección de vinos de lo más exquisito. Le doy a elegir, sé que a ella le gustan mucho también. Elige un Somontano, crianza del ochenta y nueve; toda una delicia para el paladar. Aprovecho para sacar un preciado queso de cabrales, que guardo para esas ocasiones en las que me pongo a beber vino, observando el gran acuario del salón. Al abrir la botella y el queso, la mezcla de aromas impregna mi olfato, llenándolo de armonía culinaria.

—Ese queso es alucinante, —me dice.

—No le gusta a todo el mundo, es muy fuerte, pero si lo combinas con el vino, puede resultar hasta orgásmico.

—Doy fe de ello, aunque prefiero un orgasmo provocado por tus encantos.

—Y yo por los tuyos.

Comenzamos a beber, el agua de la cazuela empieza a hervir al mismo tiempo que nuestros labios se funden en uno, llenándose de deseo y placer.



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José Lorente.



miércoles, 26 de febrero de 2014

La niña que pensaba en marionetas

En el pequeño teatro, de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público, observando embebida aquel curioso espectáculo.


    Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca abierta.


    Después de la función, volvió a su casa, de la mano de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.


    —Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?


    —Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es posible.


    —Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?


    —Porque no están en el teatro.


    Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de su letargo y comenzaron a hablar con