Llego al tanatorio, voy en busca
de Paula, Concha y Ramón. Mientras esquivo personas para llegar, una mano me
coge el antebrazo, me giro; es Luan, acompañado por Zaira. Luan es amigo del
grupo desde la infancia, pero traicionó a Héctor, trató de conquistar a la que
era su novia, y lo consiguió, es ella, Zaira. Hacía tiempo que no sabía de
ellos, tampoco me interesaba. Ahora están aquí, no logro entenderlo, sus caras
rebosan culpabilidad y arrepentimiento. Luan se abalanza sobre mí, dándome un
abrazo al que no correspondo, Zaira me da una caricia en el hombro, la miro,
con más odio que comprensión.
—¿Qué hacéis aquí?
—Digo, con tono serio.
—Nunca hemos dejado
de pensar en lo que sucedió, Max. Nos hemos enterado y hemos venido lo más
rápido que hemos podido. Sabemos que lo hicimos mal, pero Héctor nunca ha
desaparecido de nuestro recuerdo, Dios, nos hemos criado juntos. Se me cae la
cara de vergüenza, pero no podía faltar a su despedida, ella tampoco.
—Aquí nadie os echa
de menos, vuestra ausencia habría pasado desapercibida, al menos para mí.
Suerte tenéis que su familia no sabe nada de lo ocurrido, haré como que no pasó
nada, por respeto a ellos, pero no esperéis que os trate como si nada, el día
que os descubrí, terminasteis para mí, los dos. Así que, desaparece de mi
camino y no te acerques demasiado, ya tienes a tu novia, —mis ojos giran hacia
Zaira, clavándose en ella, como dagas afiladas que quieren destriparla.
—Lo siento, Max,
—dice Luan, agachando la cabeza. Ella ha evitado mi mirada, no es para menos.
No respondo, me doy
la vuelta y desaparezco entre la gente, sigo mi búsqueda familiar.
Veo a Paula, está
apoyada en el hombro de su madre, con la mirada perdida, ausente, sus ojeras
están ennegrecidas. Concha lleva unas gafas de sol, y Ramón, está mirando el
féretro. Hago un gesto de compasión con la cabeza. Paula me mira, se separa de
su madre y se tira sobre mí, su llanto se desborda, mi olor siempre le recuerda
a su hermano, usábamos el mismo perfume.
—Max… —sollozos
bañan esa palabra—. Por favor, acompáñame fuera, necesito tomar el aire.
—Está bien,
tranquila, vamos, —contesto, apoyando mi mano en su espalda y dándole paso.
Salimos a la calle,
ella se aparta de la gente, se apoya en la pared y enciende un cigarrillo, sus
manos tiemblan.
—Deberías dejar esa
mierda, —le digo.
—Lo sé, —contesta
sin mirar—. Lo estoy dejando, pero ahora mismo lo necesito.
—Ya. ¿Cómo te
encuentras?
—Bueno… No he
podido dormir. No sé lo que pasa, es una sensación muy extraña, Maxi. Ayer
comía con mi hermano y hoy ya no está; no sé, supongo que es cuestión de
hacerse a la idea.
—Sí, poco a poco.
No te preocupes, era su momento, nadie podía esperarlo, tampoco podíamos
evitarlo. Sólo nos queda guardarle en el recuerdo como la persona que fue.
—Sí, supongo que
tienes razón, —una calada larga sigue a esa frase, sus ojos miran al cielo,
enrojecidos, luego vuelven a los míos—. No ha venido, ¿verdad?
—Sabes perfectamente
quién.
—Gracias. No lo
hubiera soportado. Cuando todo esto acabe, voy a necesitarte, no sé si tu
putita estará de acuerdo.
—No la llames así,
no es ninguna puta. Y, déjalo ya, no es momento de hablar de esos temas. Sabes
que me tienes para lo que te haga falta, pero por favor, no me tortures. Yo
también lo estoy pasando fatal. Anoche entraron a robar a mi casa…
—¿Cómo? ¿Qué pasó?
Lo siento.
—Cuando llegamos,
después de estar aquí… —se lo cuento todo.
—Vaya… Lo siento
mucho. ¿Has pensado que quizá ella tenga algo que ver?
—¿Sara? Por
supuesto que no. No ha dejado de cuidarme desde que la conozco. Además, ella
estaba aquí, conmigo.
—Por eso mismo,
Max, verás… hay algo que no te he contado.
—Ya sabes lo mucho
que te quería mi hermano, ¿no?
—Anoche, mirando su
móvil, buscando sus últimas conversaciones, encontré algo que te incumbe.
—Sí, en tu
conversación de whats app con mi
hermano, había un mensaje escrito, pero sin enviar. No sé si no llegó a
enviártelo porque en ese momento se mató, o simplemente se quedó sin cobertura
y lo dejó ahí, esperando a tener conexión, no lo sé.
—Pero, ¿qué decía?
¿Adónde quieres llegar?
—Decía: Max, tenemos que hablar, hay algo importante
que tienes que saber. Es sobre esa chica del metro con la que estás. He
descubierto algo sobre ella. Por favor, ándate con ojo. Cuando puedas me llamas.
Nunca llegó a enviártelo, no sé a qué se refiere, por eso te digo, que quizá
ella tenga algo que ver, no sé qué pensar.
Al escuchar todo
eso, de repente, los Héctors en
miniatura que me vienen atormentando desde ayer, vuelven a hacer aparición.
Esta vez, están todos en círculo, bebiendo cerveza y gritando: ¡Por Max! Sacudo mi cabeza, la visión
desaparece. Paula está ahí, mirándome con inquietud.
—Pero, no sabemos a
qué se refería tu hermano. Está claro que algo descubrió; algo que no parece
ser bueno, pero puede ser cualquier cosa. Recuerdo cuando me dijo algo parecido
de Romina, le puso tanto misterio, que consiguió que desconfiara de ella. Al
final resultó ser, que la chica había estado en su pasado con un hombre
adinerado, un futbolista famoso, nada más. Vete a saber lo que era esta vez. Ya
te digo que Sara es una buena chica, no sé por qué desconfías de ella.
—Llámalo intuición
femenina, cielo. Nada más. Ojalá me equivoque.
—¿Cuidarás de mí en
estos días?
—Haré todo lo
posible, ya lo sabes.
—Bien, cielo,
gracias, —tira el cigarrillo y se abalanza sobre mí, abrazándome de nuevo, es
un abrazo más tierno, no tan dolido.
Volvemos dentro. El
funeral transcurre, me encuentro con otros amigos a los que hace bastante que
no veía. Todos están bastante afectados por la noticia. Héctor era un tipo que
se ganaba el cariño y respeto de la gente que le conocía, exceptuando al
maldito Luan, y su maldita Zaira, claro.
Termina el
entierro, la gente se dispersa, yo me quedo hasta el final; hasta que sólo
quedan familiares directos. Paula no se ha separado de mí, sus padres la
sienten segura mientras está conmigo, en realidad, Ramón siempre me ha
expresado lo contento que estaría de tenerme como novio de su hija; siempre he
sido esquivo ante esas declaraciones. Concha, sin embargo, nunca me ha dicho
nada, pero sé a la perfección, que no tiene secretos con su hija. Lo sabe todo.
Después de estar
con la familia hasta el final, llega el momento de volver a casa. Me siento
bastante mejor, voy de camino pensando en encontrarme a la perfectísima Sara en
mi casa, como una princesa de un cuento todavía sin escribir; como esa muchacha
inmejorable, que me rodea de felicidad.
No olvides que puedes
suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el
botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio"
y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes
compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me
ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias.
Saludos.
José Lorente.