domingo, 17 de noviembre de 2013

Perfume. Capítulo 18

Abro los ojos, veo el vaso de agua que hay en la mesa, la diferencia es, que ahora, está bañado por luz natural y no artificial. <<¡Mierda, te has quedado dormido! Has dormido aquí>>, salta la voz interna. Continúo mirando, estoy en la misma posición en la que estaba al terminar ayer, sentado. Una manta roja cubre la mayoría de mi cuerpo, mis pies están helados. <<Qué mal te sienta el alcohol, te da somnolencia, —añade la voz de mi cabeza—. Esto no habría pasado si no hubiese bebido>>, pienso. Cojo el móvil para mirar la hora; las ocho y treinta y seis de la mañana, debajo de la hora, mensajes de whats app sin leer, son de Sara. Los abro:




Sara Robledo


últ. vez hoy a las 3:13






Cuando vuelvas te veo,


no? 18:00




Pásalo genial, bombón 18:00




Muaaaaa 18:01


Sí, bonito. Cuando vuelva


hablamos 21:34




Y no me digas esas cosas


que me ruborizas demasiado 21:34




Ya te contaré qué tal va


mi viaje 21:34




Cuídate mucho, guapo 21:35




Un besazo, muakss 21:35


Está bien, preciosa,


ten cuidado por allí 8:38




Muaa 8:38




Cierro el chat. <<Esa chica miente, —resuena mi voz interior—. Pero… me gusta tanto>>, me digo. Me levanto, hago dos estiramientos, me visto mientras miro la casa de Sandra, con la luz del nuevo día entrando por las ventanas. Es muy luminosa, incluso más bonita que de noche. Termino de vestirme, voy a la habitación para comprobar que Sandra está durmiendo. Saco el móvil de nuevo y le dejo un mensaje, para que sepa que me he ido y por qué. Salgo, busco el bar más cercano para tomar un café con leche y leer el periódico. Es un sitio de lo más convencional, el típico bar de almuerzos, con la televisión a todo volumen y tres o cuatro clientes habituales sentados en la barra. Me pongo en una de las mesas, lo más alejado posible, para estar tranquilo. Es sábado, el ambiente huele a día libre y de repente, me surgen unas ganas inmensas de ir a dar una vuelta por las tiendas del centro. <<Es pronto todavía, hasta las diez no abre ninguna tienda>>, pienso. Saco el móvil, son las ocho y cincuenta y siete. <<Puedo esperar una hora aquí, no me importa. No tengo prisa>>, me digo. Pido un cruasán y un zumo de naranja para completar el desayuno y que el tiempo se pase más ameno. Sin querer, puedo escuchar la conversación que tienen los de la barra con el camarero. Hablan de que, la mujer de uno de ellos, se ha ido con otro tío, después de veinte años juntos y tres hijos en común. El pobre hombre, está angustiado y desalmado, se puede percibir su desgracia sólo con mirarlo. Medio zumo después y siete noticias del periódico más tarde, noto vibrar el móvil en mi bolsillo. Lo saco, miro la pantalla, es Sara mediante whats app, lo abro:




Sara Robledo


En línea








Está bien, guapa,


ten cuidado por allí 8:38




Muaa 8:38




Buenos días, caramelo 9:23




Qué soso estás, ¿no? 9:23




Cualquiera diría que


se te ha muerto alguien 9:23




¿Te ocurre algo? 9:24




Buenos días 9:26




No, no me pasa nada 9.26




¿Por qué lo dices? 9:26




Ah, no, por nada.


Tranquilo, ¿eh? 9:27




Hablamos en otro momento


si quieres 9:27




No, tranquila 9:27




¿Qué tal ayer? ¿Ya has


llegado a Malibú? 9:28




Que va. Al final, he perdido


el vuelo. No ha servido de mucho


que me dejaras llamar, gracias


de todos modos 9:28




¿Cómo? ¿Qué pasó? 9:28




Y no digas que no sirvió de


nada que te dejase mi móvil.


Ha servido para poder hablar


tú y yo 9:29




¿Te parece poco? 9:29




Bueno, eso sí,


no lo niego 9:29




Pues… ayer por la tarde,


una de las amigas con las que me iba,


tuvo un accidente con la moto. Nos


avisaron por la noche, cuando casi nos


íbamos 9:30




Ala, ¿sí?


pero, ¿está bien? 9:30




Sí, sí. No le pasó nada grave, pero


con el susto y eso, decidimos cancelar


el viaje 9:30




Ya te lo contaré con más calma 9:31




De acuerdo, no te preocupes.


Lo importante es que tu


amiga está bien 9:31




Sí, eso es lo que importa 9:31




El viaje puede esperar, ya habrá


otro momento 9:32




¿Y tú qué? ¿Qué te pasa que


estás tan serio? 9:32




No, no es nada. Solo estoy


un poco dormido aún 9:33




Vale, genial 9:34




Oye, ¿qué haces hoy? 9:34




¿Te apetece que nos veamos? 9:34




Me lo has quitado de


la boca 9:35




Ahora mismo estoy


en un bar desayunando 9:35




Después iré a dar una


vuelta por las tiendas,


a ver si me compro algo de


ropa 9:36




Ah, estupendo. Pues, si quieres


te acompaño. Me encanta ir


de compras 9:36




Me parece perfecto 9:36




¿Quedamos en la plaza de


Ruinas? 9:37




Cierro el chat con una sonrisa inevitable en la cara. <<Me ha propuesto vernos, no he tenido que decirle nada. Qué mujer. Pero, ¿quién sería el chico con el que estaba ayer? No sé si tiene novio, —pienso—. Tienes que andarte con cuidado>>, agrega la voz interna. Suena de nuevo el móvil, es ella.




Vale, dame media hora y estoy ahí 9:39




Ok, avisa cuando llegues 9:41




Un beso. Mua 9:41




Guardo el móvil y llamo al camarero. Un hombre gordito, calvo y con una barba muy graciosa.


—Señor, ¿qué le debo?


—Serán, seis con cincuenta euros.


Le pago mientras el móvil vuelve a vibrar. Lo cojo después de que el camarero se retire de mi lado.




Muy bien, ahora te llamo 9:46




Muakss 9:46






Me levanto, salgo de la cafetería. Me planto en el borde de la acera para llamar un taxi. Me monto en uno. Suena su radio, con frecuencia de taxistas, todo el tiempo.


—A la calle Colón, por favor, —le digo.


—Muy bien, —contesta el taxista; un hombre de mediana edad, con gafas y pelo muy canoso para los años que aparenta.


El coche se mueve, miro las calles por la ventana; gente con sus perros paseando, familias con el carro del bebé, una congregación de gente disfrazada, llama la atención el disfraz de Espinete gigante.


—Es una fiesta de disfraces organizada por el ayuntamiento, dotan con un premio de seiscientos euros al disfraz más grande y original, —dice el taxista, observándome por el retrovisor del coche.


—Ah, pues… el de Espinete se lo llevará, seguro. Es igual que el de la serie pero del tamaño de una farola, —contesto, sonriendo y observando el monigote de púas rosas.


Llegamos a Colón, pago al señor del taxi. Al bajar, por mi estómago pasea una sensación, como si una bandada de colibríes, estuviesen revoloteando en mi interior; mi corazón da tres golpeteos fuertes y se acelera. <<Todo es por ella, por estar a punto de verla>>, intenta tranquilizar mi voz interna. Camino hacia la plaza de Ruinas, mi nerviosismo va en aumento. Saco el móvil; las nueve y cincuenta y seis. Segundos después de guardarlo vuelve a vibrar, esta vez sin parar, lo saco; es ella, Sara, no deja de llamar.



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José Lorente.


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