Mis pensamientos se ven
interrumpidos por las palabras de Paula.
—La llamaré cómo me
venga en gana. No haberla metido en tu vida, te jodes, —su tono es seco,
sereno.
—Llámala como
quieras en tu cabeza, pero a mis oídos, se llama Sara, ¿entendido? —Mi tono es
más dominante que el suyo, siempre ha sido así.
—Vale, vale, no te
enfades. Esto debe estar de muerte… —cambia de tema, sacando la comida.
Disfrutamos de una
buena cena a base de sushi; me encanta este manjar asiático, tiene todas las
propiedades básicas que necesita el cuerpo humano para evolucionar sano,
además, tiene un exquisito sabor.
Terminamos la
comida, retiramos los platos, en realidad lo hace ella, se ha empeñado en
hacerlo, alegando que está en mi casa, y en calidad de invitada, le toca
hacerlo. No opongo demasiada resistencia y me acomodo en el sofá, mirando el
océano coralino, que hoy, no sé por qué, luce increíblemente precioso. Quizá
sea porque en el salón faltan algunos objetos decorativos, o quizá porque mis
ojos lo perciben así, no lo sé, en cualquier caso, estoy atolondrado mirando el
vaivén de los peces en la corriente.
Llega Paula, saca
un paquete de cigarrillos y se dispone a encender uno.
—Muchacha, te he
dicho un montón de veces que en mi casa no se fuma, no sé por qué sigues
haciendo caso omiso. Además, esa mierda te está jodiendo.
—Lo sé, pero sigo
insistiendo porque al final, siempre me permites encenderlos, me quieres
demasiado, ya lo sé. Y sí, me está jodiendo, pero es mi problema, como el tuyo
con esa putita, también te va a joder y te empeñas en no recibir consejo ni
ayuda de nadie.
Me río por lo hábil
que ha estado la niña en esta ocasión, es muy inteligente, aunque ante mí, su
inteligencia se ve mermada por sus sentimientos emocionales amorosos. A veces
puedes ser un maldito genio y parecer de lo más tonto cuando sientes cosas tan
auténticas, que pareces volar entre un mar de dudas y reflexiones que no te
llevan a ninguna parte excepto a sufrir mal de amor, es la realidad, sin
embargo, no desistimos nunca en buscar esas sensaciones, como el que busca un
tesoro escondido en el fondo marino con más de tres mil años de antigüedad. Al
final, te das cuenta de que ese tesoro es mucho más vano y ridículo de lo que
esperabas, suele ser así. Con todas y con esas le contesto:
—Vale, tus
problemas son tuyos, y los míos… ya sabes… Debes irte en cuanto termines esa
mierda que llevas entre los dedos, —sonrío con picardía.
—Mierda, Maxi.
Siempre consigues lo que quieres, ¿eh?
—Ya lo sabes, no entiendo
por qué insistes tanto.
—Está bien, está
bien. Me iré en cuanto termine el pitillo. Pero, ¿y si te dijera que si haces
que me vaya no te paso el número de teléfono de Howart? Me dejarías quedarme un
rato más, ¿verdad? —la sonrisa pícara nace ahora entre sus labios.
—¡Joder! No harás
eso, pásamelo, anda… no seas mala.
—Ya te he puesto mi
condición, quien algo quiere, algo le cuesta.
—Ay… —suspiro,
abatido—. ¿Qué voy a hacer contigo? Está bien, quédate, pero sólo un rato,
necesito descansar, mañana tengo trabajo por hacer.
—Que sí… me fumo el
cigarro y me voy, sólo quería saber si era tan importante para ti hablar con
ese tipo.
—Lo es… ya lo
sabes… ¿para qué haces ese tipo de pruebas? Eres masoquista, te gusta
torturarte.
—No, soy mujer y me
gusta tener la certeza de las intuiciones que tengo. Ahora te paso el número,
—contesta, sacando su móvil del bolsillo.
Después de que lo
trastee durante varios segundos, el mío vibra sobre la mesa.
—Ahí lo tienes,
pesado, —dice, ahogando el cigarrillo en el impoluto cenicero que tengo, (no sé
por qué razón desde hace siglos), y levantándose, agarrando su bolso y
esbozando una gran sonrisa. Después se abalanza sobre mí y me besa en la
mejilla—. Gracias por todo, eres un cielo. Ya nos veremos. Espero que te vaya
bien con la putita…
—No la llames así…
—gruño—. Ten cuidado.
