Estar en casa de Joe me hace
sentir tranquilo. Su cercana presencia siempre ha cubierto mi persona de un
manto de serenidad, de normalidad anormal. Es una relación difícil de explicar.
No sé si con las demás personas de su vida sucede igual, lo que sé es que
conmigo, parece haber una relación de estrechez sentimental desde que me
transmitió las palabras de mi abuela con su boca.
Mientras bebemos el
whisky, le cuento todo el asunto del robo y la traición de Sandra. Le explico
mis repentinas ganas de matar y también el asunto del detective privado. Él
conocía a Héctor, pero no lo suficiente como para acudir a su entierro ni para
enterarse de su muerte por otra persona que no sea yo.
—Tío, vaya días
llevas… —me dice.
—Joder, y tanto…
Creo que me estoy volviendo loco, o estoy rozando la fina línea que separa la
cordura de la demencia, —contesto, después lleno mi garganta de escocés.
—Está bien. No te
atormentes. Te voy a dar algo que quizá te ayude a superar todo esto.
—¿Algún amuleto?
—No, hombre, no.
Esas mierdas no funcionan. Lo que te voy a dar es la droga más potente que
existe en la Tierra. Viene de una planta del Amazonas. Conseguirla es difícil y
caro, pero su efecto es algo, que no se puede explicar con palabras. Vamos a
tomarla, a ver si por ahí descubres algo.
—Pero, ¿qué dices?
Yo no tomo esas mierdas. ¿Desde cuándo te drogas?
—Me lo dio a
conocer uno de mis clientes. Te aseguro que la experiencia que vives bajo sus
efectos es inolvidable, a partir de ahí, entiendes la vida conforme es. Confía
en mí.
—Yo paso. No me
jodas, Joe.
—Qué sí, coño. Ya
verás, tan pronto como empieces a ver cosas, sentirás que todo lo que has visto
es material, que hay muchas cosas que escapan a nuestro entendimiento. Gracias
a esta sustancia, verás todo de otro modo. Tu abuela aprueba el experimento.
—¿Mi abuela? ¿No
dijiste que no volvería a saber de ella?
—Sí, pero ha
querido hacerme saber que tomes esto, y si ella lo dice, es porque sabe que te vendrá
bien.
Me quedo mirándolo
con cara de pocos amigos al hacerme la idea de tomar una sustancia desconocida
y quizá dañina, que el loco de Joe, está a punto de darme. Se levanta del sofá,
va a la cocina, abre la nevera y saca una pequeña jarra de cristal que contiene
un líquido color marrón. Se acerca y vierte un poco en cada vaso de whisky.
Parece asqueroso. Devuelve la jarra a la nevera, se acerca, coge su vaso y le
da un trago; su cara adopta matices amargos después de sorber.
—Venga, ¿a qué
esperas? —Me dice.
Miro el vaso con
cara de asco, lo agarro, coloco mi nariz dentro; huele a whisky. Sin pensarlo
dos veces le doy un buen trago. El sabor es rancio, seco y desagradable, mucho
peor que el escocés. Me dan dos arcadas que acentúan todas las arrugas de mi
cara.
—Qué asco, por
Dios, —refunfuño.
—En cinco minutos
sabrás lo que es bueno, amigo.
Debatimos sobre lo
malas que son las drogas para el organismo durante un rato hasta que empiezo a
notar algo extraño dentro de mí. La sangre de mis venas parece solidificarse,
la noto fluir con una densidad pasmosa. Me miro las manos, están muy
enrojecidas. Al levantar mis ojos, el salón de Joe ha cambiado por completo.
Hay un arco iris que nace de algún lugar y se estrella justo delante de mí, con
un gnomo que salta alegre, avanzando por él. Joe está volando, alrededor del
arco iris. Sus palabras son ahora distantes pero sonoras, me llegan en forma de
notas musicales de colores. Miro a un lado; hay un anciano con barba de
ochocientos siglos, con más arrugas que otra cosa en su cara y mirada triste.
Me mira y sonríe. Me explica todas las cosas que debo saber sobre mi vida,
desde el momento en el que nací hasta día de hoy. Ha sido un resumen extenso,
no se ha dejado nada el muy cabrón; desde los juegos que jugaba de niño, hasta
el presente de Sara, Héctor y demás. Comprendo que las cosas que me están
sucediendo tienen que ser así, y no de otro modo. También me dice que soy una
persona muy especial, y que tengo a un gran número de personas que me aprecian.
Que no debo preocuparme por nada más que por vivir en armonía y calma. El
misterioso anciano se levanta y se aleja, levitando, dejándome atónito mientras
veo a mi madre cantando una canción que ha inventado con mi nombre. Ahora el
anciano está delante de Joe, parece que se conocen. Le está explicando algunas
cosas que no logro escuchar, pero la cara de Joe me hace pensar que son de una
importancia transcendente para él. El gnomo sigue dando saltitos en el arco
iris, desplazándose a un lado y a otro. Me levanto, miro por la ventana; los
árboles del jardín están charlando entre ellos. El agua del mar está abrigando
la arena de la playa con brazos, como si fuera un bebé frágil y delicado.
Siento un golpe en la nuca. Me giro, es el anciano, me ha dado una colleja
simpática y ahora me estrecha la mano diciéndome adiós. Joe está detrás de él.
Poco después, todo desaparece; estamos Joe y yo en el sofá, sentados, como
antes. Ahora por mi cabeza deambulan pensamientos desconocidos, que sin embargo,
me son muy familiares. La sensación es gloriosa, la paz reina en el salón.
—¿Y no querías
probarla, Maxi? —Me dice Joe, con una simpática sonrisa iluminando su rostro.
—Joder, ese viejo
lo sabía absolutamente todo.
—Ese viejo es tu
conciencia.
Lo miro
comprendiendo perfectamente lo que dice. El anciano hablaba desde el más
profundo yo, pero como si fuese otra persona. Es la mejor forma de conocerse a
uno mismo. Esta droga provoca que veas las cosas de un modo que jamás podrías
comprender si te explicaran. Hay que vivirlo para saber lo que pasa mientras
estás bajo los efectos. Ahora ya no quiero matar a nadie, estoy lleno de amor
por todo cuanto me rodea. Sólo quiero vivir en paz y armonía. Sandra es una
magnífica amiga que merece vivir. No quiero ser yo el que la maltrate
físicamente. Sara es una preciosa mujer, que me tiene enamorado y ni siquiera
me había dado cuenta de ello. Héctor ha pasado a ser compañero de mi abuela.
Todo eso es lo que me ha hecho comprender al abuelo parlanchín. Y así quiero
seguir pensando.
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José Lorente.
Me gustó. La droga es ayahuasca?
ResponderEliminarHola, Luis. Me alegro que te haya gustado el capítulo. Sí, pensé en esa planta mientras escribía... Saludos y muchas gracias por leer. ;)
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