lunes, 7 de julio de 2014

¿Por qué?

—Hagamos el amor.


    —No.


    —¿Por qué?


    —Porque no.


    —Ese motivo carece de argumento.


    —Y tu propuesta carece de sentido común.


    —No.


    —¿Por qué?


    —Porque mi propuesta es aceptable.


    —Sí, pero no en mi caso.


    —¿Por qué?


    —Porque
no.


    —¿Y el argumento?


    —¿No es suficiente argumento mi rostro?


    —Tu rostro es hermoso. ¿Cuál es ese argumento que te frena a hacer algo que los dos queremos?


    —He dicho que yo no quiero.


    —Sí quieres, lo veo en tus ojos.


    —Mis ojos es lo único que queda.


    —Tus ojos fueron los que me enamoraron y me siguen reteniendo en esta cárcel de amor.


    —Ya, pero no estoy cómoda.


    —¿Por qué?


    —Porque estoy fea, horrorosa.


    —¿Qué ojos son los que se han atrevido a afirmar eso?


    —Los míos, ¿no es suficiente motivo?


    —No.


    —Pues así es.


    —Hagamos el amor.


    —Que no.


    —¿Por qué?


    Silencio.


    Una lágrima cae, como queriendo no salir nunca de la mejilla de ella.


    —Porque me juré a mí misma que no volvería a dejar que nadie me acariciase el rostro.


    —Ese juramento es injusto.


    —¿Por qué?


    —Porque yo quiero acariciarte a cada momento, porque mis manos lloran de dolor cada vez que se alejan de tu rostro.


    —¡Mentira!


    —¿Por qué?


    —Porque mi rostro es feo, arrugado, no es lo que un día fue.


    —A mí eso no me importa.


    —¿Por qué?


    —Porque me enamoré de tus ojos, ya te lo he dicho. Siguen siendo los mismos y hacen que lo demás sea eclipsado, hacen que el deterioro de tu rostro sea un espejismo que desparece cada vez que éstos me miran.


    Una sonrisa tímida y a medio forzar en ella. Silencio.


    —¿Sabes? Cuando los médicos dijeron que mi rostro ya no volvería a ser el mismo, lo primero que pensé fue que serías tú el que tampoco volvería a ser el mismo, me equivoqué.


    —Ni aquel, ni ningún otro accidente podrían con el amor que siento por ti. Estoy aquí, a tu lado, como siempre, para siempre, hasta que la  muerte nos separe, ¿recuerdas?


    —Claro que recuerdo.


    —Cuatro llamas desvergonzadas y diabólicas no han conseguido terminar nuestro amor. Tendrían que calcinar tu cuerpo entero y esparcir tus cenizas al viento para que llorase tu pérdida, mientras tanto, ¿hacemos el amor?


    Una sonrisa notable, sincera y placentera en ella esta vez. Silencio.


    —¡Ven aquí, anda! ¿Qué voy a hacer contigo?


    —¿El amor?


    —Claro.


    Un tierno beso selló aquella conversación.


    —Ah. Y he de decirte… que tu juramento ha sido profanado muchas veces.


    —¿Mi juramento?


    —Sí, cada noche, mientras duermes, paso largos minutos acariciando tu rostro sin que lo sepas.


    —¡Cómo te adoro, bandido!


    —Menos que yo a ti, princesa de un cuento infinito.


    Consumaron su amor aquella noche después de meses. La mañana siguiente, llegaría una carta del hospital, señalando que su operación de reconstrucción sería inminente a falta de unos cuantos papeleos burocráticos. Ya podéis imaginar cuál sería su historia de amor… Fue operada con éxito y su rostro volvió a lucir radiante, incluso más que antes. Ella se enamoró del médico que la operó y él vagó en pena el resto de sus días.





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José Lorente.





2 comentarios:

  1. Madre mía! impresionante historia Jose, con un matiz de tristeza al final ¿ por que si se amaban tanto ella se enamoró de otro? no es justo.
    un besazo

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    Respuestas
    1. La vida no es justa muchas veces, Anna. Me gustan los giros inesperados, ya lo sabes... Besitoss y gracias por tus comentarios! :D :D ;D

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