Me llamo Carl. Estoy en Pamplona de vacaciones,
con motivo de la festividad de San Fermín.
La
verdad, no sé muy bien de qué tratan estas celebraciones. Sólo sé que mis
amigos hablan constantemente de unos bichos con cuernos de enorme tamaño. No sé
por qué un simple animal da tanto que hablar.
Estamos
en una de las calles en donde se reúne una gran cantidad de gente. No he parado
de beber cerveza y mis sentidos están bastante bloqueados. Me invade una
sensación de alegría y confianza. Quiero lanzarme al medio de la calle cantando
a gritos canciones pegadizas; lo hago. De repente mis amigos gritan, todo el
mundo se alborota. A mí me da igual, sigo con mis andadas alcohólicas. Los
gritos cada vez son más estridentes, lo cual, distrae mi atención hacia ellos.
Mis ojos se abren de par en par al ver una avalancha humana que se dirige hacia
mí, la mayoría con caras de pánico. No entiendo que pasa pero huyo. De entre la
multitud aparece uno de esos bichos. —¡Toro! —se oye—. Me va a coger. Uno de
esos cuernos roza mi espalda lanzándome despedido y más nada puedo hacer.
Despierto en un hospital al amanecer.
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