A
veces te siento en la noche, despierto entre voces que dicen tu nombre e
imágenes que dibujan tu silueta. Busco en el lado de la cama en el que duermes
pero, ya no estás; hace meses que la cama es para mí solo. Intento conciliar el
sueño entre los recuerdos que me anegan de ti y todo lo demás que te rodea;
cuesta dormir, sobre todo cuando pienso que ya no estás, que ya no volverás,
que un día fuiste mía y te perdí sin darme cuenta. Esos pensamientos me
estrangulan, arañan mi ser; pienso que me has cambiado por otro, no lo sé, todo
indica que sí, que alguien que no soy yo, llena tu vida. Me levanto, voy a la
terraza, casi desnudo, enciendo un cigarro que sabe a poco y reflexiono,
observando la quietud de la ciudad en la noche. Vuelvo a la cama, pongo música
clásica, parece que he conseguido relajarme y no pensar en ti; consigo dormirme
de nuevo.
Despierto, todo lo que
tengo son ganas de llamarte, de escuchar tu voz, de saber de ti. Todavía te
siento mía, y eso, no lo puedes cambiar aunque quieras. Sin siquiera lavarme la
cara, agarro el teléfono y marco tu número, lo sé de memoria. El tono suena
demasiadas veces hasta que se corta. No lo coges, —cógelo, —pienso—. Insisto y
vuelvo a marcar. Esta vez no suena tantas veces porque tu voz interrumpe los
tonos:
—Hola.
—Hola, ¿cómo estás?
—Muy bien, ¿tú?
—Yo no estoy tan bien,
la verdad, no puedo evitar pensar en ti, en serio, ¿qué te ha pasado? Soy yo,
tu amor, ¿por qué me hablas en ese tono tan seco y distante? No puedo entender
nada. No puedo entender cómo de la noche a la mañana te has convertido en una
auténtica extraña, una extraña con la que he compartido 17 años. Tantos años de
relación, de momentos compartidos y tú, sólo tienes un flaco “hola” que no dice
nada. ¿Por qué no vuelves a casa? Estoy muy solo, te echo mucho de menos, no
logro acostumbrarme a estar sin ti.
—¿Otra vez con lo
mismo? Raúl, lo nuestro se acabó, no estábamos bien, te aprecio mucho pero no
voy a volver, lo siento.
Una lágrima resbala por
el barranco de mi nariz inevitablemente al escuchar esas palabras de nuevo.
Agacho mi cabeza, no lo puedo evitar. Su actitud hacia mí me hace pensar que
alguien le ha lavado el cerebro, que alguien está influyendo en sus decisiones
y sus actos.
—Estás con otro,
¿verdad? Quiero pensar que no, me fío de ti y sé que no, y si estuvieras con
alguien me lo dirías, ¿verdad?
—Qué pesado te pones.
Siempre con lo mismo. Te he dicho que no estoy con nadie. Te lo vuelvo a decir,
dejarte no ha sido por estar con otro, ha sido porque sé que lo nuestro no
puede ir a mejor. Bueno, tengo que hacer cosas. Hablamos en otro momento,
¿vale? Adiós, un beso.
—¡Espera, espera,
espera! No cuelgues por favor. Lo siento, discúlpame. Es cierto, siempre estoy
acusándote de algo que no sé, entiéndeme...
—No, no te entiendo,
Raúl.
—¿Qué cosas tienes que
hacer? Me gustaría saber de ti, te quiero mucho y necesito saber de tu vida.
Podríamos quedar a tomar algo y hablar.
—Lo que tenga que hacer
no te importa, son cosas mías. Y no, no voy a quedar contigo para tomar nada,
haz tu vida, lo siento. Tengo que colgar, adiós, cuídate.
—¡Oye, oye! ¡Espera!
Vale, entonces deja que te llame alguna vez, o llámame tú. Te lo pido por
favor.
Esta última frase se la he dicho al tono de
llamada finalizada porque ha colgado sin dejarme terminar, estoy hundido. —Dice
que no está con nadie pero, vamos, hombre, ¿cómo va a ser tan fría conmigo
después de tantos años? Sólo puede ser eso, miente. Es increíble. Me ha mentido
todas las veces que hemos hablado en estos 4 meses desde la ruptura. Soy un
idiota, tengo que olvidarme de ella y volver a ser yo mismo. Soy fuerte, sé que
saldré de ésta pero, cuánto la echo de menos, qué grande se me hace la casa.
Gracias a Dios que tengo una familia que me quiere y se está preocupando mucho
por mí. Tengo que buscar distracciones, encontrarme con esos hobbies que dejé
por ella, venga, sí. Comienza, no pienses—. Voy al trastero y desempolvo mi set
de pinturas al lienzo con caballete. Pongo mi música favorita, —esto no lo
podía hacer estando ella, ¿ves? Algo por lo que alegrarse, —sonrío levemente
conmigo mismo—. Limpio todo el kit con esmero para dejarlo como nuevo; mezclo
colores de tristeza, eso es lo que quiere mi alma, sacar estas emociones
negativas a través de la pintura. Me pongo a pintar en un lienzo en blanco, el
desamor que estoy sufriendo, hace que de lo más profundo de mi ser, nazca una
serie de líneas que dan forma a una nueva obra, que se va viendo perfecta, mis
dedos fluyen en armonía con el blanco del lienzo en contraste con los colores
grises, azules oscuros, negros y blancos. Un paisaje otoñal, con árboles
desnudos, que abrigan un camino natural con fondo montañoso, va tomando forma
delante de mí. Me alejo un poco, lo miro, —es perfecto, —digo en voz alta con
una sonrisa notable—. Es la primera sonrisa verdadera que muestro en casi
cuatro meses, desde que me dejó. Me doy cuenta de ello y descubro que hay más
vida después de ella. En ese momento suena el teléfono, es mi amigo Juan. Ha
estado muy volcado en mí todo este tiempo de angustia, quizá me llame para
salir a tomar algo.
—¿Qué pasa, Juan? ¿Cómo
estás?
—Muy bien, ¿y tú? ¿Qué
tal llevas el día?
—Bueno, aquí estoy. He
vuelto a sacar mi set de pinturas y estoy pintando un cuadro nuevo. Me está
viniendo bien.
—Ah, eso está genial.
Cosas así tienes que ir haciendo, no puedes encerrarte en ti mismo, ya lo hemos
hablado.
—Sí, es cierto.
Intentaré seguir así, haciendo cosas que me distraigan de pensar en ella.
—Precisamente te llamo
por ella. Hay una cosa que tienes que saber, ya no aguanto más.
—Qué, está con otro,
¿verdad?
—Sí, Raúl, amigo.
—Lo sabía. Qué
mentirosa es.
—Y lo mejor de todo es
que lo conoces.
—¡¿Cómo?! ¡¿Quién es?!
—El monitor del
gimnasio al que vamos. Tío, el de las clases de spinning. Los han visto cerca
de casa de ella juntos, besándose.
—Dios, —digo seguido de
una gran carcajada de alegría pura—. ¿Ese? Si es un pelele. Pensé que al menos
tendría mejor gusto a la hora de elegir.
—Pues, Raúl. Esto lo sé
desde hace más de mes y medio, lo sé yo y lo sabe toda tu familia. No te lo
hemos dicho antes por miedo a tu reacción. Lo siento.
—Impresionante. Juan,
yo como un gilipollas llamándola cada dos por tres y ella con el otro por ahí,
besándose, ocultándomelo. Qué poco respeto hacia mí, qué grandísima mentirosa,
qué desgraciada, —contesto en tono de lamento y humillación propia.
—¿Estás bien? ¿Quieres
que vaya a verte?
—No, Juan, gracias.
Estoy mucho mejor de lo que podría esperar. Esta noticia me sirve de mucho,
sirve para que la termine de olvidarla por completo de una vez. Si había una
mínima esperanza de que volviera conmigo, se acaba de esfumar con lo que me has
contado. Te lo agradezco, de verdad. Ahora mismo la llamo y hablo con ella.
—Bueno, yo ni la
llamaría. Pero, haz lo que quieras.
—Vale, Juan, tío.
Gracias otra vez. Te dejo, un abrazo.
—Adiós, Raúl, otro
abrazo para ti.
Cuelgo el teléfono, sin
vacilar ni un instante marco de nuevo el número de ella. El tono suena y suena
sin respuesta, así hasta tres veces que insisto con llamadas nuevas. Desisto en
seguir llamando y envío un mensaje que dice: “Eres una mentirosa, tantos años, y no eres capaz de decirme la verdad,
pero mira, al final todo sale a la luz, no puedes esconderlo por siempre”.
Prosigo con mi nueva pintura a la que voy a
titular: Renacimiento y a la que voy
a agregar un sol bien brillante que simbolizará este nuevo despertar de mi
persona, también voy a incorporar a la pintura muchas hojas caídas de varios
colores, que simbolizarán lo que vamos dejando atrás en nuestras vidas. Este es
el cuadro que me abre los ojos y cada vez que lo mire recordaré este momento
para siempre; el momento en que supe que había tocado fondo y que sólo podía
volver a emerger de entre mis propios temores.
Termino el dibujo, lo
he completado con una energía dentro de mí, que ha conseguido que tenga un
acabado perfecto, casi fotográfico. —Lo enmarcaré y lo colgaré en el salón,
—pienso contento.
El día transcurrió
mejor que todos los demás desde que ella me dejó, pero en mi cabeza no paraba
de rondar la imagen de ellos dos juntos, besándose o vete a saber que más. Me
acosté con esos pensamientos, soñé que pasaban los años, que ella volvía a mí
arrepentida y yo, la rechazaba después de haber rehecho mi vida por completo.
A la mañana siguiente, poco después de
despertar, suena el teléfono; es ella. —Vaya, cuatro meses sin llamar y ahora
que sabe que me he enterado, me llama; interesante, —pienso mirando su nombre
en la pantalla del móvil.
—Hola, Carmen. Qué, ¿no
tienes nada que contarme? —Una sonrisa de alguien que sabe, que la fuente de la
que viene la información es correcta, ilumina mi rostro.
—¿Yo? ¿El qué? No.
—Ah, ¿no? Y todavía
sigues negándomelo, qué increíble, por Dios. ¿Con ese? ¿No tenías otro
candidato mejor?
Mi atrevido comentario ha molestado demasiado
a la que ha sido mi novia desde hace 17 años. Comienza a gritarme e insultarme,
acto que me recuerda su peor faceta como novia, y refuerza mi pensamiento de
haber abierto los ojos en el asunto que a ella concierne.
—¡¿Acaso nos has visto
besándonos o algo?! ¡No, pues entonces te callas!
—Yo no os he visto,
pero otras personas sí y con eso me basta. Lo que me fastidia no es que estés
con él, tienes todo tu derecho a estar con quien elijas en tu vida. Lo que me
molesta de verdad, es que hayas estado con él desde vete tú a saber cuándo y no
hayas tenido el valor de contármelo a mí, tu novio durante 17 años de tu vida.
Eso es muy triste y traicionero por tu parte, ¿no crees?
Mis palabras apenas son audibles por los
gritos que está soltando desde el otro lado; es tan desagradable su tono de voz,
que me veo obligado a despegar el teléfono de mi oído.
—Que sí, que sí. Que
todo lo que tú digas, cariño, —le digo en tono irónico y cuelgo el teléfono
después de decir adiós; esta vez la he dejado yo con la palabra en la boca, o
mejor dicho, con el grito en las fauces.
Apago el móvil por si
vuelve a llamar, no quiero verla ni en pintura, me siento libre y capaz de
todo, al fin. Sé que mi nueva vida comienza hoy después de escuchar por última
vez la voz de una perfecta desconocida que no se atreve a decir la verdad.
Destapo el caballete y le planto un nuevo lienzo en blanco, esta pintura se
llamará: Dímelo tú, extraña.
Este
relato es un pequeño tributo a la canción de, El último de la fila: Dímelo tú,
del disco: La rebelión de los hombres rana. Canción a la que tengo especial
aprecio igual que a su autor, Manolo García, al que escucho desde hace muchos
años. Os dejo el enlace a [url=http://www.youtube.com/watch?v=pGnr_2bBrqo]youtube Dímelo tú[/url] por si
queréis escucharla.
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