—Cuando pienso en ti sé que no puedo ver más allá porque la vida no tiene
sentido.
—Cuando yo pienso en ti, sé que nunca pude imaginar una
vida así, llena de misterio e incertidumbre.
—¿Y qué hace que pienses en mí de ese modo?
—¿Y tú en mí?
—Supongo que no lo sé.
—Supongo algo parecido.
—¿Y qué pasaría si
todo lo que te digo es mentira?
—Que serías un
mentiroso y nunca más
volvería a pensar en ti del modo
en que lo hago.
—Es mentira.
—Cuando pienso en ti veo a
una persona egoísta y
traicionera.
—No es para tanto, es
mentira que era mentira.
—Al mentir sobre que era
mentira te conviertes en mentiroso, ¿no?
—Me temo que sí.
Pero, ¿y si en vez de mentira
fuese una simple broma?
—No.
—Sí,
mentiste.
—Pero era broma, no mentira.
—Para ser broma tendrías
que haberla calificado así desde un principio, no después.
—Ya. Supongo que tienes razón.
—Quizá eso sea mentira también,
viniendo de un mentiroso…
—¿Insinúas
que no tienes razón?
—No, sólo
digo que eres mentiroso. También
digo que quizá, yo
podría ser un mentiroso también.
—¿Lo eres?
—No he dicho eso. ¿Podrías tú decir lo mismo sobre ti
mismo?
—No soy mentiroso.
—No sé si creerte o no, antes has
mentido.
—¡¡Era una broma!!
—Primero dijiste que era
mentira, no me inspiran confianza tus palabras desde ese momento.
—Pues vas a tener que
aguantarme.
—¿Sí? ¿Por
qué?
—Porque soy tu ego, idiota.
—Ah, vale.
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