Como la vez que se detuvo delante
de un pino, a oler su aroma, a sentir su presencia, a disfrutar su sombra. Esa
vez no tuvo por qué ocultarse del mundo, el mundo la miraba de cerca, arañando
sus recuerdos como paloma surca el aire. No sabía cómo, el sol no había salido
ese día, pero sus cabellos se fundían en las sombras coníferas. Supo que era
objeto del deseo universal de amar, del amor a las cosas, a los árboles, a la
hierba. Un remolino de sentimientos hondos que se erguían despacio, en armonía
y calma. Viajó por las nubes, surcó los cielos y mares. Vivió momentos de
grandeza inigualable. Hasta que llegó a un llano donde el suelo era firme, pero
estaba empapado por la lluvia que terminaba de caer. Allí construyó su nueva
casa; fundó un poblado y llenó el llano de vida. Años después, un precioso
bosque de ceibas petandras reinaba en aquel lugar antes desierto.
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José Lorente.
Y la vida, se volvió vida, ese ciclo que nunca se detiene y que tan sólo hay que dejarlo seguir y continuar su curso.
ResponderEliminarBesos!
Así es, FG. Maravillosa vida con sus entrañables momentos. Besoosss!!! ;)
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