De nuevo en el andén, esperando
mi tren. Las mismas caras, la misma gente. El tío guarro de la camisa
pordiosera lleva otra ropa, la misma que alargará toda la semana, como
habitualmente. La señora de gafas antiguas que siempre lee el mismo libro; una
de dos, o disimula que lee, o le gusta tanto que lo está leyendo una y otra vez
sin descanso, me decanto más por la primera opción, quizá sea una persona
bastante retraída como para tener que estar esquivando miradas indiscretas
durante el viaje. Todo es lo mismo de cada día menos la fragancia maldita de
esa diva desconocida, que no vendrá esta semana. Todo parece extraño, este fin
de semana ha sido para olvidar, sim embargo, también para recordar. Llega el
metro, monto en él, al comenzar a moverse, veo por la ventanilla al hombre
guarro, no ha subido al tren como de costumbre. Es extraño, este hombre ha
estado llamando mi atención durante aproximadamente un mes, subiendo al mismo
tren que yo, sentándose cerca. Hoy no ha subido y parece que le da igual, quizá
hayan cambiado su horario, en cualquier caso, me alegro de que no viaje cercano
a mí, me daña la vista su aspecto. Minutos después llego a mi parada. Bajo y me
dirijo al hotel, pensando en Sandra.
Al llegar, todo
normal. El estúpido recepcionista me saluda, como cada mañana.
—Buenos días, Max.
Qué, ¿mucha juerga el fin de semana? —Su sonrisa de primate asoma, haciéndome
pensar que es idiota, como siempre. Su afición a los comentarios desafortunados
sigue siendo rigurosa.
—Buenos días, Álex.
No preguntes, anda, —mi voz es seca, le doy la espalda y me inyecto en el
ascensor. Imagino su cara de bobo, mirando cómo desaparezco, <<¿se habrá
preguntado alguna vez si me cae bien?>> Es tan tonto, que
ciertamente no lo habrá hecho, pensará que es el más famoso recepcionista de
todos, como suele pasar con las personas de estupidez aguda, siempre creen que
son los mejores en todo, lo que no saben, es que su propia ignorancia, les tiene
condenados al fracaso continuo.
Duodécima planta,
ya parece que huelo el aroma de Sandra empapando mi nariz, y tengo ganas de
hablar con ella, de que me empache de consuelo y me llene de alegría. Giro la
esquina y no hay nadie. No está, no ha llegado todavía y no es normal. Siempre
llega diez minutos antes que yo, es la primera vez en dos años que no está.
Saco el móvil, abro el whats app para
comprobar su última conexión y de paso, la de Sara. Sandra estuvo por última
vez conectada cuando yo recibí su último mensaje, también es extraño, no ha
habido ninguna vez en que su última conexión haya superado las dos horas. En
cambio, Sara, se conectó por última vez anoche, a las cuatro de la madrugada; a
saber con quién habló a esas horas. Noto un pequeño ataque de celos al pensar
que podría haber estado hablando con otro tío hasta tan tarde, conversaciones
nocturnas así, sólo pueden traer cosas que no son demasiado bonitas de
imaginar.
Me siento en uno de
los butacones mientras observo el espectáculo visual que muestra la ventana.
María, una de las camareras, trae mi café acompañado de unas tostadas con
tomate y aceite, no ha hecho falta que se lo pidiera, sabe perfectamente qué
desayuno cada día.
—Buenos días,
María. ¿No ha llegado Sandra?
—Buenos días, Max.
No, yo no la he visto. Es raro, siempre llega antes que nadie.
—Está bien,
gracias, —le contesto.
Agarro el café, lo
endulzo, le doy unas vueltas con la cucharilla, sorbo una pequeña cantidad y
muerdo una tostada. Con la otra mano llamo a Sandra. “El teléfono móvil al que llama, está pagado o fuera de cobertura en
este momento, por favor, inténtelo de nuevo más tarde”, se escucha. Comienzo
a preocuparme por si le ha pasado algo. Trato de restar importancia al hecho de
que Sandra no aparezca ni dé señales de vida y me centro en el trabajo.
Compruebo en la agenda que tengo cuatro visitas de clientes que atender.
Comienzo a organizar el trabajo sin Sandra, se me hace extraño. Media hora
después, llega la primera visita; un matrimonio con tres hijos que están tan
mal educados, que no pueden parar de interrumpir las conversaciones, gracias a
ello no consigo concentrarme del todo en el trabajo y no logro aplicarles el
seguro. Se van, estrechándome la mano. Poco después, aparece el director del
hotel, Paco. Hace casi un mes que no le veo.
—Buenos días, Max.
—Buenos días, Paco.
¿Qué tal todo? —Contesto, levantándome y estrechándole la mano con fuerza, como
hacen los hombres de negocios.
—Bien, todo bien.
—¿La familia bien
también?
—Sí, en casa los
tengo. De categoría, pero, ¿dónde demonios está Sandra?
—Eso me gustaría
saber a mí. Lo último que sé de ella es un mensaje que me envió ayer por la
mañana.
—¿Y qué decía el
mensaje? ¿Se puede saber?
—Bueno, Paco, son
cosas privadas entre ella y yo, pero vamos, que no decía nada extraño, sólo que
había estado con un chico y que había pasado algo con él, que quería contármelo
hoy cuando nos viéramos, nada más. Y lo más curioso, que de eso hace casi
veinticuatro horas y no se ha vuelto a conectar al chat. Es raro en ella, es
una chica muy sociable.
—Sí, sé lo de su
última conexión. He estado intentando ponerme en contacto con ella desde ayer y
nada, el móvil apagado. ¿Dónde estará?
Me quedo pensando
un instante a velocidad de vértigo. No sabía que Paco se preocupara tanto por
Sandra, a saber qué relación tienen entre ambos en privado, pero me puedo
imaginar que, con lo buena que está ella, éste habrá tratado de persuadirla, de
conseguir una aventura sexual al margen de su familia, aunque, con lo calvo que
está, me niego a pensar que Sandra haya aceptado algo así. Aunque he de decir,
que este hombre es un muy buen tipo, siempre tiene palabras de agradecimiento
hacia ti, en las buenas y en las malas. Es un lujo tener un jefe como él en los
tiempos que corren.
—Seguiré
llamándola, a ver si da señales de vida, —le digo.
—Está bien, trata
de vender algún seguro también. Si sabes algo me avisas, ¿de acuerdo?
—Entendido,
—asiento.
—Muchas gracias,
Max. Hasta la vista.
—Hasta la vista,
jefe.
La soledad me
invade hasta incluso en el trabajo, donde suelo estar acompañado por los
encantos de Sandra, amenizando cada descanso con su bonita voz y sus historias
para no dormir. Me siento vacío, esperaba recibir consuelo de ella y no ha sido
así. A veces nos frustramos al esperar algo que nunca llega, y es entonces, que
nos volvemos a frustrar doblemente porque ese algo no llega cuando lo
esperamos, por lo tanto, casi es mejor no esperar nada y tratar de aprovechar
cada instante. Trato de aplicarme esa filosofía, pero me cuesta, demasiadas
emociones en pocos días, demasiados acontecimientos inusuales que serían
capaces de traumar hasta al general más rudo de cualquier ejército. Para colmo,
una nueva preocupación se cierne sobre mí, la repentina desaparición de Sandra.
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José Lorente.
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