domingo, 9 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 30

Su pierna se alza rozando mi cadera, una de sus manos aprieta fuerte el cuello de mi pijama, tirando hacia ella. Me besa demasiado sexy; su otra mano está haciendo fricción en mi pene por encima del pantalón. Me gusta demasiado y sí, es definitivo, el zumo se quedará a medio hacer…


La fuerza que empleamos cada uno con nuestras bocas en el empuje hacia el otro, es como si fuese la última vez que tienes oportunidad de dar un beso apasionado a alguien, sólo que esto es fruto de la extensa atracción que existe entre ambos. Rodamos por la cocina, me estampa contra la nevera, tan fuerte, que algo en su interior ha caído, se ha escuchado el ruido. Su pierna vuelve a subir, atrapándome y empujándome hacia ella; estoy tan excitado que le arranco la camisa de un tirón, varios botones saltan al suelo; ya los coserá Marisa, la asistenta. Descubro que no lleva ninguna clase de ropa interior, eso me pone más eufórico. Sus pechos bailan frente a mí, aprieto uno con mi mano, lo estrujo fuerte, lo succiono como si fuese un flan de medio kilo y tuviera que comerlo de un bocado. Ella gime, levanta su mentón, aprieta más con su talón en mis nalgas, su mano me está masturbando, ya ha pasado la barrera del pantalón. Subo con mi lengua, pasando por su cuello, su oreja y la beso; nos faltan lenguas para tratar de ganar esta dulce guerra. Paseo mi mano por detrás de sus tersas nalgas, presiono fuerte, tanto, que la levanto del suelo; aprovecho para cogerla por detrás de sus rodillas, sus piernas ayudan, abriéndose ante mí. La tengo en brazos, se ha visto obligada a soltar mi miembro, me sonríe con picardía y sensualidad. Hace un pequeño esfuerzo, alargando su brazo, para introducirme dentro de ella; los dos rugimos de placer después de fundirnos en uno. Lo movimientos comienzan suaves, intensificándose a medida que avanzamos. La nevera se mueve, se levanta del suelo; los objetos de su interior suenan, cayendo; algo se ha roto. Paramos, nos reímos y pasamos de ese hecho, es demasiado bueno como para detenerse a preocuparse por un hipotético bote de mermelada roto. Salgo de ahí, con ella en brazos, sin salir de su interior. La estampo en el banco de la cocina, ha tomado el mando. Comienza sus peligrosos movimientos diabólicos, nacidos de su entrenamiento de baile profesional. <<No pienso sucumbir tan fácil como anoche, esta vez no>>, me endurezco al pensar eso. Trato de tomar el control, pero no me deja; me empuja con sus manos, su cara expresa picardía extrema, su media sonrisa lo dice todo. Salta de la bancada, se da la vuelta, con sus piernas abiertas, agachándose y mirándome por el hueco que dejan éstas; sonríe, haciendo un gesto con su dedo, “acércate”, indica éste. Mi respuesta es inmediata, arranco mi camiseta de un tirón, la embisto por atrás, introduciéndome de nuevo. La agarro del pelo, asomándome por el lateral de su cara, besando su mejilla con frenesí. Abre la boca de placer, gime fuerte, grita; sus manos apoyadas en el banco apenas pueden soportar la tremenda fuerza que le traspaso. Aun así, suelta una de ellas y se agarra de mi hombro, girando su cuerpo y su rostro, mirándome con esa cara que cualquier hombre tendría un orgasmo con tan sólo verla, agarro el pecho que asoma con mi mano libre. Eso hace que me excite y sienta que me voy, ella sigue gritando demasiado, me encanta. <<Es buen momento para terminar, es posible que terminemos juntos>>, pienso. Aumento la velocidad, se me escapan gemidos, cada vez más fuertes. Sus gritos podrían estar escuchándose desde Lima. Sus uñas se clavan en mi hombro, acerco su cabeza, tirando de su cabello. Cuatro espasmos profundos y cuatro gemidos fuertes brotan de mí; ella ha gritado tanto que el timbre de su voz ha tenido fallos. Los músculos se relajan, suelto su pelo, me poso sobre su espalda, besando con suavidad su omóplato; ella agacha la cabeza, dejando caer su melena, que roza el suelo. Permanecemos así varios segundos, el sudor corporal hace que de nuestros cuerpos brote vapor. Salgo de ella, apoyándome en la nevera. Se da la vuelta, agarrando un trozo de papel de cocina que usa para limpiarse un poco.


