miércoles, 5 de febrero de 2014

Carretera final

Mario conducía su coche por una autovía, a su lado iba Pedro, amigo suyo desde la infancia; iban de viaje de fin de semana a las playas del sur de España, estaban en pleno mes de julio y el calor era abochornante. Decidieron parar a refrescarse y comer algo en una estación de servicio que había en el camino. Eran las 14:00 horas, el sol caía como cristales afilados que se incrustan en la piel produciendo un daño irreparable. Pedro acababa de salir del coche y estaba estirándose en medio de la calzada del aparcamiento, llevaban 4 horas de viaje y sus cuerpos estaban algo agarrotados. Una fuerte bocina alertó a Pedro, que vio como un tráiler le pasaba de cerca esquivándole, se lo hubiera llevado por delante de no ser por la habilidad del conductor. Pedro saltó a un lado quedándose con un susto de muerte, mientras Mario, reía al ver el pequeño percance que le había sucedido a su amigo; la situación había sido algo cómica a pesar de la peligrosidad de la misma. A decir verdad, reía porque en realidad no había pasado nada, no hubiese reaccionado así si el susto hubiese tomado el término de accidente al final.


    —Joder, tío. Tendrías que ver el salto que has dado y la cara que se te ha quedado, —le dijo Mario riéndose.


    —Qué cabrón, no te rías tanto, me he dado un susto para morirse. Ha pasado cerca. No sé por qué ese tío circulaba a tanta velocidad por dentro de un parking, pero bueno, no ha sido nada. ¿Vamos a
comer?


    —Sí, me muero de hambre.


    Entraron al área de servicio y saciaron su hambre, su calor y su sed. Tan pronto como habían terminado volvieron al coche, a seguir la marcha.


    Llevaban una hora de camino cuando comenzó a hacer un calor monumental dentro del coche.


    —¿Me lo parece a mí, o hace mucho calor? —Preguntó Pedro.


    —Sí, estoy empezando a sudar, el aire acondicionado parece haber perdido su potencia, no sé, quizá sea por el rato que está encendido. Vamos a dejarlo a ver si se recupera, —contestó Mario bajando los grados de la temperatura del aire.


    Media hora después el calor era insoportable, el aire acondicionado parecía haberse estropeado y el aire que salía era más caliente que frío.


    —Tío, yo no aguanto más, vamos a bajar las ventanas de una vez, ¿no? —Dijo Pedro.


    —Sí, parece que se ha roto, cuando lleguemos iremos a un taller a que lo revisen, —contestó Mario bajando las ventanillas.


    El aire del exterior era un poniente ardiente, pero algo les refrescaba porque sus cuerpos a esas alturas estaban sudados por todas partes. Pedro llevaba el brazo fuera de la ventanilla para que el aire le diera en la cara. En la radio comenzó a sonar una canción que les encantaba a los dos, se pusieron a cantar a voces, alegres por el viaje que estaban haciendo.


    Mario giró su cara hacia Pedro cantándole la canción a toda voz. Cuando volvió a poner la mirada en la carretera se dio cuenta de que había un perro justo delante de su trayectoria, demasiado cerca como para poder frenar, así que trató de esquivarlo con un golpe de volante a la derecha, con la mala fortuna de que un tráiler pasaba por su lado justo en ese momento. Fue todo demasiado rápido. Chocó con el tráiler por el lateral, cuando quiso enderezar la trayectoria Pedro gritaba como si algo le estuviese haciendo mucho daño, y en efecto, era su brazo, había quedado atrapado en alguna parte del camión, si Mario quería volver a su carril, Pedro se salía por la ventana, quedando atrapado en un tráiler que no parecía haberse enterado de lo que había pasado. La situación se volvió tensa y complicada. Mario sabía que si frenaba o aceleraba más de la cuenta, Pedro saldría volando por la ventana. Comenzó a tocar el claxon para alertar al conductor del camión. Pero esa no fue la decisión más acertada por parte de Mario, el conductor del camión exaltado por los continuos estruendos del claxon frenó en seco, Pedro no salió volando por la ventanilla ya que estaba atado con el cinturón de seguridad, Mario quedó aliviado al ver que todo había salido bien, que su amigo estaba a su lado, sano y salvo, parecía que el brazo se había desatascado del camión en el momento en que éste frenó en seco. Todo había sido un susto. Entonces Pedro miró a Mario con la cara desencajada, como quién acaba de salir de una situación de vida o muerte, luego miró hacia el lado del camión comprobando que un chorro de sangre salía a borbotones de su hombro, el brazo ya no estaba, el costado derecho de Pedro era una sanguinolenta masa de carne desguazada que escupía sangre a golpes. El conductor del tráiler llegó a la ventanilla de Pedro comprobando el desastre y llevándose las manos a la cabeza. Mario salió del coche y se puso al lado del camionero, al ver la escena, miraron atrás y vieron el brazo de Pedro colgando del lateral del camión. Los ojos de Pedro miraban a Mario como pidiendo auxilio, no se lo pensó y se lanzó a taponar la arteria que soltaba toda esa sangre, pero eso no era suficiente, poco a poco, Pedro fue debilitándose hasta perder el conocimiento. Mario se quitó la camiseta y trató de parar la hemorragia pero aquel trapo se tiñó en segundos de rojo oscuro empapando toda la superficie.


    —¡¡¡¡Llama a urgencias, por favor!!!! —Le gritó Mario al camionero, que corrió hacia la cabina a coger el teléfono y llamar.


    Para cuando llegaron las asistencias, ya era tarde, Pedro había perdido la vida desangrado. Mario no podía creer lo que había sucedido, el camionero quedó horrorizado por aquel siniestro tan raro y circunstancial. Todo fue un cúmulo de hechos que condujeron al horroroso final, y es que parecía que la muerte estaba siguiendo de cerca a Pedro aquel día, hasta que dio con la forma de acabar con él. Mario se lamentó por haberse reído del pequeño percance que tuvo Pedro en la estación de servicio, se dio cuenta de que eran las últimas risas que dirigió a su amigo; nunca conseguiría recuperarse de aquello.





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José Lorente.


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