Al fin puedo completar la comida;
el arroz estilo risotto me ha salido
impresionante, para chuparse los dedos. Las felicitaciones de Sara al terminar
de comerlo hacen que crezca mi ego. Nadie me ha dicho nunca tantas cosas buenas
sobre mí, esta chica va a terminar por hacerme caer en un enamoramiento absoluto,
allanador. La verdad, ya tenía ganas de vivir momentos así, después de tantos
años de soledad, de relaciones vacías, de engaños y traición, creo que ya lo
merezco. Es como ese regalo que uno siempre espera, pero que no sabe si
terminará llegando algún día.
Sara se empeña en
retirar la mesa, alegando que yo he sido el cocinero y que le toca a ella esa
tarea, me parece justo y accedo, pero no dejo de ayudarla aunque ella no
quiera. Me acomodo en el sofá, mirando los peces, como hago muchas veces,
pensando en lo bonita que podría ser la vida acompañado por Sara, es lo que
ella consigue que desee.
Siento sensación de
sueño de nuevo, parece que no he dormido suficiente y mi cuerpo demanda
descanso. Llega ella desde la cocina, se recuesta sobre mí, besando con
fragilidad la parte que está entre mi cuello y mi pecho, esos besos me están
acentuando el sueño, cierro los ojos. Oigo cómo pone la televisión y comienza a
cambiar de canal, posiblemente en busca de una de esas películas romanceras de
las tardes de los domingos, que siempre empiezan con la imagen de una de esas
lujosas casas de campo blancas americanas, en donde termina pasando de todo,
menos algo bonito.
—Duerme, cariño,
—me dice despacio, acariciando mi rostro.
—Sí, gracias,
—susurro, más cercano al mundo de los sueños que a la realidad.
Abro los ojos, me
encuentro tumbado en el sofá, la televisión está apagada y Sara no está. El
silencio invade toda la casa, estoy seguro de que no está, conozco este
silencio como si lo hubiera vivido en todas mis anteriores vidas. Me levanto,
saco el móvil del bolsillo para mirar la hora. Son las siete de la tarde, la
noche ya ha caído sobre la ciudad, es domingo y mañana toca ir a trabajar, en
unas horas debo acostarme de nuevo. <<Pero, ¿dónde habrá
ido? ¿Por qué no ha esperado a que despierte?>> Voy a la cocina,
encuentro un posit fosforito pegado
en la puerta de la nevera con un pequeño texto escrito a mano: He tenido que irme, estabas tan dormido que
me ha dado pena despertarte. Esta semana nos vemos. Vamos hablando, mi
príncipe. Besos, tu princesa. Vuelvo a pegar ese maldito papel en la nevera,
aunque no me guste tener nada adherido ahí; siempre he pensado que queda cursi
y hace que el electrodoméstico parezca viejo. Pero viene de ella, desprende su
olor, y es algo que quiero tener bien cerca, aunque tenga que romper mi regla
de no poner cosas en la nevera. Voy al baño, desperezándome, pensando en
arreglarme un poco y salir; el Nigth Jazz es el destino elegido. Me encanta ir
los domingos a estas horas a tomar las últimas copas del fin de semana, a
ahogar el final del tiempo libre entre notas de jazz auténticas. Unos vaqueros
y un jersey color oliva de punto cruzado son mi indumentaria, con unas botas de
color crudo, basta de trajes. Salgo a la calle, el frío es intenso, el aire es
algo húmedo y de mi aliento brota vapor, me acurruco dentro del abrigo de tres
cuartos y salgo caminando hacia el Nigth Jazz.
Al llegar, media
hora después, veo que una de las luces del local parpadea de forma poco común,
parece que se ha estropeado. Entonces, salen de dentro dos personas corriendo y
gritando, llevan pasamontañas y una bolsa grande, me escondo en una esquina,
observando a los criminales. <<¿Y si son los
mismos que fueron a mi casa?>> Me pregunto. Suben
a una furgoneta y ésta sale chillando ruedas, el portero del Nigth Jazz sale
poco después, con su mano puesta en el muslo. Me acerco y le digo:
—¿Qué ha pasado?
¿Se encuentra bien?
Me mira,
angustiado, sudando. Al llevar la vista donde tiene puesta su mano me doy
cuenta que su traje blanco se está tiñendo de rojo.
—¡Esos cabrones…!
¡Me han disparado, joder, me han disparado!
Saco mi móvil para
llamar a una ambulancia y a la policía. Agarro al portero y lo ayudo a volver
al local. Al entrar, una sensación extraña se infiltra en mis adentros, la
música no ha golpeado en mis oídos haciendo que me transporte a otros lugares
mágicos, no, lo que ha llegado a mí, son los gritos de varias personas, al
comprobar que hay varios muertos en el local, uno de ellos es uno de los
músicos. Ayudo al portero a recostarse en uno de los butacones.
—Han llegado
gritando que nos tiráramos al suelo, con sus armas levantadas. Uno llevaba una
escopeta recortada y el otro un revólver. Una mujer ha gritado y se la han
cargado, sin más. El músico ha levantado la mano y se lo han cepillado también.
Luego han robado la estatua de Franklin tallada a mano, que fue hecha
exclusivamente para este local hace más de cien años. ¡Cabrones! —Me cuenta el
portero entre suspiros y muecas de dolor en su cara.
—¿Y a ti? —Pregunto.
—Yo estaba detrás
del de la pistola. Me he abalanzado sobre él para ver si le quitaba el arma,
pero el muy hijo de puta, se ha escabullido como si fuera un experto y me ha
disparado en la pierna. Luego, el otro ha salido corriendo y él me ha mirado a
los ojos, para después seguirle. Me ha perdonado la vida, podría haberme matado
y no lo ha hecho. ¡Joder! ¡Cómo duele, hostia! —Las gotas de sudor brillan en
su tez negra.
—Tranquilo, pronto
llegará la ambulancia, está de camino, aguanta.
Me levanto y miro
el local, la gente está aterrada, apenas se atreve a abrir la boca, se mantienen
en las posiciones que quedaron cuando los bandidos estaban aquí. Los cadáveres
están ahí, derramando sangre, manchando la moqueta. Unas manchas que tardarán
mucho en desaparecer, sobre todo de la memoria de los que están aquí. La
tragedia no puede ser mayor. Una mano me coge por detrás, fuerte.
—Max, —me dice. Es
la voz de Paula.
Me giro, se
abalanza sobre mí, llorando, muerta de miedo. Lo que le faltaba a la niña, ayer
su hermano y hoy esto. Va a quedar traumatizada al final, la vida se ha cebado
con ella en este fin de semana fatídico. Le acaricio la cabeza siguiendo el
sentido de su pelo y le digo:
—Ya está, bonita,
ya está. Ya pasó, estoy aquí, se han ido. Tranquila.
—¡Vámonos, Maxi,
vámonos de aquí!
—Está bien.
Salgamos.
La saco de allí lo
más rápido que puedo, no quiero que sufra más. Iremos a otro lugar más
tranquilo. <<No puede estar pasando esto… estoy soñando, estoy soñando>>… me digo.
Descarga esta novela completa aquí: http://www.amazon.es/Perfume-Jos%C3%A9-Lorente-ebook/dp/B00KCPSANC/ref=sr_1_5?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1400244644&sr=1-5&keywords=perfume
No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.
José Lorente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario