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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dímelo tú, extraña



A veces te siento en la noche, despierto entre voces que dicen tu nombre e imágenes que dibujan tu silueta. Busco en el lado de la cama en el que duermes pero, ya no estás; hace meses que la cama es para mí solo. Intento conciliar el sueño entre los recuerdos que me anegan de ti y todo lo demás que te rodea; cuesta dormir, sobre todo cuando pienso que ya no estás, que ya no volverás, que un día fuiste mía y te perdí sin darme cuenta. Esos pensamientos me estrangulan, arañan mi ser; pienso que me has cambiado por otro, no lo sé, todo indica que sí, que alguien que no soy yo, llena tu vida. Me levanto, voy a la terraza, casi desnudo, enciendo un cigarro que sabe a poco y reflexiono, observando la quietud de la ciudad en la noche. Vuelvo a la cama, pongo música clásica, parece que he conseguido relajarme y no pensar en ti; consigo dormirme de nuevo.


    Despierto, todo lo que tengo son ganas de llamarte, de escuchar tu voz, de saber de ti. Todavía te siento mía, y eso, no lo puedes cambiar aunque quieras. Sin siquiera lavarme la cara, agarro el teléfono y marco tu número, lo sé de memoria. El tono suena demasiadas veces hasta que se corta. No lo coges, —cógelo, —pienso—. Insisto y vuelvo a marcar. Esta vez no suena tantas veces porque tu voz interrumpe los

miércoles, 9 de octubre de 2013

La carta despedazada

Jueves, 5 de noviembre, 23:34 horas.




Ana llegó a su baño, deshizo su moño. Frente al espejo, una cara amarga con caminos de color negro que nacían de sus ojos, y un carmín rojo, arrastrándose desde sus labios hacia una de sus mejillas. Cogió la toallita desmaquilladora y frotó fuertemente, mientras las lágrimas, volvían a brotar sin poder llevarse con ellas más rímel, debido a la carencia del mismo, provocada por las múltiples lágrimas anteriores. Mientras se limpiaba, pensaba que no volvería a llorar por el motivo que le producía tristeza en ese momento: la ruptura con su pareja, después de 5 años de relación. —Ya son demasiadas veces, excesivas lágrimas derramadas. No volveré. Que me espere cuánto quiera; pero no volveré, —se repetía en su interior una y otra vez mientras frotaba su rostro con la esponja hasta enrojecerlo—. Esta vez se ha pasado. Dice que me quiere, que no ha querido ni se ha fijado en nadie más, que esa tal Julia, sólo es su amiga y compañera de piso. Miente, dice mentiras todo el tiempo. Que se pudra, que se pudran los dos. Desaparezco de su vida, —deliraba incansable en su