miércoles, 9 de octubre de 2013

La carta despedazada

Jueves, 5 de noviembre, 23:34 horas.




Ana llegó a su baño, deshizo su moño. Frente al espejo, una cara amarga con caminos de color negro que nacían de sus ojos, y un carmín rojo, arrastrándose desde sus labios hacia una de sus mejillas. Cogió la toallita desmaquilladora y frotó fuertemente, mientras las lágrimas, volvían a brotar sin poder llevarse con ellas más rímel, debido a la carencia del mismo, provocada por las múltiples lágrimas anteriores. Mientras se limpiaba, pensaba que no volvería a llorar por el motivo que le producía tristeza en ese momento: la ruptura con su pareja, después de 5 años de relación. —Ya son demasiadas veces, excesivas lágrimas derramadas. No volveré. Que me espere cuánto quiera; pero no volveré, —se repetía en su interior una y otra vez mientras frotaba su rostro con la esponja hasta enrojecerlo—. Esta vez se ha pasado. Dice que me quiere, que no ha querido ni se ha fijado en nadie más, que esa tal Julia, sólo es su amiga y compañera de piso. Miente, dice mentiras todo el tiempo. Que se pudra, que se pudran los dos. Desaparezco de su vida, —deliraba incansable en su
interior—.


    Ana se acostó, con la convicción propia que provoca la razón, no sabía por qué, pero su intuición le decía que estaba en lo cierto, que Julia y su novio, mantenían una relación a sus espaldas. Se durmió con tales pensamientos y soñó que sí, que todo era tal y cómo lo imaginaba, a pesar de las múltiples explicaciones de Juan, su novio.


    A la mañana siguiente, el sonido del timbre del teléfono, que tenía en la mesilla de noche, la despertó. En la pantalla, aparecía el número del teléfono fijo de Juan. Aunque todavía estaba furiosa y cabreada con él por la grave discusión de la noche anterior, que terminó por romper la relación, contestó la llamada sin dudar.


    —¿Sí? ¡¿Qué quieres?! Anoche quedó todo dicho. Déjame en paz, no me convencerás esta vez.


    —Disculpa que te moleste, Ana. Soy Julia. Tienes que saber algo de Juan, —dijo ésta con una voz algo temblorosa.


    —¡Increíble! Encima tiene la poca vergüenza de hacer que llames tú, con todo lo que pasó anoche… No quiero saber nada de ti ni de él. ¿Está claro? Ya podéis vivir tranquilos sin mí. ¡Dejadme en paz!


    —Comprendo tu malestar conmigo, Ana. Sólo una cosa antes de que me cuelgues. Debes venir lo más pronto que puedas, Juan…


    Ana no dejó terminar la frase a Julia. No quería saber nada de ellos y menos sabiendo que él, no había tenido el valor de llamar y había mandado a Julia, para que lo hiciera por él, sabiendo que la ruptura tenía que ver directamente con ella. Aun así, no se quedó del todo tranquila con esa última frase, que le había dicho la supuesta arpía, compañera de Juan. Aunque estaba decidida a olvidarse de su ahora, ex novio, y todo lo que tenía que ver con él, todavía le quería y sentía interés en lo que pudiese pensar sobre el asunto.


    Se levantó, se aseó, desayunó algo rápido, cogió el coche y se plantó en la finca donde vivía Juan. Cogió el ascensor, marcó la quinta planta y subió. La puerta del piso de Juan, estaba justo en frente del ascensor. Al abrirse las puertas del mismo, vio que la puerta estaba abierta; dentro se escuchaba gente. Entró a tropezones y vio que estaba la policía en el interior del piso; concretamente, dos parejas de agentes, que estaban interrogando a Julia, que se encontraba sentada en el sofá, con la cabeza gacha, con los codos apoyados en sus rodillas y las manos dispuestas sobre las mejillas.


    —¿Qué pasa aquí? ¿Por qué están estos agentes en el piso? ¿Dónde está Juan? —Preguntó Ana asustada.


    —¡Ana! —Exclamó Julia dando un respingo y plantando un fuerte abrazo a la novia de su compañero de piso; un abrazo al que Ana, no supo si corresponder, por lo tanto, se quedó medio helada. Ellas dos no eran amigas, sólo tenían relación cordial.


    —¿Qué… qué pasa, Julia? Me estás asustando. ¿Y Juan?


    —Ana, Juan… Entra en la habitación…


    Se separó de la que era su enemiga número uno, y fue a paso firme pero confuso hacia la habitación del chaval. Una estampa grotesca y desalmada invadió sus pupilas, provocando un corte de respiración momentáneo en los pulmones de Ana. Dos agentes más de la policía estaban dentro; uno a cada lado de la cama. Tirado en el colchón estaba Juan, con una pierna recta, la otra flexionada, una mano en el pecho, la otra estirada y colgando fuera del camastro; su boca estaba abierta y de ella, había salido una especie de espuma blanca. En el suelo, había un bote de pastillas sin tapa. Un poco más allá del bote, había cuatro trozos de papel desparramados y cerca, un sobre abierto de color rosa muy bonito, en el que se leía a la perfección, el nombre “Ana”, escrito con tinta color plata brillante y un tipo de letra, que sólo podía salir de una mente enamorada. Ella se quedó mirando horrorizada la escena. A su cabeza vino rápidamente el nombre de la muerte, sí, Juan se había matado, y lo había hecho a propósito. Sintió la culpa hondamente, se tiró a por él llorando de impotencia y angustia.


    —Señorita, por favor. No toque el cuerpo. ¿Es usted, Ana?


    —¿Cómo no voy a tocar su cuerpo? Sí, soy Ana, su novia. No me diga que no lo toque. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué lo has hecho?! ¡Idiota! Te iba a perdonar, como siempre. Te iba a perdonar… —gritaba Ana entre lágrimas al aire, achuchando el cuerpo inerte de Juan.


    —Debería usted leer la carta despedazada que está en el suelo, —dijo un agente—. Después debemos dejarla donde estaba, para la investigación.


    Ana lo miró, se separó de Juan, se agachó muy despacio, recogió cada uno de los cuatro trozos de papel que había en el suelo, los organizó como si fuese un puzzle y comenzó a leer:


Lunes, 26 de octubre, 18:36 horas.


Querida Ana. He decidido escribirte esta carta, porque sabes que soy muy torpe a la hora de decir cosas bonitas en directo; las tengo que pensar antes. Así que, aquí tienes esto para que lo leas, pero intentando escuchar mi voz en cada una de las palabras que vas leyendo.


    Te he traído a este restaurante a cenar, porque es muy especial para mí. Aquí es donde se conocieron mis padres, y donde nos traían de pequeños a mí y a mi hermano a cenar en ocasiones especiales. Bueno, ya sabes esa historia, cómo también sabes que es mágico, porque aquí, fue dónde nos conocimos tú y yo, ¿recuerdas? Aquella noche que coincidimos en el cumpleaños de mi amigo y novio de tu mejor amiga, Fernando. Él fue quién nos presentó. Todavía recuerdo como si fuese ayer, la sonrisa que se te instaló en la cara cuando nos estaban presentando; luego, al conocernos más, me dijiste que a mí me había pasado igual, que también había dejado asomar una increíble sonrisa. Comenzó una relación que, hasta hoy, seguimos manteniendo con la mayor de las lealtades. Hemos tenido nuestro más y nuestro menos, pero siempre hemos sabido arreglar las cosas mediante la comunicación. Mi falta de tacto para algunas cosas, o tus celos, han sido y siguen siendo obstáculos para nosotros, pero los solventamos y solventaremos, cómo hemos hecho siempre. Concluyo diciéndote que, a mis 32 años, jamás había conocido a una mujer tan impresionante cómo tú. Que has hecho que este tonto, sea mejor persona, comprenda y conozca lo que es amar, y ser amado de verdad. Que, desde aquel 6 de julio, de hace más de cinco años, me debo a ti y a todo lo que te rodea. Que a día de hoy, no sabría que hacer sin ti, y si me lo permites, quisiera pasar el resto de mis días junto a ti. Por eso y por muchas cosas más, que seguramente ahora se me olvidan… ¿Quieres casarte conmigo, Ana Garrido Fuentes?


Tu Juan, que te quiere con toda su alma y su corazón.


PD: Busca dentro del sobre…




Ana quiso morir en el preciso momento que cogió el sobre y encontró dentro otro más pequeño, de color negro, en el que había una alianza de oro blanco, con una frase grabada en su parte interior:


Ana, te quiero y siempre te querré. Juan. 6 de julio de 1998.


    Julia había estado observando a Ana mientras ésta leía la carta.


    —Quería llevarte este sábado a cenar. Llevaba más de un mes diciéndomelo. Estaba tan ilusionado, y ahora… —dijo la compañera de piso de Juan echándose a llorar.


    Ana la miró con una expresión, que ni su madre la reconocería si la viera; sus ojos vidriaban lágrimas a cántaros y sus labios estaban encogidos de espanto y culpabilidad. Se puso la alianza, besó la mejilla de Juan y abrazó a Julia con todas sus fuerzas. A partir de entonces, y han pasado bastantes años, son las amigas más unidas que este mundo ha podido ver.

2 comentarios:

  1. Qué terrible situación nos relatas, eso sí, de una forma magnífica y atrapante por que desde la primera hasta la última línea no he podido dejar de leer y eso sí que es "enganchar" al lector.

    Feliz finde!!!!

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    1. Muchas gracias FG. Me alegra muchísimo leer esta reseña. Es muy triste pero una cruda realidad de por qué el amor no debería tomarse como un juego... La gente muere por amor cada día y no nos damos cuenta. un beso y feliz fin de semana igualmente. Graciassss!!!

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