¿Y qué pasa cuando una casualidad
se convierte en causalidad? ¿O es que no existen las casualidades y sí las
causalidades? Eso mismo me pregunté yo la noche de ayer, una de tantas veces
que me he formulado esa clase de incógnitas. Mis conclusiones son mías, no por
ellos deben ser, necesariamente, equivocadas.
A menudo escuchamos a alguien decir: «Vaya casualidad». Es muy convencional
utilizar esa expresión cuando algo nos resulta fruto de una suerte extraña, de
una conjugación de actos que llevan inevitablemente a ese hecho que nos deja
boquiabiertos, anonadados, absortos en un misterio imperturbable al que no
somos capaces de acceder, al menos conscientemente. Es entonces cuando dejamos
que la suerte magna dé su explicación, que es tan limitada como nuestro frágil
entendimiento. Pocas personas son capaces de pararse a pensar que esa «casualidad»
es fruto de un sinfín de actos llevados a cabo intencionadamente por cada
individuo, y es que, sin que nosotros lo sepamos o lo entendamos, a nuestro
alrededor actúan una infinidad de fuerzas que tienen que ver directamente con
cada uno de nosotros y lo que nos rodea. Nada es al azar, por lo tanto me
aventuro a decir, que la llamada suerte no existe en realidad, sino en una
ínfima parte de nuestro cerebro, catalogada con ese término coloquial que
parece darle sentido a todo lo que no tiene ninguna explicación lógica para
nosotros, el ser humano. Pero, ¿quién soy yo para afirmar algo tan contrario a
las creencias de la mayoría de las personas? Pues… sólo un hombre que no se
conforma con pensar que todo es cómo nosotros creemos que es. Bajo mi punto de
vista, no tenemos ni siquiera una remota idea de qué rige en realidad a la vida
en su exponente máximo. Y con estas palabras os relato uno de los múltiples
hechos que me han ocurrido a lo largo de mi curiosa e insignificante vida,
llena de esas casualidades que según muchos, son fruto de la poderosa suerte;
yo digo que es causa del destino que uno mismo se preocupa en
buscar.
Hace ya mucho tiempo que utilizo para mis ratos de vigilia relatos,
discursos, debates y un largo etcétera de soluciones audiovisuales que me
ayudan a coger el sueño; una: porque siempre me ha costado demasiado
conciliarlo; dos: porque de paso, aprendo cosas curiosas sobre temas que me
parecen realmente interesantes. Pues bien, llevaba varias noches escuchando un
debate de un famoso científico español, en realidad era un documental sobre el
misterio de los sueños. En él, el español, hablaba a ratos con otro reconocido
científico de no sé ahora mismo dónde, especializado en eso; la investigación
de los sueños. La primera cosa curiosa que me pasó, no tiene mayor importancia,
ni siquiera tiene relación directa con lo que trato de explicar en este relato,
pero me parece anecdótico contarlo y así lo haré.
El científico, de habla inglesa, le explicaba al español la misteriosa
forma que tienen los sueños de aparecer en el momento que nos encontramos en la
línea de la vigilia y el sueño profundo o REM. Le contaba lo mucho que cambian
nuestras conexiones neuronales con respecto a cuándo nos encontramos
conscientes, adoptando las imágenes que vemos, formas distorsionadas, nada
parecidas a nuestra querida realidad. Decía, que podemos ver cosas que nunca
veremos en la realidad, pero que, sin embargo, en los sueños, cobraban una
importancia trascendental, se tornaban nuestra propia realidad. Yo me
encontraba tumbado, con los ojos cerrados, escuchando aquella interesante
explicación. Cuando quise darme cuenta, en mi cabeza ya se estaban sucediendo
ese tipo de distorsiones, estaba soñando despierto, amigos. Sí, la explicación
de aquel reputado científico no pudo haber logrado una mayor simbiosis entre
sus palabras y mi propia experiencia. Una vez más, cuando mi cerebro ya se
había deshecho de esas imágenes al darse cuenta de que mi consciencia las
estaba ordenando, me dije a mí mismo que soy un afortunado por tener dos vidas,
la normal y la de mis sueños.
Ahora vamos con la segunda parte y la razón por la cual, he decidido
escribir estas líneas.
La otra tarde me encontraba reunido con una de mis hermanas en casa de mis
padres; hablábamos de unos libros que ella tenía y que me iba a prestar. Esto,
recuerden, fue después de estar varias noches escuchando aquel debate que os he
citado. De entre los cinco libros que tomé prestados, hubo uno que me llamó la
atención sobremanera; ese mismo libro fue el que más énfasis adquirió en las
palabras de mi hermana al recomendármelo. Yo le presté más atención, si cabía.
Pues bien, al día siguiente, por la noche, antes de volver a casa después de
dos días, fui a casa de mi hermana a decirle unas últimas cosas antes de partir
y decirle que al final le había «robado» dos libros más de casa de nuestros
padres. Sin querer, ella volvió a hablarme de ese libro magnífico que me había
prestado, mi interés por esa obra crecía contado en milésimas de segundo. Me
despedí de mi hermana y arranqué en dirección a casa.
Al llegar, después de una buena ducha con agua caliente, me puse a leer el
libro que estaba a punto de terminar. A esas horas ya tenía claro cuál de los
libros que me había prestado mi hermana iba a empezar esa noche.
Terminé el otro y emprendí la lectura del nuevo ejemplar. Con el sueño
pisándome los talones conseguí leer dos capítulos; los suficientes para saber
que era un libro que me iba a gustar, tal como anunciaba mi hermana.
Dejé el libro a un lado, observando sus tapas y sus contratapas, como hago
con todos esos libros que empiezan bien para mí.
Una vez en la cama, coloqué de nuevo aquel debate que lleva acompañándome
varios días en ese proceso antes mencionado.
Mi sorpresa se acentuó al escuchar el inicio de la breve presentación que
hacía el científico español sobre los temas que iban a tratar. Dice algo así:
«Como ya auguraba
una de las grandes obras de la ciencia ficción de nuestra era, —en ese momento
pensé que había otro libro de las mismas características, el cual tenía que
llegar a mis manos por obligación en algún momento, pensamiento que me vino
cada una de las veces que escuché al científico pronunciar el título de aquel
libro, pero no sé por qué razón, se me olvidaba siempre, quizá porque en esos
momentos soñaba despierto, o simplemente porque soñaba—, aquel que nos hablaba de seres humanos prefabricados a la carta», prosiguió
el científico ante mis oídos atentos.
Entonces dijo el título, que yo no esperaba escuchar, pero que, sin embargo
había escuchado varias veces en noches anteriores llegando a la conclusión de
que era un libro que me interesaba leer sobremanera. La casualidad, o según mi
criterio, causalidad, es que ese título es el que acababa de dejar en mi
estante a la espera de retomar su lectura en cuanto pudiese, ese del que mi
hermana hablaba maravillas de tipo «vas a alucinar».
Todavía no he retomado su lectura, pero estoy seguro que de ese libro
sacaré conclusiones importantes, o quizá, grandes ideas para futuras novelas
propias. Lo que está claro es que, ese libro tenía que caer en mis manos por
algún motivo que escapa a nuestro entendimiento. ¿Casualidad o causalidad?
Juzguen ustedes mismos.
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José Lorente.
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