lunes, 14 de julio de 2014

Silencio a voces

¿Y qué hacer cuando la vida te sorprende con una tragedia, que bien podría ser un punto de inflexión en la misma? ¿Nada? ¿Algo? ¿Mucho? Pues todo…


    Dormía y lo hacía bien, descansando lo suficiente cada día, acompañado de su amiga, confidente, leal, fiel y esposa, Inmaculada. Ella era una delicia de mujer, una madre perfecta, la que siempre soñó Joel que tendría. Su vida no podía ser más perfecta hasta que una mañana, Inmaculada no despertó. Joel la zarandeó varias veces impotente al ver que su querida mujer no abría los ojos como cada mañana para regalarle esa sonrisa que consiguió enamorarle. La tragedia fue terrible, esa dama de apenas treinta años, había abandonado la vida con una muerte súbita todavía inexplicable, dejando tras de ella a dos hijos y un marido desconsolados, hundidos, muertos en vida. Pero la cosa no acabó ahí, una semana después, el hijo mayor, Roberto, tampoco despertó, tuvo una muerte idéntica a Inmaculada. Los médicos se rompieron los sesos en investigaciones infructuosas que no llevaron a ninguna parte. Joel estaba hundido, las pastillas antidepresivas habían pasado a ser su alimento más común, sólo le quedaba Mario, el niño de cuatro años, al que se aferraba intentando sacar una luz, en una mirada apagada, triste, endeble.


    Una semana después, Mario tampoco despertó, las mismas circunstancias, la misma historia repetida por tres veces ante los ojos de un hombre, que ya pensaba más en quitarse la vida que en otra cosa. Pero por otro lado, un confuso instinto le decía que no tenía que ser débil, que tenía que seguir adelante, y lo intentó, no quitándose la vida.


    Una semana más tarde, Joel se acostó, buscando esas horas de descanso que se habían convertido en un calvario de camas vacías, de silencios inquietantes, de soledad traumatizante. Al dormirse tuvo un sueño; se vio inmerso en un acantilado, aferrado a la pared del mismo, a medio camino entre el fondo y la cima, sin cuerdas ni arneses, sólo sus manos y sus pies para salir de allí. Sólo tenía dos opciones, tratar de escalar o dejarse caer. Miró hacia arriba y pudo ver a su mujer y sus hijos animándole a que subiera; le estaban esperando. Joel sacó fuerzas de lo más profundo y escaló, hiriéndose las manos, sin miedo a caer. Logró llegar a la cima, donde estaba su familia esperándole. Inmaculada se tiró sobre él, abrazándole como si fuera la última vez que lo hacía, Roberto y Mario se sumaron al abrazo. Los cuatro caminaron por el bosque que coronaba el precipicio, perdiéndose en la niebla de la mañana. Joel despertó, maldiciendo la vida, insultando a la existencia que le había arrebatado lo que más quería. La semana siguiente transcurrió fugaz, Joel apenas prestaba atención a nada, era como un espíritu que vagabundea entre la vida y la muerte. Las cosas que veía antes normales, parecían haber mutado, su percepción ante la vida se había trastocado de tal modo, que todo parecía un sueño. Los vecinos le miraban raro, en el trabajo no rendía, los coches parecían máquinas de otros
tiempos.


    Una semana más tarde, estaba tumbado en su sofá, tratando de relajarse, cuando escuchó la voz de Inmaculada llamándole efusivamente. Joel miró alrededor pero no la vio por ninguna parte, debía estar alucinando, pero la voz se repitió varias veces, parecía real. Entonces un corte en las imágenes que estaba viendo de su salón, dieron paso a otras imágenes bien diferentes. Ahora estaba en ese bosque de nuevo, la brisa era suave y los pájaros cantaban alegres. Estaba tumbado en la hierba, la cara de Inmaculada se mostraba ante él, alegre, pronunciando su nombre.


    —Venga, dormilón. Hay que volver a casa, pronto anochecerá y comenzará a hacer frío, los niños no llevan abrigo.


    Entonces todo cambió, se dio cuenta que había estado soñando todo el tiempo, que había sido una pesadilla y que ahora estaba en la realidad, comprobando que su familia estaba bien y que él, todavía era el hombre íntegro que siempre fue.


    —Cariño, estás aquí. Estás viva, y los niños también, —dijo Joel levantándose y abrazándola fuerte. Mario y Roberto estaban jugando con unos bichos—. Venid aquí, papi os quiere abrazar.


    Los cuatro se abrazaron y volvieron a casa, pero la sorpresa no pudo ser mayor, cuando al llegar, encontraron el cuerpo de Joel inerte en el sofá. Todo había terminado, ¿o acababa de empezar?


    Las extrañas circunstancias de la muerte de aquella familia entera todavía es un misterio, y tiene en vilo a todos los que les conocían igual que a la comunidad general de médicos en el mundo entero.




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José Lorente.




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