Se escucha el burbujeo del agua hirviendo.
Tengo los ojos cerrados por lo que me hace sentir el beso que me ha robado,
bueno, más bien, he permitido que me lo robe. Sara me echa mano a una nalga,
presionando hacia ella. Parece que quiere guerra, de esa dulce que los dos
conocemos. No sé qué pasa, pero esta chica me excita demasiado, tanto, que ese
término se queda corto, no sabría decir la palabra que describa el deseo sexual
que despierta en mí. Abro los ojos, veo el agua de la cazuela a punto de
rebosar, pero me es imposible parar. El agua desborda, se funde en el cristal
de la vitro cerámica, un ligero olor a quemado nos rodea, eso parece que me
excita más aún. Me deshago de su prisión amorosa sexual, como puedo, como un
mago, que escapa de una camisa de fuerza, aparentemente imposible de desvestir.
—Joder, se quema,
—digo, apartando la olla y apagando la vitro. Ella acecha por detrás, sobándome
el trasero, besando mi cuello.
—Déjalo, quiero tu
cuerpo, —me dice, con un tono que bien podría estar saliendo de la furcia más
atrevida de toda la ciudad y echándome mano a mis partes, que ya no están en su
estado normal.
—No… si yo también
quiero, cielo, —le doy un beso largo—, pero no querrás que con todo lo que pasó
ayer, ahora se me queme la casa también…
Se ríe, me mira y
me vuelve a besar, profunda y fuertemente, rozándose, contoneándose como una
serpiente sexual. Se abre la camisa y guía mi cara hasta su canalillo,
presionándola fuerte, ahogándome casi, pero me encanta, huele tan bien… ese
perfume mezclado con el olor de su piel es afrodisíaco, matador, intransigente.
Salimos andando sin
parar de besarnos, dirección al sofá. Tropezamos justo antes de llegar y caemos
de golpe en él. Sara se ha quedado encima de mí, medio desnuda, me mira.
—¿Sabes una cosa?
—Me dice, tocando la punta de mi nariz con su índice—. Siempre he querido hacer
el amor en un balcón, a la vista de todos, —su mirada es una insinuación
atrevida, soberbia, de mando.
—¿Y a qué
esperamos?
Me levanto, con
ella en brazos. Ando hasta el ventanal que da paso al balcón, abro como puedo,
con una mano, casi caemos de nuevo, está delgada pero pesa lo suyo…
Al salir, una brisa
fría contacta con nosotros, el sol es débil, pero nuestros cuerpos apenas lo
notan, ya arden de deseo y pasión. Los coches suenan en la calle, las fincas de
enfrente se ven tan cercanas, que cualquiera que mirara por su ventana podría
observar el espectáculo que estamos a punto de ofrecer gratuitamente.
Se da la vuelta,
bajándose los pantalones, apoyándose en la baranda, su pelo vuela al vacío. Me
está mirando con cara pícara, riéndose con dulce maldad. Miro en derredor, por
si hay alguien, parece que no. Me desvisto, muy rápido. La penetro tan hondo
como puedo, ella grita, gime, más de una ventana se abre poco después, el grito
no ha sido que digamos discreto. Veo a vecinos asomarse, señalarnos, me da
igual, sigo a lo mío, pensando que estoy en mi salón, que miren. A ella parece
darle igual también, sigue gimiendo y gritando sin control. Cada vez hay más
público, se gira y se ríe con descaro, parece que le pone demasiado. Cada vez
vamos a más, hay padres resguardando a sus hijos de tan subida escena. Gritamos
juntos, llegamos los dos al clímax final, a la culminación de la locura hecha
amor, al desenfreno del morbo en estado puro, a la lujuria de hacer algo que
sólo puedes hacer con una persona a lo largo de tu vida. Y eso me vuelve loco,
más de lo que estaba ya, esto no puede ser verdad, pero sí, no es un sueño, no,
es la realidad, mi realidad. Me tiro sobre ella, todavía con mi miembro dentro,
la abrazo, le beso la espalda, ella todavía se está moviendo, pero más suave.
Agarra mi nalga y la empuja hacia dentro, quiere más pero lo mío ya no sube, al
contrario, baja, cada vez más. Es un quiero pero no puedo, después quizás…
—Cabrón, has
acabado rápido, pero, es el mejor polvo que he tenido en toda mi vida, y eso
que he hecho locuras, pero como esta ninguna. Pensé que no serías capaz, me
equivocaba, como muchas veces, —y escapa de mi lazo carnal.
—Ya ves, a veces
has de esperar a que sucedan las cosas para llegar a ciertas conclusiones,
—contesto, subiéndome el pantalón. Saludo a los vecinos y entro en casa. Voy
directo a la cocina, a reanudar la cocción; es la segunda vez que dejo una
elaboración culinaria a medias por culpa de los deseos sexuales de Sara. Como
siempre sea así, perderemos varios kilos de peso, aunque si es por ese motivo, no
me importa en absoluto.
—Bueno, ¿cómo va
ese risotto? —Pregunta riéndose,
medio desnuda aún—. Pensé que ya estaba hecho—. Agarra un trozo de queso, la
copa de vino y desaparece por la puerta.
—¡Eh! Pensé que me
harías compañía mientras cocino, —le digo en voz alta.
Aparece con su
móvil en la mano y la copa en la otra, masticando queso.
—Quería
inmortalizar el momento en que me preparas la comida por primera vez, —y me
hace varias fotos a las que sonrío con desfachatez.
Me las muestra.
—Salgo bien, me gustan,
pásamelas por whats.
—Espera, aún falta
una, la más importante, —activa la cámara frontal y posa junto a mí, el
obturador suena repetidas veces. Al enseñarme esas fotos, descubro que en algunas
de ellas ha desfigurado su cara cómicamente; con la lengua fuera, torciendo los
ojos; me encanta. Está medio loca, absolutamente imprescindible en esta vida,
la locura y el sentido del humor suelto, bandido, desenfrenado, claro está, en
los momentos en que proceda llevar a cabo dichas prácticas.
Me río al ver sus
caras de chiste, ella ríe conmigo.
—Hagámonos una
poniendo cara de mutante, —me dice, colocando la cámara en posición.
—¿De mutante? ¿Cómo
se hace eso?
—Así, —gira su cara
hacia mí, con más arrugas que un perro shar pei, con los ojos metidos hacia la
nariz y los orificios de ésta, más abiertos que el canal de la mancha.
Estallo en una
carcajada potente, espontánea, veraz. Posamos, intento poner esa cara, pero no
me sale, muestra de ello queda plasmado en las nuevas fotos; a lo máximo que he
llegado es a arrugar mis patas de gallo un poco y torcer los ojos, nada más,
pero ella, parece haberse transformado en un alienígena nacido en un mundo
desconocido, pero tan dulce y divertida, que es imposible no reír a carcajada
limpia.
El agua casi
desborda otra vez, esta muchacha va a conseguir que no comamos nunca, haciendo
valer mis expectativas anteriores en lo de perder peso corporal.
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Saludos.
José Lorente.
Obvio que me suscribo, imaginate me quedé con ganas de saber si almorzarán o no jajaja Pinta bien esta novela, y eso que la agarré en el capítulo 34 ¡Vaya, son dos encantadores descarados! Y tu narrativa, maravillosa, tan bien descripta la escena que no puedo dejar de sentirme una vecina fisgoneando jajaja ¡Felicitaciones, felicidades!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por suscribirte, Myriam. Si te has enganchado en el capítulo 34 y no has leído los anteriores, te animo a que los leas, los tienes todos numerados en el blog. Me alegro que hayas podido imaginar la escena de ese modo... Besoosss!! :D
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