Me dirigía hacia
mi casa una noche de enero. Eran las 20:30. Cansado, llevaba toda la tarde en
el bar después de haber discutido con mi mujer por haberme olvidado de comprar
unos huevos que me encargó. Andaba cabizbajo, con las manos en los bolsillos y
dando patadas a una oxidada lata de refresco, la cual, resonaba en el silencio
de la noche provocando que huyeran los gatos callejeros del lugar.
Ella había estado haciéndome llamadas
insistentes al móvil que no encontraron respuesta, es más, agobiado por su
persistencia decidí apagarlo. No quería ni pensar en lo que pasaría cuando
entrara por la puerta, lo que tenía claro es que no me apetecía discutir y que
su recibimiento no sería agradable. Pensaba en lo triste que era mi vida después
de que uno de nuestros dos hijos
falleciera a los 8 años en un accidente de tráfico, a lo que se sumaba la
pérdida del trabajo al que era fiel durante más de una
década.
Todas mis reflexiones se esfumaron
cuando vi aparecer una inquietante luz cegadora delante de mí. Traté de reducir
el impacto que tenía sobre mis ojos poniéndome la mano delante de ellos, pero
me resultó casi imposible no cerrarlos por la intensidad de la misma. No sabía
lo que era. Nunca había visto un destello igual ni nada que se le pareciera.
Estaba desconcertado. Abrí mis cansados párpados cuando aquello cesó,
quedándome todavía más perplejo al descubrir que todo lo que había a mi
alrededor había cambiado por completo. El suelo en el que pisaba no tenía fin,
a los lados ya no habían casas, era como un infinito vacío que se creó por
todas partes después de aquella aparición, y lo más escalofriante, fue que
delante de mí, había un ser de unos dos metros y medio de altura, con una piel
blanca, brillante, que parecía irradiar luz propia, una cara estirada en la que
se esculpían multitud de orificios, unos parecían ser ojos y otros bocas, o yo
que sé. Sus brazos eran cortos, muy cortos y parecían meterse en su cuerpo,
como en una especie de bolsillos vivos. Sus piernas largas y estilizadas, dibujando
cada uno de sus músculos, que en nada se parecían a los de cualquier ser que mi
entendimiento conociera. Yo estaba atemorizado, aquello no era humano, nada era
normal. Aquel vacío, aquel ser. Me quede paralizado por completo.
Apenas me dio tiempo a poder observar
con detalle todo lo que me rodeaba, cuando en mi mente sonó un silbido agudo
que hizo vibrar mi cerebro produciéndome un gran dolor de cabeza. A los pocos
segundos aquello menguó, convirtiéndose en palabras en mi idioma que no eran
mías y que susurraban dentro de mis sesos, como cuando uno piensa desde el ego.
—Hola Marcos, —sonó aquella ronca y
correcta voz—. Sé que esto es demasiado difícil de entender para ti y que ahora
mismo estás muerto de miedo, pero créeme, no debes espantarte, no estoy aquí
para hacerte daño.
Aquellas palabras consiguieron que me
tranquilizara un poco porque iban acompañadas de un manto de serenidad que me
aplacó desde el momento en que las sentí dentro. Daba por supuesto que todo eso
provenía del ser que estaba ante mí.
—¿Qué pasa? ¿Qué eres? ¿Dónde estamos?
¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté como pude.
—Deja ya de temer, —dijo mientras yo
notaba como tras de sus palabras me embriagaba una gran sensación de placidez y
bienestar—. Has sido elegido por mi raza para realizar un experimento
sociológico que nos ayuda a entender vuestros comportamientos y hábitos de
vida. Vengo del planeta Verco, un lugar del que no sabéis ni que existe.
Nosotros tenemos muchos avances biotecnológicos que nos han permitido llegar
hasta otros planetas muy lejanos, a dominar la comunicación psíquica, a
controlar el tele transporte y a cambiar de aspecto a nuestro antojo. Así cómo
me observas es nuestra forma habitual de vivir, pero claro, si anduviera por
aquí con este aspecto, no tardaríais nada en mostraros hostiles ante nuestra
raza por vuestra falta de entendimientos naturales. Sois una raza muy curiosa
que nos llama mucho la atención por vuestra capacidad intelectual y vuestras
costumbres emocionales. Realizamos estudios que nos ayudan a proliferar nuestra
especie recogiendo las mejores virtudes de cada civilización y planeta nuevo
que descubrimos. De esta forma podemos evolucionar muchísimo más rápido y en
consecuencia, desarrollar formas de vida mucho más perfectas. Para llevar a
cabo dicho estudio, necesito involucrarme en tu día a día sin que nadie más
sepa nada. Sólo tú serás conocedor de esto. Para ello, me transformaré en uno
de vosotros y deberás fingir que soy un gran amigo tuyo al que tienes que
acoger durante dos días, o ingéniatelo como quieras. Lo único que tienes que
tener en cuenta es que nadie sospeche de nada y que no me puedo separar de ti
ni un segundo. Yo iré anotando información de vuestro estilo de vida en pareja
y con amigos. Cuando termine el proceso me despediré de ti, no sin antes
agradecerte tu colaboración, dotándote de conocimientos mucho más superiores a
cualquier ser humano, para que puedas aprovecharlos en vivir una vida sin
preocupaciones, puedas dejar huella en este mundo y beneficiar con una gran
herencia a tu descendencia. ¿Estás de acuerdo con lo que te propongo? Si no es
así, me iré y no recordarás nada de todo esto. Si aceptas, estarás ante un
cambio a mejor para el resto de tu vida.
—Todo esto es muy extraño. No sé qué
decir. No sé lo que hacer. Por lo que me dices, supongo que la mejor opción es
aceptar. Desde el momento que empezaste a hablar, sentí como si fueses alguien
que me aprecia mucho. No puedo negarme.
—Claro, amigo. Todos salimos
beneficiados con el experimento. Lo único, que a veces te puedes sentir en
apuros a la hora de explicar por qué entro al baño contigo o cosas así. Por lo
demás, es un juego de niños del que darás gracias cuando haya terminado.
—Eso espero, señor…
—Ranko. Me llamo Ranko, así es como se
pronuncia en tu lengua, pero a partir de ahora me llamarás Antonio ¿Te parece?
—Perfecto, Antonio, perfecto.
—Muy bien. Empecemos.
Seguidamente volvió a aparecer ese haz
de luz infinito y cuando cesó, nos encontrábamos Antonio y yo en la calle, de
día, con esa lata vieja de refresco en el suelo. Yo todavía no concebía del
todo lo que acababa de suceder. La gente pasaba a nuestro lado y los coches
circulaban con normalidad. Sólo sabía, que todo lo que me había dicho, era
demasiado convincente y que todo era demasiado real para ser un sueño. Así que
me serené e intenté llevar el asunto con total normalidad.
—Vale, Antonio. Vayamos hacia mi casa.
Mi mujer estará muy preocupada, —le dije mientras miraba mi reloj, comprobando
que eran las 8:30 de la mañana.
—Sí, Marcos. Como ves, el tiempo ha
pasado mucho más rápido mientras has estado sumergido en mi esfera de viaje. Lo
que allí es un minuto, aquí es una hora. No le des más importancia. No lo
comprenderás.
—Está bien. Volvamos.
Al llegar a casa, Marta estaba dando de
comer a Lucas, nuestro hijo de tres años. Estaba sentada en la cocina que se
integraba en el salón.
—¡Pero bueno! ¿Se puede saber dónde has estado?
—Dijo ella en tono alto al escuchar que se abría la puerta—. He estado
llamándote sin descanso ¡¿Para qué tienes móvil?! Casi no he dormido de lo
preocupada que he estado. No creo que fuese tan grave la discusión de ayer como
para que desaparezcas así, sin decirme nada y pases la noche fuera de casa. Has
dormido en casa de Juan, ¿no? —seguía hablando en ese tono de enfado mientras
Antonio y yo colgábamos nuestros abrigos en la entrada.
—No cariño. Estuve en el bar, y curiosamente allí,
me encontré con un viejo amigo del instituto del que no sabía nada desde hacía
muchos años. Fue tanta la alegría que cogimos al vernos, que hemos pasado la
noche por ahí contándonos batallitas del pasado. Mira, está aquí conmigo. Se
llama Antonio. Fue uno de mis mejores amigos en aquella época. ¿Recuerdas que
te he hablado de él en alguna ocasión?
—Ah. Sí. Recuerdo haberte escuchado nombrarlo alguna
vez. Pero bueno, no esperaba recibirle hoy aquí. Sigo estando enfadada por tu
falta de tacto al no avisar de lo que hacías. Discúlpame Antonio, tu amigo es
un canalla cuando quiere. Soy Marta, su mujer, —le dijo ella mientras le daba
dos besos, uno en cada mejilla, sin soltar a Lucas de sus brazos.
—No te preocupes, mujer. De sobra sé cómo es este
hombre. No sabía que andabas preocupada. No me dijo nada. De haberlo sabido, le
hubiera instado a que te llamara para dejarte tranquila. ¡Esas cosas no se
hacen, Marcos, hombre!
—¡Bah! Antonio, tío. No seas adulador. Los dos
sabemos que tu trato con las mujeres no ha sido ejemplar. Mírate, 42 años y sin
novia ni nada. No me hagas hablar más de la cuenta, ¿eh?
—Es verdad, amigo. Tienes toda la razón. No soy el
más indicado para hablar de relaciones personales. Ya me enseñarás tú cómo se
hacen estas cosas aquí.
—¿Cómo que aquí? Aquí y allá. Las cosas funcionan
igual donde sea, Antonio. A la mujer hay que tratarla bien estés donde estés o
seas de la raza que seas. Es una ley universal, —replicó Marta.
—Supongo que tienes Razón, —contestó Antonio.
—Bueno, cariño. Tengo que decirte, que está aquí de
paso un par de días y le he ofrecido nuestra casa para quedarse hasta que se
vaya. Me ha insistido en irse a un hotel pero me he negado rotundamente. Es lo
menos que puedo hacer por él después de la amistad que nos une desde hace
tantos años.
—Me parece bien. Por estas cosas es por lo que me
enamoré de él. Siempre tan cercano y generoso. Pero, ¿dónde va a dormir,
querido?
—Pues, había pensado que tú te acostaras en la habitación
de Lucas, y que él y yo, durmiéramos en la nuestra. Es lo único que se me
ocurre.
—No quiero ser un estorbo, Marta, en serio. Me puedo
ir a un hotel, —añadió Antonio.
—No, que va. Te puedes quedar perfectamente. No
tengo problema en dormir con el niño. Así podréis contaros más cosas de vuestra
juventud. Lo único que, mañana tenemos la comida en casa de Luisa y Carlos. No
sé yo si les hará gracia que llevemos a un invitado. Luego la llamo y se lo
comento, a ver qué les parece, —contestó mi mujer, que ya parecía estar menos
enfadada.
—Vale. Perfecto, seguro que les caerá genial mi
amigo.
Ranko me pidió telepáticamente que hiciéramos vida
normal. Que no condicionáramos nuestros comportamientos con su presencia. Le
hice caso y pasamos el día jugando con el niño, viendo películas mientras éste
dormía y, comiendo y bebiendo lo que se nos antojaba. Nos preguntó cómo fue el
modo de conocernos y qué fue lo que nos impulsó a tener hijos. Le contamos toda
nuestra vida desde que supuestamente él había desaparecido de la mía, incluido
el accidente que terminó matando a Esteban, nuestro otro hijo. Aquel ser
encarnado en persona, parecía sentir todo lo que escuchaba sobremanera. Se le
pudieron ver lágrimas de alegría cuando le contamos al historia de nuestro
enamoramiento y de tristeza absoluta cuando le contamos la gran tragedia que
azotó nuestra familia. Se mostraba muy curioso con todo lo que veía. Preparamos
zumo de naranja y quiso manejar el exprimidor como si fuera lo último que haría
en su vida. Cosas tan sencillas como encender la luz lo llenaban de curiosidad,
que se le notaba en el rostro boquiabierto a cada cosa que descubría. Pero lo
que más le fascinaba, sin duda, era Lucas. Se quedaba embobado mirándole, como
hipnotizado. Cuando lloraba, él se ponía de pie como por impulso e
inmediatamente, le ponía la mano en la cabeza provocando que sus llantos
cesaran al instante. Qué ser tan bondadoso éste Ranko. Se ganó mi admiración,
respeto y amistad mucho más rápido que cualquier persona que haya conocido a lo
largo de mis días, y la de Marta también.
