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domingo, 16 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 35

Al fin puedo completar la comida; el arroz estilo risotto me ha salido impresionante, para chuparse los dedos. Las felicitaciones de Sara al terminar de comerlo hacen que crezca mi ego. Nadie me ha dicho nunca tantas cosas buenas sobre mí, esta chica va a terminar por hacerme caer en un enamoramiento absoluto, allanador. La verdad, ya tenía ganas de vivir momentos así, después de tantos años de soledad, de relaciones vacías, de engaños y traición, creo que ya lo merezco. Es como ese regalo que uno siempre espera, pero que no sabe si terminará llegando algún día.


Sara se empeña en retirar la mesa, alegando que yo he sido el cocinero y que le toca a ella esa tarea, me parece justo y accedo, pero no dejo de ayudarla aunque ella no quiera. Me acomodo en el sofá, mirando los peces, como hago muchas veces, pensando en lo bonita que podría ser la vida acompañado por Sara, es lo que ella consigue que desee.


Siento sensación de sueño de nuevo, parece que no he dormido suficiente y mi cuerpo demanda descanso. Llega ella desde la cocina, se recuesta sobre mí, besando con fragilidad la parte que está entre mi cuello y mi pecho, esos besos me están acentuando el sueño, cierro los ojos. Oigo cómo pone la televisión y comienza a cambiar de canal, posiblemente en busca de una de esas películas romanceras de las tardes de los domingos, que siempre empiezan con la imagen de una de esas lujosas casas de campo blancas americanas, en donde termina pasando de todo, menos algo bonito.


—Duerme, cariño, —me dice despacio, acariciando mi rostro.


—Sí, gracias, —susurro, más cercano al mundo de los sueños que a la realidad.


Abro los ojos, me encuentro tumbado en el sofá, la televisión está apagada y Sara no está. El silencio invade toda la casa, estoy seguro de que no está, conozco este silencio como si lo hubiera vivido en todas mis anteriores vidas. Me levanto, saco el móvil del bolsillo para mirar la hora. Son las siete de la tarde, la noche ya ha caído sobre la ciudad, es domingo y mañana toca ir a trabajar, en unas horas debo acostarme de nuevo. <<Pero, ¿dónde habrá ido? ¿Por qué no ha esperado a que despierte?>> Voy a la cocina, encuentro un posit fosforito pegado en la puerta de la nevera con un pequeño texto escrito a mano: He tenido que irme, estabas tan dormido que me ha dado pena despertarte. Esta semana nos vemos. Vamos hablando, mi príncipe. Besos, tu princesa. Vuelvo a pegar ese maldito papel en la nevera, aunque no me guste tener nada adherido ahí; siempre he pensado que queda cursi y hace que el electrodoméstico parezca viejo. Pero viene de ella, desprende su olor, y es algo que quiero tener bien cerca, aunque tenga que romper mi regla de no poner cosas en la nevera. Voy al baño, desperezándome, pensando en arreglarme un poco y salir; el Nigth Jazz es el destino elegido. Me encanta ir los domingos a estas horas a tomar las últimas copas del fin de semana, a ahogar el final del tiempo libre entre notas de jazz auténticas. Unos vaqueros y un jersey color oliva de punto cruzado son mi indumentaria, con unas botas de color crudo, basta de trajes. Salgo a la calle, el frío es intenso, el aire es algo húmedo y de mi aliento brota vapor, me acurruco dentro del abrigo de tres cuartos y salgo caminando hacia el Nigth Jazz.


Al llegar, media hora después, veo que una de las luces del local parpadea de forma poco común, parece que se ha estropeado. Entonces, salen de dentro dos personas corriendo y gritando, llevan pasamontañas y una bolsa grande, me escondo en una esquina, observando a los criminales. <<¿Y si son los mismos que fueron a mi casa?>> Me pregunto. Suben a una furgoneta y ésta sale chillando ruedas, el portero del Nigth Jazz sale poco después, con su mano puesta en el muslo. Me acerco y le digo:


—¿Qué ha pasado? ¿Se encuentra bien?


Me mira, angustiado, sudando. Al llevar la vista donde tiene puesta su mano me doy cuenta que su traje blanco se está tiñendo de rojo.


—¡Esos cabrones…! ¡Me han disparado, joder, me han disparado!


Saco mi móvil para llamar a una ambulancia y a la policía. Agarro al portero y lo ayudo a volver al local. Al entrar, una sensación extraña se infiltra en mis adentros, la música no ha golpeado en mis oídos haciendo que me transporte a otros lugares mágicos, no, lo que ha llegado a mí, son los gritos de varias personas, al comprobar que hay varios muertos en el local, uno de ellos es uno de los músicos. Ayudo al portero a recostarse en uno de los butacones.


—Han llegado gritando que nos tiráramos al suelo, con sus armas levantadas. Uno llevaba una escopeta recortada y el otro un revólver. Una mujer ha gritado y se la han cargado, sin más. El músico ha levantado la mano y se lo han cepillado también. Luego han robado la estatua de Franklin tallada a mano, que fue hecha exclusivamente para este local hace más de cien años. ¡Cabrones! —Me cuenta el portero entre suspiros y muecas de dolor en su cara.


—¿Y a ti?  —Pregunto.


—Yo estaba detrás del de la pistola. Me he abalanzado sobre él para ver si le quitaba el arma, pero el muy hijo de puta, se ha escabullido como si fuera un experto y me ha disparado en la pierna. Luego, el otro ha salido corriendo y él me ha mirado a los ojos, para después seguirle. Me ha perdonado la vida, podría haberme matado y no lo ha hecho. ¡Joder! ¡Cómo duele, hostia! —Las gotas de sudor brillan en su tez negra.


—Tranquilo, pronto llegará la ambulancia, está de camino, aguanta.


Me levanto y miro el local, la gente está aterrada, apenas se atreve a abrir la boca, se mantienen en las posiciones que quedaron cuando los bandidos estaban aquí. Los cadáveres están ahí, derramando sangre, manchando la moqueta. Unas manchas que tardarán mucho en desaparecer, sobre todo de la memoria de los que están aquí. La tragedia no puede ser mayor. Una mano me coge por detrás, fuerte.


—Max, —me dice. Es la voz de Paula.


Me giro, se abalanza sobre mí, llorando, muerta de miedo. Lo que le faltaba a la niña, ayer su hermano y hoy esto. Va a quedar traumatizada al final, la vida se ha cebado con ella en este fin de semana fatídico. Le acaricio la cabeza siguiendo el sentido de su pelo y le digo:


—Ya está, bonita, ya está. Ya pasó, estoy aquí, se han ido. Tranquila.


—¡Vámonos, Maxi, vámonos de aquí!


—Está bien. Salgamos.


La saco de allí lo más rápido que puedo, no quiero que sufra más. Iremos a otro lugar más tranquilo. <<No puede estar pasando esto… estoy soñando, estoy soñando>>… me digo.





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José Lorente.




domingo, 2 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 33


Corto la llamada, esta conversación me ha dejado mucho más tranquilo. Siempre que Joe me ha aconsejado, el tiempo le ha dado la razón, no ha fallado nunca. A partir de ahora tendré que vigilar las acciones de Sara, no he de confiar del todo, pero, me gusta tanto… Es tan buena conmigo. Nunca he sentido las sensaciones que ella me ha despertado, desde el primer día que la vi, que la olí. Fue como un torrente de agua que llega para refrescar una tierra que lleva demasiados meses sin empaparse. El amor toma un significado diferente cuando pienso en ella. <<¿Por qué se habrá ido? ¿Dónde estará? —Me pregunto—. Quiero llamarla, pero tampoco quiero que piense que la agobio, tengo tantas ganas de sentirla cerca, que saldría a buscarla a la calle, pero no lo voy a hacer. Mejor me quedo aquí, me meto en mi selva, con mis animales, ellos sí me entienden, o al menos eso parece>>, pienso.

Subo al piso de arriba, entro en la habitación tropical, Priscila y Rocco salen a saludarme.

—Max… Max… —Dice Rocco, posándose en mi hombro.

Le acaricio el cuello, remolonea con mi mano. Me siento en el suelo, pensando mis cosas. Una pequeña ardilla rayada sale de entre unos matojos, cargada con unas semillas, es la primera vez que la veo desde que metí la pareja de ardillas; se queda mirándome varios segundos, comiendo una de las semillas con sus movimientos veloces de mandíbula. La imagen me roba una sonrisa, la ardilla parece asustarse y se esconde de nuevo. Suena el timbre. No sé quién puede ser, quizá sea Sara. Bajo corriendo, esperando encontrármela detrás de la puerta. Abro y sí, es ella, cargada con una bandeja de lo que parecen ser pasteles.

—Hola, cariño, —dice, pasando y dándome un beso—. Me agobiaba aquí sola y he salido a dar una vuelta, a ver si veía una pastelería, me apetecía comer pasteles. No sabía cuáles te gustaban y he cogido un poco de todo, mira, —y destapa la bandeja, dejando asomar una variedad de dulces, que bien podrían acabar con el hambre mundial.

—Te he llamado, ¿por qué no me has avisado? No sabía si te habías ido o qué habías hecho.

—No quería molestarte, estabas en un funeral. Por cierto, ¿qué tal ha ido? ¿Cómo estaba la familia? Tienes mejor cara que esta mañana, —su expresión dulce y simpática me embriaga, me quedo embobado, mirándola.

—Bien… bueno… ya sabes cómo son estas cosas. Mucha tristeza y alguna cara indeseable, pero ya está, él ha pasado a ser un bonito recuerdo. Ahora tengo que apoyar a la familia todo lo que pueda. Debo relajarme hoy, lo merezco.

—Sí, debes estar tranquilo, yo estoy aquí. Vamos, te daré el masaje que no pude darte anoche. Verás qué manos tengo.

—Eso sería estupendo, ¿harás eso por mí?

—Ni lo dudes. Vamos, dejaré esto en la cocina y te lo hago, —se da la vuelta y se encamina a dejar los pasteles. La sigo como el que sigue al líder de los centinelas de una guerra sin fin.

Llegamos al salón. Los sofás parecen esperarme, ansiosos de notar el peso de mi cuerpo hundido en ellos. Sara está apartando los cojines, para que pueda tumbarme y estar más cómodo.

—Quítate la ropa, anda, —me dice. Lo hago, sin preguntar.

Me tumbo en el sofá, boca abajo. La comodidad me envuelve, sigo estando bastante cansado. Poco después, noto su presencia por detrás de mí, su calor corporal en mi cuerpo. Se sienta en mi trasero, sus manos frías comienzan a manosear mi espalda, lo hace francamente bien, yo diría que es una profesional. Me estoy relajando mucho, me entra sueño, noto la vigilia tocando a la puerta de mi mente en forma de imágenes distorsionadas de la realidad. <<Me voy a quedar dormido>>, pienso.

—¡Eh, tú! ¡Despierta! —dice Sara en tono alto mientras toca mi pelo, masajeando mi cabeza.

—Estoy despierto, —contesto.

—Y una mierda, tío, estabas roncando. Será cabrón…

—¿En serio?

—Sí, además parecía que hablabas algo que no he podido entender.

—¿Hablo en sueños?

—No sé, eso parece. Voy a parar ya, porque si no, te quedarás dormido de nuevo. No quiero que estés durmiendo, quiero disfrutar de ti, esta noche me iré y no tendremos este tiempo tan valioso para estar juntos.

—Me parece justo. Pero, al menos nos veremos en el metro por las mañanas, ¿no?

—Sí, supongo que sí, aunque en el trabajo se rumorea que quizá me cambien de zona esta semana. Ya te iré comentando según vaya enterándome.

—¿De zona? Pero, ¿no eres diseñadora de interiores?

—Sí.

—¿Y cambias de zona? Pensé que trabajabas en una oficina.

—Sí, pero muchas veces salgo de allí para ir a casa de los clientes. Me puedo pasar varios días, quizá semanas, con el proyecto de una casa, depende de lo que quieran los clientes. He estado en la zona de Benicalap las últimas semanas, decorando un conjunto de casas adosadas. Mi jefe me dijo que esta semana, era probable que terminara ahí y me fuera a otro lugar.

—Entiendo. Vaya… pues nos veremos por la tarde…

—Sí, espero sacar tiempo de no donde no hay para poder verte algún día. Aunque suelo ir bastante liada con las clases y demás.

—Ostras… bueno… siempre nos quedará el fin de semana.

—Sí, eso sí. Si no nos vemos esta semana, nos veremos el viernes, o el sábado. Eso seguro. Estaré contando los segundos que faltan para verte, te voy a echar de menos, Valentín, guapo, —una última presión con su mano en uno de mis músculos dorsales culmina el trabajo mientras dice esa última frase.

