lunes, 23 de junio de 2014

El llanto de los perros

Cada día, de camino al trabajo, pasaba por un pequeño almacén provisto de un espacio exterior en el que había varios perros pequeños. Esos perros me ladraban como posesos, todos los días igual, aunque a mí me hacían bastante gracia porque se parecían a mi pequeño Tobby.


    Cierto día, me di cuenta que sólo me ladraban a mí de ese modo. Caí en la cuenta al ver a una persona pasar por delante de ellos antes que yo y, en el momento de pasar yo, los perros reaccionaron como siempre, como si para ellos la única persona que merecía sus ladridos estridentes fuese yo. Aquel hecho ya me pareció extraño de por sí.


    Otro día, uno de esos en que no se trabaja, paseaba con Tobby cerca del almacén. Tobby comenzó a ponerse nervioso de un modo nunca antes visto por mí.


    —Tobby, ¿qué pasa? ¿Qué ves? —Le pregunté, y Tobby me miró y se puso a dar vueltas sobre sí mismo y después exhaló varios aullidos finos y consistentes. Era la primera vez que le veía tener ese comportamiento.


    Seguimos andando y Tobby, a cada paso que dábamos, se ponía más y más tenso, quería avanzar. Llegamos al almacén, pero ese día los perros no ladraron y Tobby, se puso a aullar más profundamente en cuanto estuvimos allí. Se paró delante de la puerta del almacén, me miró, triste, y comenzó a aullar repetidas veces. Y los perros no estaban, y no se les escuchaba como
habitualmente.


    Pronto escuché de nuevo los ladridos de los perritos, pero esta vez eran unos ladridos alegres, nada estridentes, mezclados entre llantos de alegría. Tobby reaccionó del mismo modo y sus aullidos pasaron a ser lloros alegres. Apareció un hombre que llevaba a los cinco perros atados, locos de alegría, parecía que conocían a Tobby y querían saludarle y jugar con él. El hombre fue soltando uno a uno a los cinco perros, tal como iban sintiéndose libres, iban llegando a mi lado, orejas a atrás y rabos locos. Tobby hacía igual.


    —Así que, tú eres la dueña de Tobby… —dijo el hombre una vez hubo soltado a todos. Me agaché y solté a Tobby también. Los seis perros corrieron a jugar dentro del almacén que el hombre se había encargado de abrir.


    —Sí, soy su dueña. ¿Cómo sabe su nombre? —Pregunté, extrañada.


    —Lo pone en su placa, igual que tu número de teléfono, —afirmó el hombre.


    Mi cara esbozó extrañeza, ¿cómo había podido ese hombre ver el nombre de Tobby en su placa si no se había acercado?


    —Veo que no eres consciente de lo que hace tu perro mientras duermes, —dijo el hombre, a medio sonreír.


    La expresión de mi cara se arrugó un poco más. Pregunté con un gesto de ojos.


    —Tu querido amigo, viene a visitar a mis perros cada noche. Todas las mañanas lo encuentro aquí. No preguntes cómo entra porque no lo sé. Sólo sé que está a aquí cada mañana cuando llego al almacén.


    —¿Cómo? Eso es imposible, —afirmé, y mi cara ahora sonreía incrédula. Ese hombre intentaba ligar conmigo de una forma muy ingeniosa. No sabía cómo había sabido el nombre de mi perro, pero del todo imposible era que mi Tobby, se escapase todas las noches para visitar a sus perritos—. Oiga, señor, no sé qué pretende con todo esto, pero Tobby no ha podido escapar del jardín, es imposible.


    —Cómo quieras, señorita. Pero, no pretendo nada, sólo te digo lo que encuentro cada mañana. ¿O es que el teléfono que pone en la placa no es tuyo?


    —Sí, lo es.


    —Entonces debes haber visto mis llamadas cada mañana.


Era cierto, cada día al despertar comprobaba que tenía una llamada perdida de un número desconocido. En ese momento mi cabeza no sabía qué pensar ya.


    —Ahora que lo dice, sí. Todos los días tengo una llamada perdida.


    —Pues he sido yo todas las veces que he encontrado a Tobby, tratando de dar con su dueño para decirle dónde estaba. Pero nunca recibí respuesta, me veía obligado a sacar a Tobby, que salía corriendo. Ya estaba pensando en quedármelo la próxima vez, pero al fin sé quién es su dueño… Ya no hará falta que me lo quede. Supongo que pondrás medidas para que no escape más. Siempre podemos vernos con ellos para que jueguen.


    —Está bien. Miraré qué hacer para que no vuelva a ocurrir, —le dije y vi a Tobby siendo el centro de atención entre sus cinco perritos.


    Volvimos a casa. Decidí colocar video-vigilancia en el jardín para ver si era cierto lo que decía aquel hombre. Me acosté, algo preocupada, pero con ganas que llegase el día siguiente para ver las imágenes grabadas. Mi asombro no pudo ser mayor. Tobby, mientras yo dormía, abría un túnel en la tierra, un túnel que se encargaba de cerrar a conciencia para que yo nunca me diese cuenta. El muy canalla. Se iba y volvía al amanecer. Justo un rato después que mi teléfono sonase por la llamada del dueño del almacén. Una llamada que aquel día atendí al haber dejado el móvil con sonido a propósito.


    «¿Me crees ahora, señorita?» Me había dicho el hombre por teléfono, y me asomé a la ventana comprobando que Tobby no estaba. Poco después volvió y, ante mis ojos estupefactos, excavó de nuevo el túnel para después taparlo con extrema delicadeza y perfección.


    No lo podía creer, mi pequeño compañero tenía una aventura diaria nocturna a conciencia y a espaldas de mí. No podía ser, pero era. Tuve que cambiar el suelo del jardín, pero Tobby no dejó de visitar a sus queridos amigos, que resultaron ser sus hermanos y tíos después de hablar varios días con su dueño. Se forjó una gran amistad entre Juan y yo, y Tobby al fin pudo estar cerca de su familia con mi consentimiento. Entendí que los ladridos diarios de aquellos perros, no era otra cosa que el llanto que tenían al saber que yo era la dueña de Tobby.



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José Lorente.






2 comentarios:

  1. El relato me sorprendió, pero la conducta de los perros suele dar esas sorpresas. Lo increíble fue que Toby tapase el túnel por el que escapaba todas las noches para verse con esos otros cinco perritos. Muy buen relato

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    1. Estos canes son increíbles a veces. Me alegro que te haya gustado. Muchísimas gracias por leer y comentar, Amílcar. Saludos!!

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