Al día siguiente, desperté a su lado. Había soñado
que me iba con él a su planeta y que me enseñaba todas las costumbres y formas
de vivir que allí tenían, conociendo a otros como él y haciéndome sentir como
en casa. Era extraño pero tenía la sensación de que había sido todo muy real.
Ahora mis pensamientos eran diferentes en lo que se refiere a la filosofía de
vivir. Mi cabeza se llenaba de ideas innovadoras y excelentes que podrían
mejorar la vida de muchas personas y, al mismo tiempo, me podría lucrar con
ello. Y lo mejor de todo, es que no necesitaría mucha inversión económica,
porque el futuro de mis ideas, se formalizaría con la ayuda de esa misma gente
a la que yo iba a ayudar. Sólo sabía que todo ello se lo debía a él, a ese ser
fantástico que dormía a mi lado. Cuando despertó, me explicó que habíamos
viajado de verdad a su tierra y que eso era una pequeña muestra, de lo que se
me quedaría después de su marcha. Marta interrumpió nuestra conversación
tocando a la puerta.
—¡Venga! ¡Arriba! Tenemos que irnos a casa de Luisa.
Nos están esperando.
—¡Ya, ya! —contesté.
Nos preparamos y fuimos hasta allí. Hicimos las
presentaciones. Ellos tenían dos hijos, Carmen, de 9 años, y Pedro, de 5.
Antonio alucinaba con el comportamiento que tenían los niños entre ellos. No sé
por qué, pero ese día ninguno lloraba ni gritaba. Jugaban en calma y con una
serenidad casi adulta. Yo sabía que todo era fruto de su presencia. No me cabía
ninguna duda de que les transmitía ciertas energías positivas, que hacían que
ellos se comportaran así. También se interesó por el lazo que nos unía con
nuestros amigos, preguntándonos desde cuando nos conocíamos y como fue el
momento en que comenzó nuestra relación amistosa. Volvieron a saltarle las
lágrimas al contarle lo unidos que estábamos a ellos y lo bonito que era juntar
a los niños. Pasamos un día muy jovial, lleno de bromas, mientras cocinábamos y
bebíamos. Al volver a casa por la noche, llegó el momento de la despedida. Cuando
entramos a la habitación, después de despedir a Marta, me dijo lo que yo ya
esperaba con tristeza.
—Marcos, amigo. He disfrutado de vuestras costumbres
y aficiones. Ya tengo toda la información que necesito. Mañana cuando
despiertes, ya no estaré aquí. Esta noche volverás a viajar conmigo y te
implantaré ciertos conocimientos extra, que mereces saber por tu grandísima
hospitalidad y respeto. Ahora podrás ser feliz para siempre y trasladar esos
conocimientos a tus descendientes directos, y ellos a los suyos. Adiós, mi
amigo.
—Está bien. Vuelve a visitarnos cuando quieras.
Gracias por todo. Hasta siempre, camarada, —contesté poniéndole la mano en el
hombro.
Y así fue, desperté y mi vida nunca volvió a ser la
misma; me convertí en un hombre de negocios enfocados a ayudar a los demás.
Todos mis proyectos han tenido un éxito rotundo. Marta y yo, no hemos vuelto a
discutir desde aquel día. Lo que sí hemos hecho mi mujer y yo, ha sido tener 8
hijos más; uno cada año, los cuales viven felices, implicándose desde pequeños
en el buen hacer de su padre.
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