miércoles, 2 de octubre de 2013

Cuando fui

Un sonido de terror se escuchó en la otra habitación, poco después del último golpe.


    Cuando fui hasta allí, me di cuenta de que no podía parar de llorar. Sus manos ensangrentadas; sus ojos vestían el miedo y el dolor en su entera forma. No pude resistir el empuje de hacerlo, el niño me cogía de la mano: —mamá, mamá, ¿qué le pasa a papá?—. Tenía que hacerlo, —sus tíos sabrán cuidar de él, —me dije—. Me miré al espejo; un extraño pálpito recorrió mi cuerpo, al ver tales moratones recientes en mi cara. Acurruqué mi cuerpo junto al de él, abracé al bebé lo más fuerte que pude y con la otra mano apreté el gatillo del arma que sostenía mi marido inerte, con la que se acababa de suicidar, y que en este momento apuntaba a mi pecho.


    El niño creció con el trauma de haber vivido esa horrible escena con apenas 4 años. Su maduración fue precoz, y a sus 18, ya era una persona totalmente independizada, autosuficiente y poseedor de un don especial de tratar con delicadeza a las mujeres; aprendió a ser un hombre siendo niño gracias a los errores de su difunto padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario