Salimos a la calle, a la espera
del coche patrulla. No tardan ni tres minutos en aparecer. Los agentes bajan
del coche, uno joven y otro algo más mayor, de unos cincuenta años. Bajan con
esa parsimonia que les caracteriza, con ese aire chulesco del que hacen gala
muchos de ellos al verse protegidos por una placa, lástima de mentes, enfermas
de mini poder. Aun así, debo tragarme las palabras de antes, han tardado muy
poco en llegar y debo estarles agradecido por ello. Le toman declaración a
Nicolás, que se acaba de enterar de que los ladrones han entrado a robarme
exclusivamente a mí. Se vuelve a disculpar conmigo por no haber podido llamar
antes a la policía. No es su culpa, está claro que esos cabrones sabían muy
bien lo que hacían.
Después de hablar
con Nicolás un rato, nos acompañan al piso para ver lo que me han robado. Son
dos agentes bastante amables, a pesar de la impresión que me dieron al llegar.
Nos están atendiendo de muy buenas maneras. Han dado orden de alerta a los
coches patrulla, de que dos hombres vestidos de negro y con pasamontañas,
pueden andar por ahí con una enorme cantidad de dinero en obras de arte.
Les acompañamos a
comisaría a formular la denuncia pertinente.
Unas tres horas más
tarde llegamos a casa. Yo no puedo más, mi agotamiento mental es demasiado
acentuado y ni siquiera tengo sueño. Sara parece bastante cansada, se le nota
en los ojos y en los continuos bostezos que le brotan.
—Gracias por
acompañarme en todo este asunto, —le digo, sentado en el sofá de mi salón con
menos decoración que unas horas atrás—. Creo que ha sido el peor día de mi
vida, por eso tengo que estar agradecido doblemente, porque me has apoyado en
todo, si hubiera estado solo, lo habría pasado mucho peor. Gracias.
Muestra una cara de
condolencia por la difícil situación.
—Podría haberme ido
a casa, pasar de todo esto, te acabo de conocer, no tendría por qué estar aquí.
Pero te dije que pasaríamos el fin de semana juntos, me gusta cumplir lo que
digo. Además, ¿no crees que puede ser como una señal?
—¿Una señal? ¿De
qué? —Respondo, frunciendo el ceño.
—Acabas de decir
que quizá ha sido el peor día de tu vida, y resulta que yo he estado aquí para
cuidar de ti. Si estuviese en tu lugar, pensaría que eres el mejor hombre que
he conocido jamás y seguramente, eso me llevaría a querer pasar el resto de mi
vida contigo. ¿No te parece?
Es curioso, pero
ese razonamiento me ha sacado una pequeña sonrisa de complicidad hacia ella,
con mi mano hundida en el bosque de mi pelo, contesto:
—Es cierto que eres
la mejor mujer que he conocido nunca, al menos hasta ahora, la verdad, me
tienes muy impresionado. Me has ayudado mucho hoy. Quizá sea una señal para
hacer que me dé cuenta de eso. Me gusta que pienses así. Ven aquí, anda, —abro
mis brazos, esperando que se abalance sobre mí, lo hace. Apoya sus labios en mi
cuello y me besa repetidas veces. Puede sonar raro, pero me estoy excitando,
quizá necesite eso. Los trozos de Héctor esparcidos por todas partes vuelven a
aparecer en mi cabeza haciéndome saber que no necesito eso, que lo que necesito
es dormir—. Vamos a la cama, anda.
—Lo necesitas,
—responde antes de darme un beso en la mejilla.
Vamos al
dormitorio, le presto uno de mis pijamas, le está enorme, pero le queda de
maravilla; es uno de mis favoritos, de color negro. La verdad que, para ser un
pijama, es bastante elegante; la parte de arriba parece una camisa.
Nos metemos en la
cama, me quedo unos segundos mirando al techo, en la oscuridad.
—Buenas noches,
cielo, —me dice, buscando mi mejilla con sus labios.
—Buenas noches, y
gracias por todo, de verdad, —respondo, prestándole mi cara y correspondiendo
con otro beso.
—Nada, tonto, —se
da la vuelta y me da la espalda, lo prefiero porque intuyo que me va a costar
dormir y me gusta sentirme suelto cuando eso pasa. Si me hubiese abrazado, lo
más probable es que ella se durmiese antes y me tocase liberarme de su abrazo
para poder adquirir mi postura favorita, boca abajo.
