domingo, 22 de diciembre de 2013

Perfume. Capítulo 23

Veinte minutos después, llegamos a mi casa. Son las ocho y cuarto de la tarde. El portero, un hombre latino de entre treinta y treinta y cinco años, con traje de la empresa para la que trabaja, nos abre la puerta, como es habitual.


—Buenas tardes, Nicolás. ¿Qué tal ha ido? —Le digo, dejando pasar a Sara.


—Hola, —dice ella vagamente.


—Hola, Máximo. Hola, señorita…


—Sara, —le aclaro.


—Sara, sí. Pues, bien… un día como otro cualquiera. Por cierto, ha venido su amigo… Héctor. Ha preguntado por usted. No supe que contestarle, ayer no vino a casa. No sabía dónde estaba usted.


Sara me mira extrañada, <<¿será porque ha captado que anoche no dormí en casa? Seguro que sí, es tan lista. Tendré que inventar alguna excusa>>, pienso antes de contestar.


—Ostras, es verdad, Héctor. Ha dicho que me llamaría, se le habrá olvidado.


—Yo sí me acordaba de tu amigo. Pero no he querido decirte nada, es asunto tuyo, —añade Sara.


—Sí, es verdad. Es problema mío. No pasa nada, le conozco bien. Si no ha llamado, es por algo. Aunque debería haberle llamado yo. Habrá hecho otros planes. Bien, muchas gracias, Nicolás, —le digo mientras presiono el botón del ascensor.


—Qué atento este Nicolás, ¿no? Sabe cuándo duermes o no duermes en casa. Por una parte, eso está bien, pero por otra… —dice Sara, haciéndome saber que sí, que se ha dado cuenta de que anoche no vine a dormir.


—Sí, imagínate que me pasa algo, este hombre enseguida alertaría a alguien, —respondo, mirando a Nicolás mientras se abre el ascensor, él me mira sonriendo y haciendo un gesto de despedida con su mano. No sabe que ha metido la pata. Le devuelvo el saludo, sonriendo también, aunque mi sonrisa es irónica—. <<Ya podía haber estado un poco más hábil, ostras. Me ve que llego con una chica a casa, suelta que anoche no vine a dormir y se queda tan feliz. Estos panchitos>>, me dice la voz interna.


—Sí, pero en este caso, se ha equivocado. Te ha delatado, tío. A saber dónde fuiste anoche, después de estar en el Nigth Jazz… —dice ella, con ese semblante femenino tan arrollador, que muestran las mujeres cuando te han pillado una mentira.


—Bueno… eh… sí… estuve con una amiga. También ha roto con su novio.


—Ya, y tú le tendiste la mano para que saliera de esa situación, ¿la mano, o algo más? Seguro que sí, fijo que te acostaste con ella para aliviar sus penas, —su mirada me traspasa.


Creo que se me nota que no quiero decir la verdad, no sé mentir. El ascensor abre sus puertas, estamos en el décimo piso. Salimos.


—Eh… bueno, no me acosté con ella, no. Sí me quiso tentar, pero me resistí, sólo es mi compañera de trabajo, nada más. No es bueno mezclar los negocios con el placer.


—No es bueno, pero te la cepillaste…


—¡Qué no! ¿Cómo puedes estar tan segura de algo así? ¿Estabas ahí para saberlo?


—No me hace falta estar, tus ojos te delatan. Piénsalo muy bien antes de mentirme sobre algo así. De todos modos, da igual, no es asunto mío, ayer sólo era una chica con la que hablaste unos minutos en el metro y unas cuantas frases por whats app, tampoco pasaría nada si hubieses hecho eso. No creas que soy tan posesiva, yo diría que no tengo nada de eso.


Me quedo mirándola, asomando una leve sonrisa, <<me ha pillado, —pienso—, será mejor que se lo diga>>, decido.


—Sí, me acosté con ella. No pude resistirme a sus encantos, ¿contenta?


—Eso está mejor. Pero ahora ya no soy sólo una conversación de chat, estoy aquí, contigo, y quiero tener algo serio, o al menos, eso es lo que me haces pensar. Espero que seas un hombre fiel y no tengamos que discutir por esa chica.


—No te preocupes, eso está hecho. Ya le dije que te había conocido, y que esa sería, posiblemente, la última vez. Además, ella también ha conocido a alguien recientemente, —contesto, girando la llave en la cerradura de mi casa.


—Eso suena muy bien, pero, ¿ha conocido a alguien y se acuesta contigo? ¿Qué clase de guarra es esa?


—No es ninguna guarra. Le ha conocido, pero nada más, como tú y yo más o menos, no hizo nada malo.


—Ya, bueno, da igual. Ella sabrá lo que hace con su vida y su cuerpo. Quiero centrarme en ti, no hablemos de otras personas, ¿te parece?


—Me parece perfecto. Bienvenida a mi humilde hogar, —respondo, colgando mi cargado llavero de cuero negro, en el guarda llaves metálico que cuelga nada más entrar.


—Guau, de humilde nada, tío. ¿Tú sabes lo bonito que es este lugar? No me extraña que tengas a todas locas por ahí, con esta casa.


—Bueno, no me puedo quejar, pero tampoco es nada del otro mundo.


—Ah, ¿no? ¿Y esa moqueta de piel? ¿Y ese Picasso en medio del pasillo? ¿Y esa escultura del Discóbolo? Este parqué color ceniza claro, es de los menos vistos. Por no hablar de la calidad del mobiliario, es de primera. Te gusta el arte, ¿no? La armonía y el buen gusto se funden entre sí. ¿Quién te ha decorado la casa?


—Sí, me encanta el arte, ya lo ves. Nadie me la ha decorado, he sido yo mismo. Hice un curso acelerado de interiorismo hace años.


—Ah, ¿sí? Yo trabajo en eso. Diseño de interiores. Por cierto, no hemos hablado de nuestras profesiones, ¿o sí?


—No, no lo hemos hecho. Ha sido tan extraña la forma en que nos hemos conocido, que nos hemos saltado las principales preguntas que suelen hacerse cuando conoces a alguien por primera vez. Yo soy vendedor de seguros en un hotel de lujo, también tengo un negocio  familiar de piezas artísticas de alto nivel cultural.


—¡Anda! Eso explica que tengas tantas cosas. Auténticas, imagino.


—Imaginas bien.


—Pues, deja que te diga, que tienes un gusto excelente para ser un hombre que vive solo. Y está todo muy limpio y bien cuidado. Me encanta.


—Bueno, de eso se encarga la asistenta cada semana, —sonrío—. Ven, mira, te enseñaré algo que creo que te gustará, es una de mis pasiones. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo diga.


—Vale.


La agarro de la mano y la llevo conmigo hasta una de las habitaciones que tiene mi ático dúplex, después de subir por la escalera de baldosas individuales integradas en la pared.


—Dijiste que te gustan los animales, ¿no? Pues mira, ya puedes abrir los ojos.


—Oh… Pero, ¿qué demonios tienes aquí?


—Es mi pequeño trozo de selva particular. Ya que no puedo vivir en ella, me la monto en mi casa.


—¡Estás loco! ¿Eso es una serpiente? ¿Y eso? ¡Un loro!


—Sí, una serpiente rey, o más comúnmente llamada, falsa coral. El otro es Rocco, un guacamayo de alas azules, sabe hablar. Por ahí detrás estará su novia, Priscila.


Aparto unas hojas de palmera en busca de ella y sale volando, posándose en mi hombro, Rocco la sigue, gritando:


—Priscila, ¿dónde vas? —a voces, apoyando sus garras en mi hombro también, al lado de su novia.


—Es impresionante. Habla súper bien. ¿Qué más sabe decir?


—Uf, de todo.


—Cómo te quiero, cómo te quiero, Priscila, —salta Rocco—. ¿Cuándo me darás un hijo? Quiero hijos tuyos, quiero hijos tuyos.


Priscila se remolonea con él, frotándose efusivamente con su cuello y picoteándole las plumas.


—Guau. Qué galán, como el dueño, —dice Sara, con una gran sonrisa, hipnotizada por mis dos amigos alados.


—Hay más especies aquí metidas. Desde ranas arbóreas hasta lagartos, y mira esto, —le digo, señalando el pequeño río que fluye entre las plantas exóticas—. Este río desemboca en mi propio mar, aquí hay especies de río pero en el mar, que está en forma de acuario gigante en el salón, tengo mi propia barrera de coral. Al bajar lo verás.


—Es increíble. ¿Y todo esto lo has hecho tú?


—Yo lo diseñé, pero no lo construí. Contraté a alguien para eso.


—No hubiese hecho falta que me llevaras a ningún oceanográfico, lo tienes en casa.


—Sí, bueno, más o menos. Es más pequeño, pero mucho más personal y diverso. Vamos, te enseñaré mi mar.


—Me muero de ganas.


Bajamos al salón, el acuario gigante parte la estancia en dos, quedándose en medio como una gran pantalla de cine, viva y en movimiento. Los colores fluorescentes de peces y corales brillan y destellan reflejos que chocan en todas partes.


—Qué maravilla, —dice Sara, embobada.


—Sí, los amo tanto.


—Ven aquí, anda, ahora vas a saber cómo se ama de verdad, —me dice, agarrándome del cuello de la camisa, tirando hacia ella y plantándome un beso desatado, al que respondo con mi lengua, en pie de guerra.



No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a crecer. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.

José Lorente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario