Mostrando entradas con la etiqueta pasión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pasión. Mostrar todas las entradas

domingo, 9 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 34

Se escucha el burbujeo del agua hirviendo. Tengo los ojos cerrados por lo que me hace sentir el beso que me ha robado, bueno, más bien, he permitido que me lo robe. Sara me echa mano a una nalga, presionando hacia ella. Parece que quiere guerra, de esa dulce que los dos conocemos. No sé qué pasa, pero esta chica me excita demasiado, tanto, que ese término se queda corto, no sabría decir la palabra que describa el deseo sexual que despierta en mí. Abro los ojos, veo el agua de la cazuela a punto de rebosar, pero me es imposible parar. El agua desborda, se funde en el cristal de la vitro cerámica, un ligero olor a quemado nos rodea, eso parece que me excita más aún. Me deshago de su prisión amorosa sexual, como puedo, como un mago, que escapa de una camisa de fuerza, aparentemente imposible de desvestir.


—Joder, se quema, —digo, apartando la olla y apagando la vitro. Ella acecha por detrás, sobándome el trasero, besando mi cuello.


—Déjalo, quiero tu cuerpo, —me dice, con un tono que bien podría estar saliendo de la furcia más atrevida de toda la ciudad y echándome mano a mis partes, que ya no están en su estado normal.


—No… si yo también quiero, cielo, —le doy un beso largo—, pero no querrás que con todo lo que pasó ayer, ahora se me queme la casa también…


Se ríe, me mira y me vuelve a besar, profunda y fuertemente, rozándose, contoneándose como una serpiente sexual. Se abre la camisa y guía mi cara hasta su canalillo, presionándola fuerte, ahogándome casi, pero me encanta, huele tan bien… ese perfume mezclado con el olor de su piel es afrodisíaco, matador, intransigente.


Salimos andando sin parar de besarnos, dirección al sofá. Tropezamos justo antes de llegar y caemos de golpe en él. Sara se ha quedado encima de mí, medio desnuda, me mira.


—¿Sabes una cosa? —Me dice, tocando la punta de mi nariz con su índice—. Siempre he querido hacer el amor en un balcón, a la vista de todos, —su mirada es una insinuación atrevida, soberbia, de mando.


—¿Y a qué esperamos?


Me levanto, con ella en brazos. Ando hasta el ventanal que da paso al balcón, abro como puedo, con una mano, casi caemos de nuevo, está delgada pero pesa lo suyo…


Al salir, una brisa fría contacta con nosotros, el sol es débil, pero nuestros cuerpos apenas lo notan, ya arden de deseo y pasión. Los coches suenan en la calle, las fincas de enfrente se ven tan cercanas, que cualquiera que mirara por su ventana podría observar el espectáculo que estamos a punto de ofrecer gratuitamente.


Se da la vuelta, bajándose los pantalones, apoyándose en la baranda, su pelo vuela al vacío. Me está mirando con cara pícara, riéndose con dulce maldad. Miro en derredor, por si hay alguien, parece que no. Me desvisto, muy rápido. La penetro tan hondo como puedo, ella grita, gime, más de una ventana se abre poco después, el grito no ha sido que digamos discreto. Veo a vecinos asomarse, señalarnos, me da igual, sigo a lo mío, pensando que estoy en mi salón, que miren. A ella parece darle igual también, sigue gimiendo y gritando sin control. Cada vez hay más público, se gira y se ríe con descaro, parece que le pone demasiado. Cada vez vamos a más, hay padres resguardando a sus hijos de tan subida escena. Gritamos juntos, llegamos los dos al clímax final, a la culminación de la locura hecha amor, al desenfreno del morbo en estado puro, a la lujuria de hacer algo que sólo puedes hacer con una persona a lo largo de tu vida. Y eso me vuelve loco, más de lo que estaba ya, esto no puede ser verdad, pero sí, no es un sueño, no, es la realidad, mi realidad. Me tiro sobre ella, todavía con mi miembro dentro, la abrazo, le beso la espalda, ella todavía se está moviendo, pero más suave. Agarra mi nalga y la empuja hacia dentro, quiere más pero lo mío ya no sube, al contrario, baja, cada vez más. Es un quiero pero no puedo, después quizás…


—Cabrón, has acabado rápido, pero, es el mejor polvo que he tenido en toda mi vida, y eso que he hecho locuras, pero como esta ninguna. Pensé que no serías capaz, me equivocaba, como muchas veces, —y escapa de mi lazo carnal.


—Ya ves, a veces has de esperar a que sucedan las cosas para llegar a ciertas conclusiones, —contesto, subiéndome el pantalón. Saludo a los vecinos y entro en casa. Voy directo a la cocina, a reanudar la cocción; es la segunda vez que dejo una elaboración culinaria a medias por culpa de los deseos sexuales de Sara. Como siempre sea así, perderemos varios kilos de peso, aunque si es por ese motivo, no me importa en absoluto.


—Bueno, ¿cómo va ese risotto? —Pregunta riéndose, medio desnuda aún—. Pensé que ya estaba hecho—. Agarra un trozo de queso, la copa de vino y desaparece por la puerta.


—¡Eh! Pensé que me harías compañía mientras cocino, —le digo en voz alta.


Aparece con su móvil en la mano y la copa en la otra, masticando queso.


—Quería inmortalizar el momento en que me preparas la comida por primera vez, —y me hace varias fotos a las que sonrío con desfachatez.


Me las muestra.


—Salgo bien, me gustan, pásamelas por whats.


—Espera, aún falta una, la más importante, —activa la cámara frontal y posa junto a mí, el obturador suena repetidas veces. Al enseñarme esas fotos, descubro que en algunas de ellas ha desfigurado su cara cómicamente; con la lengua fuera, torciendo los ojos; me encanta. Está medio loca, absolutamente imprescindible en esta vida, la locura y el sentido del humor suelto, bandido, desenfrenado, claro está, en los momentos en que proceda llevar a cabo dichas prácticas.


Me río al ver sus caras de chiste, ella ríe conmigo.


—Hagámonos una poniendo cara de mutante, —me dice, colocando la cámara en posición.


—¿De mutante? ¿Cómo se hace eso?


—Así, —gira su cara hacia mí, con más arrugas que un perro shar pei, con los ojos metidos hacia la nariz y los orificios de ésta, más abiertos que el canal de la mancha.


Estallo en una carcajada potente, espontánea, veraz. Posamos, intento poner esa cara, pero no me sale, muestra de ello queda plasmado en las nuevas fotos; a lo máximo que he llegado es a arrugar mis patas de gallo un poco y torcer los ojos, nada más, pero ella, parece haberse transformado en un alienígena nacido en un mundo desconocido, pero tan dulce y divertida, que es imposible no reír a carcajada limpia.


El agua casi desborda otra vez, esta muchacha va a conseguir que no comamos nunca, haciendo valer mis expectativas anteriores en lo de perder peso corporal.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.




miércoles, 26 de febrero de 2014

La niña que pensaba en marionetas

En el pequeño teatro, de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público, observando embebida aquel curioso espectáculo.


    Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca abierta.


    Después de la función, volvió a su casa, de la mano de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.


    —Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?


    —Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es posible.


    —Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?


    —Porque no están en el teatro.


    Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de su letargo y comenzaron a hablar con

