Capítulo 36
Pero no, no es ningún sueño.
Camino resguardando a Paula en mi regazo. Sus sollozos hacen que recuerde la
pérdida de su hermano, está todo tan reciente.
—¿Qué hacías ahí?
—le pregunto.
—Sabes de sobra que
me encanta venir a este sitio.
—Ya, pero los
domingos sueles estar en casa, con mamá, nunca te he visto aquí un domingo.
—Es cierto, había
quedado con una persona para resolver un asunto que tengo pendiente.
—¿Y dónde está él?
¿O ella?
—Se ha meado en los
pantalones, el muy gallina.
—Vaya ligues te
buscas.
—No era un ligue,
era un asunto pendiente.
—Pues sí que tenía
que ser importante como para dejar a mamá sola, viendo las pelis de los
domingos, ¿no?
—Sí, muy
importante. Mucho más de lo que imaginas, de hecho, ni siquiera puedes imaginar
de qué se trata.
—Bueno, son tus
cosas, tampoco es que me incumban, tú sabrás lo que te traes entre manos.
—Son cosas mías,
sí, aunque quizá, te incumba más de lo que crees.
—¿A qué te
refieres? ¿A qué viene tanto misterio?
—¿En serio quieres
saberlo?
—Ahora que has
dicho que es de mi incumbencia, sí, claro que sí, —me paro y la miro fijamente.
Sus ojos ya no están bañados en lágrimas, pero sí en un color rojo profundo en
vez del blanco natural, de tanto derramar gotas de lloros profundos.
—Verás, Max,
cariño. Esta mañana te conté lo del mensaje hacia ti que encontré en el móvil
de Héctor, ¿no?
—Sí, ¿y qué?
—Esta tarde he recibido
la llamada de un hombre. Un tipo llamado Howart. Me ha dicho que se había
enterado de la muerte de mi hermano y me llamaba para informarme de lo que
Héctor se traía entre manos con él.
—Ya… Y, ¿qué tengo
que ver yo en todo esto? No conozco a nadie llamado Howart.
—Espera, no he
terminado… pues, resulta que este tal Howart, es un detective privado, el cual
fue contratado por mi hermano para investigar a esa putita con la que te
juntas.
—¿Sara?
—Sí, esa que,
seguro, es la que algo tiene que ver con el robo de tu casa… esa. La furcia que
tiene el privilegio de contar con toda tu atención y protección. La misma.
—Pero… ¿un
detective? ¿Para qué?
—No me preguntes
más. El tipo sólo me contó eso, no le dio tiempo a más; entraron los ladrones
armando jaleo en el Nigth Jazz y se meó en los pantalones. No sé por qué mi
hermano haría investigar a esa chica, pero me lo puedo imaginar. Ya sabes lo
mucho que te quería, haría cualquier cosa por que estuvieses bien. Quizá quería
estar seguro de que era un buen partido para ti. Si lo hizo, es porque tú le
hablabas mucho de ella.
—No entiendo nada.
Le hablé de ella unas cuantas veces, pero jamás imaginaría que el loco de tu
hermano haría eso por mí.
—Ya te digo yo que
lo haría, eso y más, créeme.
—¿Dónde está ese
tío? Tengo que hablar con él.
—Pues estaba en el
local cuando entraste, pero supongo que se habrá marchado a cambiarse de
pantalón, el muy cobarde. Para ser detective privado, tendría que ser algo más
duro, ¿no crees?
—Tenemos que volver,
a ver si está.
—Como quieras, pero
yo no voy, no pienso volver a presenciar esa escena tan horrorosa.
—Te entiendo. Voy
yo solo. ¿Estarás bien?
—Estaría mejor
contigo, pero sí, lo estaré. ¿Te apetece que cenemos o algo?
—Luego te llamo y
te digo, —un beso fugaz roza su mejilla y salgo corriendo hacia el Nigth Jazz,
en busca de Howart. A saber qué es lo que tiene que contarme, pero si el
mensaje de Héctor decía todo eso sobre Sara, no creo que sea nada bueno. <<Ojalá me equivoque,
ojalá me equivoque>>, pienso mientras
me acerco al local.
Al llegar, los
coches de policía y la ambulancia ya custodian el sitio. Un cordón policial
cierra el paso. La gente está agrupada en el exterior, curioseando. Miro por
todas partes, buscando un tipo con los pantalones mojados, pero no lo
encuentro. Pregunto a la policía.
—¿Han visto a un
hombre…?
—Sí, salió
corriendo en esa dirección, hace dos minutos, —contesta el policía, tan amable
que hasta me parece raro.
Salgo en la
dirección que me ha indicado, pero los transeúntes son demasiados y me es
imposible dar con Howart. Saco el teléfono y llamo a Paula.
—Hola, cielo. ¿Lo
encontraste?
—No, ¿me pasas su
teléfono?
—Pues claro. Ahora
te lo envío por whats. ¿Qué me dices
de cenar? ¿Lo has pensado, o esa tía te lleva tan loco que ni siquiera te deja
pensar en nada más?
Tiene razón,
parezco un obseso, pero es que Sara…
—Sí, sí, disculpa,
—le digo después de un pequeño silencio que ha brotado mientras cavilaba mis
cosas…— lo he pensado. Vamos a cenar algo, sí.
—Ah… estupendo. Es
lo que mejor me puede venir después de este duro día, cielo.
—Sí, claro. ¿Vamos
al Open Dinner?
—Me encanta ese
sitio, pero preferiría que estuviésemos más tranquilos… en tu casa, por
ejemplo, no me apetece mucho estar por ahí.
Por mi cabeza
empiezan a pasar imágenes de Paula insinuándose ante mí, en situaciones en las
que nos hemos quedado a solas, no me apetece demasiado pasar por eso ahora,
pero es ella, y tengo que estar ahí, para ayudarla en todo lo que pueda. Me
tocará intentar escurrirme de sus encantos, por otro lado, hoy voy servido, y
por otro lado más allá, Sara merece todo mi respeto.
—Vale, está bien. A
mi casa, pero nada de juegos, ¿eh, Paula? Que nos conocemos…
—¿Crees que con
todo lo que he pasado estoy para eso? Me parece increíble que pienses eso de
mí. En fin…
—No lo pensaría si
nunca hubieras intentado nada, pero resulta que no es así.
—Bueno, hoy no
intentaré nada. Ya te lo he dicho, no estoy para esas cosas… Te espero en tu
portal, ¿vale?
—Bien, en un rato
estoy ahí.
Cuelgo el teléfono
y descubro que tengo varios mensajes. Son de Sara. Abro el Whats app y descubro que los mensajes son las fotos que nos hemos
hecho en la cocina. También compruebo que ha cambiado su foto de perfil,
poniendo una de éstas, en la que salimos haciendo muecas simpáticas. Es
adorable, y me adora. Pero eso no quita que tenga la mosca detrás de la oreja por
lo del detective de Héctor. Tengo que hablar con ese tipo cuanto antes, antes
de que esta chica me devore con sus encantos tan amarradores y fabulosos.
Contesto al mensaje
con una carcajada escrita, seguida de dos emoticonos que expresan algo de
locura; para finalizar un “guapa”, un “princesa”, y un beso expresado por
escrito y por otros dos emoticonos más. Camino hacia casa, pensando tantas
cosas, que parece como si mi cabeza fuese a despegar como un cohete espacial se
desprende de su lanzadera.
Al llegar a casa,
ahí está Paula, tan bonita y tan sumisa como siempre. Tan tenaz y tan cabezota,
que cualquier hombre acabaría hasta las narices de tener una mujer como ella,
pero la quiero un montón. Tengo que cuidarla y protegerla, siempre lo haré.
Capítulo 37
Me espera en el portal, apoyada
en la pared, con el bolso sujetado entre sus manos y dejado caer sobre su
abdomen. Su cuerpo tiembla de frío.
—Ya era hora, tío.
Me estoy congelando, —un temblor le estremece todo el cuerpo, cortándole las
palabras.
—Te dije que
vinieras conmigo.
—Pero, ¿cómo voy a
volver a ese sitio después de lo que ha pasado?
—Bueno, vale, es
verdad, lo siento. Anda, entremos.
Al abrir la puerta
veo a Nicolás.
—Buenas noches,
señor Valentino. ¿Sabemos algo de los ladrones?
—No, nada nuevo. Ya
te informaré si sé algo…
—Muy bien, que
disfruten de la noche.
—Buenas noches,
Nicolás.
—Buenas noches,
—añade Paula.
El ascensor se
abre, entramos en él, una vez dentro, Paula se abalanza sobre mí, como
queriendo quitarse el frío. La abrigo con mis brazos, pensando en lo mal que lo
ha estado pasando entre ayer y hoy.
—Ojalá me
quisieras, —susurra.
—No empieces,
dijiste que no harías nada.
—Sí, lo siento, a
veces no lo puedo evitar, —contesta, girando la vista hacia mí.
—No pasa nada, pero
ya sabes que estoy conociendo a Sara.
—Sí, y es lo que
más me duele. Esa chica no es de fiar. Ya lo verás.
—Que lo sea o no,
es asunto mío. Lo veré yo mismo con el tiempo, pero gracias por tu opinión.
—En fin… luego,
cuando te veas solo y perdido, no vengas a buscarme porque no estaré para
consolarte.
—Sabes que no soy
así.
—Sí, pero decirte
eso me hace sentir bien, —una pequeña sonrisa asoma en su rostro.
—Qué chavala… —y le
doy un beso en lo alto del cogote. Su pelo huele bien, siempre ha sido así. Es
una niña muy coqueta, y con muy buen estilo. Lo cierto es que si no fuera quien
es, lo más seguro es que la mirase con otros ojos. Pero es mejor que eso no
pase.
Entramos en casa,
el calor hogareño nos envuelve de inmediato. Llamo a un restaurante de comida a
domicilio y nos sentamos en el sofá. He sacado la botella de vino que, a medio
día, he disfrutado con la loca de Sara, parece que huele a ella, a ese perfume
tan irresistible como malvado que me tiene atrapado en un bucle sin salida del
que no quiero escapar. Paula así lo ha notado.
—Huele a ella la
casa, —me dice.
—Sí, lo sé, y me
encanta.
—Joder, ¿podrías no
hablar tan bien de ella cuando yo esté delante?
—¿Para qué la
nombras? Está claro que huele a ella, pero podrías haberte ahorrado ese
comentario. Tus celos provocan que hagas cosas contrarias a tus pensamientos,
¿no te das cuenta?
—Sí, pero no lo
puedo evitar. Yo sé que esta vida es para que estemos tú y yo, juntos, lo sé,
tarde o temprano eso pasará.
—El futuro es
incierto, no se pueden saber esas cosas. <<Ni siquiera mi
amigo Joe puede>>, pienso.
—Mis intuiciones
suelen ser bastante exactas, tiempo al tiempo. Ya te darás cuenta.
—Pues eso, no me
gusta cavilar sobre lo que puede pasar o no. Soy un hombre más de presente, de
tratar de vivir lo que me apetece en cada momento. Y no me ha ido mal del todo
siendo así, prefiero seguir llevando la misma filosofía.
—Y yo te envidio
por ello, yo no puedo vivir así, estoy constantemente pensando en cómo será el
futuro, en si estaré bien o estaré mal, en si estarás conmigo o conoceré a otro
hombre que me llene tanto o más que tú, es mi realidad.
—Una realidad
manchada por la infelicidad que te producen esos pensamientos inciertos,
piénsalo.
Un silencio
arrasador sigue a mis palabras, los ojos de Paula se están clavando tan
profundamente en los míos, que parece estar escudriñando mi cerebro en busca de
información relevante que le permita seguir debatiendo este tema.
—Bueno, da igual.
Tengo hambre, ¿tardará mucho esa comida? —Cambia de tema después de dar un
sorbo a la copa de vino. Me alegro de que no quiera hablar más sobre eso,
parece que he ganado la batalla psicológica, como siempre que se trata de ella,
quizá por eso le gusto tanto, porque me ve como un hombre de tan arraigados
principios, que le es imposible no sentirse atraída.
—No creo que tarde
mucho ya. Han pasado más de veinte minutos desde que llamé, —el timbre
interrumpe mis palabras—. Ahí lo tienes… —una risa curiosa suena de mi boca.
—Antes hablas,
antes tocan, —añade—. Voy yo.
—Vale, toma dinero.
—No, yo te invito,
no te preocupes.
—No.
—Sí, y a callar.
Sale del salón tan
dinámica como siempre. Al cabo de unos segundos, vuelve sin nada en las manos y
con una cara que parece haber salido de algún lugar en el que ha matado a
alguien con sus propias manos.
—Lo siento, Max.
—¿Qué pasa? ¿Y la
comida?
—No era la comida,
era Sara.
—¡¿Cómo?! ¡Mierda!
Va a pensar que tenemos algo, ¡joder! ¡Joder! ¿Qué ha dicho? —Exclamo,
levantándome del sofá.
—No ha dicho nada,
conforme me ha visto, le ha cambiado la cara, se ha dado media vuelta y se ha
ido. Lo siento, de verdad.
—¡Y una mierda lo
sientes! Seguro que estás de lo más feliz. Joder, la que he liado, la que he
liado. Tengo que hablar con ella ahora mismo. Joder, joder… —Salto, corriendo
hacia el pasillo.
—Espera, Max. No
vayas, no.
—Cállate, ¿cómo no
voy a ir?
—Porque es una
broma, tonto. Tendrías que verte la cara que has puesto, —una carcajada larga,
seca y profunda rebrota de sus labios, dejando asomar sus blancos dientes y su
campanilla en la profundidad, tambaleante.
—Serás imbécil,
niña. ¿De qué vas? ¿Tú crees que puedes gastarme ese tipo de bromas?
—Sí. Mírate,
acojonado como un auténtico calzonazos de primera división. Maxi, ¿qué te está
pasando?
—Eso no es cierto,
yo no soy un calzonazos, idiota. Lo sabes perfectamente.
—Tu cara no ha
dicho lo mismo, —se aleja hacia el pasillo y vuelve con las bolsas de comida en
las manos—. ¿Tanto te gusta esa putita?
—¡No la llames
putita! Por enésima vez. Y sí, me gusta mucho, ¿entendido? Deja ya el temita de
una vez, anda…
—Vale… Está bien.
No diré nada más. Vamos a cenar, anda, enamorado.
—Sí, será mejor,
cenamos y te vas, ¿eh?
—¿Ya quieres
echarme? Vaya, que antipático e irritante estás, no te reconozco. Mira lo que
provoca esa furcia en ti… mírate, anda…
—¡No la llames
furcia! ¡Niñata! —Aunque he de reconocer, que tiene razón, yo no soy así, no
suelo perder la calma. Yo diría que soy más bien como una balsa de jabón
líquido, paciente y constante. Quizá Sara me desequilibra un poco, es que me
tiene desconcertado. Cuánto poder tiene esa mujer, he de colocar las cosas en
su sitio y tomar las riendas de la relación con ella o terminará subiéndose a
mi espalda, cargándome con todos sus caprichos y demás. No lo puedo permitir.
Tendré que intentar ser algo más duro. Pero, ¿cómo se hace eso cuando una mujer
te encandila de tal forma, que piensas desde el primer instante en que la ves
que es la mujer de tu vida? No lo sé, seguiré siendo como soy, que las cosas
fluyan solas, nada de forzar las situaciones, que sea lo que tenga que ser.
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José Lorente.
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