miércoles, 21 de agosto de 2013

Mi amigo

Me dirigía hacia mi casa una noche de enero. Eran las 20:30. Cansado, llevaba toda la tarde en el bar después de haber discutido con mi mujer por haberme olvidado de comprar unos huevos que me encargó. Andaba cabizbajo, con las manos en los bolsillos y dando patadas a una oxidada lata de refresco, la cual, resonaba en el silencio de la noche provocando que huyeran los gatos callejeros del lugar.


    Ella había estado haciéndome llamadas insistentes al móvil que no encontraron respuesta, es más, agobiado por su persistencia decidí apagarlo. No quería ni pensar en lo que pasaría cuando entrara por la puerta, lo que tenía claro es que no me apetecía discutir y que su recibimiento no sería agradable. Pensaba en lo triste que era mi vida después de que uno  de nuestros dos hijos falleciera a los 8 años en un accidente de tráfico, a lo que se sumaba la pérdida del trabajo al que era fiel durante más de una
década.


    Todas mis reflexiones se esfumaron cuando vi aparecer una inquietante luz cegadora delante de mí. Traté de reducir el impacto que tenía sobre mis ojos poniéndome la mano delante de ellos, pero me resultó casi imposible no cerrarlos por la intensidad de la misma. No sabía lo que era. Nunca había visto un destello igual ni nada que se le pareciera. Estaba desconcertado. Abrí mis cansados párpados cuando aquello cesó, quedándome todavía más perplejo al descubrir que todo lo que había a mi alrededor había cambiado por completo. El suelo en el que pisaba no tenía fin, a los lados ya no habían casas, era como un infinito vacío que se creó por todas partes después de aquella aparición, y lo más escalofriante, fue que delante de mí, había un ser de unos dos metros y medio de altura, con una piel blanca, brillante, que parecía irradiar luz propia, una cara estirada en la que se esculpían multitud de orificios, unos parecían ser ojos y otros bocas, o yo que sé. Sus brazos eran cortos, muy cortos y parecían meterse en su cuerpo, como en una especie de bolsillos vivos. Sus piernas largas y estilizadas, dibujando cada uno de sus músculos, que en nada se parecían a los de cualquier ser que mi entendimiento conociera. Yo estaba atemorizado, aquello no era humano, nada era normal. Aquel vacío, aquel ser. Me quede paralizado por completo.


    Apenas me dio tiempo a poder observar con detalle todo lo que me rodeaba, cuando en mi mente sonó un silbido agudo que hizo vibrar mi cerebro produciéndome un gran dolor de cabeza. A los pocos segundos aquello menguó, convirtiéndose en palabras en mi idioma que no eran mías y que susurraban dentro de mis sesos, como cuando uno piensa desde el ego.


    —Hola Marcos, —sonó aquella ronca y correcta voz—. Sé que esto es demasiado difícil de entender para ti y que ahora mismo estás muerto de miedo, pero créeme, no debes espantarte, no estoy aquí para hacerte daño.


    Aquellas palabras consiguieron que me tranquilizara un poco porque iban acompañadas de un manto de serenidad que me aplacó desde el momento en que las sentí dentro. Daba por supuesto que todo eso provenía del ser que estaba ante mí.


    —¿Qué pasa? ¿Qué eres? ¿Dónde estamos? ¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté como pude.


    —Deja ya de temer, —dijo mientras yo notaba como tras de sus palabras me embriagaba una gran sensación de placidez y bienestar—. Has sido elegido por mi raza para realizar un experimento sociológico que nos ayuda a entender vuestros comportamientos y hábitos de vida. Vengo del planeta Verco, un lugar del que no sabéis ni que existe. Nosotros tenemos muchos avances biotecnológicos que nos han permitido llegar hasta otros planetas muy lejanos, a dominar la comunicación psíquica, a controlar el tele transporte y a cambiar de aspecto a nuestro antojo. Así cómo me observas es nuestra forma habitual de vivir, pero claro, si anduviera por aquí con este aspecto, no tardaríais nada en mostraros hostiles ante nuestra raza por vuestra falta de entendimientos naturales. Sois una raza muy curiosa que nos llama mucho la atención por vuestra capacidad intelectual y vuestras costumbres emocionales. Realizamos estudios que nos ayudan a proliferar nuestra especie recogiendo las mejores virtudes de cada civilización y planeta nuevo que descubrimos. De esta forma podemos evolucionar muchísimo más rápido y en consecuencia, desarrollar formas de vida mucho más perfectas. Para llevar a cabo dicho estudio, necesito involucrarme en tu día a día sin que nadie más sepa nada. Sólo tú serás conocedor de esto. Para ello, me transformaré en uno de vosotros y deberás fingir que soy un gran amigo tuyo al que tienes que acoger durante dos días, o ingéniatelo como quieras. Lo único que tienes que tener en cuenta es que nadie sospeche de nada y que no me puedo separar de ti ni un segundo. Yo iré anotando información de vuestro estilo de vida en pareja y con amigos. Cuando termine el proceso me despediré de ti, no sin antes agradecerte tu colaboración, dotándote de conocimientos mucho más superiores a cualquier ser humano, para que puedas aprovecharlos en vivir una vida sin preocupaciones, puedas dejar huella en este mundo y beneficiar con una gran herencia a tu descendencia. ¿Estás de acuerdo con lo que te propongo? Si no es así, me iré y no recordarás nada de todo esto. Si aceptas, estarás ante un cambio a mejor para el resto de tu vida.


    —Todo esto es muy extraño. No sé qué decir. No sé lo que hacer. Por lo que me dices, supongo que la mejor opción es aceptar. Desde el momento que empezaste a hablar, sentí como si fueses alguien que me aprecia mucho. No puedo negarme.


    —Claro, amigo. Todos salimos beneficiados con el experimento. Lo único, que a veces te puedes sentir en apuros a la hora de explicar por qué entro al baño contigo o cosas así. Por lo demás, es un juego de niños del que darás gracias cuando haya terminado.


    —Eso espero, señor…


    —Ranko. Me llamo Ranko, así es como se pronuncia en tu lengua, pero a partir de ahora me llamarás Antonio ¿Te parece?


    —Perfecto, Antonio, perfecto.


    —Muy bien. Empecemos.


    Seguidamente volvió a aparecer ese haz de luz infinito y cuando cesó, nos encontrábamos Antonio y yo en la calle, de día, con esa lata vieja de refresco en el suelo. Yo todavía no concebía del todo lo que acababa de suceder. La gente pasaba a nuestro lado y los coches circulaban con normalidad. Sólo sabía, que todo lo que me había dicho, era demasiado convincente y que todo era demasiado real para ser un sueño. Así que me serené e intenté llevar el asunto con total normalidad.


    —Vale, Antonio. Vayamos hacia mi casa. Mi mujer estará muy preocupada, —le dije mientras miraba mi reloj, comprobando que eran las 8:30 de la mañana.


    —Sí, Marcos. Como ves, el tiempo ha pasado mucho más rápido mientras has estado sumergido en mi esfera de viaje. Lo que allí es un minuto, aquí es una hora. No le des más importancia. No lo comprenderás.


    —Está bien. Volvamos.


    Al llegar a casa, Marta estaba dando de comer a Lucas, nuestro hijo de tres años. Estaba sentada en la cocina que se integraba en el salón.


    —¡Pero bueno! ¿Se puede saber dónde has estado? —Dijo ella en tono alto al escuchar que se abría la puerta—. He estado llamándote sin descanso ¡¿Para qué tienes móvil?! Casi no he dormido de lo preocupada que he estado. No creo que fuese tan grave la discusión de ayer como para que desaparezcas así, sin decirme nada y pases la noche fuera de casa. Has dormido en casa de Juan, ¿no? —seguía hablando en ese tono de enfado mientras Antonio y yo colgábamos nuestros abrigos en la entrada.


    —No cariño. Estuve en el bar, y curiosamente allí, me encontré con un viejo amigo del instituto del que no sabía nada desde hacía muchos años. Fue tanta la alegría que cogimos al vernos, que hemos pasado la noche por ahí contándonos batallitas del pasado. Mira, está aquí conmigo. Se llama Antonio. Fue uno de mis mejores amigos en aquella época. ¿Recuerdas que te he hablado de él en alguna ocasión?


    —Ah. Sí. Recuerdo haberte escuchado nombrarlo alguna vez. Pero bueno, no esperaba recibirle hoy aquí. Sigo estando enfadada por tu falta de tacto al no avisar de lo que hacías. Discúlpame Antonio, tu amigo es un canalla cuando quiere. Soy Marta, su mujer, —le dijo ella mientras le daba dos besos, uno en cada mejilla, sin soltar a Lucas de sus brazos.


    —No te preocupes, mujer. De sobra sé cómo es este hombre. No sabía que andabas preocupada. No me dijo nada. De haberlo sabido, le hubiera instado a que te llamara para dejarte tranquila. ¡Esas cosas no se hacen, Marcos, hombre!


    —¡Bah! Antonio, tío. No seas adulador. Los dos sabemos que tu trato con las mujeres no ha sido ejemplar. Mírate, 42 años y sin novia ni nada. No me hagas hablar más de la cuenta, ¿eh?


    —Es verdad, amigo. Tienes toda la razón. No soy el más indicado para hablar de relaciones personales. Ya me enseñarás tú cómo se hacen estas cosas aquí.


    —¿Cómo que aquí? Aquí y allá. Las cosas funcionan igual donde sea, Antonio. A la mujer hay que tratarla bien estés donde estés o seas de la raza que seas. Es una ley universal, —replicó Marta.


    —Supongo que tienes Razón, —contestó Antonio.


    —Bueno, cariño. Tengo que decirte, que está aquí de paso un par de días y le he ofrecido nuestra casa para quedarse hasta que se vaya. Me ha insistido en irse a un hotel pero me he negado rotundamente. Es lo menos que puedo hacer por él después de la amistad que nos une desde hace tantos años.


    —Me parece bien. Por estas cosas es por lo que me enamoré de él. Siempre tan cercano y generoso. Pero, ¿dónde va a dormir, querido?


    —Pues, había pensado que tú te acostaras en la habitación de Lucas, y que él y yo, durmiéramos en la nuestra. Es lo único que se me ocurre.


    —No quiero ser un estorbo, Marta, en serio. Me puedo ir a un hotel, —añadió Antonio.


    —No, que va. Te puedes quedar perfectamente. No tengo problema en dormir con el niño. Así podréis contaros más cosas de vuestra juventud. Lo único que, mañana tenemos la comida en casa de Luisa y Carlos. No sé yo si les hará gracia que llevemos a un invitado. Luego la llamo y se lo comento, a ver qué les parece, —contestó mi mujer, que ya parecía estar menos enfadada.


    —Vale. Perfecto, seguro que les caerá genial mi amigo.


    Ranko me pidió telepáticamente que hiciéramos vida normal. Que no condicionáramos nuestros comportamientos con su presencia. Le hice caso y pasamos el día jugando con el niño, viendo películas mientras éste dormía y, comiendo y bebiendo lo que se nos antojaba. Nos preguntó cómo fue el modo de conocernos y qué fue lo que nos impulsó a tener hijos. Le contamos toda nuestra vida desde que supuestamente él había desaparecido de la mía, incluido el accidente que terminó matando a Esteban, nuestro otro hijo. Aquel ser encarnado en persona, parecía sentir todo lo que escuchaba sobremanera. Se le pudieron ver lágrimas de alegría cuando le contamos al historia de nuestro enamoramiento y de tristeza absoluta cuando le contamos la gran tragedia que azotó nuestra familia. Se mostraba muy curioso con todo lo que veía. Preparamos zumo de naranja y quiso manejar el exprimidor como si fuera lo último que haría en su vida. Cosas tan sencillas como encender la luz lo llenaban de curiosidad, que se le notaba en el rostro boquiabierto a cada cosa que descubría. Pero lo que más le fascinaba, sin duda, era Lucas. Se quedaba embobado mirándole, como hipnotizado. Cuando lloraba, él se ponía de pie como por impulso e inmediatamente, le ponía la mano en la cabeza provocando que sus llantos cesaran al instante. Qué ser tan bondadoso éste Ranko. Se ganó mi admiración, respeto y amistad mucho más rápido que cualquier persona que haya conocido a lo largo de mis días, y la de Marta también.


    Al día siguiente, desperté a su lado. Había soñado que me iba con él a su planeta y que me enseñaba todas las costumbres y formas de vivir que allí tenían, conociendo a otros como él y haciéndome sentir como en casa. Era extraño pero tenía la sensación de que había sido todo muy real. Ahora mis pensamientos eran diferentes en lo que se refiere a la filosofía de vivir. Mi cabeza se llenaba de ideas innovadoras y excelentes que podrían mejorar la vida de muchas personas y, al mismo tiempo, me podría lucrar con ello. Y lo mejor de todo, es que no necesitaría mucha inversión económica, porque el futuro de mis ideas, se formalizaría con la ayuda de esa misma gente a la que yo iba a ayudar. Sólo sabía que todo ello se lo debía a él, a ese ser fantástico que dormía a mi lado. Cuando despertó, me explicó que habíamos viajado de verdad a su tierra y que eso era una pequeña muestra, de lo que se me quedaría después de su marcha. Marta interrumpió nuestra conversación tocando a la puerta.


    —¡Venga! ¡Arriba! Tenemos que irnos a casa de Luisa. Nos están esperando.


    —¡Ya, ya! —contesté.


    Nos preparamos y fuimos hasta allí. Hicimos las presentaciones. Ellos tenían dos hijos, Carmen, de 9 años, y Pedro, de 5. Antonio alucinaba con el comportamiento que tenían los niños entre ellos. No sé por qué, pero ese día ninguno lloraba ni gritaba. Jugaban en calma y con una serenidad casi adulta. Yo sabía que todo era fruto de su presencia. No me cabía ninguna duda de que les transmitía ciertas energías positivas, que hacían que ellos se comportaran así. También se interesó por el lazo que nos unía con nuestros amigos, preguntándonos desde cuando nos conocíamos y como fue el momento en que comenzó nuestra relación amistosa. Volvieron a saltarle las lágrimas al contarle lo unidos que estábamos a ellos y lo bonito que era juntar a los niños. Pasamos un día muy jovial, lleno de bromas, mientras cocinábamos y bebíamos. Al volver a casa por la noche, llegó el momento de la despedida. Cuando entramos a la habitación, después de despedir a Marta, me dijo lo que yo ya esperaba con tristeza.


    —Marcos, amigo. He disfrutado de vuestras costumbres y aficiones. Ya tengo toda la información que necesito. Mañana cuando despiertes, ya no estaré aquí. Esta noche volverás a viajar conmigo y te implantaré ciertos conocimientos extra, que mereces saber por tu grandísima hospitalidad y respeto. Ahora podrás ser feliz para siempre y trasladar esos conocimientos a tus descendientes directos, y ellos a los suyos. Adiós, mi amigo.


    —Está bien. Vuelve a visitarnos cuando quieras. Gracias por todo. Hasta siempre, camarada, —contesté poniéndole la mano en el hombro.


    Y así fue, desperté y mi vida nunca volvió a ser la misma; me convertí en un hombre de negocios enfocados a ayudar a los demás. Todos mis proyectos han tenido un éxito rotundo. Marta y yo, no hemos vuelto a discutir desde aquel día. Lo que sí hemos hecho mi mujer y yo, ha sido tener 8 hijos más; uno cada año, los cuales viven felices, implicándose desde pequeños en el buen hacer de su padre.

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