Todo comenzó cuando
tenía 12 años. Por aquel entonces, yo era un muchacho muy pálido y delgado. No
me gustaba mucho comer, los bocatas que me preparaba mi madre para la merienda,
terminaban comiéndoselos mis amigos más glotones. En consecuencia de mi poco
apetito, siempre me encontraba enfermo y debilitado. Mis padres me habían
llevado a infinidad de psicólogos y nutricionistas, con la esperanza de que
algún día todo eso cambiaría, y que al final, sería un chico sano y fuerte.
Aunque en contra de sus premisas, yo no cambiaba, seguía contagiando numerosos
virus que me hacían enfermar, llegando al punto de estar siempre con medicación
asistida.
Aquel día, me encontraba en el parque jugando al
fútbol con mis amigos, aunque yo no podía estar demasiado rato corriendo por
mis problemas asmáticos. Salí del partido para tomar inspiraciones con mi
inhalador. Estaba sentado en el banco de la esquina, cuando alguien me tocó por
la espalda, diciéndome con acento
extranjero:
extranjero:
—Muchacho. Veo que tienes asma. ¿Desde cuándo lo
sufres?
Me giré y vi a un hombre vestido con un traje
elegante; con un peinado engominado hacia atrás y con un pequeño bigote, que
parecía estar bastante bien perfilado. Como era un chico muy abierto y
simpático, le contesté:
—Sí, señor. Tengo un asma tremenda, la tengo desde
que yo recuerdo. Mis padres dicen que la adquirí a los dos años, por mi mala
alimentación. Pero vaya, que la tengo toda la vida.
—¿Sí, chaval? ¿Qué te pasa? ¿No eres buen comedor?
—Pues no, señor. Diría que soy el peor comedor que
hay. No me gusta nada, y las pocas cosas que me agradan, termino vomitándolas
muchas veces.
—Oh, vaya. Y tus padres, supongo que te habrán
llevado al médico muchas veces, ¿no?
—Pues, sí. Estoy cansado de visitar a diferentes doctores,
psiquiatras, pediatras, internistas, terapeutas, etcétera. En fin, un calvario
que me ha tocado sufrir. Lo peor de todo, es que ninguno de ellos parece
ponerse de acuerdo. Cada uno me dice una cosa diferente, y cada cual, me receta
medicinas diversas. Yo ya no sé si me hacen bien o me hacen mal. Sólo sé, que
cada vez me siento peor, y conforme pasa el tiempo, puedo hacer menos vida
normal para la edad que tengo. No sé hasta cuando aguantaré así, señor. Cada
día que pasa, siento que me acerco más rápido a mi final.
—Pero, niño. ¿Por qué dices esas cosas? Estoy de
acuerdo contigo en lo que hablas haciendo referencia a los doctores. Muchas
veces adquieren un título sin saber nada sobre el cuerpo humano, aunque claro,
los hay que son muy buenos, eso sí. Pero eso que dices de que notas que te vas
acercando a tu final. No digas barbaridades, joven.
—Pero, señor. Es como lo siento. Le mentiría si le
dijera que me siento vigoroso y fuerte. Es todo lo contrario. Siento que se
apaga mi vida, cada vez más rápido. A mis padres no les he mencionado nada de
esto que pienso, para no preocuparles. A usted, que es un desconocido, me da
igual que lo sepa. Es lo que hay.
—Está bien muchacho ¿Cómo te llamas?
—Jorge.
—Y si te dijera que soy el ayudante de uno de esos
médicos que sí son buenos y te diera una garantizada esperanza de vida, hasta
tus aproximadamente 100 años, viviendo sano, ágil y fuerte, ¿qué me dirías?
—Le diría, que eso es imposible y que está usted
loco de remate. Por favor, señor. No quiero más falsas esperanzas ni
tratamientos a los que llamáis “innovadores”, que al final, lo único que hacen,
es estropear más mi salud si cabe. Márchese, se lo pido por favor.
—Jorge. Debes escucharme y confiar en mí. Te prometo
que cuando termine de explicarte todo, si no te convence lo que has escuchado,
me iré y te dejaré tranquilo. Puedo ayudarte. Te lo prometo. ¿Puedo?
—Está bien. Suelte su rollo y váyase de una vez.
—De acuerdo. Verás. Mi socio y yo, tenemos un
laboratorio en donde estudiamos las fronteras de lo conocido hasta ahora y lo
que queda por descubrir. Concretamente, trabajamos con mecanismos y elementos a
escala nanométrica, ¿has oído hablar alguna vez de la nanotecnología?
—No ¿eso qué es?
—Pues verás, chico. Es una ciencia que estudia los
elementos, a escalas tan pequeñas, que es imposible de apreciar con el simple
ojo humano. Hablo de algo, que tiene un tamaño mil millones de veces más
pequeño que un metro. Se precisan máquinas altamente costosas y complejas, para
poder trabajar a dicha escala de medición de la materia. Pero es que nosotros,
trabajamos con la NASA y tenemos abierta ahora mismo una investigación secreta,
que nos permite experimentar en humanos nuevas técnicas de combatir las
enfermedades más comunes, que nos han azotado desde hace siglos. Es por ello,
que me encargo de reclutar a personas, que tienen patologías un poco más
inusuales. Y es ahí donde queremos llegar, a esas personas que como tú, se ven
inmersas en un mar de dudas entre diferentes médicos incompetentes de la
sociedad actual. Seguimos esos casos de cerca, con informaciones que nos
brindan los gobiernos y buscamos a esas familias, para ofrecerles nuestro
sistema secreto. Tenemos procesos ya en marcha, de chavales, que estaban al
borde de la muerte, casos de enfermedades con malformaciones o alteraciones
genéticas, que les han producido nacer con parálisis y demás cosas horribles.
Tenemos personas, que están evolucionando de manera muy positiva a los
diferentes tratamientos. Por ejemplo; un niño, que nació con una deficiencia
nerviosa, que afectaba a su médula espinal, y por tanto, sólo estaba vivo de
cuello para arriba. Los padres de ese chico, después de varios años de lucha
contra su muerte, aceptaron nuestra propuesta y viven mucho más felices al ver
cómo su querido hijo, después de dos meses, ya puede mover un poquito cada una
de sus extremidades, y eso que los doctores lo daban por imposible, pero claro,
ninguno de ellos conoce estas técnicas, ya que son pioneras en el mundo entero,
somos muy pocos los que trabajamos con ellas. Está previsto que para el año
2060, todo lo que conocemos esté controlado por esta nueva ciencia. Seremos
capaces de hacer cosas inimaginables hasta el momento, y todo gracias a ello
¿Qué me dices chaval? A que suena genial.
—¿En serio trabaja para la NASA?
—Sí. Y tan en serio, —me dijo mientras sacaba de su
americana un carné acreditativo donde, bajo su nombre, aparecía el logotipo de
esa organización americana tan reconocida y vanguardista.
A mí me había convencido por completo, mis deseos de
vivir me empujaron a seguir adelante con todo lo que el hombre me proponía.
Ahora faltaba que él hablara con mis padres, y les explicara lo mismo que me
acababa de contar a mí.
—Señor. Me ha convencido. La verdad es que parece
muy esperanzador todo lo que dice, y más viniendo usted de donde viene. Vayamos
con mis padres, a ver qué les parece, seguro que aceptan después de tantos años
de sufrimiento.
—No sabes cuánto me alegra oírte decir eso, chico. Pero
no olvides, que seguramente serás tú el que más se alegre, al final de todo el
ensayo. Ya lo verás. Puedes llamarme Ralph.
Me despedí de los amigos y nos fuimos directos a mi
casa, que se encontraba a un par de manzanas. Al llegar, mi madre se extrañó
mucho al verme entrar con aquel hombre.
—¿Quién es usted? Jorge, te tengo dicho que no
hables con gente que no conoces. ¡Manolo, ven a ver al niño, nos trae visita!
—No pasa nada, mamá. Ahora os explicará por qué está
aquí.
—No se preocupe, señora. Todo tiene su explicación,
—añadió Ralph.
Nos sentamos todos en el salón, les comentó todo lo
que pasaba y lo que pretendía. Mi madre no estaba segura de nada ni se fiaba
demasiado. Mi padre, en cambio, se mostraba mucho más receptivo. Todas las
dudas se disiparon cuando les enseñó su carné acreditativo. Aceptaron sin
titubear en cuanto vieron la veracidad de sus palabras.
Al día siguiente, nos subimos en un avión, rumbo a
los Estados Unidos de América, donde se nos trasladaría a la base que tenían,
la cual, por motivos de seguridad, no nos revelaron su ubicación.
Nos pusieron una casa propia y todos los gastos
pagados. Para mis padres era cómo las vacaciones que nunca habían podido tener,
y además, quizá me sanarían. Todos estábamos entusiasmados con lo que
acontecía.
Tal como había dicho Ralph, allí había otras
personas que se estaban sometiendo al experimento, entre ellos, muchos niños
con los que hice buena amistad.
Me hicieron pruebas durante cuatro días. Infinidad
de ensayos, que nada tenían que ver con ninguno de los que me habían hecho en
España, que era donde vivíamos.
Al quinto día, tuvimos una reunión con Ralph y con
el otro hombre que llevaba mi caso, se llamaba Ronald. Nos dieron la buena
noticia de haber detectado cual era mi deficiencia y nos explicaron el proceso
que iban a seguir para subsanarla. Nos dieron una garantía del cien por cien de
que me curaría pronto.
—Señor y señora Fernández. Jorge, —dijo Ronald—.
Después de averiguar los motivos de las dolencias de su hijo, procedemos a
comunicarles cuál será el procedimiento a seguir y cuáles son sus efectos. Como
saben, trabajamos a escala nanométrica. El tratamiento es muy cómodo y
sencillo. Consta de inyectarle vía intravenosa, un líquido que está compuesto
en su totalidad por nano robots, que están programados para eliminar cualquier
célula errónea, débil, enferma o intrusa dentro del organismo del niño, así como
para regenerar las que estén muriendo y ayudar a crear nuevas con más
facilidad. No sentirá ningún dolor ni efectos secundarios ni nada por el
estilo. Solamente será testigo de cómo a partir del momento en que se le
practique, comenzará a sentir una mejoría, que irá aumentando día tras día.
Estos nano robots, acompañarán a su hijo a lo largo de su vida, haciendo que
tenga una salud de hierro, y provocando que coma todo lo que hay que comer. Es
como una ayuda artificial al organismo natural del ser humano. Nunca más
contraerá ninguna patología deficiente. Para que lo entiendan. Nunca más
volverá siquiera a resfriarse el chaval. Es más, si un día pierde un brazo,
este se regenerará por sí mismo. Le saldrá otro de idénticas características y
potencial. Eso sí, no olviden que esto son experimentos de alto secreto, ya han
firmado el contrato pertinente. Si pierde una extremidad, han de hacer creer a
los demás, que se la ha implantado mediante cirugía. Debe ser así, al menos
hasta que no esté más avanzada la práctica de estas técnicas, que resultan ser
milagrosas. Con ensayos como este, estamos avanzando hacia ese fin; conseguir
que todo el mundo viva sano y feliz, y que la muerte sea algo que podemos
decidir cuando llega. Si en algún momento, durante el tiempo que permanezca en
vigor el contrato de confidencialidad, nos enteramos de que le cuentan algo a
alguien, nos veremos obligados a revertir el tratamiento de Jorge, por
incumplimiento de las normas básicas que en él se explican. Quedando de nuevo
el chaval, a merced de los agentes maliciosos que corren por el mundo ¿Ha
quedado todo claro?
—Sí, sí. Por favor. Comiencen ya, —dijo mi madre
impaciente de verme sano—. ¿Habéis oído? Vas a ser un súper chico. Pero no
podrás contárselo a nadie.
—Sí, mamá. Lo he entendido.
Mi padre no decía nada. Sólo trataba de esconder sus
lágrimas, que se le escapaban al no poder contener la emoción que sentía, al
saber lo que me iban a hacer.
Tres días después de otro tipo de pruebas, llegó el
momento de inyectarme el líquido milagroso compuesto por robots en miniatura.
Me habían enseñado fotos y vídeos de esas pequeñas máquinas, que a partir de
ese día, serían parte de mí. Eran cómo pequeños comecocos metálicos diseñados a
la perfección, con ojos, boca y unos brazos que sacaban, cuando era necesario barrer
hacia su boca, las células que previamente matarían, o las que ya no se
pudieran salvar, para después, transformarlas en sustancias beneficiosas para
el organismo. Una maravilla de la tecnología y la ciencia, a la que hoy en día
estamos acostumbrados, pero que, en aquel entonces, sonaba a ciencia ficción.
Me introdujeron aquello mediante un pinchazo, que la
verdad es que no me dolió nada, y a partir de los cinco minutos siguientes,
empecé a notar los efectos. Me sentía menos cansado, respiraba mejor y eso sólo
era el principio de lo que es mi vida actual.
Hoy en día, a todos vosotros, nietos míos, y a cada
bebé que nace, se os ha inyectado la dosis adecuada de este tipo de robots,
para que todos crezcáis sanos y fuertes desde el primer momento de vuestra
vida, privándoos así, del sufrimiento que antaño se padecía por enfermedades,
que no conocéis ni llegaréis a conocer. Y así es como vuestro abuelo, fue uno
de los primeros hombres en la historia en probar la nanotecnología en su fase
experimental. Y es que, estamos en el año 2135, tengo 134 años, estoy sano,
fuerte y joven todavía, y espero vivir muchos años más, hasta que decida irme.
Y todo gracias a los señores Ralph Dickens y Ronald Flutenhaus, que fueron los
primeros en desarrollar el tratamiento bautizado con el apellido del segundo.
El tratamiento de nano vida de Flutenhaus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario