Cada día, de camino al trabajo,
pasaba por un pequeño almacén provisto de un espacio exterior en el que había
varios perros pequeños. Esos perros me ladraban como posesos, todos los días
igual, aunque a mí me hacían bastante gracia porque se parecían a mi pequeño Tobby.
Cierto día, me di cuenta que sólo me ladraban a mí de ese modo. Caí en la
cuenta al ver a una persona pasar por delante de ellos antes que yo y, en el
momento de pasar yo, los perros reaccionaron como siempre, como si para ellos
la única persona que merecía sus ladridos estridentes fuese yo. Aquel hecho ya
me pareció extraño de por sí.
Otro día, uno de esos en que no se trabaja, paseaba con Tobby cerca del
almacén. Tobby comenzó a ponerse nervioso de un modo nunca antes visto por mí.
—Tobby, ¿qué pasa? ¿Qué ves? —Le pregunté, y Tobby me miró y se puso a dar
vueltas sobre sí mismo y después exhaló varios aullidos finos y consistentes.
Era la primera vez que le veía tener ese comportamiento.
Seguimos andando y Tobby, a cada paso que dábamos, se ponía más y más
tenso, quería avanzar. Llegamos al almacén, pero ese día los perros no ladraron
y Tobby, se puso a aullar más profundamente en cuanto estuvimos allí. Se paró
delante de la puerta del almacén, me miró, triste, y comenzó a aullar repetidas
veces. Y los perros no estaban, y no se les escuchaba como
habitualmente.
habitualmente.
Pronto escuché de nuevo los ladridos de los perritos, pero esta vez eran
unos ladridos alegres, nada estridentes, mezclados entre llantos de alegría.
Tobby reaccionó del mismo modo y sus aullidos pasaron a ser lloros alegres.
Apareció un hombre que llevaba a los cinco perros atados, locos de alegría,
parecía que conocían a Tobby y querían saludarle y jugar con él. El hombre fue
soltando uno a uno a los cinco perros, tal como iban sintiéndose libres, iban
llegando a mi lado, orejas a atrás y rabos locos. Tobby hacía igual.
—Así que, tú eres la dueña de Tobby… —dijo el hombre una vez hubo soltado a
todos. Me agaché y solté a Tobby también. Los seis perros corrieron a jugar
dentro del almacén que el hombre se había encargado de abrir.
—Sí, soy su dueña. ¿Cómo sabe su nombre? —Pregunté, extrañada.
—Lo pone en su placa, igual que tu número de teléfono, —afirmó el hombre.
Mi cara esbozó extrañeza, ¿cómo había podido ese hombre ver el nombre de
Tobby en su placa si no se había acercado?
—Veo que no eres consciente de lo que hace tu perro mientras duermes, —dijo
el hombre, a medio sonreír.
La expresión de mi cara se arrugó un poco más. Pregunté con un gesto de
ojos.
—Tu querido amigo, viene a visitar a mis perros cada noche. Todas las
mañanas lo encuentro aquí. No preguntes cómo entra porque no lo sé. Sólo sé que
está a aquí cada mañana cuando llego al almacén.
—¿Cómo? Eso es imposible, —afirmé, y mi cara ahora sonreía incrédula. Ese
hombre intentaba ligar conmigo de una forma muy ingeniosa. No sabía cómo había
sabido el nombre de mi perro, pero del todo imposible era que mi Tobby, se
escapase todas las noches para visitar a sus perritos—. Oiga, señor, no sé qué
pretende con todo esto, pero Tobby no ha podido escapar del jardín, es
imposible.
—Cómo quieras, señorita. Pero, no pretendo nada, sólo te digo lo que encuentro
cada mañana. ¿O es que el teléfono que pone en la placa no es tuyo?
—Sí, lo es.
—Entonces debes haber visto mis llamadas cada mañana.
Era cierto, cada día al despertar comprobaba que tenía una llamada perdida
de un número desconocido. En ese momento mi cabeza no sabía qué pensar ya.
—Ahora que lo dice, sí. Todos los días tengo una llamada perdida.
—Pues he sido yo todas las veces que he encontrado a Tobby, tratando de dar
con su dueño para decirle dónde estaba. Pero nunca recibí respuesta, me veía
obligado a sacar a Tobby, que salía corriendo. Ya estaba pensando en quedármelo
la próxima vez, pero al fin sé quién es su dueño… Ya no hará falta que me lo
quede. Supongo que pondrás medidas para que no escape más. Siempre podemos
vernos con ellos para que jueguen.
—Está bien. Miraré qué hacer para que no vuelva a ocurrir, —le dije y vi a
Tobby siendo el centro de atención entre sus cinco perritos.
Volvimos a casa. Decidí colocar video-vigilancia en el jardín para ver si
era cierto lo que decía aquel hombre. Me acosté, algo preocupada, pero con
ganas que llegase el día siguiente para ver las imágenes grabadas. Mi asombro
no pudo ser mayor. Tobby, mientras yo dormía, abría un túnel en la tierra, un túnel
que se encargaba de cerrar a conciencia para que yo nunca me diese cuenta. El
muy canalla. Se iba y volvía al amanecer. Justo un rato después que mi teléfono
sonase por la llamada del dueño del almacén. Una llamada que aquel día atendí
al haber dejado el móvil con sonido a propósito.
«¿Me crees ahora, señorita?» Me había dicho el hombre por teléfono, y me asomé a
la ventana comprobando que Tobby no estaba. Poco después volvió y, ante mis
ojos estupefactos, excavó de nuevo el túnel para después taparlo con extrema
delicadeza y perfección.
No lo podía creer, mi pequeño compañero tenía una aventura diaria nocturna
a conciencia y a espaldas de mí. No podía ser, pero era. Tuve que cambiar el
suelo del jardín, pero Tobby no dejó de visitar a sus queridos amigos, que
resultaron ser sus hermanos y tíos después de hablar varios días con su dueño.
Se forjó una gran amistad entre Juan y yo, y Tobby al fin pudo estar cerca de
su familia con mi consentimiento. Entendí que los ladridos diarios de aquellos
perros, no era otra cosa que el llanto que tenían al saber que yo era la dueña
de Tobby.
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José Lorente.
El relato me sorprendió, pero la conducta de los perros suele dar esas sorpresas. Lo increíble fue que Toby tapase el túnel por el que escapaba todas las noches para verse con esos otros cinco perritos. Muy buen relato
ResponderEliminarEstos canes son increíbles a veces. Me alegro que te haya gustado. Muchísimas gracias por leer y comentar, Amílcar. Saludos!!
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