—Lo haré. Hasta la
vista, —y desaparece del salón, dejándome en mi maravilloso mundo de soledad, en
mis cavilaciones dispares y cómo no, con los mini Héctors golpeteando en las
paredes de mi cráneo. Han aparecido conforme he escuchado que se cerraba la
puerta de la entrada, como si no quisieran que me quedase solo, como si
quisieran hacerme una compañía sobrenatural, a la que no estoy acostumbrado y
no creo que llegue a estarlo. Esta vez me miran con seriedad, están ahí,
delante, en el suelo del salón. De pronto, uno de ellos salta:
—Miradlo, tan solo
como siempre. Tratando de eludir una pena tan grande que le corroe entero su
ser, es lo que trae la soledad a veces.
Los miro y sonrío,
parecen las palabras del mismo Héctor pero dichas desde un enano parlanchín con
voz de ser diminuto. Y es que parece que, para mí, Héctor no ha llegado a morir
del todo, muestra de ello son estas visiones tan extrañas a la par que reales.
—No le digas eso,
hombre, míralo. Él nunca ha querido estar solo, pero la vida lo ha llevado a
que sea así, —le contesta otro de sus clones.
—¿Qué queréis? ¿Por
qué aparecéis en mi cabeza? —Pregunto, sin dejar de sonreír. Parece mentira
pero la situación me resulta de lo más cómica, no como las veces anteriores,
que pensaba que me estaba volviendo loco por el shock de la muerte de mi mejor
amigo. Quizá, las aclaraciones de Joe, hacen que lo vea todo de otro modo. Sea
como sea, sigo sonriendo al formular las preguntas.
Todos me miran, hay
siete en total y cada uno de ellos muestra una expresión diferente. Después
miran hacia arriba, y desparecen sin contestar, como si alguien les hubiera
llamado con urgencia y llegasen tarde a algún sitio, en donde, por no ser
puntual, te cae un gran castigo. Me quedo con cara de bobo, tratando de atar cabos
que están más desordenados que el cajón de escritorio de un quinceañero
fanático del coleccionismo de piezas estúpidas.
Vuelvo en mí,
siendo consciente de que el cansancio está haciendo mella en mis ojos, me
escuecen. Me levanto del sofá y voy directo a la habitación, a pasar la que
puede ser, la noche de más descanso desde hace una semana, pero, con un
desorden doloroso en la cabeza a la vez que desconcertante. <<Mañana será otro
día>>, pienso.
Me desvisto, me
embuto en el nórdico y no sé lo que es antes, apoyar la cabeza en la almohada o
quedarme dormido…
Un sonido
escandaloso resuena en mi mente y provoca que despierte, sobresaltado. Es la
maldita alarma del despertador, que parece haber cobrado vida propia, pidiendo
ser desconectada. Son la siete de la mañana y en mi cabeza ya rondan los
números y características de los seguros del hotel, después, un rostro bonito
amenizado por un bello cuerpo que tiene un nombre, Sandra. Le contaré todo lo
que ha pasado y no creerá que mi fin de semana haya transcurrido así. Pensará
que estoy bromeando, cómo suelo hacer, después se dará cuenta que hablo en
serio y buscará la mejor forma de consolarme, cómo sólo ella sabe hacer. Sara
aparece después de Sandra, pero su recuerdo es incierto, como de un sueño confuso,
la desconfianza me está llevando a contraer mis sentimientos hacia ella, buena
prueba de ello es, que es la primera vez en semanas, que su imagen no es la
primera en aparecer en mi mente nada más despertar.
Me levanto, me
aseo, me pongo el traje de batalla y salgo hacia el trabajo. Una nueva semana
me espera, llena de labores y compromisos.
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José Lorente.
Tengo que ir al cap. 1 porque creo que esto tiene algo de miga y no hay que ir a la ligera. Creo que este personaje tiene un punto muy interesante y atrayente que no pienso dejar pasar inadvertido.
ResponderEliminarBesos de Pecado.
Y me alegro que te guste mi pseudónimo.
Me alegro que te guste la novela, PuramenteInfiel, pero por favor, te ruego que sí, que leas la historia desde el principio, si no, no tiene ningún sentido, como cualquier historia que se precie... Espero que te guste y te haga pasar buenos ratos de lectura entretenida. Muchas gracias por leer y comentar. Besoosss!! :D
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