—¿Ya?

—Ya. No me digas que no te has quedado bien, ¿eh?

Me levanto, me estiro todo lo que puedo, comprobando que sí, que me ha dejado como nuevo. Vaya manos.

—Sí, ¿estás segura que eres diseñadora y no masajista?

Una sonrisa nace de sus labios.

—No, aunque vistas las opiniones de todas las personas a las que he hecho masajes, bien podría dedicarme a ello, sí. Oye, tengo hambre, ¿qué podemos comer?

—Es verdad, son casi las tres. ¿Qué te apetece?

—Me apetece que me cocines, a ver qué sabes hacer.

—No soy un gran cocinero, normalmente cocina Marisa. Los fines de semana suelo comprar algo por ahí, cuando no, salgo a comer fuera. Pero puedo hacer un esfuerzo. ¿Risotto con gambas y setas? Lo he hecho unas cuantas veces y no me sale mal del todo.

—¿Cómo puede ser?

—¿Qué?

—El risotto es mi arroz favorito, y ahora resulta que es lo que mejor sabes cocinar. Todo parecen señales del destino. Eres perfecto. Comamos risotto cocinado por mi amor, elaborado con todo su amor.

—Vaya… sé hacer otras cosas, pero vamos… eso es lo que mejor me ha salido. Manos a la obra entonces. Me gustaría que me hicieras compañía mientras cocino, abramos una botella de vino. ¿Te parece?

—Tú sí que sabes disfrutar de la buena vida, cielo. Vamos, de postre tenemos pastelitos.

—Sí, dulces como tú.

—Anda, galán. Me vas a sonrojar.

—Es que eres como la miel de dulce, —me lanzo a darle un bocadito en el cuello. Las risas suenan mientras nos acercamos a la cocina. Voy a hacer mi primera comida para compartirla con alguien en esta casa. Ella, sin duda, merece la ocasión.

Al entrar en la estancia, voy directo a mi vinoteca; ahí tengo una selección de vinos de lo más exquisito. Le doy a elegir, sé que a ella le gustan mucho también. Elige un Somontano, crianza del ochenta y nueve; toda una delicia para el paladar. Aprovecho para sacar un preciado queso de cabrales, que guardo para esas ocasiones en las que me pongo a beber vino, observando el gran acuario del salón. Al abrir la botella y el queso, la mezcla de aromas impregna mi olfato, llenándolo de armonía culinaria.

—Ese queso es alucinante, —me dice.

—No le gusta a todo el mundo, es muy fuerte, pero si lo combinas con el vino, puede resultar hasta orgásmico.

—Doy fe de ello, aunque prefiero un orgasmo provocado por tus encantos.

—Y yo por los tuyos.

Comenzamos a beber, el agua de la cazuela empieza a hervir al mismo tiempo que nuestros labios se funden en uno, llenándose de deseo y placer.



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José Lorente.



miércoles, 26 de febrero de 2014

La niña que pensaba en marionetas

En el pequeño teatro, de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público, observando embebida aquel curioso espectáculo.


    Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca abierta.


    Después de la función, volvió a su casa, de la mano de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.


    —Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?


    —Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es posible.


    —Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?


    —Porque no están en el teatro.


    Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de su letargo y comenzaron a hablar con

miércoles, 19 de febrero de 2014

El librero triste







Rodolfo Amalma era dueño de la librería “El libro de tu vida”, en un céntrico barrio de York, junto al Dean´s Parks, en el Reino Unido. Allí, la vida transcurría tranquila. Todos los días abría su tienda para atender a los fieles clientes que tenía; cada vez eran más los que se desplazaban a los grandes almacenes a comprar sus obras literarias y la tienda iba perdiendo esplendor con el paso de los años.


    Rodolfo tenía 55 años, pero vivía con la ilusión de un chaval de pocos más de veinte. Su tienda, poco a poco se iba consumiendo, devorada por las llamas del consumismo moderno. Todos los clientes que tenía eran viejos, rara era la vez que alguien joven pisaba la librería. A Rodolfo le daba mucha pena, recordaba los tiempos anteriores, cuando la gente no tenía medio de transporte y todo lo necesario para vivir, se compraba en las tiendas del barrio; sus libros seguramente estarían llenando estanterías en la mayoría de casas antiguas de la ciudad, pero eso ya no pasaba. Él no dejaba de pensar en hacer algo para atraer a un público más joven, que le diera vida de nuevo a la que fue una de las más célebres librerías de todo

miércoles, 29 de enero de 2014

Entrevista a un extraterrestre. Capítulo 4

—Interesante, —dijo Anthony—. Alan JR, pregunta desde Twitter: ¿cómo podéis ayudarnos a evolucionar? ¿En qué aspectos?


—Buena pregunta. Os enseñaremos a sacar provecho de energías que ni siquiera sabéis que existen. Os enseñaremos a desplazaros de un sitio a otro rápidamente y sin esfuerzo. Aprenderéis a criar a vuestros hijos de una forma mucho más eficiente, dotándoles de una inteligencia muy superior desde que se encuentran en gestación, y así, hasta una larga lista de cosas importantes. Creemos que todos salimos ganando con esta tregua.


—Hola, buenas noches, —sonó una nueva voz a través del teléfono.


—Buenas noches, ¿tú eres? —Preguntó el presentador.


—Me llamo George Donovan. Mi pregunta es, bueno en realidad son dos: ¿Podríamos ver el resto de tu cuerpo? ¿Podéis

domingo, 8 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 21

Llegamos al cine, la película que me interesaba ver, no está en el horario que nos vendría bien, decidimos no ver ninguna.


—¿Y ahora, qué hacemos? —Pregunta Sara, agarrándome del brazo y apretujándose hacia mí.


—¿Sabes lo que se me acaba de pasar por la cabeza?


—Qué.


—¿Te gustan los animales?


—Claro, ¿a quién no?


—Hay mucha gente que los detesta, lo cual no puedo entender, pero bueno… ¿Quieres que vayamos al Oceanográfico?


—Oh, eso sería estupendo. Todavía no he estado. Me han dicho que es una maravilla.


—Sí, lo es. No se hable más. ¡Vamos!


—Sí, —contesta ella con una gran sonrisa, indicando que mi idea, ha sido perfecta para este momento.


Cogemos un taxi, nos acerca hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias. El puente L´Assut de l´Or, se alza magistral, proyectando su inmensa sombra en derredor. A punto de llegar al Oceanográfico, noto el móvil vibrar en el bolsillo, lo saco. Es Sandra:






Sandra Rodríguez


En línea








Sandra, querida 8:48




He tenido que irme, tenía


algunas cosas que


hacer  8:49




Ayer lo pasé genial


contigo 8:49




El lunes te veo 8:50




Muchos besos 8:50




Muaaaa 8:50








Maxi, guapo 17:11




Ya imaginaba que al despertar, no estarías.


No te preocupes 17:11




Además, había quedado con Carlos hoy,


no me interesaba que te quedaras 17:12




Jejejejeje, perdona mi egoísmo


pero, ya sabes lo que me gusta ese chico


y también sabes, que entre tú y yo,


no puede haber nada 17:13




Ahora mismo estoy con él 17:13




Acaba de ir al baño y he aprovechado


para escribirte 17:14






Jajajajajajajajajjajaja 17:14




Qué tía 17:14




Me quedo más tranquilo


sabiendo que no soy nada


para ti 17:15




Pero la verdad es que


me da exactamente igual,


yo estoy con Sara,


así que… en paz 17:16






—¿Con quién hablas tanto? —Pregunta Sara.


—Con una amiga, enseguida me despido de ella, no te preocupes.


—No, tranquilo, por mí no te cortes, ¿eh?


—De acuerdo, pero es que, no es nada importante. No ha de durar demasiado esta conversación.


—Muy bien, de todos modos, qué atento eres, me gusta, sí.


—Y tú, qué preciosa y respetuosa, me gusta también, sí, sí.


Sonríe y gira la vista hacia la ventana, indicándome que no ha de interferir más en mi conversación privada de whats app. El coche para y bajamos de él, miro de nuevo el móvil para terminar la conversación con Sandra.




Y luego me dices a mí 17:16




Vaya, eso es lo que tenías que


hacer hoy, ¿no? 17:16




Canalla jajajajaja 17:17




Bueno, te dejo, que viene 17:17




El lunes nos contamos, besossss 17:17




Muaksss 17:18




Vale, guapa 17:22




Yo también te dejo,


el lunes hablamos 17:22




Un beso 17:22




Muaa 17:23






Guardo el teléfono, Sara me agarra del brazo. Compramos las entradas. Esta vez sí me ha dejado invitarla. Caminamos hacia el interior de las instalaciones. Primero, el espectáculo de delfines, casualmente, o quizá por su belleza, llaman a Sara como voluntaria en uno de los números del espectáculo; consiste en dar pescado y acariciar a los delfines después de que hagan sus acrobacias. Ella me mira y sonríe prominentemente desde la orilla de la piscina, momento que aprovecho para sacar el móvil y tomar unas cuantas fotos, <<seguro que le gustan>>, pienso. Después, vamos al interior, a los túneles de los acuarios, donde se pueden ver tiburones delante de ti, como si estuvieses nadando con ellos. Sara está impresionada, yo, es la segunda vez que vengo y no dejo de alucinar tampoco. Luego, pasamos por los pingüinos y después por las focas y leones marinos. La tarde está yendo genial, Sara no deja de darme las gracias por haberla traído aquí. No hace falta que me lo agradezca, si alguien está agradecido, soy yo, con su sola presencia y compañía. Me siento afortunado de que esa mujer con la que soñaba desde hacía semanas, esté aquí, conmigo, y me haya propuesto pasar el fin de semana juntos. Parece un sueño hecho realidad, estas cosas no suelen pasar en la vida real, pero a mí me está pasando. Eso me hace pensar que, al fin, parece que voy a tener suerte con una mujer. Su humildad, su educación, su saber estar, su voz, sus ojos, su aroma, su cuerpo, toda ella es perfecta para mí; la mujer que siempre hubiese querido tener a mi lado. Por eso, no puedo apartar mis ojos de ella. Cada vez que la miro es como un soplo de felicidad invadiendo mi ser. Su sonrisa me hace caer en un agujero de complicidad y alegría del que no puedo ni quiero salir.


—Valentín, mira eso, —me dice Sara, señalándome un extraño pez aplanado y grande que pasa en ese momento.


—Sí, bonita. Es un pez luna. Ha salido para ti, como la luna sale para las estrellas cada noche. Es un pez muy raro de ver en libertad.


—Oh… Qué apuesto galán eres. ¿Siempre tienes piropos tan ingeniosos a punto? —Contesta, acariciándome la mejilla.


—Para ti, puedo tener los mejores halagos que hayan nacido de un hombre hacia una mujer, eso es lo que me inspiras. No con todas las mujeres me salen así, sólo con las que me importan de verdad.


—¿Entonces yo te importo? O, mejor, ¿tienes otras que no te importan?


—Mujer, no te diré que no tengo alguna interesada que otra, pero la verdad es que, ninguna ha demostrado ser la mujer que yo necesito.


—¿Y yo sí?


—Tú… bueno… vas por buen camino, pero no te confíes. A veces puedo ser un poco raro en estos temas, un día estoy ahí para ti y al día siguiente, me he desencantado. En tus manos está.


—No te preocupes. Voy a hacer que seas el hombre más feliz del mundo, te lo garantizo, —y me planta un beso en los labios que no puedo ni quiero evitar; un beso lento, carnoso, sensual y atrevido. Toda una demostración de intenciones por parte de esta chica tan sorprendente a la vez que desconcertante.


—Vaya, esto sí que es demostrar y lo demás, estupideces, —le susurro, algo asombrado a la vez que encantado.


—Pues esto es sólo el principio. Espera que tengamos más confianza. Entonces sabrás que soy la mujer que quieres para siempre, contesta, confiada y pícara.


—Vaya… eso es muy difícil de conseguir, ¿eh? Ojalá sea así, no me importaría, —replico, intentando hacerle saber, que sigo sin ser un facilón, aunque me está costando. Ella parece manejar todas las situaciones.


—Estoy totalmente segura de que pensarás eso después de un tiempo conociéndome, —añade, en tono serio, pero dejando asomar una leve sonrisa al final.


—Espero, muñeca, espero. Eso sería la leche.


­—Lo será, cielo, lo será.


Después de esa interesante charla y ese primer beso por sorpresa, salimos del Oceanográfico. Ahora sólo pienso en ir a casa con ella. Cenaremos cualquier cosa. Se lo propongo, acepta sin vacilar, llamamos un taxi y nos ponemos en camino. El día no podía haber sido más perfecto, pero la noche… la noche promete mucho más aún, por suerte para mí.



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