domingo, 20 de abril de 2014

Perfume. Capítulo 41

Mis habilidades para forzar cerraduras siguen intactas, fruto de mi pasado adolescente, en el que estuve una temporada haciendo tareas poco convencionales para uno de los miembros de una pequeña mafia rusa; ellos me encargaban “trabajos”, que luego me pagaban de muy buena manera. No estuve mucho tiempo dedicándome a eso, pero sí el suficiente como para aprender a forzar cualquier tipo de cerradura, por muy segura que sea. Ésta ha sido realmente fácil, no estaba cerraba con llave, cosa que me preocupa más aún.


Empujo la puerta mientras compruebo que no haya ningún vecino por la zona. Al entrar, el típico aroma de hogar dulce, que Sandra, se encarga de conseguir. Enciendo todas las luces que puedo y recorro el pasillo, hasta que llego al salón. Al encender la luz, mi cara adquiere una expresión de sorpresa inmensa, al mismo tiempo, un escalofrío eriza todos los pelos de mi cuerpo para después sentir rabia y desconfianza. Posadas en el salón, están todas las obras de arte que faltan en mi casa, y también la del Nigth Jazz. No entiendo nada, busco por todas partes para ver si encuentro alguna pista más; en la cocina, un cenicero con un cigarro apagado y otro apoyado pero consumido, éste tiene carmín rojo marcado en el filtro, es de una mujer.


Salgo de allí horrorizado y loco por encontrar a Sandra, ha sido ella la que me la ha jugado, la muy cerda. Seguro que lo tenía todo planeado, y lo del tal Carlos, era un farol. Pero nada me encaja, <<¿cómo sabía que el sábado no estaba en casa? Alguien se lo tuvo que decir, ella sabía que yo estaba con Sara, pero no sabe nada sobre la muerte de Héctor. No entiendo nada, me voy a volver loco>>, pienso, angustiado. Al menos ahora sé, que los ladrones que vi salir del Nigth Jazz, son los mismos que entraron en mi casa. Salgo del piso de Sandra, sacando el móvil para avisar a la policía, pero luego pienso que acabo de cometer un delito de allanamiento de morada y desisto de hacerlo. <<Este asunto tengo que resolverlo yo mismo>>, pienso.


Salgo del edificio, cargado con el cuadro que me regaló mi padre, es lo único que he podido recuperar, lo demás es demasiado pesado para cargar con ello andando. Voy a casa, pongo el cuadro en su sitio, después agarro el coche y me dirijo a un local de alquiler de vehículos.


Alquilo una furgoneta y me planto de nuevo en el piso de Sandra; esta vez he tocado a otra casa y me he inventado que soy un repartidor de publicidad para poder entrar sin levantar sospechas. Vigilante de cualquier voz de vecinos, voy sacando cada una de las piezas de arte, depositándolas en la furgoneta que tengo aparcada dos calles más atrás. Recupero incluso la estatua del Nigth Jazz, es un estandarte de mi sitio preferido en toda la ciudad, merece estar allí.


Una vez cargada la furgoneta con todas las piezas, salgo del lugar, contento por haber podido recuperar lo que me han robado, pero furioso por saber que ha sido Sandra la que me ha traicionado, y de qué manera. Más le vale no aparecer, porque la podría matar ahora mismo, presa de la fuerte rabia que me hace sentir toda esta situación.


Voy al Nigth Jazz, les entrego la estatua. Me lo agradecen diciéndome que podré beber gratis el resto de mi vida y ofreciéndome parte de las ganancias del sitio; les digo que me conformo con lo primero. Poder ir a ese sitio y tener las copas gratis, me hace sentir especial, no por el dinero ahorrado, sino porque me traten de ese modo.


Llego a casa y coloco cada obra en su lugar, mi piso vuelve a ser el de antes, pero eso no quita que tenga ganas de asesinar a alguien, y ese alguien ha estado trabajando conmigo durante años, a mi lado, haciéndome creer que me tiene aprecio, follando conmigo a cada momento. <<Menuda puta>>, pienso. Entonces, un repentino pensamiento merodea por mi cabeza, la imagen de Sara aparece, mostrándome sus encantos de mujer, y una fuerza extraña me lleva a querer contarle lo que me ha sucedido, después, pienso que estará trabajando y decido llamarla más tarde, pero otro pensamiento invasor me hace recordar un pequeño detalle; Sara me había dicho cuando nos conocimos, que esta semana estaba de vacaciones, y ayer me dijo, que trabajaba, aunque en una zona distinta. Así que, saco el teléfono porque no sé si lo de las vacaciones fue también parte del complot que ideó para poder acercarse a mí o es la realidad. En cualquier caso, ya no me fio de nadie. Aun así, la llamo. Estoy sentado en mi salón, observando el acuario y un cuadro que no ha quedado del todo recto mientras el tono suena…


—Valentín, guapo, precisamente estaba pensando en ti, —contesta, después del sexto tono.


—¿Ah, sí? ¿Y qué pensabas exactamente?


—Pues, pensaba llamarte en un rato para decirte si podemos vernos mañana a eso de las cinco y media. Han anulado mis clases y me apetece verte. ¿Qué me dices?


—Mañana a esa hora tengo un compromiso, ¿podemos quedar un poco más tarde?


—Supongo que sí, aunque me gustaría quedar a esa hora, pero bueno… ¿Cuánto tiempo crees que tardarás?


—No lo sé, no estoy seguro. En cuanto lo sepa cierto te aviso, ¿vale?


—De acuerdo. ¿Todo bien?


—Sí, ¿por qué?


—Te noto algo serio, ¿ocurre algo?


Mi boca quiere contarle lo que he descubierto, pero mi cabeza dice que es mejor no decirle nada.


—Sí, todo bien, sólo estoy un poco cansado, —miento. Mi preocupación es profusa, acentuada, molesta incluso. Sandra, una de las personas más importantes de mi vida, me ha traicionado, y de qué manera… No puedo dejar de pensar en ello.


—Está bien, cielo. Trata de descansar, has tenido un fin de semana bastante jodido. Mañana te cuidaré, ¿vale?


—De acuerdo, preciosa. Gracias por todo. Eres un amor.


—Gracias a ti. Tú sí que eres un amor, de los que duran… y duran… Un besazo grande, —un sonido del crujir de dos labios suena después de la última frase. Eso arranca una pequeña sonrisa en mi boca.


—Otro enorme para ti, —no lo escenifico y cuelgo el teléfono. Esta conversación me ha dejado algo más tranquilo al saber que ella está ahí, aunque todavía desconfío demasiado, he de hablar con Howart antes de verla.





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José Lorente.




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