martes, 23 de julio de 2013

Nano Vida

Todo comenzó cuando tenía 12 años. Por aquel entonces, yo era un muchacho muy pálido y delgado. No me gustaba mucho comer, los bocatas que me preparaba mi madre para la merienda, terminaban comiéndoselos mis amigos más glotones. En consecuencia de mi poco apetito, siempre me encontraba enfermo y debilitado. Mis padres me habían llevado a infinidad de psicólogos y nutricionistas, con la esperanza de que algún día todo eso cambiaría, y que al final, sería un chico sano y fuerte. Aunque en contra de sus premisas, yo no cambiaba, seguía contagiando numerosos virus que me hacían enfermar, llegando al punto de estar siempre con medicación asistida.


    Aquel día, me encontraba en el parque jugando al fútbol con mis amigos, aunque yo no podía estar demasiado rato corriendo por mis problemas asmáticos. Salí del partido para tomar inspiraciones con mi inhalador. Estaba sentado en el banco de la esquina, cuando alguien me tocó por la espalda, diciéndome con acento
extranjero:


    —Muchacho. Veo que tienes asma. ¿Desde cuándo lo sufres?


    Me giré y vi a un hombre vestido con un traje elegante; con un peinado engominado hacia atrás y con un pequeño bigote, que parecía estar bastante bien perfilado. Como era un chico muy abierto y simpático, le contesté:


    —Sí, señor. Tengo un asma tremenda, la tengo desde que yo recuerdo. Mis padres dicen que la adquirí a los dos años, por mi mala alimentación. Pero vaya, que la tengo toda la vida.


    —¿Sí, chaval? ¿Qué te pasa? ¿No eres buen comedor?


    —Pues no, señor. Diría que soy el peor comedor que hay. No me gusta nada, y las pocas cosas que me agradan, termino vomitándolas muchas veces.


    —Oh, vaya. Y tus padres, supongo que te habrán llevado al médico muchas veces, ¿no?


    —Pues, sí. Estoy cansado de visitar a diferentes doctores, psiquiatras, pediatras, internistas, terapeutas, etcétera. En fin, un calvario que me ha tocado sufrir. Lo peor de todo, es que ninguno de ellos parece ponerse de acuerdo. Cada uno me dice una cosa diferente, y cada cual, me receta medicinas diversas. Yo ya no sé si me hacen bien o me hacen mal. Sólo sé, que cada vez me siento peor, y conforme pasa el tiempo, puedo hacer menos vida normal para la edad que tengo. No sé hasta cuando aguantaré así, señor. Cada día que pasa, siento que me acerco más rápido a mi final.


    —Pero, niño. ¿Por qué dices esas cosas? Estoy de acuerdo contigo en lo que hablas haciendo referencia a los doctores. Muchas veces adquieren un título sin saber nada sobre el cuerpo humano, aunque claro, los hay que son muy buenos, eso sí. Pero eso que dices de que notas que te vas acercando a tu final. No digas barbaridades, joven.


    —Pero, señor. Es como lo siento. Le mentiría si le dijera que me siento vigoroso y fuerte. Es todo lo contrario. Siento que se apaga mi vida, cada vez más rápido. A mis padres no les he mencionado nada de esto que pienso, para no preocuparles. A usted, que es un desconocido, me da igual que lo sepa. Es lo que hay.


    —Está bien muchacho ¿Cómo te llamas?


    —Jorge.


    —Y si te dijera que soy el ayudante de uno de esos médicos que sí son buenos y te diera una garantizada esperanza de vida, hasta tus aproximadamente 100 años, viviendo sano, ágil y fuerte, ¿qué me dirías?


    —Le diría, que eso es imposible y que está usted loco de remate. Por favor, señor. No quiero más falsas esperanzas ni tratamientos a los que llamáis “innovadores”, que al final, lo único que hacen, es estropear más mi salud si cabe. Márchese, se lo pido por favor.


    —Jorge. Debes escucharme y confiar en mí. Te prometo que cuando termine de explicarte todo, si no te convence lo que has escuchado, me iré y te dejaré tranquilo. Puedo ayudarte. Te lo prometo. ¿Puedo?


    —Está bien. Suelte su rollo y váyase de una vez.


    —De acuerdo. Verás. Mi socio y yo, tenemos un laboratorio en donde estudiamos las fronteras de lo conocido hasta ahora y lo que queda por descubrir. Concretamente, trabajamos con mecanismos y elementos a escala nanométrica, ¿has oído hablar alguna vez de la nanotecnología?


    —No ¿eso qué es?


    —Pues verás, chico. Es una ciencia que estudia los elementos, a escalas tan pequeñas, que es imposible de apreciar con el simple ojo humano. Hablo de algo, que tiene un tamaño mil millones de veces más pequeño que un metro. Se precisan máquinas altamente costosas y complejas, para poder trabajar a dicha escala de medición de la materia. Pero es que nosotros, trabajamos con la NASA y tenemos abierta ahora mismo una investigación secreta, que nos permite experimentar en humanos nuevas técnicas de combatir las enfermedades más comunes, que nos han azotado desde hace siglos. Es por ello, que me encargo de reclutar a personas, que tienen patologías un poco más inusuales. Y es ahí donde queremos llegar, a esas personas que como tú, se ven inmersas en un mar de dudas entre diferentes médicos incompetentes de la sociedad actual. Seguimos esos casos de cerca, con informaciones que nos brindan los gobiernos y buscamos a esas familias, para ofrecerles nuestro sistema secreto. Tenemos procesos ya en marcha, de chavales, que estaban al borde de la muerte, casos de enfermedades con malformaciones o alteraciones genéticas, que les han producido nacer con parálisis y demás cosas horribles. Tenemos personas, que están evolucionando de manera muy positiva a los diferentes tratamientos. Por ejemplo; un niño, que nació con una deficiencia nerviosa, que afectaba a su médula espinal, y por tanto, sólo estaba vivo de cuello para arriba. Los padres de ese chico, después de varios años de lucha contra su muerte, aceptaron nuestra propuesta y viven mucho más felices al ver cómo su querido hijo, después de dos meses, ya puede mover un poquito cada una de sus extremidades, y eso que los doctores lo daban por imposible, pero claro, ninguno de ellos conoce estas técnicas, ya que son pioneras en el mundo entero, somos muy pocos los que trabajamos con ellas. Está previsto que para el año 2060, todo lo que conocemos esté controlado por esta nueva ciencia. Seremos capaces de hacer cosas inimaginables hasta el momento, y todo gracias a ello ¿Qué me dices chaval? A que suena genial.


    —¿En serio trabaja para la NASA?


    —Sí. Y tan en serio, —me dijo mientras sacaba de su americana un carné acreditativo donde, bajo su nombre, aparecía el logotipo de esa organización americana tan reconocida y vanguardista.


    A mí me había convencido por completo, mis deseos de vivir me empujaron a seguir adelante con todo lo que el hombre me proponía. Ahora faltaba que él hablara con mis padres, y les explicara lo mismo que me acababa de contar a mí.


    —Señor. Me ha convencido. La verdad es que parece muy esperanzador todo lo que dice, y más viniendo usted de donde viene. Vayamos con mis padres, a ver qué les parece, seguro que aceptan después de tantos años de sufrimiento.


    —No sabes cuánto me alegra oírte decir eso, chico. Pero no olvides, que seguramente serás tú el que más se alegre, al final de todo el ensayo. Ya lo verás. Puedes llamarme Ralph.


    Me despedí de los amigos y nos fuimos directos a mi casa, que se encontraba a un par de manzanas. Al llegar, mi madre se extrañó mucho al verme entrar con aquel hombre.


    —¿Quién es usted? Jorge, te tengo dicho que no hables con gente que no conoces. ¡Manolo, ven a ver al niño, nos trae visita!


    —No pasa nada, mamá. Ahora os explicará por qué está aquí.


    —No se preocupe, señora. Todo tiene su explicación, —añadió Ralph.


    Nos sentamos todos en el salón, les comentó todo lo que pasaba y lo que pretendía. Mi madre no estaba segura de nada ni se fiaba demasiado. Mi padre, en cambio, se mostraba mucho más receptivo. Todas las dudas se disiparon cuando les enseñó su carné acreditativo. Aceptaron sin titubear en cuanto vieron la veracidad de sus palabras.


    Al día siguiente, nos subimos en un avión, rumbo a los Estados Unidos de América, donde se nos trasladaría a la base que tenían, la cual, por motivos de seguridad, no nos revelaron su ubicación.


    Nos pusieron una casa propia y todos los gastos pagados. Para mis padres era cómo las vacaciones que nunca habían podido tener, y además, quizá me sanarían. Todos estábamos entusiasmados con lo que acontecía.


    Tal como había dicho Ralph, allí había otras personas que se estaban sometiendo al experimento, entre ellos, muchos niños con los que hice buena amistad.


    Me hicieron pruebas durante cuatro días. Infinidad de ensayos, que nada tenían que ver con ninguno de los que me habían hecho en España, que era donde vivíamos.


    Al quinto día, tuvimos una reunión con Ralph y con el otro hombre que llevaba mi caso, se llamaba Ronald. Nos dieron la buena noticia de haber detectado cual era mi deficiencia y nos explicaron el proceso que iban a seguir para subsanarla. Nos dieron una garantía del cien por cien de que me curaría pronto.


    —Señor y señora Fernández. Jorge, —dijo Ronald—. Después de averiguar los motivos de las dolencias de su hijo, procedemos a comunicarles cuál será el procedimiento a seguir y cuáles son sus efectos. Como saben, trabajamos a escala nanométrica. El tratamiento es muy cómodo y sencillo. Consta de inyectarle vía intravenosa, un líquido que está compuesto en su totalidad por nano robots, que están programados para eliminar cualquier célula errónea, débil, enferma o intrusa dentro del organismo del niño, así como para regenerar las que estén muriendo y ayudar a crear nuevas con más facilidad. No sentirá ningún dolor ni efectos secundarios ni nada por el estilo. Solamente será testigo de cómo a partir del momento en que se le practique, comenzará a sentir una mejoría, que irá aumentando día tras día. Estos nano robots, acompañarán a su hijo a lo largo de su vida, haciendo que tenga una salud de hierro, y provocando que coma todo lo que hay que comer. Es como una ayuda artificial al organismo natural del ser humano. Nunca más contraerá ninguna patología deficiente. Para que lo entiendan. Nunca más volverá siquiera a resfriarse el chaval. Es más, si un día pierde un brazo, este se regenerará por sí mismo. Le saldrá otro de idénticas características y potencial. Eso sí, no olviden que esto son experimentos de alto secreto, ya han firmado el contrato pertinente. Si pierde una extremidad, han de hacer creer a los demás, que se la ha implantado mediante cirugía. Debe ser así, al menos hasta que no esté más avanzada la práctica de estas técnicas, que resultan ser milagrosas. Con ensayos como este, estamos avanzando hacia ese fin; conseguir que todo el mundo viva sano y feliz, y que la muerte sea algo que podemos decidir cuando llega. Si en algún momento, durante el tiempo que permanezca en vigor el contrato de confidencialidad, nos enteramos de que le cuentan algo a alguien, nos veremos obligados a revertir el tratamiento de Jorge, por incumplimiento de las normas básicas que en él se explican. Quedando de nuevo el chaval, a merced de los agentes maliciosos que corren por el mundo ¿Ha quedado todo claro?


    —Sí, sí. Por favor. Comiencen ya, —dijo mi madre impaciente de verme sano—. ¿Habéis oído? Vas a ser un súper chico. Pero no podrás contárselo a nadie.


    —Sí, mamá. Lo he entendido.


    Mi padre no decía nada. Sólo trataba de esconder sus lágrimas, que se le escapaban al no poder contener la emoción que sentía, al saber lo que me iban a hacer.


    Tres días después de otro tipo de pruebas, llegó el momento de inyectarme el líquido milagroso compuesto por robots en miniatura. Me habían enseñado fotos y vídeos de esas pequeñas máquinas, que a partir de ese día, serían parte de mí. Eran cómo pequeños comecocos metálicos diseñados a la perfección, con ojos, boca y unos brazos que sacaban, cuando era necesario barrer hacia su boca, las células que previamente matarían, o las que ya no se pudieran salvar, para después, transformarlas en sustancias beneficiosas para el organismo. Una maravilla de la tecnología y la ciencia, a la que hoy en día estamos acostumbrados, pero que, en aquel entonces, sonaba a ciencia ficción.


    Me introdujeron aquello mediante un pinchazo, que la verdad es que no me dolió nada, y a partir de los cinco minutos siguientes, empecé a notar los efectos. Me sentía menos cansado, respiraba mejor y eso sólo era el principio de lo que es mi vida actual.


    Hoy en día, a todos vosotros, nietos míos, y a cada bebé que nace, se os ha inyectado la dosis adecuada de este tipo de robots, para que todos crezcáis sanos y fuertes desde el primer momento de vuestra vida, privándoos así, del sufrimiento que antaño se padecía por enfermedades, que no conocéis ni llegaréis a conocer. Y así es como vuestro abuelo, fue uno de los primeros hombres en la historia en probar la nanotecnología en su fase experimental. Y es que, estamos en el año 2135, tengo 134 años, estoy sano, fuerte y joven todavía, y espero vivir muchos años más, hasta que decida irme. Y todo gracias a los señores Ralph Dickens y Ronald Flutenhaus, que fueron los primeros en desarrollar el tratamiento bautizado con el apellido del segundo. El tratamiento de nano vida de Flutenhaus.




No hay comentarios:

Publicar un comentario