domingo, 29 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 24

El beso dura varios segundos. Sus manos han ido repasando mi cuerpo, una por delante y otra por detrás. Me aprieta una nalga, desliza sus labios por mi mejilla izquierda, llegando a mi cuello, lo explora en todas sus partes. Noto el calor de su aliento rodando por mi nuca, apenas me toca., Ssu mano masajea mi cabeza por detrás, cierro los ojos de placer. Me gusta que tome la iniciativa, pero es la mujer que me ha gustado más en años y debo intentar sorprenderla. Abro los ojos, agarro su pelo delicadamente y tiro de él; su cara se queda mirando hacia el techo, su cuello se esculpe delante de mí, tentador, esbelto, pidiendo a gritos ser lamido, lo hago, lentamente, con delicadeza., Ssu mano aprieta mi nuca, sigue masajeando esa zona. Sin parar, le quito el abrigo, ella hace ademán para que me sea más fácil hacerlo. El abrigo cae al suelo, detrás de sus pies. Me separo, la miro, sonrío. Me devuelve la sonrisa, acaricia mi cara, después mi pelo, por el costado. Intenta tomar la iniciativa de nuevo, me besa, apretándose contra mí. Los dos peleamos por dominar al otro, la compenetración es perfecta. Besa mejor de lo que podía imaginar. Hace un gesto de quitarme la americana, la ayudo; cae al suelo, como su abrigo. Lea cojo en brazos,, pasa su brazo por detrás de mi cuellose agarra con su brazo a mi cuello., Nno deja de beesarme mientras la llevo hacia la habitación. Abro la puerta de una patada, entro de costado, con ella en brazos. La dejo caer en la cama despacio, ella se acomoda, frota sus piernas y estira sus brazos a lo largo de la cama, por encima de su cabeza. Me tumbo a su lado, de costado, apoyando la cabeza en mi mano. Me quedo observándola un instante, paso mi dedo índice por su mejilla derecha, después por su labio inferior, tan carnoso y suave, que mi dedo parece papel de lija en comparación. Ella se incorpora un poco, apoyando sus codos en la cama, por detrás de su espalda, su melena castaña baila con su movimiento de cuello, a un lado y a otro. Me mira a los ojos, no hay palabras que decir, salta a la vista que los dos disfrutamos con sólo mirarnos. Acerco mi cara lentamente, rozo mis labios con los suyos, entreabiertos. Mis ojos se han cerrado automáticamente. Sabe mejor que huele, y eso, son palabras mayores. Deslizo mi mano derecha por su cintura, siento miedo de correr demasiado, ella se encarga de quitármelo, guiando mi mano hacia sus pechos;. <<Dios, que delantera más preciosa>>, pienso, mientras disfruto de su tacto suave, hundiendo mis dedos en unoa de ellos. Beso su cuello, bajando por su pecho, aparto su jersey intentando descubrir esos senospechos, que parecen perfectos, como toda ella. Se levanta, quedándose sentada en la cama, se quita el jersey y se tumba de nuevo, agarrándome por el cuello y guiándome hacia ella, hacia su boca;, nos besamos, es un beso más apasionado., Mmi mano acaricia su cuerpo, voy directo a sus pechos con mis labios, noto sus pezones debajo del sostén, son pequeños, están duros, formando una pequeña montaña en su ropa interior; los descubro y los masajeo con mis labios y mi lengua, se erizan más, su piel se tersa alrededor, se torna de pollo, eso me hace saber que está sintiendo escalofríos, es una buena señal. Sigo entretenido con sus pechos, llevo mi mano por detrás de sus muslos, la aprieto hacia mí, ella se estira y se contonea, sube su mentón, siente el placer. Pasa su pierna izquierda por encima de mi cadera derecha, me aprieta hacia ella, busca mis partes con su entrepierna, se mueve, tratando de rozarse. Me agarra la cara con sus dos manos, me lanza hacia atrás y se posa encima de mí, con las piernas abiertas. Sin parar de bailar encima, se quita el sostén; sus pechos asoman como dos manzanas brillantes y en su punto, con sus dos palitos alzados. Los miro y me pongo a dar gracias por tener la suerte, de estar en la cama con una mujer tan perfecta. Se agacha sobre mí, me besa en la cara, me lame el cuello mientras desabrocha los botones de mi camisa. Me incorporo y termino de quitármela. Me empuja y caigo de nuevo en la cama; me dejo. Repasa mi cuerpo con sus labios y su lengua, sin dar tregua. Llega al pantalón, demuestra una gran habilidad con el cinturón, deshaciendo su atadura y sacándolo suavemente, lo alza en una mano, enseñándomelo.


—Sube tus manos, —me dice.


Hago caso, quiere atarme, o eso parece, me encanta. Pasea sus pechos por delante de mi cara, momento que aprovecho para besarlos cariñosamente., Mme ata las dos manos arriba con el cinturón., Vvuelve abajo, pasando sus manos por mis brazos y mi cuerpo, las deja posadas en mi pecho mientras desabrocha mi pantalón con su boca. <<Es una salvaje>>, pienso, me gusta. Baja, me quita los zapatos y se deshace de mi pantalón y mi calzoncillo en menos de diez segundos. Pronto se encuentra jugando con mi pene, lo toma como un Chupa Chups de gran tamaño, lo acaricia con las dos manos, le pasa los labios por todas sus zonas, enseñando la lengua en ocasiones. Mi glande da espasmos de placer. Su cabeza se mueve en mis bajos, noto el calor de su boca cubriendo mi miembro, mis piernas se mueven, lo hace demasiado bien, es increíble. <<¿Será tan perfecta en todo?>> Me pregunto mientras cierro los ojos.  Noto su calor hasta los testículos, Lla tiene bien adentro, se queda ahí unos segundos y luego sube, paseando su lengua por mi cuerpo, ahora es mi piel la que se está erizando. Se alza sobre mí, se quita los tacones de dos zarpazos rápidos y se pone de pie en la cama, desabrochándose los pantalones. La miro, parece una gigante, perfecta, sus senos caen lo justo, su melena cubre su cara y parte de su pecho. Se deja caer de golpe, sentándose a mi lado, se termina de quitar todo, pantalones y ropa interior. Me mira, sonríe sensualmente y coloca su entrepierna en mi cara, dándome la espalda, huele como toda ella, está depilada a la perfección. No dudo un instante y comienzo a buscar sus labios exteriores, ella se encarga de regalármelos con movimientos de vaivén, se frota con mi boca mientras masajea mi pene y le da besos húmedos. Está gimiendo, le gusta lo que hago con sus partes, su fluido vaginal resbala a borbotones por mi cara, el calor ha aumentado en toda la habitación. Sólo se escuchan sus jadeos, cada vez van a más. Separa su entrepierna de mi cara y la dirige hacia mis partes, agarra mi miembro y lo introduce, noto como aprieta con sus músculos vaginales. Comienza a moverse como una diosa del baile del vientre. Veo su espalda y sus nalgas delante de mí, me dejo, quiero ser su esclavo, que me domine, lo hace tan bien que me estoy yendo, no aguantaré mucho más, parece mentira, pero no puedo controlarlo.


—¡Para, para! —Le digo. Le cuesta un poco, pero al final, obedece.


—¿Qué pasa? —me dice, girándose y moviendo un poco sus caderas.


—¿Preservativo?


—No hace falta, tomo la píldora.


—Ah… genial. Puedes continuar entonces.


Gira la vista y continúa con sus meneos, ese pequeño parón ha dado un poco de tregua a mi aguante, pero sigue moviéndose de esa manera inhumana, que hace que termine en menos de cinco minutos. Ella también ha tenido un orgasmo, al mismo tiempo. Se queda moviéndose lentamente. Sin salir de mí,, ggira todo su cuerpo, haciendo un extraño malabarismo y se tumba sobre mí, me da un beso en el cuello. Apoya su cara en mi pecho, su respiración es profunda y su aliento da de lleno en mi cara, con ese aroma suyo infernal, mezclado con el aroma natural de su cuerpo candente después de tener sexo, una delicia para mí, que jamás imaginé que podría disfrutar.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


domingo, 10 de noviembre de 2013

Perfume. Capítulo 17

—¿Qué pasa? ¿A qué viene tanta prisa por salir? —Pregunta Sandra, terminando de ponerse la chaqueta, detrás de mí, siguiéndome el paso.


Pienso en contarle que he visto a Sara, pero eso supondría hacerle saber que, otra vez, una chica por la que siento algo, me engaña. <<No, evade la información, será mejor. Haz como si tuvieras prisa por llegar a su casa, eso le gustará>>, me comenta la voz interna.


—No, querida. Es sólo que… tengo ganas de que lleguemos a tu casa, —le digo agarrándola por la parte baja de su espalda y dándole un pequeño empujón hacia mí, momento que aprovecha para agarrarme del cuello de la camisa y besarme con descaro y sensualidad, adentrando su lengua en mi boca y peleando con la mía, que tampoco se está quieta.


—Mmm… esa respuesta me gusta, igual que me ha gustado este beso. Veo que tus dudas se han aclarado, ¿no? —me dice lentamente, mirándome con gran deseo y complicidad.


—Sí, cariño. He cambiado de opinión. Ahí dentro, lograste convencerme. Tengo ganas de ti, no lo puedo evitar.


—Eso quería escuchar. Venga, vámonos.


Me da otro beso apasionado y al separarse se le tuerce un tacón, provocando una caída tonta, que guarda relación directa con el alcohol. Se queda en el suelo tirada y riéndose a carcajadas de sí misma.


—Qué mareo llevo, tío. Creo que no estoy del todo bien para conducir esta vez, —dice, entre risas.


Río y le tiendo mi mano para ayudarla a levantarse.


—Venga, arriba, —le digo con una mueca de esfuerzo.


No es que me cueste levantarla pero, si tenemos en cuenta, que llevo en el cuerpo una botella de vino y tres gin tonics, la cosa cambia. También me encuentro bastante borracho, pero yo sí puedo conducir.


—No te preocupes, yo llevo el coche hasta tu casa, está cerca. Iremos despacio.


—Me parece bien, —responde, acercándose y agarrándome de nuevo la camisa para darme dos lametones en la mejilla y un húmedo beso, que indican sexo a raudales.


Llegamos a su casa; un precioso loft en la zona de Rascaña. La temperatura del hogar se nota nada más entrar; es cálida, parece que tiene la calefacción programada y un ligero aroma a cítricos se deja percibir en el aire. El ventanal está cubierto por un panel japonés blanco. La cocina de color granate brillo integrada en el salón cuenta con una isleta central en donde se ubica la vitro cerámica. Un sofá de cuero negro semicircular, decora y da acomodo en el salón. Los muebles son de estilo vanguardista. Se nota que esta chica tiene un gusto y estilo inigualables. Una única puerta da acceso al dormitorio con baño.


Sandra se deshace de sus tacones, lanzándolos por los aires sin tocarlos con la mano; uno de ellos golpea en la lámpara de pie que abriga al sofá.


—¡Mierda! Casi me la cargo, —dice, mirándome y riéndose.


—Menos mal que he traído yo el coche, si no…


—Si no, ¿qué?, —interrumpe con gesto chulesco, a la vez que sensual.


—Si no, podríamos haber acabado como tu querida lámpara, atacados por un tacón gigante, o vete tú a saber, —bromeo sin sentido y ella me ríe la gracia como si en su vida le hubieran contado un chiste.


—¿Qué quieres tomar? Tengo cerveza, vino, ginebra.


—Creo que voy a beber agua. Ya está bien por hoy.


—Sí, supongo que ya vamos bien.


Se quita el bolso y se va directa a la habitación.


—Ponte cómodo. Enseguida salgo, —me dice, mientras anda dándome la espalda.


—De acuerdo, —contesto.


No es la primera vez que estoy aquí. Agarro el mando de la televisión y pongo las noticias, por poner algo.


—¡Déjate de rollos televisivos y pon algo de música, hombre! —Se oye la voz de Sandra salir desde la habitación.


Pienso que es buena idea, apago la televisión y cambio de mando a distancia. Enchufo la cadena musical, en pocos segundos comienza a sonar una música bonita, agradable. No la conozco, pero parece algo de soul, cantado por una mujer, posiblemente negra.


—¿Quién es? —Digo en voz alta.


—¿Quién es, quién? —Responde, a lo lejos.


—La que canta. ¿Quién va a ser?


—Ah, pensé que decías la del cuadro. La que canta es Angie Stone, ¿te gusta? ¿No la conoces?


—No, no la conocía. Me gusta. —Contesto, volcando mis ojos sobre el cuadro que no había visto. Es nuevo, la última vez que estuve aquí, no estaba. Es un retrato en blanco y negro, pintado a mano, de una mujer con un cigarro en la mano y con aspecto antiguo, al estilo de las famosas fotos de Audrey Hepburn. Queda genial con el decorado. Me gusta el estilo.


Sandra sale de la habitación cuando la tercera canción comienza sonar. Yo me he servido un vaso de agua y estoy recostado, disfrutando de la buena música. Lleva una camiseta larga, blanca, holgada, con cuello ancho, que deja ver uno de sus hombros. A la altura del pecho y vientre, se dibuja la cara de una chica considerablemente hermosa, moderna y coronada por una frase, que leo entre sus dos bultos tambaleantes, que se mueven libres, al no tener sujeción: “The good is life”, en letras modernas, acordes con el dibujo.


—Ahora te vas a enterar, querido, —me dice mientras se acerca, mirándome fijamente.


Reincorporo mi cuerpo para recibirla en el sofá, llega y me da un empujón, para volver a dejarme recostado y posarse encima de mí, con sus piernas abiertas por fuera de las mías. Comienza a desabrocharme los botones de la camisa mientras besa mi cuello lenta y sensualmente, acompañando con su lengua cálida y húmeda. Un escalofrío se genera en cada beso que me da, recorriendo mi cuerpo hasta llegar a todas mis zonas erógenas; mi erección es insalvable y ella lo nota entre sus piernas, comenzando a mover suavemente sus caderas, tratando de rozar sus partes íntimas con las mías. La tensión va subiendo, respondo agarrándola del cuello con una mano, y con la otra, apretándole fuertemente una de sus nalgas. La pasión se desata, mi camisa ha salido volando por los aires, lanzada por Sandra, que guía la mano que tengo en su cuello hasta uno de sus pechos, presionando y dejándola ahí, para que la masajee; lo hago, me gusta; me gustan sus pechos, tienen un tamaño perfecto y un tacto excelente. Se separa de mí un momento para quitarse la camiseta. Observo atolondrado su maravilloso cuerpo de curvas despampanantes y tersa piel. Sus pezones están ahí, delante de mí, duros como piedras, esperando a ser lamidos, lentamente, en círculos, para después succionarlos con delicadeza. Lo hago mientras presiono la parte superior de su culo contra mí y me encanta. Ella, responde con más movimientos de cadera, perfectos y ardientes. Nuestras lenguas se entrecruzan, como si estuvieran librando una gran batalla. Siento el calor de su entrepierna en mis bajos. Se detiene, desciende, besando mi pecho y siguiendo hasta el borde del pantalón. Intenta desabrochar el cinturón, pero no lo entiende. Me mira, pidiendo ayuda, se la presto con una sonrisa en mi cara. Mientras me quito el pantalón, no puede dejar de besarme la oreja. Estoy muy caliente y ella también. <<Apuesto, que está fluyendo su líquido vaginal a borbotones. ¡Qué bueno!>> Pienso. Termino con el pantalón. Me besa el pene lentamente por todas sus zonas y juguetea con su lengua. Lo introduce en su boca, noto el calor y la humedad de la misma. Mi fogosidad se vuelve insaciable, no quiero esperar más. La agarro y la manejo hacia mí, volviendo a colocarla encima. Ella me la agarra y se la mete, sin vacilar. Entra suave por los fluidos de ambos, el placer es exuberante. Comienza sus movimientos de cadera, sin dejarme que menee ni un pelo. Su cara lo dice todo, supongo que la mía no se queda atrás. Gime fuerte y se deshace de placer. Me folla y me vuelve a follar, corriéndose cada dos o tres minutos; eso me pone más ardiente aún. Cuando lleva unos siete u ocho orgasmos, decido terminar y acompañarla en el último de ellos. Gritamos juntos, finalizamos al mismo tiempo, al compás; la canción que suena en ese momento también parece ir a nuestro ritmo, el momento se torna especial e increíble.


—Oh… Qué grande eres, cabrón, —dice, gimiendo y moviéndose levemente, conmigo dentro.


La miro y sonrío un segundo, para después poner cara de placer absoluto, por lo que siento ahí abajo, con cada suave movimiento.


—Me ha encantado, guapa, como siempre, —le digo, dándole besos en su hombro.


—Ya sabes lo que pienso yo, ¿no?


—Sí, no hace falta que hables. Disfruta.


La música se para y la magia que había, parece haberse esfumado de repente. Se despega de mí y se va corriendo al baño. Yo me quedo tirado en el sofá, con la vista entrecruzada, mirando a la nada.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.