Corto la llamada, esta
conversación me ha dejado mucho más tranquilo. Siempre que Joe me ha aconsejado,
el tiempo le ha dado la razón, no ha fallado nunca. A partir de ahora tendré
que vigilar las acciones de Sara, no he de confiar del todo, pero, me gusta
tanto… Es tan buena conmigo. Nunca he sentido las sensaciones que ella me ha
despertado, desde el primer día que la vi, que la olí. Fue como un torrente de
agua que llega para refrescar una tierra que lleva demasiados meses sin
empaparse. El amor toma un significado diferente cuando pienso en ella. <<¿Por qué se habrá
ido? ¿Dónde estará? —Me pregunto—. Quiero llamarla, pero tampoco quiero que
piense que la agobio, tengo tantas ganas de sentirla cerca, que saldría a
buscarla a la calle, pero no lo voy a hacer. Mejor me quedo aquí, me meto en mi
selva, con mis animales, ellos sí me entienden, o al menos eso parece>>, pienso.
Subo al piso de
arriba, entro en la habitación tropical, Priscila y Rocco salen a saludarme.
—Max… Max… —Dice
Rocco, posándose en mi hombro.
Le acaricio el
cuello, remolonea con mi mano. Me siento en el suelo, pensando mis cosas. Una
pequeña ardilla rayada sale de entre unos matojos, cargada con unas semillas,
es la primera vez que la veo desde que metí la pareja de ardillas; se queda
mirándome varios segundos, comiendo una de las semillas con sus movimientos
veloces de mandíbula. La imagen me roba una sonrisa, la ardilla parece
asustarse y se esconde de nuevo. Suena el timbre. No sé quién puede ser, quizá
sea Sara. Bajo corriendo, esperando encontrármela detrás de la puerta. Abro y
sí, es ella, cargada con una bandeja de lo que parecen ser pasteles.
—Hola, cariño,
—dice, pasando y dándome un beso—. Me agobiaba aquí sola y he salido a dar una
vuelta, a ver si veía una pastelería, me apetecía comer pasteles. No sabía cuáles
te gustaban y he cogido un poco de todo, mira, —y destapa la bandeja, dejando
asomar una variedad de dulces, que bien podrían acabar con el hambre mundial.
—Te he llamado,
¿por qué no me has avisado? No sabía si te habías ido o qué habías hecho.
—No quería
molestarte, estabas en un funeral. Por cierto, ¿qué tal ha ido? ¿Cómo estaba la
familia? Tienes mejor cara que esta mañana, —su expresión dulce y simpática me
embriaga, me quedo embobado, mirándola.
—Bien… bueno… ya
sabes cómo son estas cosas. Mucha tristeza y alguna cara indeseable, pero ya
está, él ha pasado a ser un bonito recuerdo. Ahora tengo que apoyar a la
familia todo lo que pueda. Debo relajarme hoy, lo merezco.
—Sí, debes estar
tranquilo, yo estoy aquí. Vamos, te daré el masaje que no pude darte anoche. Verás
qué manos tengo.
—Eso sería
estupendo, ¿harás eso por mí?
—Ni lo dudes. Vamos,
dejaré esto en la cocina y te lo hago, —se da la vuelta y se encamina a dejar
los pasteles. La sigo como el que sigue al líder de los centinelas de una
guerra sin fin.
Llegamos al salón.
Los sofás parecen esperarme, ansiosos de notar el peso de mi cuerpo hundido en
ellos. Sara está apartando los cojines, para que pueda tumbarme y estar más
cómodo.
—Quítate la ropa,
anda, —me dice. Lo hago, sin preguntar.
Me tumbo en el
sofá, boca abajo. La comodidad me envuelve, sigo estando bastante cansado. Poco
después, noto su presencia por detrás de mí, su calor corporal en mi cuerpo. Se
sienta en mi trasero, sus manos frías comienzan a manosear mi espalda, lo hace
francamente bien, yo diría que es una profesional. Me estoy relajando mucho, me
entra sueño, noto la vigilia tocando a la puerta de mi mente en forma de imágenes
distorsionadas de la realidad. <<Me voy a quedar
dormido>>, pienso.
—¡Eh, tú!
¡Despierta! —dice Sara en tono alto mientras toca mi pelo, masajeando mi
cabeza.
—Estoy despierto,
—contesto.
—Y una mierda, tío,
estabas roncando. Será cabrón…
—¿En serio?
—Sí, además parecía
que hablabas algo que no he podido entender.
—¿Hablo en sueños?
—No sé, eso parece.
Voy a parar ya, porque si no, te quedarás dormido de nuevo. No quiero que estés
durmiendo, quiero disfrutar de ti, esta noche me iré y no tendremos este tiempo
tan valioso para estar juntos.
—Me parece justo.
Pero, al menos nos veremos en el metro por las mañanas, ¿no?
—Sí, supongo que
sí, aunque en el trabajo se rumorea que quizá me cambien de zona esta semana. Ya
te iré comentando según vaya enterándome.
—¿De zona? Pero,
¿no eres diseñadora de interiores?
—Sí.
—¿Y cambias de
zona? Pensé que trabajabas en una oficina.
—Sí, pero muchas
veces salgo de allí para ir a casa de los clientes. Me puedo pasar varios días,
quizá semanas, con el proyecto de una casa, depende de lo que quieran los
clientes. He estado en la zona de Benicalap las últimas semanas, decorando un
conjunto de casas adosadas. Mi jefe me dijo que esta semana, era probable que
terminara ahí y me fuera a otro lugar.
—Entiendo. Vaya…
pues nos veremos por la tarde…
—Sí, espero sacar
tiempo de no donde no hay para poder verte algún día. Aunque suelo ir bastante
liada con las clases y demás.
—Ostras… bueno…
siempre nos quedará el fin de semana.
—Sí, eso sí. Si no
nos vemos esta semana, nos veremos el viernes, o el sábado. Eso seguro. Estaré
contando los segundos que faltan para verte, te voy a echar de menos, Valentín,
guapo, —una última presión con su mano en uno de mis músculos dorsales culmina
el trabajo mientras dice esa última frase.
—¿Ya?
—Ya. No me digas
que no te has quedado bien, ¿eh?
Me levanto, me
estiro todo lo que puedo, comprobando que sí, que me ha dejado como nuevo. Vaya
manos.
—Sí, ¿estás segura
que eres diseñadora y no masajista?
Una sonrisa nace de
sus labios.
—No, aunque vistas
las opiniones de todas las personas a las que he hecho masajes, bien podría
dedicarme a ello, sí. Oye, tengo hambre, ¿qué podemos comer?
—Es verdad, son
casi las tres. ¿Qué te apetece?
—Me apetece que me
cocines, a ver qué sabes hacer.
—No soy un gran
cocinero, normalmente cocina Marisa. Los fines de semana suelo comprar algo por
ahí, cuando no, salgo a comer fuera. Pero puedo hacer un esfuerzo. ¿Risotto con gambas y setas? Lo he hecho
unas cuantas veces y no me sale mal del todo.
—¿Cómo puede ser?
—¿Qué?
—El risotto es mi arroz favorito, y ahora
resulta que es lo que mejor sabes cocinar. Todo parecen señales del destino.
Eres perfecto. Comamos risotto
cocinado por mi amor, elaborado con todo su amor.
—Vaya… sé hacer
otras cosas, pero vamos… eso es lo que mejor me ha salido. Manos a la obra
entonces. Me gustaría que me hicieras compañía mientras cocino, abramos una
botella de vino. ¿Te parece?
—Tú sí que sabes
disfrutar de la buena vida, cielo. Vamos, de postre tenemos pastelitos.
—Sí, dulces como
tú.
—Anda, galán. Me
vas a sonrojar.
—Es que eres como
la miel de dulce, —me lanzo a darle un bocadito en el cuello. Las risas suenan
mientras nos acercamos a la cocina. Voy a hacer mi primera comida para
compartirla con alguien en esta casa. Ella, sin duda, merece la ocasión.
Al entrar en la
estancia, voy directo a mi vinoteca; ahí tengo una selección de vinos de lo más
exquisito. Le doy a elegir, sé que a ella le gustan mucho también. Elige un Somontano,
crianza del ochenta y nueve; toda una delicia para el paladar. Aprovecho para
sacar un preciado queso de cabrales, que guardo para esas ocasiones en las que
me pongo a beber vino, observando el gran acuario del salón. Al abrir la
botella y el queso, la mezcla de aromas impregna mi olfato, llenándolo de
armonía culinaria.
—Ese queso es
alucinante, —me dice.
—No le gusta a todo
el mundo, es muy fuerte, pero si lo combinas con el vino, puede resultar hasta
orgásmico.
—Doy fe de ello,
aunque prefiero un orgasmo provocado por tus encantos.
—Y yo por los tuyos.
Comenzamos a beber,
el agua de la cazuela empieza a hervir al mismo tiempo que nuestros labios se
funden en uno, llenándose de deseo y placer.
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José Lorente.
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