Contrario a mis
previsiones, parece que el cansancio hace mella en mí, noto como el sueño me
invade, en pocos minutos, estoy en el mundo de la fantasía de nuestra mente
subconsciente.
El canto de Rocco
me despierta. Le apasiona cantar de esa forma, todos los días, a la misma hora.
Siempre he pensado que es un ritual pactado que tiene con Priscila. Cojo el
móvil para mirar la hora, son las once y media de la mañana. Tengo siete
mensajes de whats app, dos de Paula,
uno de Sandra y cuatro de Mariela, una pesada que no puede entender que no me
gusta demasiado, y está empeñada en que seamos amigos para poder acercarse a
mí. Paula me dice que no tarde en ir, que me necesita. Sandra dice: no sabes lo que pasó ayer con Carlos, muy
fuerte, ya te contaré, besos. Mariela me pregunta si tengo algo que hacer
hoy, que había pensado en que podíamos comer por ahí, o tomarnos algo. Dejo el
móvil, enseguida comienzan a pasarme imágenes del día de ayer, los trozos de
Héctor no han desaparecido al dormir, siguen ahí, pero al menos, ya no hablan.
Para culminar, me vienen recuerdos de un extraño sueño que he tenido, en el que
me veía huyendo de algo, no sabría decir qué, y de repente, se cortaba el
camino en un abrupto precipicio y caía al vacío, así, unas cuatro veces, en
sitios distintos. Sigo angustiado, pero al menos ahora pienso con claridad.
Giro los ojos y la veo, tan dulcemente dormida, con los labios medio aplastados
contra la almohada, está en la misma postura que me gusta a mí para dormir,
todas las sensaciones de negatividad por lo sucedido ayer desaparecen durante
ese instante. Ella hace que me sienta grande, que me den ganas de prepararle un
desayuno a base tostadas con mantequilla y mermelada; zumo de naranja recién
exprimido, un café con leche y unas fresas. Lo hago.
Estoy en la cocina
preparando el zumo, la oigo trastear, parece que se ha levantado. La espero con
ganas mientras continúo. Un minuto después, aparece con mi pijama pero sin la
parte de abajo, aunque sólo se le ven las piernas por lo grande que le está; el
pelo alborotado como una bruja de algún cuento de fantasía y una cara de recién
despertar, como de un ángel, de una belleza incluso más grande que ayer, cuando
iba arreglada. Sonrío, atontado.
—Buenos días, —le
digo con esa sonrisa que me cruza la cara.
—Buenos días. Mmmm,
huele a naranja. ¿Estás haciendo zumo?
—Sí, ¿te gusta?
—Me encanta.
—Perfecto. ¿Qué tal
has dormido?
—Uf, la verdad, me
costó dormir bastante. Tú caíste enseguida, cabrón. Di tantas vueltas, que al
final me quité los pantalones del pijama, me agobiaban. Oye, ¿y esto? —Dice, asomándose
a la bandeja que estoy preparando, llena de comida demasiado apetecible para
cualquier persona al despertar.
—El desayuno. ¿No
lo ves? Para reponernos bien.
—Me encanta todo lo
que veo. ¿Puedo? —Dice, señalando una fresa.
—Por supuesto, es
para ti.
Se mete la fresa
entera en la boca, se acerca a mí, me agarra por detrás, rodeándome con sus
brazos y me dice:
—Ven aquí, guapo,
yo sí que te voy a dar desayuno, —sus besos exploran mi nuca, demasiado
sensuales.
—Espera que
desayunemos, mujer. Tengo hambre, —respondo, sabiendo que, como continúe así,
el zumo se quedará a medio hacer.
—Yo quiero
desayunarte a ti, —y me da la vuelta con brusquedad, hecho al que no ofrezco
demasiada resistencia porque mi miembro ya ha notado la proximidad.
Descarga esta novela completa aquí: http://www.amazon.es/Perfume-Jos%C3%A9-Lorente-ebook/dp/B00KCPSANC/ref=sr_1_5?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1400244644&sr=1-5&keywords=perfume
No olvides que puedes
suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el
botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio"
y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes
compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me
ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias.
Saludos.
José Lorente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario