—Hagamos el amor.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Ese motivo carece de argumento.
—Y tu propuesta carece de sentido
común.
—No.
—¿Por qué?
—Porque mi propuesta es
aceptable.
—Sí, pero no en mi caso.
—¿Por qué?
—¿Y el argumento?
—¿No es suficiente argumento mi
rostro?
—Tu rostro es hermoso. ¿Cuál es
ese argumento que te frena a hacer algo que los dos queremos?
—He dicho que yo no quiero.
—Sí quieres, lo veo en tus ojos.
—Mis ojos es lo único que queda.
—Tus ojos fueron los que me
enamoraron y me siguen reteniendo en esta cárcel de amor.
—Ya, pero no estoy cómoda.
—¿Por qué?
—Porque estoy fea, horrorosa.
—¿Qué ojos son los que se han
atrevido a afirmar eso?
—Los míos, ¿no es suficiente
motivo?
—No.
—Pues así es.
—Hagamos el amor.
—Que no.
—¿Por qué?
Silencio.
Una lágrima cae, como queriendo
no salir nunca de la mejilla de ella.
—Porque me juré a mí misma que no
volvería a dejar que nadie me acariciase el rostro.
—Ese juramento es injusto.
—¿Por qué?
—Porque yo quiero acariciarte a
cada momento, porque mis manos lloran de dolor cada vez que se alejan de tu
rostro.
—¡Mentira!
—¿Por qué?
—Porque mi rostro es feo,
arrugado, no es lo que un día fue.
—A mí eso no me importa.
—¿Por qué?
—Porque me enamoré de tus ojos,
ya te lo he dicho. Siguen siendo los mismos y hacen que lo demás sea eclipsado,
hacen que el deterioro de tu rostro sea un espejismo que desparece cada vez que
éstos me miran.
Una sonrisa tímida y a medio
forzar en ella. Silencio.
—¿Sabes? Cuando los médicos
dijeron que mi rostro ya no volvería a ser el mismo, lo primero que pensé fue
que serías tú el que tampoco volvería a ser el mismo, me equivoqué.
—Ni aquel, ni ningún otro
accidente podrían con el amor que siento por ti. Estoy aquí, a tu lado, como
siempre, para siempre, hasta que la
muerte nos separe, ¿recuerdas?
—Claro que recuerdo.
—Cuatro llamas desvergonzadas y
diabólicas no han conseguido terminar nuestro amor. Tendrían que calcinar tu
cuerpo entero y esparcir tus cenizas al viento para que llorase tu pérdida,
mientras tanto, ¿hacemos el amor?
Una sonrisa notable, sincera y
placentera en ella esta vez. Silencio.
—¡Ven aquí, anda! ¿Qué voy a
hacer contigo?
—¿El amor?
—Claro.
Un tierno beso selló aquella conversación.
—Ah. Y he de decirte… que tu
juramento ha sido profanado muchas veces.
—¿Mi juramento?
—Sí, cada noche, mientras
duermes, paso largos minutos acariciando tu rostro sin que lo sepas.
—¡Cómo te adoro, bandido!
—Menos que yo a ti, princesa de
un cuento infinito.
Consumaron su amor aquella noche
después de meses. La mañana siguiente, llegaría una carta del hospital,
señalando que su operación de reconstrucción sería inminente a falta de unos
cuantos papeleos burocráticos. Ya podéis imaginar cuál sería su historia de
amor… Fue operada con éxito y su rostro volvió a lucir radiante, incluso más
que antes. Ella se enamoró del médico que la operó y él vagó en pena el resto
de sus días.
No olvides que puedes suscribirte al blog para estar al día de nuevas publicaciones, clicando en el botón azul de la esquina superior derecha "participar en este sitio" y validando con tu cuenta de Google. Si te ha gustado lo que has leído, puedes compartirlo con tus amigos y dejar tu comentario, siempre es de agradecer y me ayudarás a continuar. Muchísimas gracias por tu visita y por leer mis historias. Saludos.
José Lorente.
Madre mía! impresionante historia Jose, con un matiz de tristeza al final ¿ por que si se amaban tanto ella se enamoró de otro? no es justo.
ResponderEliminarun besazo
La vida no es justa muchas veces, Anna. Me gustan los giros inesperados, ya lo sabes... Besitoss y gracias por tus comentarios! :D :D ;D
Eliminar