miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dímelo tú, extraña



A veces te siento en la noche, despierto entre voces que dicen tu nombre e imágenes que dibujan tu silueta. Busco en el lado de la cama en el que duermes pero, ya no estás; hace meses que la cama es para mí solo. Intento conciliar el sueño entre los recuerdos que me anegan de ti y todo lo demás que te rodea; cuesta dormir, sobre todo cuando pienso que ya no estás, que ya no volverás, que un día fuiste mía y te perdí sin darme cuenta. Esos pensamientos me estrangulan, arañan mi ser; pienso que me has cambiado por otro, no lo sé, todo indica que sí, que alguien que no soy yo, llena tu vida. Me levanto, voy a la terraza, casi desnudo, enciendo un cigarro que sabe a poco y reflexiono, observando la quietud de la ciudad en la noche. Vuelvo a la cama, pongo música clásica, parece que he conseguido relajarme y no pensar en ti; consigo dormirme de nuevo.


    Despierto, todo lo que tengo son ganas de llamarte, de escuchar tu voz, de saber de ti. Todavía te siento mía, y eso, no lo puedes cambiar aunque quieras. Sin siquiera lavarme la cara, agarro el teléfono y marco tu número, lo sé de memoria. El tono suena demasiadas veces hasta que se corta. No lo coges, —cógelo, —pienso—. Insisto y vuelvo a marcar. Esta vez no suena tantas veces porque tu voz interrumpe los
tonos:


    —Hola.


    —Hola, ¿cómo estás?


    —Muy bien, ¿tú?


    —Yo no estoy tan bien, la verdad, no puedo evitar pensar en ti, en serio, ¿qué te ha pasado? Soy yo, tu amor, ¿por qué me hablas en ese tono tan seco y distante? No puedo entender nada. No puedo entender cómo de la noche a la mañana te has convertido en una auténtica extraña, una extraña con la que he compartido 17 años. Tantos años de relación, de momentos compartidos y tú, sólo tienes un flaco “hola” que no dice nada. ¿Por qué no vuelves a casa? Estoy muy solo, te echo mucho de menos, no logro acostumbrarme a estar sin ti.


    —¿Otra vez con lo mismo? Raúl, lo nuestro se acabó, no estábamos bien, te aprecio mucho pero no voy a volver, lo siento.


    Una lágrima resbala por el barranco de mi nariz inevitablemente al escuchar esas palabras de nuevo. Agacho mi cabeza, no lo puedo evitar. Su actitud hacia mí me hace pensar que alguien le ha lavado el cerebro, que alguien está influyendo en sus decisiones y sus actos.


    —Estás con otro, ¿verdad? Quiero pensar que no, me fío de ti y sé que no, y si estuvieras con alguien me lo dirías, ¿verdad?


    —Qué pesado te pones. Siempre con lo mismo. Te he dicho que no estoy con nadie. Te lo vuelvo a decir, dejarte no ha sido por estar con otro, ha sido porque sé que lo nuestro no puede ir a mejor. Bueno, tengo que hacer cosas. Hablamos en otro momento, ¿vale? Adiós, un beso.


    —¡Espera, espera, espera! No cuelgues por favor. Lo siento, discúlpame. Es cierto, siempre estoy acusándote de algo que no sé, entiéndeme...


    —No, no te entiendo, Raúl.


    —¿Qué cosas tienes que hacer? Me gustaría saber de ti, te quiero mucho y necesito saber de tu vida. Podríamos quedar a tomar algo y hablar.


    —Lo que tenga que hacer no te importa, son cosas mías. Y no, no voy a quedar contigo para tomar nada, haz tu vida, lo siento. Tengo que colgar, adiós, cuídate.


    —¡Oye, oye! ¡Espera! Vale, entonces deja que te llame alguna vez, o llámame tú. Te lo pido por favor.


    Esta última frase se la he dicho al tono de llamada finalizada porque ha colgado sin dejarme terminar, estoy hundido. —Dice que no está con nadie pero, vamos, hombre, ¿cómo va a ser tan fría conmigo después de tantos años? Sólo puede ser eso, miente. Es increíble. Me ha mentido todas las veces que hemos hablado en estos 4 meses desde la ruptura. Soy un idiota, tengo que olvidarme de ella y volver a ser yo mismo. Soy fuerte, sé que saldré de ésta pero, cuánto la echo de menos, qué grande se me hace la casa. Gracias a Dios que tengo una familia que me quiere y se está preocupando mucho por mí. Tengo que buscar distracciones, encontrarme con esos hobbies que dejé por ella, venga, sí. Comienza, no pienses—. Voy al trastero y desempolvo mi set de pinturas al lienzo con caballete. Pongo mi música favorita, —esto no lo podía hacer estando ella, ¿ves? Algo por lo que alegrarse, —sonrío levemente conmigo mismo—. Limpio todo el kit con esmero para dejarlo como nuevo; mezclo colores de tristeza, eso es lo que quiere mi alma, sacar estas emociones negativas a través de la pintura. Me pongo a pintar en un lienzo en blanco, el desamor que estoy sufriendo, hace que de lo más profundo de mi ser, nazca una serie de líneas que dan forma a una nueva obra, que se va viendo perfecta, mis dedos fluyen en armonía con el blanco del lienzo en contraste con los colores grises, azules oscuros, negros y blancos. Un paisaje otoñal, con árboles desnudos, que abrigan un camino natural con fondo montañoso, va tomando forma delante de mí. Me alejo un poco, lo miro, —es perfecto, —digo en voz alta con una sonrisa notable—. Es la primera sonrisa verdadera que muestro en casi cuatro meses, desde que me dejó. Me doy cuenta de ello y descubro que hay más vida después de ella. En ese momento suena el teléfono, es mi amigo Juan. Ha estado muy volcado en mí todo este tiempo de angustia, quizá me llame para salir a tomar algo.


    —¿Qué pasa, Juan? ¿Cómo estás?


    —Muy bien, ¿y tú? ¿Qué tal llevas el día?


    —Bueno, aquí estoy. He vuelto a sacar mi set de pinturas y estoy pintando un cuadro nuevo. Me está viniendo bien.


    —Ah, eso está genial. Cosas así tienes que ir haciendo, no puedes encerrarte en ti mismo, ya lo hemos hablado.


    —Sí, es cierto. Intentaré seguir así, haciendo cosas que me distraigan de pensar en ella.


    —Precisamente te llamo por ella. Hay una cosa que tienes que saber, ya no aguanto más.


    —Qué, está con otro, ¿verdad?


    —Sí, Raúl, amigo.


    —Lo sabía. Qué mentirosa es.


    —Y lo mejor de todo es que lo conoces.


    —¡¿Cómo?! ¡¿Quién es?!


    —El monitor del gimnasio al que vamos. Tío, el de las clases de spinning. Los han visto cerca de casa de ella juntos, besándose.


    —Dios, —digo seguido de una gran carcajada de alegría pura—. ¿Ese? Si es un pelele. Pensé que al menos tendría mejor gusto a la hora de elegir.


    —Pues, Raúl. Esto lo sé desde hace más de mes y medio, lo sé yo y lo sabe toda tu familia. No te lo hemos dicho antes por miedo a tu reacción. Lo siento.


    —Impresionante. Juan, yo como un gilipollas llamándola cada dos por tres y ella con el otro por ahí, besándose, ocultándomelo. Qué poco respeto hacia mí, qué grandísima mentirosa, qué desgraciada, —contesto en tono de lamento y humillación propia.


    —¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a verte?


    —No, Juan, gracias. Estoy mucho mejor de lo que podría esperar. Esta noticia me sirve de mucho, sirve para que la termine de olvidarla por completo de una vez. Si había una mínima esperanza de que volviera conmigo, se acaba de esfumar con lo que me has contado. Te lo agradezco, de verdad. Ahora mismo la llamo y hablo con ella.


    —Bueno, yo ni la llamaría. Pero, haz lo que quieras.


    —Vale, Juan, tío. Gracias otra vez. Te dejo, un abrazo.


    —Adiós, Raúl, otro abrazo para ti.


    Cuelgo el teléfono, sin vacilar ni un instante marco de nuevo el número de ella. El tono suena y suena sin respuesta, así hasta tres veces que insisto con llamadas nuevas. Desisto en seguir llamando y envío un mensaje que dice: “Eres una mentirosa, tantos años, y no eres capaz de decirme la verdad, pero mira, al final todo sale a la luz, no puedes esconderlo por siempre”.


    Prosigo con mi nueva pintura a la que voy a titular: Renacimiento y a la que voy a agregar un sol bien brillante que simbolizará este nuevo despertar de mi persona, también voy a incorporar a la pintura muchas hojas caídas de varios colores, que simbolizarán lo que vamos dejando atrás en nuestras vidas. Este es el cuadro que me abre los ojos y cada vez que lo mire recordaré este momento para siempre; el momento en que supe que había tocado fondo y que sólo podía volver a emerger de entre mis propios temores.


    Termino el dibujo, lo he completado con una energía dentro de mí, que ha conseguido que tenga un acabado perfecto, casi fotográfico. —Lo enmarcaré y lo colgaré en el salón, —pienso contento.


    El día transcurrió mejor que todos los demás desde que ella me dejó, pero en mi cabeza no paraba de rondar la imagen de ellos dos juntos, besándose o vete a saber que más. Me acosté con esos pensamientos, soñé que pasaban los años, que ella volvía a mí arrepentida y yo, la rechazaba después de haber rehecho mi vida por completo.


    A la mañana siguiente, poco después de despertar, suena el teléfono; es ella. —Vaya, cuatro meses sin llamar y ahora que sabe que me he enterado, me llama; interesante, —pienso mirando su nombre en la pantalla del móvil.


    —Hola, Carmen. Qué, ¿no tienes nada que contarme? —Una sonrisa de alguien que sabe, que la fuente de la que viene la información es correcta, ilumina mi rostro.


    —¿Yo? ¿El qué? No.


    —Ah, ¿no? Y todavía sigues negándomelo, qué increíble, por Dios. ¿Con ese? ¿No tenías otro candidato mejor?


    Mi atrevido comentario ha molestado demasiado a la que ha sido mi novia desde hace 17 años. Comienza a gritarme e insultarme, acto que me recuerda su peor faceta como novia, y refuerza mi pensamiento de haber abierto los ojos en el asunto que a ella concierne.


    —¡¿Acaso nos has visto besándonos o algo?! ¡No, pues entonces te callas!


    —Yo no os he visto, pero otras personas sí y con eso me basta. Lo que me fastidia no es que estés con él, tienes todo tu derecho a estar con quien elijas en tu vida. Lo que me molesta de verdad, es que hayas estado con él desde vete tú a saber cuándo y no hayas tenido el valor de contármelo a mí, tu novio durante 17 años de tu vida. Eso es muy triste y traicionero por tu parte, ¿no crees?


    Mis palabras apenas son audibles por los gritos que está soltando desde el otro lado; es tan desagradable su tono de voz, que me veo obligado a despegar el teléfono de mi oído.


    —Que sí, que sí. Que todo lo que tú digas, cariño, —le digo en tono irónico y cuelgo el teléfono después de decir adiós; esta vez la he dejado yo con la palabra en la boca, o mejor dicho, con el grito en las fauces.


    Apago el móvil por si vuelve a llamar, no quiero verla ni en pintura, me siento libre y capaz de todo, al fin. Sé que mi nueva vida comienza hoy después de escuchar por última vez la voz de una perfecta desconocida que no se atreve a decir la verdad. Destapo el caballete y le planto un nuevo lienzo en blanco, esta pintura se llamará: Dímelo tú, extraña.





Este relato es un pequeño tributo a la canción de, El último de la fila: Dímelo tú, del disco: La rebelión de los hombres rana. Canción a la que tengo especial aprecio igual que a su autor, Manolo García, al que escucho desde hace muchos años. Os dejo el enlace a [url=http://www.youtube.com/watch?v=pGnr_2bBrqo]youtube Dímelo tú[/url] por si queréis escucharla.



NO OLVIDES REGISTRARTE EN LA PÁGINA PRESIONANDO EL BOTÓN AZUL DE LA ESQUINA SUPERIOR DERECHA "PARTICIPAR EN ESTE SITIO" Y ACEPTAR CON TU CUENTA DE GOOGLE. MUCHISIMAS GRACIAS.



No hay comentarios:

Publicar un comentario