Mario conducía su coche
por una autovía, a su lado iba Pedro, amigo suyo desde la infancia; iban de
viaje de fin de semana a las playas del sur de España, estaban en pleno mes de
julio y el calor era abochornante. Decidieron parar a refrescarse y comer algo
en una estación de servicio que había en el camino. Eran las 14:00 horas, el
sol caía como cristales afilados que se incrustan en la piel produciendo un
daño irreparable. Pedro acababa de salir del coche y estaba estirándose en
medio de la calzada del aparcamiento, llevaban 4 horas de viaje y sus cuerpos
estaban algo agarrotados. Una fuerte bocina alertó a Pedro, que vio como un tráiler
le pasaba de cerca esquivándole, se lo hubiera llevado por delante de no ser
por la habilidad del conductor. Pedro saltó a un lado quedándose con un susto
de muerte, mientras Mario, reía al ver el pequeño percance que le había
sucedido a su amigo; la situación había sido algo cómica a pesar de la
peligrosidad de la misma. A decir verdad, reía porque en realidad no había
pasado nada, no hubiese reaccionado así si el susto hubiese tomado el término
de accidente al final.
—Joder, tío. Tendrías que ver el salto que has dado
y la cara que se te ha quedado, —le dijo Mario riéndose.
—Qué cabrón, no te rías tanto, me he dado un susto
para morirse. Ha pasado cerca. No sé por qué ese tío circulaba a tanta
velocidad por dentro de un parking, pero bueno, no ha sido nada. ¿Vamos a
comer?
—Sí, me muero de hambre.
Entraron al área de servicio y saciaron su hambre,
su calor y su sed. Tan pronto como habían terminado volvieron al coche, a seguir
la marcha.
Llevaban una hora de camino cuando comenzó a hacer
un calor monumental dentro del coche.
—¿Me lo parece a mí, o hace mucho calor? —Preguntó
Pedro.
—Sí, estoy empezando a sudar, el aire acondicionado
parece haber perdido su potencia, no sé, quizá sea por el rato que está
encendido. Vamos a dejarlo a ver si se recupera, —contestó Mario bajando los
grados de la temperatura del aire.
Media hora después el calor era insoportable, el
aire acondicionado parecía haberse estropeado y el aire que salía era más
caliente que frío.
—Tío, yo no aguanto más, vamos a bajar las ventanas
de una vez, ¿no? —Dijo Pedro.
—Sí, parece que se ha roto, cuando lleguemos iremos
a un taller a que lo revisen, —contestó Mario bajando las ventanillas.
El aire del exterior era un poniente ardiente, pero
algo les refrescaba porque sus cuerpos a esas alturas estaban sudados por todas
partes. Pedro llevaba el brazo fuera de la ventanilla para que el aire le diera
en la cara. En la radio comenzó a sonar una canción que les encantaba a los
dos, se pusieron a cantar a voces, alegres por el viaje que estaban haciendo.
Mario giró su cara hacia Pedro cantándole la canción
a toda voz. Cuando volvió a poner la mirada en la carretera se dio cuenta de
que había un perro justo delante de su trayectoria, demasiado cerca como para
poder frenar, así que trató de esquivarlo con un golpe de volante a la derecha,
con la mala fortuna de que un tráiler pasaba por su lado justo en ese momento.
Fue todo demasiado rápido. Chocó con el tráiler por el lateral, cuando quiso
enderezar la trayectoria Pedro gritaba como si algo le estuviese haciendo mucho
daño, y en efecto, era su brazo, había quedado atrapado en alguna parte del
camión, si Mario quería volver a su carril, Pedro se salía por la ventana,
quedando atrapado en un tráiler que no parecía haberse enterado de lo que había
pasado. La situación se volvió tensa y complicada. Mario sabía que si frenaba o
aceleraba más de la cuenta, Pedro saldría volando por la ventana. Comenzó a tocar
el claxon para alertar al conductor del camión. Pero esa no fue la decisión más
acertada por parte de Mario, el conductor del camión exaltado por los continuos
estruendos del claxon frenó en seco, Pedro no salió volando por la ventanilla
ya que estaba atado con el cinturón de seguridad, Mario quedó aliviado al ver
que todo había salido bien, que su amigo estaba a su lado, sano y salvo,
parecía que el brazo se había desatascado del camión en el momento en que éste
frenó en seco. Todo había sido un susto. Entonces Pedro miró a Mario con la
cara desencajada, como quién acaba de salir de una situación de vida o muerte,
luego miró hacia el lado del camión comprobando que un chorro de sangre salía a
borbotones de su hombro, el brazo ya no estaba, el costado derecho de Pedro era
una sanguinolenta masa de carne desguazada que escupía sangre a golpes. El
conductor del tráiler llegó a la ventanilla de Pedro comprobando el desastre y
llevándose las manos a la cabeza. Mario salió del coche y se puso al lado del camionero,
al ver la escena, miraron atrás y vieron el brazo de Pedro colgando del lateral
del camión. Los ojos de Pedro miraban a Mario como pidiendo auxilio, no se lo
pensó y se lanzó a taponar la arteria que soltaba toda esa sangre, pero eso no
era suficiente, poco a poco, Pedro fue debilitándose hasta perder el
conocimiento. Mario se quitó la camiseta y trató de parar la hemorragia pero
aquel trapo se tiñó en segundos de rojo oscuro empapando toda la superficie.
—¡¡¡¡Llama a urgencias, por favor!!!! —Le gritó
Mario al camionero, que corrió hacia la cabina a coger el teléfono y llamar.
Para cuando llegaron las asistencias, ya era tarde,
Pedro había perdido la vida desangrado. Mario no podía creer lo que había
sucedido, el camionero quedó horrorizado por aquel siniestro tan raro y
circunstancial. Todo fue un cúmulo de hechos que condujeron al horroroso final,
y es que parecía que la muerte estaba siguiendo de cerca a Pedro aquel día,
hasta que dio con la forma de acabar con él. Mario se lamentó por haberse reído
del pequeño percance que tuvo Pedro en la estación de servicio, se dio cuenta
de que eran las últimas risas que dirigió a su amigo; nunca conseguiría
recuperarse de aquello.
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José Lorente.
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