domingo, 2 de marzo de 2014

Perfume. Capítulo 33


Corto la llamada, esta conversación me ha dejado mucho más tranquilo. Siempre que Joe me ha aconsejado, el tiempo le ha dado la razón, no ha fallado nunca. A partir de ahora tendré que vigilar las acciones de Sara, no he de confiar del todo, pero, me gusta tanto… Es tan buena conmigo. Nunca he sentido las sensaciones que ella me ha despertado, desde el primer día que la vi, que la olí. Fue como un torrente de agua que llega para refrescar una tierra que lleva demasiados meses sin empaparse. El amor toma un significado diferente cuando pienso en ella. <<¿Por qué se habrá ido? ¿Dónde estará? —Me pregunto—. Quiero llamarla, pero tampoco quiero que piense que la agobio, tengo tantas ganas de sentirla cerca, que saldría a buscarla a la calle, pero no lo voy a hacer. Mejor me quedo aquí, me meto en mi selva, con mis animales, ellos sí me entienden, o al menos eso parece>>, pienso.

Subo al piso de arriba, entro en la habitación tropical, Priscila y Rocco salen a saludarme.

—Max… Max… —Dice Rocco, posándose en mi hombro.

Le acaricio el cuello, remolonea con mi mano. Me siento en el suelo, pensando mis cosas. Una pequeña ardilla rayada sale de entre unos matojos, cargada con unas semillas, es la primera vez que la veo desde que metí la pareja de ardillas; se queda mirándome varios segundos, comiendo una de las semillas con sus movimientos veloces de mandíbula. La imagen me roba una sonrisa, la ardilla parece asustarse y se esconde de nuevo. Suena el timbre. No sé quién puede ser, quizá sea Sara. Bajo corriendo, esperando encontrármela detrás de la puerta. Abro y sí, es ella, cargada con una bandeja de lo que parecen ser pasteles.

—Hola, cariño, —dice, pasando y dándome un beso—. Me agobiaba aquí sola y he salido a dar una vuelta, a ver si veía una pastelería, me apetecía comer pasteles. No sabía cuáles te gustaban y he cogido un poco de todo, mira, —y destapa la bandeja, dejando asomar una variedad de dulces, que bien podrían acabar con el hambre mundial.

—Te he llamado, ¿por qué no me has avisado? No sabía si te habías ido o qué habías hecho.

—No quería molestarte, estabas en un funeral. Por cierto, ¿qué tal ha ido? ¿Cómo estaba la familia? Tienes mejor cara que esta mañana, —su expresión dulce y simpática me embriaga, me quedo embobado, mirándola.

—Bien… bueno… ya sabes cómo son estas cosas. Mucha tristeza y alguna cara indeseable, pero ya está, él ha pasado a ser un bonito recuerdo. Ahora tengo que apoyar a la familia todo lo que pueda. Debo relajarme hoy, lo merezco.

—Sí, debes estar tranquilo, yo estoy aquí. Vamos, te daré el masaje que no pude darte anoche. Verás qué manos tengo.

—Eso sería estupendo, ¿harás eso por mí?

—Ni lo dudes. Vamos, dejaré esto en la cocina y te lo hago, —se da la vuelta y se encamina a dejar los pasteles. La sigo como el que sigue al líder de los centinelas de una guerra sin fin.

Llegamos al salón. Los sofás parecen esperarme, ansiosos de notar el peso de mi cuerpo hundido en ellos. Sara está apartando los cojines, para que pueda tumbarme y estar más cómodo.

—Quítate la ropa, anda, —me dice. Lo hago, sin preguntar.

Me tumbo en el sofá, boca abajo. La comodidad me envuelve, sigo estando bastante cansado. Poco después, noto su presencia por detrás de mí, su calor corporal en mi cuerpo. Se sienta en mi trasero, sus manos frías comienzan a manosear mi espalda, lo hace francamente bien, yo diría que es una profesional. Me estoy relajando mucho, me entra sueño, noto la vigilia tocando a la puerta de mi mente en forma de imágenes distorsionadas de la realidad. <<Me voy a quedar dormido>>, pienso.

—¡Eh, tú! ¡Despierta! —dice Sara en tono alto mientras toca mi pelo, masajeando mi cabeza.

—Estoy despierto, —contesto.

—Y una mierda, tío, estabas roncando. Será cabrón…

—¿En serio?

—Sí, además parecía que hablabas algo que no he podido entender.

—¿Hablo en sueños?

—No sé, eso parece. Voy a parar ya, porque si no, te quedarás dormido de nuevo. No quiero que estés durmiendo, quiero disfrutar de ti, esta noche me iré y no tendremos este tiempo tan valioso para estar juntos.

—Me parece justo. Pero, al menos nos veremos en el metro por las mañanas, ¿no?

—Sí, supongo que sí, aunque en el trabajo se rumorea que quizá me cambien de zona esta semana. Ya te iré comentando según vaya enterándome.

—¿De zona? Pero, ¿no eres diseñadora de interiores?

—Sí.

—¿Y cambias de zona? Pensé que trabajabas en una oficina.

—Sí, pero muchas veces salgo de allí para ir a casa de los clientes. Me puedo pasar varios días, quizá semanas, con el proyecto de una casa, depende de lo que quieran los clientes. He estado en la zona de Benicalap las últimas semanas, decorando un conjunto de casas adosadas. Mi jefe me dijo que esta semana, era probable que terminara ahí y me fuera a otro lugar.

—Entiendo. Vaya… pues nos veremos por la tarde…

—Sí, espero sacar tiempo de no donde no hay para poder verte algún día. Aunque suelo ir bastante liada con las clases y demás.

—Ostras… bueno… siempre nos quedará el fin de semana.

—Sí, eso sí. Si no nos vemos esta semana, nos veremos el viernes, o el sábado. Eso seguro. Estaré contando los segundos que faltan para verte, te voy a echar de menos, Valentín, guapo, —una última presión con su mano en uno de mis músculos dorsales culmina el trabajo mientras dice esa última frase.

—¿Ya?

—Ya. No me digas que no te has quedado bien, ¿eh?

Me levanto, me estiro todo lo que puedo, comprobando que sí, que me ha dejado como nuevo. Vaya manos.

—Sí, ¿estás segura que eres diseñadora y no masajista?

Una sonrisa nace de sus labios.

—No, aunque vistas las opiniones de todas las personas a las que he hecho masajes, bien podría dedicarme a ello, sí. Oye, tengo hambre, ¿qué podemos comer?

—Es verdad, son casi las tres. ¿Qué te apetece?

—Me apetece que me cocines, a ver qué sabes hacer.

—No soy un gran cocinero, normalmente cocina Marisa. Los fines de semana suelo comprar algo por ahí, cuando no, salgo a comer fuera. Pero puedo hacer un esfuerzo. ¿Risotto con gambas y setas? Lo he hecho unas cuantas veces y no me sale mal del todo.

—¿Cómo puede ser?

—¿Qué?

—El risotto es mi arroz favorito, y ahora resulta que es lo que mejor sabes cocinar. Todo parecen señales del destino. Eres perfecto. Comamos risotto cocinado por mi amor, elaborado con todo su amor.

—Vaya… sé hacer otras cosas, pero vamos… eso es lo que mejor me ha salido. Manos a la obra entonces. Me gustaría que me hicieras compañía mientras cocino, abramos una botella de vino. ¿Te parece?

—Tú sí que sabes disfrutar de la buena vida, cielo. Vamos, de postre tenemos pastelitos.

—Sí, dulces como tú.

—Anda, galán. Me vas a sonrojar.

—Es que eres como la miel de dulce, —me lanzo a darle un bocadito en el cuello. Las risas suenan mientras nos acercamos a la cocina. Voy a hacer mi primera comida para compartirla con alguien en esta casa. Ella, sin duda, merece la ocasión.

Al entrar en la estancia, voy directo a mi vinoteca; ahí tengo una selección de vinos de lo más exquisito. Le doy a elegir, sé que a ella le gustan mucho también. Elige un Somontano, crianza del ochenta y nueve; toda una delicia para el paladar. Aprovecho para sacar un preciado queso de cabrales, que guardo para esas ocasiones en las que me pongo a beber vino, observando el gran acuario del salón. Al abrir la botella y el queso, la mezcla de aromas impregna mi olfato, llenándolo de armonía culinaria.

—Ese queso es alucinante, —me dice.

—No le gusta a todo el mundo, es muy fuerte, pero si lo combinas con el vino, puede resultar hasta orgásmico.

—Doy fe de ello, aunque prefiero un orgasmo provocado por tus encantos.

—Y yo por los tuyos.

Comenzamos a beber, el agua de la cazuela empieza a hervir al mismo tiempo que nuestros labios se funden en uno, llenándose de deseo y placer.



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José Lorente.



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