Y cuentan que en los días de
lluvia, se la podía ver apoyada en el árbol que la vio crecer. Derramaba sus
lágrimas mirando al mar, con la mano en el pecho. Gritaba el nombre de su amado
difunto hasta el atardecer...
Un día, caminaba lenta por la orilla del río que desemboca en ese océano.
Sentía el caer de las hojas de los árboles a su alrededor. Un misterioso hilo
de luz se abrió paso a través de unas ramas desnudas, golpeó en uno de sus ojos
obligándole a cerrarlo y sacudir su rostro bruscamente. Cuando consiguió abrir
de nuevo sus párpados, allí estaba él, lejos pero cerca a la vez. Parecía que
el sol brillaba más fuerte a su alrededor. Tenía la mirada de un niño que está
en paz. Podía leer en sus ojos la intención de llevarla con él al otro lado.
Sin dudarlo, caminó hasta alcanzarle. Su familia la buscó y ya nunca la
encontró, pero se dice que en los días luminosos donde el sol brilla fuerte, se
les puede ver abrazados mirando al río.
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