Para celebrar el lanzamiento del libro en papel, hoy publico su primer capítulo.
Brillaba un día radiante de sol, el cielo estaba azul intenso. Era un verano cualquiera. Corría una brisa fresca y suave, era un día estupendo para estar descansando al abrigo de las olas del mar. Pablo se encontraba en una de las playas de la localidad castellonense de Vinarós, en la Comunidad Valenciana, España. Estaba descansando con sus amigos de la infancia Luis y Sergio; se habían acercado a relajarse hasta allí con los dos quads que tenían ellos. Los tres hablaban y bromeaban todo el tiempo, pasando una agradable tarde.
Brillaba un día radiante de sol, el cielo estaba azul intenso. Era un verano cualquiera. Corría una brisa fresca y suave, era un día estupendo para estar descansando al abrigo de las olas del mar. Pablo se encontraba en una de las playas de la localidad castellonense de Vinarós, en la Comunidad Valenciana, España. Estaba descansando con sus amigos de la infancia Luis y Sergio; se habían acercado a relajarse hasta allí con los dos quads que tenían ellos. Los tres hablaban y bromeaban todo el tiempo, pasando una agradable tarde.
Luis era el mejor amigo de Pablo desde que tenían los dos 4
años. Sus padres también eran amigos
desde hacía mucho tiempo y acostumbraban a organizar comidas y reuniones entre
ellos, de ahí la amistad que les unía.
Pablo no tenía quad,
su familia era modesta y él no había podido conseguir trabajo desde que terminó
sus estudios como técnico electromagnético. Aunque era muy bueno en su campo y
sus notas eran excelentes, no había tenido aún la fortuna de acceder a ninguna
ocupación de esas características. Sin embargo, le fascinaban los vehículos,
así como los quads que tenían sus
amigos. Siempre andaba detrás de Luis insistiendo en que le dejara llevar su
máquina, pero su amigo todavía no tenía la suficiente confianza en él como para
dejársela, se la había comprado hacía un par de
meses.
Ese día, Pablo insistía en que al fin le dejara conducir el quad.
—Anda amigo, ¡venga! ¿Cuándo me dejarás llevar tu quad? Aunque
sea sólo unos metros.
Luis lo miró con soberbia y confianza en sí mismo, levantó
su mano derecha con la llave colgando del índice y le dijo bromeando, con
sonrisa irónica:
—Mira Pablo, ¿ves esta llave? Pues jamás la tendrás en tu
poder —y soltó una carcajada de complicidad hacia él—. Sólo bromeaba amigo, hoy
creo que es un buen día para que por fin puedas probarlo un ratito, espero que
lo domines bien. Vamos a dar una vuelta, pero yo iré detrás montado. Sergio,
espéranos aquí, enseguida volvemos.
—De acuerdo, aquí estaré —contestó Sergio.
Luis lanzó la llave a Pablo, que se apresuró en cogerla,
emocionado por el tiempo que llevaba esperando ese momento.
Conducía a través de la playa, duna arriba, duna abajo. La
brisa golpeaba su cara, proporcionándole una sensación de bienestar muy agradable,
no quería que aquel momento terminara nunca. Luis le hablaba todo el tiempo
sobre lo maravillosamente bien que funcionaba su moto de cuatro ruedas. Seguían
una especie de senda que se abría entre los montículos de arena.
De pronto, Luis dejó de hablar en seco, como si hubiese
visto algo que le llamara mucho la atención. Pablo se giró y observó cómo su
amigo miraba con preocupación a dos hombres que se encontraban cerca de la
orilla. Estaban de pie, manteniendo una conversación entre ellos. Luis tocó a
Pablo por detrás y le dijo:
—Para un segundo, tengo que bajar aquí un momento, he de
resolver un asunto pendiente con esos de ahí. Continúa tú con el paseo y no te
alejes demasiado, cuando vuelvas estaré aquí esperando.
—Entendido, ahora vuelvo y te recojo.
Continuó por aquella senda, con la misma sensación de
bienestar, a la que ahora se sumaba un sentimiento de libertad que iba en
aumento a cada metro que recorría. Conocía ese camino a la perfección, lo había
recorrido con Luis varias veces montado en el quad.
Poco después y misteriosamente, la senda ya no le era tan
familiar. «¿Qué
ocurre? ¿Por qué la senda se hace tan cuesta abajo? No recuerdo que hubiese
tanta pendiente en ninguno de sus puntos»,
se preguntó, extrañado. No le dio demasiada importancia y continuó acelerando y
acelerando, cada vez más a fondo.
Sin apenas darse cuenta, el camino se cortaba, desembocando
en un abrupto precipicio. Iba demasiado deprisa para poder frenar a tiempo y en
consecuencia se precipitó al vacío. Notó cómo el quad se desprendía de sus manos debido al enorme peso del mismo.
Por su cabeza empezaron a sucederse miles de imágenes y pensamientos de su vida
a toda velocidad. Muchos hacían referencia a Luis. La máquina que tanto
esfuerzo le había costado conseguir, iba a quedar destrozada al golpear contra
el suelo. También pensaba que iba a morir en ese preciso momento y que todo
había terminado para él. Aunque, no fue suelo lo que encontraron el quad y el cuerpo de Pablo, sino agua.
Notó un gratificante choque contra ese lago que antes no estaba ahí, pero que
misteriosamente había aparecido.
Al ascender a la superficie, después de varios metros
buceando, debido a la gran altura del precipicio y a lo hondo que había caído,
Pablo, que era un gran amante de la naturaleza y de todos los seres vivos,
quedó maravillado al contemplar el lugar donde se encontraba. Era un lago de
agua cristalina, con una pequeña cascada de unos ocho metros que desembocaba en
el mismo. Alrededor del misterioso y bello charco una densa vegetación, más
propia de algún lugar tropical que de la región en la que vivía. Grandes
cocoteros, helechos de varias especies, flores de colores vivos y alegres. Era
tan hermoso el lugar, que se le olvidó por completo el problema que tendría con
su amigo por haber estrellado el quad.
No dejaba de observar asombrado ese paraíso, se preguntaba cómo es que no sabía
que ese lago estaba ahí, siendo él residente de Vinarós desde siempre. Algo muy
colorido y brillante llamó la atención del muchacho a escasos centímetros de la
superficie del agua. Se acercó a observar más de cerca y no podía creer lo que
veían sus ojos. «¿Son
caballitos de mar? »,
se preguntó. «Es
imposible, esto es agua dulce»,
afirmó. Se sumergió para ver si podía observar con más detalle esas dos figuras
tan extrañas y coloridas que parecían caballitos de mar. Al abrir los ojos bajo
el agua, no salía de su asombro al comprobar que veía igual de nítidas todas
las cosas que fuera de ella. Dirigió su mirada hacia los supuestos caballitos y
sí, lo eran, sin duda lo eran, pero de una especie que jamás había visto ni en
esos libros de fauna marina que tanto le gustaban, ni en ninguno de los cientos
de documentales científicos sobre seres vivos que había visto a lo largo de su
vida.
Eran unos caballitos raros, a la vez que extraordinariamente
bellos. Tenían el cuerpo de un color azul eléctrico, el cual se iba difuminando
y cambiando a un color rojo cobrizo que se extendía a un rojo translúcido en
sus grandes y exuberantes aletas delantera y trasera; eran como abanicos
enormes comparados con sus cuerpos. Sus flancos hacían movimientos suaves y
ondulantes que les sostenían estáticos bajo el agua.
Estaba atónito y por su cabeza pasaban infinidad de
pensamientos inusuales. Eran sentimientos y sensaciones que no entendía, que
nunca antes había percibido. Sentía como si pudiera palpar el aire, como si en
el viento hubiese información que podía descifrar y entender, pero que no sabía
exactamente de dónde, de qué, o de quién venía.
En ese mismo instante se volvió a acordar de Luis y de su
máquina. Entonces empezó a pensar que su amigo estaría comenzando a preocuparse,
porque estaba tardando demasiado. Se puso a observar el lugar en busca de
alguna salida del lago. Se dio cuenta enseguida de que no veía ningún sitio por
donde salir que no fuese escalando el precipicio, que era muy escarpado y
demasiado vertical, haciendo imposible su salida. Comenzó a ponerse nervioso y
a tener ansiedad al pensar que no podría escapar de allí sin ayuda. De pronto
su barriga comenzó a rugir con ferocidad debido
a un apetito repentino muy fuerte, el más fuerte que había experimentado en
toda su vida. Miró bajo el agua, vio un pez que nadaba tranquilo y pensó: «Qué bueno estaría
ahora mismo a la barbacoa».
Intentó capturarlo, pero se le escurrió entre las manos. Las ganas de comer se
acentuaban cada vez más, sin poder hacer nada por remediarlo.
Cuando ya comenzaba a desesperar por sentirse atrapado y por
la terrible gula que le azotaba, escuchó una voz a sus espaldas que le dijo:
—¡Eh, tú!
El chaval respiró, pensando que saldría de allí antes de lo
previsto. Se giró y observó arriba de la cascada a dos personas. Uno era un
anciano de aspecto cansado, con una larga barba blanca y una especie de túnica
blanca también; llevaba un bastón largo, casi más que él. La otra persona era
una chica pelirroja de cabello ondulado y aspecto joven y atractivo; llevaba
ropas extrañas igualmente, un corsé de color rojo vivo, que dejaba escapar
parte de sus voluminosos y atractivos pechos, un pantalón muy corto que parecía
ser de piel de algún animal y unas botas altas, también del mismo material,
atadas con varias vueltas de una cuerda fina. El anciano gritó:
—¿Quién osa zambullirse en nuestras aguas?
Pablo, mucho más tranquilo, se acercó nadando lentamente,
diciéndoles:
—Disculpen, he tenido un accidente, he caído aquí y ahora no
puedo salir si alguien no me echa una mano. ¿Serían tan amables de ayudarme a
salir? Mis amigos estarán preocupados.
Los seres miraban con expresión seria, y no parecía
preocuparles en absoluto lo que le había sucedido. El anciano volvió a gritar,
en tono seco y agresivo:
—¡Tú, humano miserable, nadie entra en nuestros dominios así
porque sí, prepárate a morir!
Justo después, la chica sacó una especie de daga de su
espalda que irradiaba un haz de luz muy fuerte. Ella dirigió esa extraña
energía amenazante hacia el chico, descargándole un poderoso rayo que impactó a
centímetros de él. Notó la fuerza del impacto y supo que esa poderosa energía
era mortal y que lo iban a matar. Presa del pánico, comenzó a nadar en sentido
opuesto a ellos, sintiendo cómo los fuertes rayos iban impactando a su
alrededor, con la fortuna de no alcanzarle ninguno. Comenzó a escalar el
escarpado precipicio guiado por el valeroso instinto de supervivencia que posee
el ser humano, sorprendiéndose de la fuerza que ahora tenía y de que estaba
subiendo algunos metros por un lugar que parecía imposible de escalar. Los
rayos seguían impactando a su alrededor. De pronto, notó que lo cogían
firmemente de un brazo desde la parte superior de la pared de roca vertical y
tiraban de él hacia arriba. Estaba salvado, pero exhausto y aturdido. Abrió los
ojos y vio a un hombre de aspecto rudo, con el pelo negro y corto y barba de
varios días que lo miraba, diciéndole:
—¿Estás bien?
En ese momento Pablo se desmayó.
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José Lorente.
Te felicito por tu nuevo trabajo y prometo estar pendiente de él.
ResponderEliminarBesos de Pecado.
Muchas gracias, estoy muy ilusionado con la trilogía. Besosss!!!
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