—Vaya, —dice—. Ha sido increíble, —me mira, dejando asomar una pequeña sonrisa; sus ojos brillan con especial vigor.


—Uf, —resoplo—. Sí… me encanta el sexo matutino, me he despejado.


—Voy al baño, cielo. Eres el mejor, —dice, antes de echar a correr hacia allí.


—Está bien, seguiré preparando el zumo, —contesto—. Me acerco al exprimidor, el olor a naranja parecía haber desaparecido, pero sigue ahí. Reanudo la tarea.


—Hola, naranjitas, os ha gustado el espectáculo, ¿eh? —digo desde mi mente, pensando que las naranjas me escuchan, como otras muchas veces. Sí, a veces me pongo a hablar con objetos o muebles, o lo que sea, por telepatía, es una forma de averiguar mi estado de ánimo, cuando lo hago, significa que estoy feliz, el problema es que nunca he encontrado respuesta por parte de ellos, aun así lo sigo haciendo muchas veces, no sé por qué, será como uno de esos misterios de la vida, como cuando desaparecen calcetines en la lavadora, o desaparece el ticket de ese producto que acabas de comprar y tienes que devolver porque no te convence… En fin.


Continúo exprimiendo, observando cómo va cayendo el delicioso  líquido por el orificio, huele tan bien. Escucho a Sara trasteando, eso me hace más feliz, si cabe. Pero pronto, vuelvo a la realidad; los trozos de Héctor, se interponen entre mis ojos y el exprimidor, como hombrecillos que vienen en formación militar, cantando: eres bobo, eres bobo, eres bobo… repetidas veces. Dejo de hacer zumo, una preocupación inmediata peregrina por todas las partes de mi cuerpo, esto no es normal. Me doy dos golpes en la cabeza, la visión desaparece, pero esto me hace plantearme el ir a un especialista de la psicología. <<Tal vez he sufrido algún tipo de trauma>>, pienso, confuso.


Voy al cuarto de baño, con mi vaso de zumo en la mano y masticando dos fresas. El vapor de agua asoma por la ranura de la puerta entreabierta. La empujo despacio. Se está duchando.


—Bonita, tengo que salir corriendo al funeral. No vengas si no quieres, —le digo—. Volveré lo antes posible, ¿vale?


—Cariño, ¿en serio no quieres que vaya? ¿O es por esa niña? ¿Cómo se llamaba…? ¿Paula?  Crees que puedo ser un estorbo, ¿verdad? Es eso.


—¿Otra vez con eso? No, lo digo por ti, para que no tengas que soportar estar en una situación así, —miento, tiene razón. Después del ataque de celos de Paula, no me fío de llevarla de nuevo, se puede montar alguna escena desagradable para olvidar, la niña es muy temperamental.


—¿Seguro?


—Sí… Quédate aquí si quieres, el desayuno lo tienes hecho, estás en tu casa, —le digo, vistiéndome con uno de mis trajes negros.


—Venga, está bien. Pero si necesitas algo, me llamas, ¿vale? Te esperaré aquí, mi príncipe, a que vuelvas a mimar a tu princesa.


—De acuerdo. Tienes ordenador, consola de juegos, películas… lo que quieras. Volveré pronto, —le digo, entrando en el baño, ya vestido, para peinarme y darle un beso de despedida. Ya ha salido de la ducha; compartimos espejo mientras me arreglo el pelo y ella se coloca la toalla de una forma espectacular en la cabeza, vaya técnica tiene para hacerlo.


—Tardaré lo menos posible, ¿vale? —y la beso en la mejilla. Para ella es poco y me planta un beso de tornillo que me deja estupefacto, pero al que no dejo de responder. Salgo, dejándola allí, en mis dominios, feliz por ese hecho, pero triste por el sitio a donde voy. 




No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.


José Lorente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario