domingo, 2 de febrero de 2014

Perfume. Capítulo 29

Salimos a la calle, a la espera del coche patrulla. No tardan ni tres minutos en aparecer. Los agentes bajan del coche, uno joven y otro algo más mayor, de unos cincuenta años. Bajan con esa parsimonia que les caracteriza, con ese aire chulesco del que hacen gala muchos de ellos al verse protegidos por una placa, lástima de mentes, enfermas de mini poder. Aun así, debo tragarme las palabras de antes, han tardado muy poco en llegar y debo estarles agradecido por ello. Le toman declaración a Nicolás, que se acaba de enterar de que los ladrones han entrado a robarme exclusivamente a mí. Se vuelve a disculpar conmigo por no haber podido llamar antes a la policía. No es su culpa, está claro que esos cabrones sabían muy bien lo que hacían.


Después de hablar con Nicolás un rato, nos acompañan al piso para ver lo que me han robado. Son dos agentes bastante amables, a pesar de la impresión que me dieron al llegar. Nos están atendiendo de muy buenas maneras. Han dado orden de alerta a los coches patrulla, de que dos hombres vestidos de negro y con pasamontañas, pueden andar por ahí con una enorme cantidad de dinero en obras de arte.


Les acompañamos a comisaría a formular la denuncia pertinente.


Unas tres horas más tarde llegamos a casa. Yo no puedo más, mi agotamiento mental es demasiado acentuado y ni siquiera tengo sueño. Sara parece bastante cansada, se le nota en los ojos y en los continuos bostezos que le brotan.


—Gracias por acompañarme en todo este asunto, —le digo, sentado en el sofá de mi salón con menos decoración que unas horas atrás—. Creo que ha sido el peor día de mi vida, por eso tengo que estar agradecido doblemente, porque me has apoyado en todo, si hubiera estado solo, lo habría pasado mucho peor. Gracias.


Muestra una cara de condolencia por la difícil situación.


—Podría haberme ido a casa, pasar de todo esto, te acabo de conocer, no tendría por qué estar aquí. Pero te dije que pasaríamos el fin de semana juntos, me gusta cumplir lo que digo. Además, ¿no crees que puede ser como una señal?


—¿Una señal? ¿De qué? —Respondo, frunciendo el ceño.


—Acabas de decir que quizá ha sido el peor día de tu vida, y resulta que yo he estado aquí para cuidar de ti. Si estuviese en tu lugar, pensaría que eres el mejor hombre que he conocido jamás y seguramente, eso me llevaría a querer pasar el resto de mi vida contigo. ¿No te parece?


Es curioso, pero ese razonamiento me ha sacado una pequeña sonrisa de complicidad hacia ella, con mi mano hundida en el bosque de mi pelo, contesto:


—Es cierto que eres la mejor mujer que he conocido nunca, al menos hasta ahora, la verdad, me tienes muy impresionado. Me has ayudado mucho hoy. Quizá sea una señal para hacer que me dé cuenta de eso. Me gusta que pienses así. Ven aquí, anda, —abro mis brazos, esperando que se abalance sobre mí, lo hace. Apoya sus labios en mi cuello y me besa repetidas veces. Puede sonar raro, pero me estoy excitando, quizá necesite eso. Los trozos de Héctor esparcidos por todas partes vuelven a aparecer en mi cabeza haciéndome saber que no necesito eso, que lo que necesito es dormir—. Vamos a la cama, anda.


—Lo necesitas, —responde antes de darme un beso en la mejilla.


Vamos al dormitorio, le presto uno de mis pijamas, le está enorme, pero le queda de maravilla; es uno de mis favoritos, de color negro. La verdad que, para ser un pijama, es bastante elegante; la parte de arriba parece una camisa.


Nos metemos en la cama, me quedo unos segundos mirando al techo, en la oscuridad.


—Buenas noches, cielo, —me dice, buscando mi mejilla con sus labios.


—Buenas noches, y gracias por todo, de verdad, —respondo, prestándole mi cara y correspondiendo con otro beso.


—Nada, tonto, —se da la vuelta y me da la espalda, lo prefiero porque intuyo que me va a costar dormir y me gusta sentirme suelto cuando eso pasa. Si me hubiese abrazado, lo más probable es que ella se durmiese antes y me tocase liberarme de su abrazo para poder adquirir mi postura favorita, boca abajo.


Contrario a mis previsiones, parece que el cansancio hace mella en mí, noto como el sueño me invade, en pocos minutos, estoy en el mundo de la fantasía de nuestra mente subconsciente.


El canto de Rocco me despierta. Le apasiona cantar de esa forma, todos los días, a la misma hora. Siempre he pensado que es un ritual pactado que tiene con Priscila. Cojo el móvil para mirar la hora, son las once y media de la mañana. Tengo siete mensajes de whats app, dos de Paula, uno de Sandra y cuatro de Mariela, una pesada que no puede entender que no me gusta demasiado, y está empeñada en que seamos amigos para poder acercarse a mí. Paula me dice que no tarde en ir, que me necesita. Sandra dice: no sabes lo que pasó ayer con Carlos, muy fuerte, ya te contaré, besos. Mariela me pregunta si tengo algo que hacer hoy, que había pensado en que podíamos comer por ahí, o tomarnos algo. Dejo el móvil, enseguida comienzan a pasarme imágenes del día de ayer, los trozos de Héctor no han desaparecido al dormir, siguen ahí, pero al menos, ya no hablan. Para culminar, me vienen recuerdos de un extraño sueño que he tenido, en el que me veía huyendo de algo, no sabría decir qué, y de repente, se cortaba el camino en un abrupto precipicio y caía al vacío, así, unas cuatro veces, en sitios distintos. Sigo angustiado, pero al menos ahora pienso con claridad. Giro los ojos y la veo, tan dulcemente dormida, con los labios medio aplastados contra la almohada, está en la misma postura que me gusta a mí para dormir, todas las sensaciones de negatividad por lo sucedido ayer desaparecen durante ese instante. Ella hace que me sienta grande, que me den ganas de prepararle un desayuno a base tostadas con mantequilla y mermelada; zumo de naranja recién exprimido, un café con leche y unas fresas. Lo hago.


Estoy en la cocina preparando el zumo, la oigo trastear, parece que se ha levantado. La espero con ganas mientras continúo. Un minuto después, aparece con mi pijama pero sin la parte de abajo, aunque sólo se le ven las piernas por lo grande que le está; el pelo alborotado como una bruja de algún cuento de fantasía y una cara de recién despertar, como de un ángel, de una belleza incluso más grande que ayer, cuando iba arreglada. Sonrío, atontado.


—Buenos días, —le digo con esa sonrisa que me cruza la cara.


—Buenos días. Mmmm, huele a naranja. ¿Estás haciendo zumo?


—Sí, ¿te gusta?


—Me encanta.


—Perfecto. ¿Qué tal has dormido?


—Uf, la verdad, me costó dormir bastante. Tú caíste enseguida, cabrón. Di tantas vueltas, que al final me quité los pantalones del pijama, me agobiaban. Oye, ¿y esto? —Dice, asomándose a la bandeja que estoy preparando, llena de comida demasiado apetecible para cualquier persona al despertar.


—El desayuno. ¿No lo ves? Para reponernos bien.


—Me encanta todo lo que veo. ¿Puedo? —Dice, señalando una fresa.


—Por supuesto, es para ti.


Se mete la fresa entera en la boca, se acerca a mí, me agarra por detrás, rodeándome con sus brazos y me dice:


—Ven aquí, guapo, yo sí que te voy a dar desayuno, —sus besos exploran mi nuca, demasiado sensuales.


—Espera que desayunemos, mujer. Tengo hambre, —respondo, sabiendo que, como continúe así, el zumo se quedará a medio hacer.


—Yo quiero desayunarte a ti, —y me da la vuelta con brusquedad, hecho al que no ofrezco demasiada resistencia porque mi miembro ya ha notado la proximidad.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario