—Ha sido… increíble. ¡Me
encantas! —Digo, con mis ojos entrecerrados por el gran placer que estoy
sintiendo.
—Sí, a mí me ha
gustado mucho, ¿crees que podrías aguantar un rato más? —Susurra,
incorporándose de nuevo y comenzando a mover sus caderas.
—Yo sí, pero mi pequeño…
lo dudo bastante, —respondo, algo decepcionado.
—No te preocupes,
lo entiendo. ¿Sabes? Eres
de los pocos que han aguantado más de cinco minutos en esta postura.
—Normal, con esos
movimientos que sabes hacer, no me extraña nada que la mayoría, hayan tenido
orgasmos prematuros.
Sara da una
carcajada breve.
—Bueno, mis clases
de danza ayudan bastante, —contesta, sonriendo y despegándose de mí. Se tumba a
mi costado—. Necesito ir al baño. ¿Dónde
es? ¿Esa puerta de ahí?
—Sí, es ahí es.
En el segundo cajón tienes toallas limpias.
—Vale, —y se aleja
de mi lado, caminando como una diva, con ese trasero tan llamativo y perfecto.
Estoy en la cama,
tumbado boca arriba, con las manos apresadas por el cinturón, me apetece
soltarme, darme una ducha caliente. Escucho los sonidos que hace ella detrás de
la puerta, no estoy acostumbrado a que haya alguien ahí, en mi baño. Libero mis
manos como puedo, no me ha hecho falta un gran esfuerzo. Me acerco a la puerta
del baño, está entreabierta, la veo ahí, arreglándose el pelo alborotado, con
una toalla en la mano, su desnudo se ve mucho más perfecto con la potente luz
del espejo tocador.
—Voy a darme una
ducha, —le digo.
—Sí, yo también.
¡Dúchate conmigo! —Responde, con convicción.
La proposición es
muy tentadora, sobre todo porque hace años que no me ducho junto a una mujer. Me
gusta que me lo proponga. <<Prefiero ducharme
solo, pero quizás la decepcione>>, me quedo pensando
un instante.
—Está bien, pero
déjate de duchas y vamos a darnos un baño burbujeante en el jacuzzi , —le digo pícaramente.
—¿Por qué crees que
te lo he propuesto? Viendo este milagro de la relajación y el aseo personal
aquí en el baño, no me puedo ir de esta casa sin meterme contigo en él. Y si
hay mucha espuma, mucho mejor.
—De acuerdo.
Espera, enseguida vuelvo. Ve llenándolo.
Bajo a la cocina,
agarro cuatro velas aromáticas, el iPad y vuelvo al baño. El vapor de agua
caliente escapa por la pequeña abertura de la puerta. Entro, le enseño las
velas.
—¿Qué es eso?
¿Velas? ¿Para qué? —Dice, extrañada.
—Son velas, sí,
pero aromáticas. Verás qué gusto de baño nos damos.
Coloco las velas
estratégicamente, según su aroma. Desbloqueo el iPad, busco en la biblioteca
una sesión de música relajante. Le doy al play,
con el volumen a menos de mitad. La música comienza su transcurso hermoso, de
casi fantasía. El jacuzzi está casi lleno, abro uno de los cajones, saco unas
sales de baño, un jabón muy espumoso que tengo para este fin y lo meto todo en
la bañera. La espuma comienza a brotar del agua. Sara me agarra desde atrás,
noto sus senos aplastarse en mi espalda. Sus manos están en mi
pecho y su mejilla en mi omóplato derecho.
—Ya está, podemos
entrar.
—Me muero de ganas,
—contesta ella—. Tío, ¿cómo lo haces? —Dice, introduciéndose en el baño
espumoso. La ayudo cogiéndola de la mano y la sigo, metiéndome detrás,
sentándome a su lado.
—¿Cómo hago el qué?
—Hacer que me
sienta especialmente seducida con cada gesto que haces, con cada situación que
preparas.
—No sé cómo lo
hago, simplemente me nace hacerlo así. Tú inspiras cada hecho, quiero que te
sientas especial. Realmente creo que lo eres.
—¿Y tú? ¿Tú qué
eres?
—Soy lo que tú
quieras, menos drag queen, ¿eh? —Una
carcajada sigue a la frase. Ella la compaña con otra.
—Qué gracioso eres.
Siempre estás con las bromas, ¿no?
—Me gusta poner
humor a la vida.
—No, ahora en serio.
¿Tú qué eres? ¿Crees que fue casualidad que te pidiera el favor de llamar con
tu teléfono?
—¿No lo fue?
—¿Tu qué crees?
—Pensé que sí.
—Pues te
equivocabas, vuelves a pecar de ingenuo.
—Vaya… discúlpeme,
señorita, por no ser tan avispado como pensaba usted.
—No es que se trate
de ser avispado o no. Se trata de que pareces un tío muy interesante e
inteligente, pero con las mujeres lo llevas crudo, amigo.
—¿Y cómo has
llegado a esa conclusión?
—Por el hecho de
que no te dieras cuenta de todas las veces que te miraba en el metro cada día y
ahora, pensando que fue casualidad que te escogiera a ti de entre tanta gente.
La llamada fue un pretexto para acercarme a ti y conseguir tu número. Tenía un
complot con mi amiga. Le dije que la llamaría con tu móvil, era un plan, bobo.
Podría haber llegado al trabajo, cargar el móvil y hablar con ella en cualquier
momento, pero fingí que me quedé sin batería, era todo un plan. Mi móvil tenía
la batería a pleno rendimiento. Lo cargo cada noche, mientras duermo, —su
expresión me hace saber que es una chica demasiado inteligente. Intuyo que
podría estar engañándome de la forma que quisiera y yo, jamás me enteraría.
Mis ojos se han
abierto como una ventana en primavera. No esperaba escuchar todo esto, parece
sacado de una película, pero no, esto es la vida real, mi vida y estoy
encantado con que sea así.
—Entonces, ¿Me
estás diciendo que querías conocerme y yo sin enterarme?
—Eso es,
exactamente.
—¿Y por eso lo
tengo crudo con las mujeres?
—Eso pienso, sí.
—Pues… estás en mi
bañera, desnuda y frotando tus piernas con las mías. No parece que sea la
definición de tenerlo crudo exactamente, ¿no?
Se ríe a carcajada
limpia. Frota un poco más fuerte.
—Tienes razón, como
ya te he dicho, me siento seducida pero, ¿me hubieses dicho algo si yo no
hubiera tramado el plan para conocerte? ¿Me tendrías aquí si yo no hubiese
tomado la iniciativa? —Su gesto ahora es serio, jugando con la espuma entre sus
manos.
—¿Y tú crees que
vas a poder jugar a este rollito psicológico cómo quieras y cuando quieras?
—Sí, —la rotundidad
de esa afirmación me deja sin argumentos. Realmente tiene razón, nunca me ha
ido bien con las mujeres, ¿a quién quiero engañar? Lo mejor que he tenido ha
sido aquella chica, Caty. Ella me adoraba, y yo a ella. Pero tenía veinte años
y yo veintinueve, sintió que tenía que volar y que estar conmigo se lo impedía,
yo la dejé marchar sin oponer resistencia, entendía perfectamente su situación.
Al fin y al cabo, no soy quién para tratar de convencer a nadie de que esté
conmigo, nadie es dueño de nadie.
—Caty, —digo.
—¿Cómo?
—Caty, es la única
chica; lo más parecido a una novia que he tenido en toda mi vida. Lo demás ha
sido pura superficialidad. Tienes razón, no te voy a engañar, no es mi fuerte
el amor.
—Pues en el día de
hoy, cualquiera diría lo contrario, me tienes encantada. ¿Qué pasó con Caty?
—Me dejó, era muy
joven, tenía una vida por delante, una vida a la que mi presencia ponía
obstáculos. Nunca he sabido más de ella.
—Olvídate, esa
chica no te quería lo suficiente.
—¿No? ¿Por qué?
—Si alguien te ha
importado de verdad, lo normal es saber de esa persona, el
resto de tu vida, aunque no cruces ni una palabra, hoy día existen las redes
sociales, quien no sabe de alguien es porque no quiere. Y ella no ha querido
saber de ti. No te quería.
—Por esa regla, yo
tampoco la quería. Nunca me he interesado por ella después de romper.
—Pues sí, eso es
que vuestro amor era falso, una práctica en el camino, sin más.
La música se
interrumpe, en la pantalla del iPad aparece un número de móvil que no está en
mi agenda de contactos.
—¿Quién te llama a
estas horas? —Pregunta extrañada—. ¿Te imaginas que fuese Caty? Me muero…
—Lo dudo bastante,
—contesto, poniendo el dedo en la tecla verde de responder—. ¿Sí?
—¿Max? Suena una
voz femenina, muy agradable.
—¿Quién es? —Digo,
Sara me mira sonriendo, contemplando la posibilidad que acababa de plantear.
—Max, gracias a
Dios que doy contigo. Soy la hermana de Héctor. Paula.
—Ah… Paula, ¿cómo
estás? ¿Qué número es este? ¿Has cambiado de móvil? No me aparece tu nombre.
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Saludos.
José Lorente.
Un relato extraordinario!
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