En el pequeño teatro,
de una pequeña localidad, de un gran país, tenía lugar un espectáculo de
muñecos de trapo. Lucía, una niña de seis años, estaba sentada entre el público,
observando embebida aquel curioso espectáculo.
Las marionetas bailaban, gritaban, lloraban, reían, <<¿cómo es posible
que puedan hacer todo eso? Si son de trapo>>, pensaba Lucía con la boca
abierta.
Después de la función, volvió a su casa, de la mano
de su inseparable madre. Al llegar quiso saber más sobre lo que había visto.
—Mamá, ¿cómo pueden hablar unos muñecos?
—Es la magia del teatro, hija. Allí, todo es
posible.
—Pero, ¿por qué mis muñecas no hablan?
—Porque no están en el teatro.
Lucía se quedó meditando largo rato; quería que sus
muñecas hablaran e hicieran todo lo que había visto en el teatro. Se fue a
jugar con ellas, pero nunca cobraron vida. Les recreó un mini teatro, pero
aquellas siguieron sin hacer nada. Lucía se enfadaba cada vez que sus muñecas
no cobraban vida. Hasta que un día, el milagro ocurrió, después de dos años tratando
de recrear el ambiente exacto al del teatro, las muñecas al fin despertaron de
su letargo y comenzaron a hablar con
ella.
—Hola, Lucía. Al fin hemos podido cobrar vida, como
tanto has anhelado, —dijo una.
—Sí, Lucía, tu constancia y pasión por hacer esto
posible, nos ha dado la vida. Siempre estaremos agradecidas, —añadió otra.
—Nuestro deseo es hacerte feliz, —alardeó otra,
tocándose la melena con gesto errante.
—Sólo he querido que cobrarais vida, para tener más
amigas, ahora nunca nos separaremos. ¿A qué queréis jugar? Podríamos jugar a
ser princesas, pero nos falta el príncipe, —respondió Lucía asaltada por una
extensa felicidad difícilmente alcanzable.
—No, nosotras conocemos a uno, —dijo la de la
melena—. Adelante, Roger. Y un apuesto príncipe apareció en escena, en aquel
improvisado, pero logrado, teatro.
—Buenas tardes, princesas, —dijo el príncipe con voz
grave.
—Buenas tardes, príncipe, —respondieron todas a la
vez.
Jugaron y jugaron hasta bien entrada la tarde, hasta
que el sonido de un teléfono móvil tronó en el escenario y todo cambió.
—Un teléfono. ¿De quién es? —Preguntó el príncipe.
—Es de Samanta, —dijo una de las muñecas,
refiriéndose a otra de ellas.
—Pues dile que lo apague, estamos jugando, —dijo
Lucía.
El teléfono dejó de sonar, dos de las muñecas
cayeron al suelo, las telas de detrás del teatro se alzaron violentamente,
asustando a Lucía, que veía cómo todo lo que había construido se venía abajo.
El príncipe y la otra muñeca corrían alborotados y gritando: —¡Un monstruo, un
monstruo! ¡Ha venido a por nosotros!
De las telas del teatro apareció el padre de Lucía,
contestando al teléfono:
—¿Sí? Ah, disculpe que no le haya llamado, jefe.
Estaba ocupado en unos asuntos…
Lucía no entendía nada de lo que estaba ocurriendo,
pero no tardó demasiado en comprender que las muñecas no habían cobrado vida,
sino que sus padres las manejaban desde la sombra, tapados por las telas del
escenario. Lloró y lloró, días y días…
En la actualidad, dirige la más grande y famosa
empresa de marionetas, pero son marionetas avanzadas, que parecen tener vida
propia, y todo en favor de la ilusión de los niños. La llaman, la mujer que da
vida a las marionetas.
No olvides suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.
José Lorente.
La ilusión desilusionada, cuando aparece la realidad a veces no la comprendemos hasta que el tiempo todo lo pone en su lugar. Pero no podía ser de otra forma.
ResponderEliminarSiempre geniales tus relatos!!!!!
Aquella niña le dio al coco hasta conseguir que nadie más sufriera la gran desilusión que se llevó aquel día... Como siempre, muchas gracias por leer y comentar, FG. Besotesss!
ResponderEliminar