Abro los ojos, veo el vaso de
agua que hay en la mesa, la diferencia es, que ahora, está bañado por luz
natural y no artificial. <<¡Mierda, te has
quedado dormido! Has dormido aquí>>, salta la voz
interna. Continúo mirando, estoy en la misma posición en la que estaba al
terminar ayer, sentado. Una manta roja cubre la mayoría de mi cuerpo, mis pies
están helados. <<Qué mal te sienta el alcohol, te da somnolencia, —añade la
voz de mi cabeza—. Esto no habría pasado si no hubiese bebido>>, pienso. Cojo el
móvil para mirar la hora; las ocho y treinta y seis de la mañana, debajo de la
hora, mensajes de whats app sin leer,
son de Sara. Los abro:
Sara Robledo
últ. vez hoy a las 3:13
Cuando vuelvas te
veo,
no? 18:00
Pásalo genial,
bombón 18:00
Muaaaaa 18:01
Sí, bonito. Cuando vuelva
hablamos 21:34
Y no me digas esas cosas
que me ruborizas demasiado 21:34
Ya te contaré qué tal va
mi viaje 21:34
Cuídate mucho, guapo 21:35
Un besazo, muakss 21:35
Está bien, preciosa,
ten cuidado por
allí 8:38
Muaa 8:38
Cierro el chat. <<Esa chica miente, —resuena
mi voz interior—. Pero… me gusta tanto>>, me digo. Me levanto,
hago dos estiramientos, me visto mientras miro la casa de Sandra, con la luz
del nuevo día entrando por las ventanas. Es muy luminosa, incluso más bonita
que de noche. Termino de vestirme, voy a la habitación para comprobar que
Sandra está durmiendo. Saco el móvil de nuevo y le dejo un mensaje, para que
sepa que me he ido y por qué. Salgo, busco el bar más cercano para tomar un
café con leche y leer el periódico. Es un sitio de lo más convencional, el
típico bar de almuerzos, con la televisión a todo volumen y tres o cuatro
clientes habituales sentados en la barra. Me pongo en una de las mesas, lo más
alejado posible, para estar tranquilo. Es sábado, el ambiente huele a día libre
y de repente, me surgen unas ganas inmensas de ir a dar una vuelta por las
tiendas del centro. <<Es pronto todavía,
hasta las diez no abre ninguna tienda>>, pienso. Saco el
móvil, son las ocho y cincuenta y siete. <<Puedo esperar una
hora aquí, no me importa. No tengo prisa>>, me digo. Pido un cruasán
y un zumo de naranja para completar el desayuno y que el tiempo se pase más
ameno. Sin querer, puedo escuchar la conversación que tienen los de la barra
con el camarero. Hablan de que, la mujer de uno de ellos, se ha ido con otro
tío, después de veinte años juntos y tres hijos en común. El pobre hombre, está
angustiado y desalmado, se puede percibir su desgracia sólo con mirarlo. Medio
zumo después y siete noticias del periódico más tarde, noto vibrar el móvil en
mi bolsillo. Lo saco, miro la pantalla, es Sara mediante whats app, lo abro:
Sara Robledo
En línea
Está bien, guapa,
ten cuidado por
allí 8:38
Muaa 8:38
Buenos días, caramelo 9:23
Qué soso estás, ¿no? 9:23
Cualquiera diría que
se te ha muerto alguien 9:23
¿Te ocurre algo? 9:24
Buenos días 9:26
No, no me pasa nada
9.26
¿Por qué lo dices? 9:26
Ah, no, por nada.
Tranquilo, ¿eh? 9:27
Hablamos en otro momento
si quieres 9:27
No, tranquila 9:27
¿Qué tal ayer? ¿Ya
has
llegado a Malibú? 9:28
Que va. Al final, he perdido
el vuelo. No ha servido de mucho
que me dejaras llamar, gracias
de todos modos 9:28
¿Cómo? ¿Qué pasó? 9:28
Y no digas que no
sirvió de
nada que te dejase
mi móvil.
Ha servido para
poder hablar
tú y yo 9:29
¿Te parece poco? 9:29
Bueno, eso sí,
no lo niego 9:29
Pues… ayer por la tarde,
una de las amigas con las que me
iba,
tuvo un accidente con la moto.
Nos
avisaron por la noche, cuando
casi nos
íbamos 9:30
Ala, ¿sí?
pero, ¿está bien? 9:30
Sí, sí. No le pasó nada grave,
pero
con el susto y eso, decidimos
cancelar
el viaje 9:30
Ya te lo contaré con más calma 9:31
De acuerdo, no te
preocupes.
Lo importante es
que tu
amiga está bien 9:31
Sí, eso es lo que importa 9:31
El viaje puede esperar, ya habrá
otro momento 9:32
¿Y tú qué? ¿Qué te pasa que
estás tan serio? 9:32
No, no es nada.
Solo estoy
un poco dormido aún
9:33
Vale, genial 9:34
Oye, ¿qué haces hoy? 9:34
¿Te apetece que nos veamos? 9:34
Me lo has quitado
de
la boca 9:35
Ahora mismo estoy
en un bar
desayunando 9:35
Después iré a dar
una
vuelta por las
tiendas,
a ver si me compro
algo de
ropa 9:36
Ah, estupendo. Pues, si quieres
te acompaño. Me encanta ir
de compras 9:36
Me parece perfecto 9:36
¿Quedamos en la
plaza de
Ruinas? 9:37
Cierro el chat con
una sonrisa inevitable en la cara. <<Me ha propuesto
vernos, no he tenido que decirle nada. Qué mujer. Pero, ¿quién sería el chico
con el que estaba ayer? No sé si tiene novio, —pienso—. Tienes que andarte con
cuidado>>, agrega la voz interna. Suena de nuevo el móvil, es ella.
Vale, dame media hora y estoy ahí
9:39
Ok, avisa cuando
llegues 9:41
Un beso. Mua 9:41
Guardo el móvil y
llamo al camarero. Un hombre gordito, calvo y con una barba muy graciosa.
—Señor, ¿qué le
debo?
—Serán, seis con
cincuenta euros.
Le pago mientras el
móvil vuelve a vibrar. Lo cojo después de que el camarero se retire de mi lado.
Muy bien, ahora te llamo 9:46
Muakss 9:46
Me levanto, salgo
de la cafetería. Me planto en el borde de la acera para llamar un taxi. Me
monto en uno. Suena su radio, con frecuencia de taxistas, todo el tiempo.
—A la calle Colón,
por favor, —le digo.
—Muy bien,
—contesta el taxista; un hombre de mediana edad, con gafas y pelo muy canoso
para los años que aparenta.
El coche se mueve,
miro las calles por la ventana; gente con sus perros paseando, familias con el
carro del bebé, una congregación de gente disfrazada, llama la atención el
disfraz de Espinete gigante.
—Es una fiesta de
disfraces organizada por el ayuntamiento, dotan con un premio de seiscientos
euros al disfraz más grande y original, —dice el taxista, observándome por el
retrovisor del coche.
—Ah, pues… el de
Espinete se lo llevará, seguro. Es igual que el de la serie pero del tamaño de
una farola, —contesto, sonriendo y observando el monigote de púas rosas.
Llegamos a Colón,
pago al señor del taxi. Al bajar, por mi estómago pasea una sensación, como si una
bandada de colibríes, estuviesen revoloteando en mi interior; mi corazón da
tres golpeteos fuertes y se acelera. <<Todo es por ella,
por estar a punto de verla>>, intenta tranquilizar
mi voz interna. Camino hacia la plaza de Ruinas, mi nerviosismo va en aumento.
Saco el móvil; las nueve y cincuenta y seis. Segundos después de guardarlo
vuelve a vibrar, esta vez sin parar, lo saco; es ella, Sara, no deja de llamar.
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José Lorente.
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