Cuando aquel niño salió del portal, rebosante
de felicidad, con su bicicleta destartalada, sus ropas sucias y gritándole a su
hermana mayor, (que miraba desde aquel balcón, que no tenía más elementos que
varias plantas colgantes y una pequeña jaula con un jilguero)…:
—¡Mírame, Aroa! ¡Mira, corre! Verás cómo he aprendido a pedalear solo.
…comprendí que no hacen falta grandes posesiones para ser
completamente feliz, aunque sea durante unos pocos minutos y que, sin ser niño,
se pueden buscar esos pequeños grandes momentos sin apenas esforzarse; sólo hay
que saber verlos y darles el valor correspondiente.
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