Contrario a mis pretensiones, el
deseo de robar la vida de Sandra se sobrepone a los consejos del anciano.
Pronto vuelvo a sentir que la traición, es algo que merece ser vengado de una
forma que nunca pueda olvidar la víctima, o simplemente, que no pueda recordar
nada nunca más. Se lo cuento a Joe, aunque es una persona muy pacífica, me da
la razón. Me dice que él en mi caso también haría lo mismo. Le doy las gracias
por haberme hecho pasar este buen rato y me despido con las ganas que se
despiden dos amigos que se conocen de forma especial desde hace bastantes
años.
años.
Monto en el
Mercedes, el reloj marca las once de la noche, me pongo a deambular por las
calles de Valencia en busca de respuestas que tardan demasiado en llegar, me
siento solo y confundido. Sólo unas canciones de Selah Sue, que tienen
demasiado tiempo y sin embrago nunca han dejado de gustarme, alegran algo mi
actual existencia. No sé lo que quiero hacer, mañana he de trabajar y se está
haciendo tarde. Pero no quiero volver a casa sin saber nada de Sandra. <<Dónde irías si
acabaras de traicionar a tu compañero de trabajo y quisieras esconderte de él?
—Me pregunto—. Piensa, Max, piensa>>, delibero en mis
adentros. De pronto dos palabras logran resurgir de entre varias, con una voz
que parece ser fruto de otra persona, y no, no es una de esas tantas voces que
he escuchado por parte de los mini Héctors. Esta vez es una voz femenina,
agradable, yo diría que casi alegre, que suena en mi cabeza diciendo: <<Mareny Blau>>. Claro, el
apartamento de la playa de Sandra, <<¿cómo no me he dado
cuenta antes? Seguro que está allí, la muy cerda, regocijándose de toda la
pasta que está a punto de ganar con mis obras de arte, lo que no sabe es que ya
no las tiene. Tú eres más listo, siempre lo has sido>>, me comenta una de
mis voces internas. Mientras pensaba todo esto, he girado el volante para poner
el coche en dirección a la pequeña pedanía marítima cercana a Valencia.
La carretera es
oscura y los altos pinos ensombrecen todavía más la pálida luz de luna que cae
sobre esta noche valenciana, sólo al cruzar la albufera, se puede percibir el
reflejo del bonito astro dibujado sobre la superficie.
Las once y treinta
y cinco de la noche, ya estoy en la puerta del residencial de Mareny Blau, en
donde Sandra tiene un apartamento. Miro hacia su ventana, hay luz. <<Bingo. Bien hecho,
Max>>, pienso mientras me acerco por la puerta trasera, despacio
y con sigilo, como una pantera negra que acecha entre las sombras a su presa,
hambrienta de carne fresca que llevarse a la boca o a la de sus cachorros, en
este caso, los mini Héctors, que tienen un hambre voraz de que yo resuelva este
asunto.
Desenfundo la Glok
mientras me asomo por la ventana. No veo a nadie en el salón, la luz está
encendida, pero Sandra no está. Escucho un ruido, me escondo un poco para luego
volver a asomar los ojos cual extraterrestre espía a los humanos desconocidos.
Veo a un tipo alto, no demasiado delgado, con el pelo bien peinado y barba de
cuatro días; lleva una bata gris oscuro que le está pequeña, eso me hace pensar
que es de Sandra y que es su invitado, pero, <<¿dónde demonios
está ella?>> Sigo mirando por cada rincón, buscando esa melena morena
que me la ha jugado, apretando la culata del arma, pensando en ponerla en
funcionamiento contra la boca de la revienta braguetas de Sandra.
—Entra y cárgate a
ese, —me dice una voz.
Miro hacia abajo y
ahí están, los pequeños mequetrefes de genética hectoriana que me vienen
acompañando durante días, ya no parecen desestabilizar mi mente, han pasado a
otro plano, y tengo la certeza de que eso es gracias a la droga que me ha dado
Joe. Este maldito chiflado siempre sabe cómo arreglarlo todo.
—Sí, cárgatelo y
entiérralo en el jardín, nadie le echará de menos, —dice otro, tirándome del
camal del pantalón.
—Vosotros dos,
siempre igual, no sabemos si hay más gente dentro de la casa y ésta es la única
ventana por la que se puede ver el interior. Debes vigilar un rato más,
—previene otro.
Miro a unos y otros
mientras debaten la mejor forma de actuar. Me va de maravilla, es como tener un
séquito de amigos dispuestos a solventar cada decisión que tomes en la vida. Si
es así, bienvenido, Héctor, te echaba de menos.
—Lo mejor es
esperar a que venga ella y dispararle desde aquí, dice otro—, se lo merece, la
cerda.
—Esa no sería la
mejor solución. También tiene que saber cuál fue la motivación que la llevó a
traicionarle, —discrepa otro, en parte tiene razón. Me fastidia la idea de que
Sandra me haya traicionado de esa manera, pero casi fastidia más no saber el
porqué.
—Es verdad, quiero
saberlo, —razono con ellos.
—Está bien,
tracemos un plan, —dice otro, que se aleja a recoger una rama seca, para
después volver y ponerse a dibujar en el suelo con ella, al más puro estilo
peliculero. Todos miramos atentos cómo va dibujando mientras habla—. Esto es la
casa… estamos aquí… ésta es la entrada principal y ésta, la trasera…
>>Y esto es lo que
creo que tienes que hacer, si falla, quizá te veas metido en un aprieto, pero
si funciona, habrás ganado la batalla y habrás consumado tu venganza.
Asiento mientras me
rasco la perilla mirando el cutre mapa dibujado en el suelo, que en realidad
está en mi imaginación. Lo que no me ha quedado claro del todo es qué tiene que
ver Sara en todo este asunto. El mini Héctor que dibujaba el mapa, decía que primero
hay que obtener toda la información que tiene Howart para mí, de ese modo y no
de otro, podré llevar a cabo el plan. No termino de entenderlo y formulo la
pregunta que me tiene atormentado.
—¿Qué es lo que
tanto tengo que saber sobre Sara?
Los siete mini
Héctors me miran con cara de furia para después ponerse de nuevo a saltar entre
ellos y cantar:
—No lo sabemos, no
lo sabemos. Lo tienes que descubrir, —para luego esfumarse como el humo de un
cigarro que se eleva en su efímero vuelo.
Un estruendo de
chapas metálicas suena a mi lado, es un gato callejero que se ha encargado de
volcar unos cubos de basura que hay en el jardín. Miro hacia dentro de la casa y
veo al tipo acercarse hacia la ventana en la que estoy. Me veo obligado a
camuflarme entre unos arbustos. Poco después, la puerta se abre, asoma la
figura del hombre, que se pone a ordenar los cubos después de mirar en todas
direcciones para tratar de encontrar la causa de los desperfectos. Cuando todo
ha vuelto a la normalidad, decido volver al coche y dirigirme a casa para
tratar de descansar algo, cosa que no sé si lograré.
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José Lorente.
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